martes, 29 de diciembre de 2015

 
                 Tangalanga, el (re)inventor del llamado telefónico


   
      Fue en la enseñanza primaria que el mozalbete pelirrojo, nacido el viernes 10 de noviembre de 1916 en las cercanías de la Plaza del Congreso, forjó sus dotes de ácido bromista. Una de las majaderías preferidas del travieso niño consistía en escribir en el pizarrón la lista de sus compañeros ausentes, entre los que intercalaba improperios supuestamente ajenos a un establecimiento educativo. Y no fallaba: invariablemente, los desprevenidos maestros leían: "Rodríguez, Falsoni, Antoni....PUTO". A lo que pretendía significar una severa reprimenda, el osado gurrumín solía responder: "Señor, es la última...por hoy".
         El teléfono vendría después, mucho después. Era un consumado cincuentón cuando realizó su primer llamado, que no respondió a una mera autosatisfacción de incordiar al prójimo sino a mitigar el durísimo trance que debía afrontar su querido Sixto, a quien una compleja intervención en su cabeza lo había confinado a la postración. Eso sí, el delicado paciente gozaba de llamativa lucidez, lo que hasta le permitía quejarse ante su solícito confidente de la impunidad con que lo estafaba el veterinario que atendía a su perrito, que "cobra que parece (René) Favaloro". De ese modo, se produjo en 1962 el debut absoluto del anónimo justiciero telefónico, quien no vaciló en amenazar con "romperle el alma" al desaprensivo especialista -un "talabartero podrido", según su propia (des)calificación-, si algo le sucedía al Puchi, alias del tan infortunado como ficticio can. Al llevarle la grabación (1), las sonoras risotadas del desahuciado enfermo parecieron revitalizarle cuerpo y alma, no obstante el cuadro irreversible que ya se había obstinado con instalarse en derredor suyo.
           Enteramente devastado por la muerte de su entrañable amigo, en 1964, Julio Victorio de Rissio, infinitamente más conocido como el Doctor Tangalanga, Raúl Tarufetti o Licenciado Varela (2), decidió colgar el tubo de manera indeclinable. Si bien a lo largo de dos años había efectuado alrededor de 30 llamados -de los que se conservan contados registros, joyas como "Tintorería" o "Carro atmosférico"-, por lo que su círculo áulico llegó a sugerirle que podría dedicarse en paralelo a la comicidad, de Rissio optó por abocarse exclusivamente a su función de gerente de compras en Colgate-Palmolive. En esa compañía, en la que en principio revalidó sus estudios de taquigrafía y dactilografía, resultó crucial para el despuntar artístico de Susana Giménez, a quien la ligaba el estrecho vínculo que desde joven mantenía con los padres de la diva.

                                               


         Luego de 34 temporadas ininterrumpidas de intachable desempeño en la empresa en cuestión, a de Rissio le fue ofrecido idéntico rol por el presidente de una de las firmas competidoras líderes. "Si los norteamericanos te aguantaron tanto tiempo, seguro que boludo no sos", le garantizó un tal Mauricio Borensztein (3), amigo en común con Sixto, al dubitativo Julio. En efecto, el consejo del inmenso Tato Bores contribuyó en gran medida a su ingreso en las filas de Odol, en la que se desenvolvió desde 1972 hasta 1995, al ser aquella curiosamente absorbida por...Colgate Palmolive.
         ¿Cuánto más habría de durar el impasse comprendido entre las conversaciones telefónicas de la década de 1960 y las que habrían de sucederlas? El disparador fue una impiadosa hepatitis que en 1980 lo tumbó por espacio de ¡¡¡70!!! días. En las primeras semanas en las que lo aquejaba la persistente afección, de Rissio se sentía "muerto, muy tirado", de acuerdo con su propio testimonio. Una vez sobrevenido el estado de convalecencia, sus amistades -Tato Bores incluido- comenzaron a acercarle anuncios de diarios y revistas para que retomara los antiguos llamados con los que se habían deleitado al igual que el infortunado Sixto. Así, al tiempo que paliaba el tan obligado como interminable reposo, imprescindible para recobrar su óptima salud, Julio, rebautizado definitivamente como Tangalanga, Tarufetti y afines, iniciaba, puteadas a Blanca Curi mediante, una trayectoria de humorista que lo encumbraría progresivamente en la cima de la idolatría, venerado por fanáticos de a pie y por otros tantos notables.

martes, 8 de diciembre de 2015

                                      Hace 30 años, el Mundo conoció a 
                                      los GlobeTrotters de La Paternal
   
                                           


    El extenso periplo hacia el Imperio del Sol Naciente pretendía constituirse en el corolario de un ciclo apoteósico, inédito en la historia del hijo dilecto del barrio de La paternal. En el período comprendido entre 1984 y 1985, Argentinos Juniors no sólo se había coronado bicampeón a nivel local -nunca antes había obtenido siquiera un Campeonato de Liga AFA- , sino asimismo adjudicado por primera vez la Copa Libertadores, en la que, por caso, había eliminado en semifinales a Independiente, entonces vigente campeón continental y mundial, y a América de Cali en la instancia culminante, en definición por penales, al cabo de tres encendidos cotejos (1).
     Pese al tenor encomiable de sus logros, el Bicho no dejaba de ser considerado un equipo chico, austero en lo que a popularidad respecta, lo que en teoría lo relegaba de la posibilidad de conquistar la Copa Intercontinental. En cambio, tal honor -decían- le correspondería fácilmente a su adversario: el opulento Juventus de Michel Platinisu máxima figura, así como de la Selección de Francia ganadora de la Eurocopa '84-; Gaetano Scirea -fallecido prematuramente en un accidente automovilístico- y Antonio Cabrini, prolíficos baluartes de la defensa de la Vecchia Signora entre el primer lustro de la década de 1970 y 1980, al tiempo que integrantes de la Italia campeona del Mundo en España '82; Michael Laudrup, ascendente atacante danés, de destacada labor en México '86; y el tosco pero efectivo centrodelantero Aldo Serena, mundialista de la Squadra Azzurra en dos oportunidades consecutivas; que había accedido a enfrentarse con Argentinos tras acreditarse la Champions League, aunque en luctuosas circunstancias, habida cuenta del desencadenamiento del episodio conocido como La Tragedia de Heysel (2).
    No obstante la modestia que en la víspera del cotejo  se le atribuía en comparación con su poderoso contricante, el conjunto de La Paternal sabía que no se había llegado hasta el lejano Japón para limitarse a ejercer el rol de partenaire. A los descollantes valores surgidos de su cantera -denominada El Semillero del Mundo (3)- como Adrián Domenech, Claudio Borghi y Sergio Batista, los dos últimos campeones mundiales en México, se le acoplaban futbolistas experimentados de la talla de Jorge Mario Olguín, referente de la zaga central del combinado albiceleste que se consagrara como anfitrión en la Copa del Mundo de 1978; Juan José López, talentoso volante derecho que cosechara siete títulos en el plano doméstico en los once años en que brillantemente se desempeñara en River, institución en la que fuera contemporáneo de Emilio Nicolás Commisso y José Luis Pavoni; y José Antonio Castro, tan peligroso al encarar por el wing derecho como espontáneo para efectuar declaraciones filosas.                         ¿Quién era el responsable del equipo? De ningún modo, un mero continuador de la obra que iniciara Angel Amadeo Labruna, obligado a renunciar a su cargo a mediados de 1983, merced al precario estado de salud que poco después le depararía la muerte (4). Tampoco un improvisado reemplazante de Roberto Marcos Saporiti, bajo cuya conducción Argentinos alcanzó el Torneo Metropolitano 1984...
  En su trayectoria como entrenador, a José Yudica bien se lo puede calificar de hacedor de milagros; antes, durante y después de su primer paso por el Bicho (5). De su admirable palmarés sobresalen
 hitos como el primer campeonato conseguido por Quilmes en la Era Profesional (Metropolitano 1978), el retorno de San Lorenzo a la máxima categoría del fútbol argentino (1982) y la vuelta olímpica que a posteriori pegaría Newells al erigirse como el mejor cuadro de la temporada 1987/ 1988. Entre tamaños lauros, por supuesto, median la obtención del Nacional y la Copa Libertadores en 1985 ya con Argentinos, progresiva y necesaria escalada hacia el objetivo final que lo había trasladado hacia el continente asiático.

                                 


  De carácter distante -hombre de pocas pulgas, que le dicen-, el Piojo, quien jamás se permitió tutear a sus dirigidos, se sentía, sin embargo, plenamente familiarizado con la causa. Se atrevió, inclusive, a garantizar públicamente la superioridad de su elenco, a la par que relativizó la valía del adversario: "Me da la impresión que esta gente está  segura de que nos van a golear...Y me parece que se van a llevar una gran desilusión". Y añadió: "Sí, es cierto que le reconozco méritos de su experiencia, que es mayor que la nuestra, y de la seguridad para concretar las situaciones propicias; pero sigo creyendo que nosotros somos mejor equipo."
  Por el lado de Juventus, el único que parecía reconocer abiertamente la trascendencia del compromiso a dirimirse el domingo 8 de diciembre de 1985 era Platini. "Nadie duda de que en Europa y en Sudamérica se está el mejor fútbol del mundo. Yo respeto mucho a los jugadores argentinos no sólo porque tienen una gran técnica, sino porque triunfan en el Calcio",  manifestó en la previa el astro francés, al tiempo que remarcó la particular importancia del trofeo en disputa para el conjunto turinés, que si bien "ya ganó todos los títulos posibles, éste es el único que nos falta".
  Agotado el tiempo de los dichos, comenzaba a vislumbrarse en el campo de juego lo que se insistía en rotularse como un choque de estilos diametralmente opuestos. Líbero y stópper vs marcación en zona. Pragmatismo y mecanización vs improvisación y técnica individual. Superioridad física y atlética vs La nuestra (6). En esencia, un típico enfrentamiento futbolístico entre un equipo europeo y otro sudamericano.

miércoles, 7 de octubre de 2015

                                 
                         Rock Hudson, el seductor trágico (última parte)
                                                   
                                                       
      En simultáneo con la operación a corazón abierto que afrontó Rock Hudson, se desató en Estados Unidos una enfermedad cuyo notable índice de mortalidad afectó en gran medida a la comunidad gay. Si bien la propagación del SIDA (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida) se había achacado originalmente a la promiscuidad supuestamente propia de los homosexuales, pronto se registraron casos en
personas normales -así se denominaba a los heterosexuales- y en adictos a las drogas.
     Por entonces, Rock ya no amaba a Tom Clark, a quien lo ligaba una relación de casi una década. Por el contrario, lo fastidiaba su mera presencia en El Castillo. Inclusive, Hudson ya se había rendido a los encantos de Marc Christian McGuins, 28 años menor que él, instructor en musculación a tiempo parcial.
     Desde  ya, su apuesto vecino se correspondía fielmente con el tipo por el que el actor se desvivía: alto, rubio, de ojos azules y de físico tallado. Rock terminó por desarmarse cuando el Beef Cake (1) le confió que era bisexual y que acababa de salir de un romance con una experimentada mujer. Es que para el maduro galán su compañero de ocasión le resultaba aún más viril si, a la vez, intimaba activamente con el sexo opuesto.

                                         

      Con todo, Tom había resuelto pelear por el amor de Rock. Siempre anidó en su corazón la esperanza de la reconciliación. En contraste, el artista sentía que ya lo había soltado. Lo único que imposilitaba la oficialización de la ruptura era la incapacidad de Hudson para enfrentar el final de una relación, ya fuese noviazgo, amistad o en la faz profesional. En cambio, apelaba a la dolorosa indiferencia -a veces, al hostigamiento- para que el otro cayera en que no le quedaba más alternativa que marcharse.
     Claro que no fue el caso del perseverante Tom. Por ello, la incómoda situación que se generó al coexistir Tom y Marc en El Castillo durante unos meses.
     Harto de que Clark no descifrara sus particulares códigos de (in)comunicación, Rock, quien decidió interrumpir un viaje a Nueva York que habían realizado en conjunto, propició una acalorada discusión que le brindó el pretexto ideal para echar a golpes de la lujosa mansión a su ya expareja.
     Perpetrada la golpiza, Hudson se apuró en corregir su testamento. Relegó de la cuantiosa herencia a Tom y designó como principal beneficiario a George Nader, secundado por Mark Miller, quien desde hacía un tiempo se desempeñaba como secretario y administrador de Rock producto del forzoso retiro de la actuación de su eterno prometido, al perder la visión de un ojo en un infortunado accidente que truncó definitivamente su carrera.
     A Rock, librarse por completo de Tom -quien pese a su obligada retirada continuaba con la idea de retomar el enlace en un futuro cercano- no le valió una una venturosa convivencia con Marc Christian.
     Aunque en un comienzo abundaran las demostraciones mutuas de cariño, pronto acabó por revelarse la verdadera identidad del apuesto blondo.
     Según supo el entorno de Rock, Marc era por demás conocido en el subterráneo ambiente gay de Beverly Hills. Al decir de Mark Miller, fueron criteriosamente unánimes los testimonios que al respecto recabó en una fiesta afín.
     Peor aun, a poco de alojarse en El Castillo, Christian se convirtió en un auténtico vividor: se despertaba recién al mediodía -lo que motivó que Rock lo apodara El Príncipe Durmiente-, usufructuaba la colección de automóviles de su pareja, pasaba puntualmente por la administración de Mark para que le fuese entregado SU dinero...Incluso, incurrió en deslealtad afectiva para con Rock. Así como se ausentaba subrepticiamente por las noches, fue sorprendido -aunque sin percatarse- por personal subordinado a Hudson de sus clandestinos flirteos en la mismísima habitación de la estrella de cine.
    Por fin, Christian le confesó a Rock no sólo que era cierto que había mantenido relaciones sexuales con otros hombres por dinero, sino que asimismo había pergeñado una calculada táctica de cacería en los Brooks Baths a los que Hudson concurría asiduamente para disfrutar del sauna. A sabiendas de que el encumbrado actor era un incondicional del lugar, Christian entendió que para seducirlo bastaría con pavonearse en los vestuarios.
    Desde ya, a Rock lo envolvió la desazón, pero no tomó una decisión inmediata porque pronto habría de focalizarse en su salud, a la que ya no le otorgaba la prioridad de la época en que le fuera colocado el quíntuple bypass.

viernes, 2 de octubre de 2015

 
                                     Rock Hudson, el seductor trágico



                                                     
     "Cuando era un chiquillo, supe que quería ser actor. Pero como vivía en una ciudad del Medio Oeste no lo decía porque era una cosa de nenas", reveló ya en su madurez el galante artista de Hollywood al retrotraerse a su infancia, signada por los apremios derivados de La Gran Depresión de 1929.
     De hecho, cuando niño, Roy Harold Scherer, nacido el 17 de setiembre de 1925 en Winnetka (Illinois), residía en una modesta aunque amplia vivienda -propiedad de sus abuelos- con el resto de la numerosa parentela. Mientras que los anfitriones pernoctaban en un porche cerrado, y su tío y esposa -a quienes se sumaban sus cuatro hijos- ocupaban el altillo, al pequeño le asignaron el dormitorio central junto a sus padres.
     Pese al estrecho vínculo que lo unía a su mujer e hijo, papá Roy, mecánico de profesión, abandonó el habitado hogar frustrado por el impedimento de mantener a la familia que había conformado. Nunca volvió: se instaló definitivamente en California.
     Fue allí que Roy Harold junior afianzó sensiblemente el lazo con su madre Kay, de quien heredó, por caso, el escepticismo por la religión en un entorno imbuido por la ortodoxia del catolicismo. Tanto que, en un descuido de su progenitora, la abuela Wood propició el bautismo del niño en la Iglesia del Colegio Sagrado Corazón al que acudían sus primos, con los que compartía la austera vivienda de Winnetka.
     Con todo, Roy jr continuó sus estudios secundarios en la escuela pública New Trier, célebre por la formación musical y teatral que proponía a sus alumnos. Si bien ya disfrutaba con los filmes de John Hall y Dorothy Lamour, lo concreto es que el adolescente distaba entonces de manifestar aptitudes artísticas con las que gozar del favor de las autoridades del establecimiento. Tampoco era que a sus 15 años pudiera jactarse de poseer un rostro atractivo ni un físico de Adonis. Por el contrario, su desgarbados 1,94 metros de altura hacían resaltar todavía más su ya esmirriada figura, lo que redundaba en serias dificultades para conseguir una vestimenta acorde a su considerable estatura.
     Por entonces, Roy se contentaba con aprender a tocar el piano observando a mamá Kay. Así, de oídas, fue capaz de ofrecer distintas versiones de boogie-woogie, que complementaba con rítmicos danzarines de jitterbug. Eso sí, fue desechada la posibilidad de ampliar su educación en una academia pues las financias escaseaban. Inclusive, para abaratar costos, madre e hijo se mudaron a la mansión de una familia pudiente en la que Kay se había empleado, en la que compartían una cama en la habitación consignada al personal de servicio.
    El apuro económico pareció menguar en cuanto Kay -a quien su hijo definió alguna vez como "mi madre, padre y hermana mayor"- conoció al marinero Wally Fitzgerald, quien se desempeñaba como paleador de carbón en la planta Water Works, proveedora de agua y electricidad. Una vez celebrada la boda, Fitzgerald adoptó a Roy bajo su tutela; de ahí que le legara su apellido.
   No obstante la aceptación inicial, fueron las discrepancias en la concepción de la virilidad las que deterioraron progresivamente la relación entre Roy y su padrastro. A las palizas que Fitzgerald le infligía a su esposa -con la que se casó, divorció y luego volvería a casarse-, le seguían las padecidas por el adolescente, puesto que consideraba que solo de ese modo su hijastro se convertiría íntegramente en un hombre.
  Tardíos resultaron, sin embargo,  los lacerantes correctivos. Es que Roy se había decantado con suma antelación. Tenía exactamente nueve años cuando, en virtud de una visita a una granja contigua al hogar de sus abuelos, se sintió atraído por el sexo masculino, especialmente por el dueño de la finca, mucho mayor que él.
                                             

   Recién concluiría que no era el "único que se sentía así" al enrolarse en la Marina, para la que sirvió entre 1943 y 1946. Una vez destinado a la isla Samar (Filipinas) en pleno desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, Roy -entre temerarias maniobras- se introdujo en las experiencias homosexuales con varios de sus compañeros, no sin antes su partenaire de ocasión le garantizara la más absoluta discreción.

sábado, 19 de septiembre de 2015

  El detallado análisis del historial entre Los Pumas y los All Blacks

                                           
    Es la víspera del trascendental debut de Los Pumas en la Copa del Mundo de Inglaterra 2015. ¿El rival? Nueva Zelanda, la máxima potencia rugbística, al que lo vincula un historial de enfrentamientos con saldo netamente adverso, aunque a la vez dotado de  récords, curiosidades e incluso un único resultado "favorable", con tintes de hazaña.
    En lo que respecta a certámenes mundialistas, Argentina y los All Blacks confrontaron en dos oportunidades, coincidentemente con los dos títulos logrados como anfitrión por el conjunto de Oceanía. En el primer cotejo, correspondiente a la tercera y última jornada del Grupo C del Campeonato de 1987 (1), los neocelandeses vapulearon a Los Pumas por 46-15, tras lo que el equipo capitaneado por Hugo Porta resultó eliminado puesto que necesitaba apoyar tres tries -y no uno, como acabó sucediendo- en el ingoal del temible adversario para acceder a la segunda ronda.
    El restante se produjo en virtud de la celebración de la RWC 2011, que antecedió a la que Inglaterra inauguró ayer con un triunfo sobre Fiji (35-11). Luego de una encomiable producción en la etapa inicial, en la que inclusive había logrado ponerse en ventaja en el score, el combinado nacional sucumbió a la irrefrenable arremetida del local y se despidió del torneo en cuartos de final al caer por 33-10 en el Eden Park de Auckland (2), escenario de la postrera consagración de Nueva Zelanda al superar ajustadamente a Francia (8-7) en la instancia cúlmine, tal como ocurriera en 1987, aunque entonces el triunfo fue por 29-9.
  Por otra parte, desde que se incorporaran en 2012 al Rugby Championship (3), Los Pumas se convirtieron en asiduos oponentes de los All Blacks. No obstante, lejos de constituirse en un escollo, el representativo albiceleste resultó vencido en los siete encuentros que disputaron hasta el momento. En su edición debut, de hecho, el equipo argentino padeció la mayor derrota de su historia como local, al ser arrollado por 54-15 por los Hombres de Negro en el Estadio Unico Ciudad de La Plata, con lo que consecuentemente la visita acabó por conquistar el trofeo.

                                       
    A su vez, el historial de test-matches, en un principio la base de los enfrentamientos entre Los Pumas y los All Blacks, depara resultados récords para el combinado nacional, especialmente por el componente catastrófico de las derrotas sufridas. Es que durante la gira que realizara por el país de Oceanía, en 1997, la Selección Nacional de rugby afrontó el más duro traspié de su existencia: los neocelandeses los aplastaron por ¡93 a 8! en el primer desafío, así como 62-10 en la revancha, si cabe el término.
  No obstante, fue en esa misma condición que Los Pumas consiguieron su único aliciente -que no triunfo- ante el mejor equipo del Mundo, empresa de la que próximamente se cumplirá su trigésimo aniversario.

viernes, 18 de septiembre de 2015

      Allá a lo lejos: cuando Buenos aires tembló por primera vez
   
   
     La madrugada del martes 5 de junio de 1888 los habitantes de ambos márgenes del charco despertaron inéditamente contrariados. Es que se había desatado un fenómeno que se creía ajeno a la zona en cuestión. Al destierro del mito le siguió la convulsionada realidad de la incipiente jornada: un terremoto de una magnitud de 5,5 grados en la Escala de Ritcher se había desencadenado en pleno Río de la Plata, distante a solo 15 kilómetros al sudoeste de Colonia del Sacramento y 41 al este de la Ciudad de Buenos Aires.
      Si bien no llegó a originarse directamente en su dominio, el sismo, de entre 45 y 58 segundos de duración, fue el primero de intensidad relevante que registra en su haber la capital de nuestros país (1). No obstante el pánico generalizado de que fueron presas, no se produjeron víctimas fatales entre los pobladores porteños. Eso sí, los temblores resultaron lo suficientemente poderosos como para redundar en daños edilicios tales como la caída de muros de la obra (en construcción) de la Basílica Nuestra Señora de la Piedad,  ubicada en la intersección de las calles Bartolomé Mitre y Paraná, actual barrio de Congreso.
      A diferencia de la ocurrido en territorio continental, el vapor Saturno, que había zarpado desde el puerto de Buenos Aires, estuvo próximo a sucumbir a los efectos del terremoto. Al orillar la localidad uruguaya de Colonia, al capitán se le tornó ingobernable el control de la nave. Inclusive, pese a que en el momento crítico fuera forzada su varadura, la embarcación prosiguió su marcha. Finalmente, el potencial naufragio fue sorteado y retomada en consecuencia la libre navegación.
     Así como la metrópoli porteña, La Plata y Rosario fueron otras de las zonas teóricamente exentas de actividad sísmica que se sumieron a los efectos del fenómeno natural. Mientras que en la Ciudad de las Diagonales abundaron los destrozos, si bien de relativo calibre en comparación a lo que sucedería en la actualidad merced a las construcciones de escaso porte que entonces predominaban, los moradores rosarinos amanecieron en vilo, temerosos de que se replicaran durante el resto de la gélida noche las vibraciones que en alternancia habían estremecido la región.
    Según los expertos, que coinciden en aseverar que no existe ni una sola área completamente asísmica en todo el planeta, la fallada cuenca de Punta del Este, causal de movilización de placas tectónicas que liberan ondas proclives a los temblores, fue la responsable del terremoto acaecido en el Río de la Plata en 1888.
     En lo que respecta al vecino país oriental, Montevideo y Maldonado se revelaron como las principales ciudades afectadas al fenómeno. Se reportaron episodios de creciente intensidad; entre otros, oscilaciones rítmicas de objetos colgantes, resquebrajamientos de paredes y hasta derrumbes de rudimentarias casillas montadas sobre fondo arenoso, afines a las ondas sísmicas.

  (1) En rigor a la exactitud, el primer terremoto documentado en el Río de la Plata se remonta al miércoles 9 de agosto de 1848; solo que los efectos del fenómeno, al que se le restó importancia producto de su relativa gravitación, alcanzaron primordialmente a Uruguay. No así a la ciudad de Buenos Aires (y su zona de influencia) que recién 40 años más tarde registraría actividad sísmica.


 
 





sábado, 12 de septiembre de 2015

 
                                   

                                El Loco Gatti: la despedida más injusta

                                       
   En coincidencia con la vigésimo quinta temporada consecutiva de su laureada trayectoria, al ídolo, quien refundara el denominado puesto de los bobos, lo envolvió en cada presentación de su equipo el sentido aplauso de las hinchadas del fútbol argentino, a excepción de la propia. Hacía tiempo ya que en La Bombonera no resonaba el consabido hit que otrora le tributara el sector más bullicioso de la parcialidad de Boca. "Eh, chupe, chupe, chupe, no deje de chupar...El Loco es lo más grande del fulbo' nacional", tal el cántico que le tributaba cada domingo el sector del Jugador Nº 12 comandado por José Barrita, hasta que el longevo arquero cometió la osadía de inmiscuirse en menesteres tocantes a los oscuros intereses de El Abuelo y sus adláteres.
   Dos fueron los motivos primordiales por los que Hugo Orlando Gatti provocó la ira de los caracterizados adictos al cuadro xeneize. En primer lugar, el oriundo de la localidad bonaerense de Carlos Tejedor, se había decantado públicamente en las elecciones presidenciales boquenses de fines de 1986 por la victoriosa fórmula Antonio Alegre-Carlos Heller -de denodado empeño por erradicar a las barrabravas de los estadios- en desmedro de la candidatura lanzada por el binomio Alberto J. Armando-Luis Conde, por el que abogaba La 12 de El Abuelo. Posteriormente, el Loco, de filiación radical, que había heredado de su campechano padre, adhirió a través de un spot publicitario a la campaña proselitista de Juan Manuel Casella, por la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires; al contrario de Barrita y su barra, que apoyó al justicialista Antonio Cafiero, postrero triunfador en los comicios, habida cuenta de su manifiesta suscripción al peronismo (1). No extrañó, por tanto, el creciente repudio de los vándalos hacia la figura del exguardameta, al que no solo le dedicaron gruesos epítetos, sino trapos - de acuerdo con el argot tribunero- en el que, por ejemplo, lo tachaban de "hincha del austral".

                                   
   Peor aún, el desarrollo de la primera rueda del Campeonato de Primera División 1987/1988 se caracterizó por una paupérrima producción colectiva de Boca, que le costara el cargo a dos directores técnicos en solo 19 fechas, así como por una notoria declive en el rendimiento individual de sus futbolistas, que afectó principalmente al Loco Gatti.
  Si bien en la jornada inaugural del certamen el experimentado portero le había contenido su remate a Rubén Darío Insúa, en la derrota xeneize como local ante Estudiantes por 2 a 1, que le significó conquistar el  récord de penales atajados en la Era Profesional (26), su gravitación resultó nula, por caso, para evitar la histórica goleada por 6 a 0 con la que Racing prácticamente sentenció la gestión de Roberto Marcos Saporiti como entrenador del club de la Ribera.
  Con la consecuente asunción de Juan Carlos Lorenzo, quien iniciaba de ese modo su segundo ciclo
 como DT de Boca, la alicaída figura de Gatti pareció revitalizar. Es que el Toto -que lo dirigiera en aquel equipo de Unión que se constituyó como la revelación del Torneo Metropolitano 1975, obtenido por River tras 18 años aciagos- fue el mismo técnico que solicitara expresamente su contratación para conformar la escuadra azul y oro que se consagrara a nivel local, continental e intercontinental durante el segundo lustro de la década de 1970.

                                 

    Pronto, no obstante, se resquebrajó el idilio que el Loco mantenía con Lorenzo, a quien consideraba junto a César Luis Menotti uno de los mejores entrenadores que tuviera en su extensa carrera. El conflicto se originó en ocasión del inapelable 5 a 1 con que Newell's arrolló al conjunto xeneize en plena Bombonera, del que Gatti fue directamente responsable en la apertura del marcador así como de la tenue resistencia ofrecida en los dos goles subsiguientes, lo que disparó el hostigamiento al que sistemáticamente lo sometía la barra de El Abuelo e incluso el abucheo de gran parte de los hinchas genuinos que aquella tarde habían concurrido al entonces llamado Estadio Camilo Cichero. De ahí que el de Carlos Tejedor pidiera encarecidamente su reemplazo en el intervalo por el arquero suplente, Sergio Luis Genaro, a su director técnico.
  Tras el holgado traspié, Gatti se sumió en tal abatimiento que dejó de concurrir repentinamente a los entrenamientos semanales del plantel xeneize, una de las más serias faltas en las que, según Juan Carlos Lorenzo, podía incurrir un futbolista. Por ello, el cruce de declaraciones que sostuvieron el guardameta y el entrenador. Mientras que el Toto tildó a su dirigido de gattista -esto es, de excesivo individualismo-, el autoexcluido Loco, definitivamente desilusionado con uno de sus dos DT predilectos, acusó a Giancarlo de abandonar a Boca en el epílogo de su primera etapa al frente del equipo cuando se requería "ponerle el hombro" -de acuerdo con su textual testimonio- a la merma que en 1979 comenzaba a despuntar en la performance auriazul.
  A instancias de la opaca labor de Genaro en la valla xeneize, Gatti y Lorenzo pactaron una momentánea tregua que posibilitó el retorno del Loco a la titularidad a falta de tres fechas para la culminación de la primera rueda del campeonato. La forzada convivencia, sin embargo, apenas se prolongó unas pocas semanas, pues el Toto fue cesado en sus funciones por la Comisión Directiva como consecuencia de la errática campaña del primer equipo, que al finalizar el año 1987 ocupó la penúltima plaza en la tabla de posiciones.
  Lejos de abrumarse con la partida de Lorenzo, a Gatti lo entusiasmó la anunciada contratación del sucesor del Toto, procedente de Independiente, en el que se desempeñara exitosamente merced a la calidad y cantidad de laureles conseguidos. Incluso, el exarquero se animó a definir al nuevo entrenador como "un Menotti reo", dotado de "la sabiduría de la calle", con lo que -exceptuando algún matiz- pretendió describir la corriente de afinidad que él creía lo vinculaba  al tercer DT que asumía en Boca en solo un semestre.
 Grosero error de cálculo de alguien que se ufanaba de ser el más vivo en el deporte no apto para "boludos"...

sábado, 5 de septiembre de 2015


                                A 22 años de la más dolorosa goleada
 
                                           


      Era una cuestión de honor. Principalmente, porque había que vengar la categórica derrota con que la visita había sentenciado en Barranquilla la serie de 33 partidos invicta que ostentaba la Selección Nacional. A su vez, el equipo dirigido por Alfio Basile ni siquiera había conseguido doblegar a su verdugo en la reciente obtención de la Copa América celebrada en Ecuador (1). Allí, la eliminación en semifinales se había producido por definición por penales, previo empate en un tanto en primera fase. De ahí, la inusitada expectactiva que en la víspera del domingo 5 de setiembre de 1993 potenciaba la trascendencia del choque entre Argentina y Colombia, por la última fecha del Grupo A de la CONMEBOL, correspondiente a las eliminatorias clasificatorias al mundial de Estados Unidos 1994, cuyo vencedor accedería automáticamente al magno evento.
     No obstante los inmediatos antecedentes, en  la inminencia del definitorio encuentro, el grueso del plantel argentino coincidía en relativizar la incuestionable valía del rival, líder invicto de la Zona que asimismo integraban Paraguay y Perú, con 10 puntos, uno más que el conjunto albiceleste. "Colombia no ganó nada", declaraban al unísono los futbolistas de nuestro seleccionado, dotados de una omnipotencia que no les cabía en absoluto.
     En contrapartida, los hinchas argentinos, aun ilusionados con el resarcimiento del entonces vigente campeón sudamericano, eran plenamente conscientes de las posibilidades del conjunto cafetero. Por ello, la estrategia intimidatoria que trazaron ni bien la delegación colombiana hubo aterrizado el viernes 3 de setiembre en el Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini de Ezeiza, dos días antes del desafío. Por supuesto, el foco de hostigamiento recayó en los más encumbrado valores del adversario, como Carlos Alberto Valderrama -al que uno de los más exaltados simpatizantes llegó a tironearlo de su frondosa cabellera, que el Pibe cuidaba celosamente-, Faustino Asprilla, Freddy Rincón y José Adolfo Valencia; autor este último de uno de los dos goles del triunfo en el partido de ida.
     Tras la calurosa bienvenida, el siguiente método de ablande. Durante las dos noches que oficiaron de vigilia del partido, un puñado de adictos albicelestes se apostó en derredor del Hotel Caesar Park, ubicado en el barrio porteño de Recoleta, en el que se alojaron los colombianos, con objeto de interrumpir su sueño.    El aturdimiento que generaba la música, sin embargo, distó de trastocar el estado de ánimo de los vituperados visitantes. Especialmente, el del entrenador y hacedor de la exitosa Selección de Colombia, Francisco Maturana, quien creía percibir en las respectivas declaraciones y manifestaciones de jugadores e hinchas locales un respeto rayano en el temor. Es decir, la señal inequívoca de que, según su propio testimonio, "no era descabellado ganar"...¿Tampoco golear?

lunes, 24 de agosto de 2015

   
                                        Virus y su fin de semana de Locura


                                       
      Corrientes y Suipacha, tradicional esquina del centro porteño. El escenario que albergará el evento musical es el mismo de hace 30 años. La convocatoria, también: la capacidad del Teatro Opera Allianz rebasará de espectadores en breves instantes. De ahí el bullicio que rebota en el hall principal en la víspera de la función,  en el que conviven los fanáticos que descubrieron a la legendaria banda de La Plata ya en el siglo XXI y los que atestiguaron el levitar sensual del inmortal Federico Moura sobre las tablas. De pronto, unos y otros son llamados a ocupar sus respectivas ubicaciones. La fiesta es inminente. Virus se apresta a inaugurar la anunciada celebración del trigésimo aniversario de su quinto disco, Locura, el más taquillero de su prolífica historia, que desde su concepción vendiera más de 350.000 unidades.


                                 

     A medida que se colma la capacidad del recinto, los expectantes concurrentes se abocan a inflar globos amarillos, azules, naranjas y verdes, que piensan soltar apenas se produzca la aparición de su grupo favorito. Enseguida, interrumpen su tarea de ocasión , pues a las 21.45 sube el telón. Se oyen los primeros acordes. "Recordando tu expresión...", entona Marcelo Moura, vocalista del sexteto platense desde 1989. Es toda una hazaña para los fans permanecer sentados cuando suena Pronta Entrega, uno de los máximos hits de Virus, que habitualmente suele incluirse en el clímax de los shows ofrecidos por la banda. Claro que -al menos en un comienzo- la solemnidad que irradia el remozado Teatro Opera tampoco invita al libre movimiento del cuerpo. No extraña, por tanto, que los asistentes deban asimismo conformarse con recitar las estrofas del pegadizo Destino circular desde la quietud de sus butacas.
   No obstante, cuando llega el momento de ese ingenioso canto a la masturbación titulado Una luna de miel en la mano, el tema más exitoso de los hermanos Moura, los de la primera fila se olvidan de las formalidades y arengan al resto de la multitud no solo a emular sus pasos de baile sino también a que procedan al inamovible viejo ritual de lanzar caramelos de miel al escenario.
   Acto seguido, se impone el machacante synthpop de Sin disfraz, que revela una aventura prohibida con un taxi boy de "piel morena y sensual...perfumada". Entonces, sí, se torna imposible volver a los asientos. Hotel Savoy -tal como acostumbran llamarle los miembros de la banda- constituye el corolario del segmento inicial del espectáculo, que se caracterizó por un íntegro repaso de los ocho temas que componen Locura.
   Tras el intervalo, a los estelares protagonistas se suma un cuarteto de jóvenes cuan eximios músicos, representado por dos violines, una viola y un violonchelo. El desconcierto se apodera de la sala: "¿Nos sentamos o nos quedamos parados?", se preguntan los que se agolparon en el umbral del escenario. "¡Abajo!", gritan con decisión los de las hileras inmediatamente posteriores, a quienes se le dificulta la mejor visión del espectáculo.

viernes, 14 de agosto de 2015

                                  A 40 años del final de la famosa racha

                                           
       Tras un extenso período signado por el esplendor, sobrevino inexplicablemente el deterioro de la Casa Blanca del fútbol argentino. Fueron diversas las causas que contribuyeron al paulatino resquebrajamiento de la fastuosa estructura. Entre ellas, el fracaso que derivó especialmente para River del impulso del denominado Fútbol Espectáculo de comienzos de 1960 (1), en el que a las buenas intenciones de su presidente, Antonio Vespucio Liberti, se opuso no solo la ausencia de títulos, sino también la decepcionante producción de las rimbombantes incorporaciones realizadas, como la del español Pepillo II (2), proveniente del Real Madrid, a quien se lo consideraba el sucesor de Alfredo Di Stéfano; la lacerante derrota ante Peñarol (2-4), luego de haberse impuesto por 2-0 al finalizar la primera mitad, por el tercer partido final de la Copa Libertadores 1966, jugado en Santiago de Chile, que le valió al cuadro de Núñez el infame mote de gallina (3) y el evidente penal por mano intencional cometido por Luis Gallo, lateral derecho de Vélez, insólitamente ignorado por el árbitro Guillermo Nimo, en la igualdad en un tanto ante el club de Liniers por el triangular desempate del Nacional 1968, determinante para la postrera consagración del Fortín, que relegó al Millonario al subcampeonato por diferencia de gol.
         Peor aún. Durante la nefasta racha que entonces atravesaba la entidad riverplatense, Boca cosechó cuatro títulos a nivel local en un lapso de siete años, la mayoría de ellos obtenidos ante su más acérrimo adversario cuando ambos equipos pugnaban por adjudicarse el certamen.
   Tal fue el caso del Superclásico correspondiente a la penúltima fecha del Campeonato de Primera División 1962, disputado en la Bombonera. Allí, a instancias del referee Carlos Nai Foino, se produjo uno de los episodios más polémicos de la historia del tradicional enfrentamiento: el del famoso adelantamiento del arquero xeneize, Antonio Roma, en el penal ejecutado por el brasileño Delem. No obstante las airadas protestas de los jugadores visitantes, el conjunto millonario cayó por 1 a 0, tras lo que debió conformarse con el segundo puesto, a solo dos puntos de Boca, merced a la goleada auriazul sobre Estudiantes (4-0) en la jornada de cierre.
         Por muy frustrante que haya resultado aquella experiencia, sin embargo, no puede compararse al despojo sufrido por River en favor de su archirrival al cabo de la definición del Campeonato Nacional 1969. En esa oportunidad, el club de Núñez y su par de la Ribera se enfrentaron en el Monumental por la décima séptima y última fecha; una auténtica final , pues el conjunto visitante, líder del certamen, aventajaba a su contrincante por apenas dos unidades, con lo que un hipotético triunfo millonario podía forzar un desempate.
         El entrenador de Boca era una legendaria gloria millonaria: Alfredo Di Stéfano, quien en lugar de decantarse por el tradicional estilo combativo xeneize, le inculcó a sus dirigidos el fútbol de galera y bastón propio del paladar riverplatense. De ahí el planteo ofensivo que propusieron sus dirigidos desde el inicio del clásico, gracias a lo cual el Muñeco Norberto Madurga estableció el 2-0 parcial cuando restaban 10 minutos para la culminación de la primera etapa.
         Pese al inmediato descuento de Oscar Pinino Más, y la posterior anotación de Víctor Marchetti ya en el complemento, la reacción de River no pudo impedir que Boca se adjudicara el torneo y diera la consecuente vuelta olímpica en feudo enemigo, aunque salpicada por la apertura de los grifos que riegan el campo de juego del Monumental.
          Llegado el año 1975, el  millonario acarreaba 18 temporadas consecutivas sin conseguir un título a nivel local, la sequía más importante de su existencia, que se insinuaba más cruel aun habida cuenta de la sistemática humillación a la que lo sometió su máximo rival durante ese período.
         Por tanto, la Comisión Directiva riverplatense, encabezada por Rafael Aragón Cabrera, resolvió contratar los servicios del hijo dilecto de la casa, en quien confiaban iría a emular como entrenador su exitosa campaña como futbolista, en la que había logrado un sinfín de galardones, de los que destacan la obtención de nueve Campeonatos de Liga AFA, tres Copas Aldao, tres Copas doctor Carlos Ibarguren y una Copa Escobar; amén de haberse erigido como el máximo artillero de la historia de River, con 317 conquistas, y de la oficialidad del Superclásico (16). Casi nada...

lunes, 3 de agosto de 2015

 
                          Cuando una bengala asesinó al fútbol
             
 
     La fecha de caducidad del autoproclamado Proceso de Reorganización Nacional se avecinaba inexorablemente. Durante siete años y casi otros tantos meses, la dictadura más sanguinaria de las que detentara ilegalmente el poder en el país se había abocado a acallar las voces de discrepancia con premeditación y alevosía. El plan de aniquilación sistemático pergeñado por las sucesivas juntas militares que usurparon el mando a partir del miércoles 24 de marzo de 1976 incluyó desde exilios involuntarios, secuestros forzosos y apremios ilegales pasando por la organización de la Copa Mundial de Fútbol 1978, cuyo escenario consagratorio para la Selección Argentina distaba  pocas cuadras de uno de los más activos centros de detención clandestinohasta llegar a la declaración de guerra por las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur a una potencia de la talla de Inglaterra, sensiblemente reforzada en sus filas. La capitulación de las huestes patriotas, después de 74 días de intercambiar hostilidades con el enemigo, sentenció el original propósito de los represores de perpetuarse en el mando. De hecho, fueron los propios jerarcas castrenses quienes, una vez asumido el estrepitoso fracaso de su gestión, propiciaron el retorno de la democracia. Es que, más allá de los aberrantes crímenes de lesa humanidad perpetrados por los capitostes del Proceso y sus subordinados, patentes en el asesinato y desaparición de más de 30.000 personas, ya habían quedado largamente al descubierto los efectos de la inviabilidad de su modelo económico, traducido en corrupción, endeudamiento, desempleo, desigualdad, pobreza e indigencia crecientes.
     Era inmejorable, por tanto, la oportunidad que se les presentaba a los partidos políticos, favorecidos por la convocatoria a elecciones fijada para el 30 de octubre de 1983, de consumar el objetivo primordial de la convergencia conocida como La Multipartidaria, concebida en 1981: persuadir a las autoridades del régimen militar para que cesaran en su mando y así, una vez restablecidas las garantías constitucionales, encauzar el errático rumbo de la nación.
     No obstante lo que pudiera presuponerse, la transición comprendida entre el final de la dictadura y el comienzo de la democracia distó de resultar una etapa signada por la armonía. Acaso sobreadaptado a la opresión imperante en los años de plomo, hubo un sector de la fuerza política de mayor predicamento en nuestro país que en sus manifestaciones públicas dilapidó la restitución del irrenunciable patrimonio que implica la libertad de expresión.
      En el último acto de su campaña proselitista, uno de los principales exponentes del justicialismo 
protagonizó un episodio de vandalismo que minaría considerablemente las posibilidades de la fórmula Italo Lúder-Deolindo Bittel. Fueron más de 1.000.000 de personas las que contemplaron estupefactas la quema de un ataúd con los colores e insignias de la Unión Cívica Radical -tradicional rival del justicialismo- por parte del dirigente sindical Herminio Iglesias, quien se postulaba a gobernador por la provincia de Buenos Aires.
       No extrañó en ese sentido el postrero triunfo de arremetida del tándem Raúl Ricardo Alfonsín-Víctor Martínez. El mensaje transmitido por los adherentes que cosechó el radicalismo en la víspera de los sufragios fue por demás elocuente: el pueblo estaba hastiado del patoterismo, de las imposiciones y de que se corporizara ante sí el símbolo de la muerte, más propio del nefasto período ya en retirada que del esperanzador porvenir.
      El fútbol, impar fiesta popular argentina, fue otro de los ámbitos jaqueado por el matonismo y la violencia en supuestos tiempos de unidad fraternal. Si bien para 1983 ya se contaban más de 100 víctimas fatales a nivel doméstico en los estadios y sus alrededores, nunca hasta entonces las denominadas barras bravas, grepúsculo de hinchas caracterizados proclives a los incidentes de trágicas consecuencias, habíán adoptado un protagonismo tan preponderante.
     En aquella época, de hecho, un inédito acontecimiento ocurrido en ocasión de un tradicional enfrentamiento entre dos importantes clubes sentó las bases de la creciente saña con que los barras acometerían contra sus rivales con el trascurso de los años.

miércoles, 29 de julio de 2015

 
                      Morir jugando: a 25 años del cierre del Italpark


                                             
   Era el último día de las vacaciones de invierno de 1990. Con el firme objetivo de mitigar la pena que le significaba el retorno a la escuela, el grupo de amigos de Villa Domínico se reunió desde temprano aquel domingo. Primeramente, los jóvenes asistieron a la misa de las 11, hábito adquirido en la Instituto San Vicente de Paul de Avellaneda, en el que cursaban el tercer año de la enseñanza secundaria. Consumado el religioso ritual, los adolescentes decidieron coronar el fin de semana a puro entretenimiento en el Italpark, parque
de diversiones de ensueño al que algunos de ellos jamás había concurrido.
   Tal era el caso de Roxana Alaimo, de 15 años, que pese a no ser una entusiasta de las atracciones mecánicas, terminó por contagiarse del manifiesto deseo de sus amigos de llegar a destino. La chica, hija únicahabía perdido prematuramente a su papá, principal razón de la estrecha relación que la vinculaba desde siempre a su mamáLidia Gerónima Rolando. Fue a ella a quien Javier Mujica Ríos, uno de los varones que integraba el grupo, le aseguró que velaría por el cuidado de Roxana.
  Aunque sin mala intención, Javier no había sido completamente sincero con la mujer. Lo inquietaba que un amigo suyo hubiera soñado que Roxana moriría en el Italpark. De todos modos, la joven había recibido en la misa matutina la bendición del sacerdote, por lo que desde la óptica del feligrés la integridad de la muchacha estaba garantizada.
  Para llegar a Recoleta, coqueto barrio porteño en el que se ubicaba el Italpark, la juvenil comitiva abordó, en ese orden, las líneas de colectivo 33 -hasta Parque Lezama- y 17, que orillaba la intersección de las avenidas Callao y del Libertadordirección exacta del predio, al que durante el mediodía se accedía sin cargo ni límite en la cantidad de veces que los concurrentes desearan subir a un juego. ¿Qué mas podían pedir Roxana y sus compañeros de aventuras?
  No obstante, a medida que despuntaba la tarde dominical del 29 de julio de 1990, la dinámica del parque de diversiones se insinuó afectada por una sucesión de desperfectos técnicos en las máquinas. Por ejemplo, en el Samba, uno de los más populares entretenimientos del Italpark, que semejaba una rueda que giraba y se sacudía a vivo ritmo, los usuarios debieron apelar a los más avezados métodos de malabarismo para descender del juego, que se había atascado a una altura considerable respecto al llano.

      Selvetti-Anderson, el duelo pesístico del siglo XX (última parte)
                                                       

                                               
     
     Nunca una celebración de la talla de los Juegos Olímpicos, que concita el favor de los más aptos deportistas de los cinco continentes y de millones de aficionados en todo el planeta, pudo abstraerse de la vorágine que circunda sus confines. De ahí, por caso, la suspensión de las ediciones de Berlín 1916 , Helsinki 1940 (1) y Londres 1944 (2), como consecuencia del desencadenamiento de la Primera y Segunda Guerras Mundiales.
     En lo competente a los JJ.OO de Melbourne 1956 (3), su inauguración  se insinuó visiblemente afectada por el estallido de tres conflictos bélicos de creciente intensidad.
     El primero de ellos fue la Guerra del Sinaí, que se iniciara en 1948 con el enfrentamiento armado árabe-israelí, y que recrudeciera el 29 de octubre de 1956 por la decisión del presidente de Egipto, Gamal Abdel Nasser, de nacionalizar el Canal de Suez -ruta artificial de navegación situado en ese país-, que de materializarse, perjudicaría los intereses económicos del Reino Unido y Francia, principales beneficiarios del petróleo que abundaba en tal sitio estratégico . A la cruenta invasión de la triple coalición británica-francesa-israelí le siguió la impiadosa réplica egipcia, cuyas Fuerzas Armadas hundieron 40 barcos aliados, por lo que se produjo el bloqueo del Canal. El cese de las hostilidades se consumaría  recién en 1957, con el retiro de las huestes  europeas e israelitas, a instancias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), tras lo que el Suez reabrió sus compuertas (4)
     De tal foco belicista, derivó el primer boicot internacional en la historia del olimpismo, pues Egipto, Líbano e Irak desisitieron de competir en Melbourne al desconocer el Comité Olímpico Internacional (COI) su reclamo tendiente a prohibirles la participación al Reino Unido y Francia.
     Pocos días después de los episodios acaecidos en Cercano Oriente, se desató la llamada Revolución Húngara. A ese respecto, la población de a pie de la República Popular de Hungría, subordinada a la voluntad de la Unión Soviética, se propuso resistir la política autoritaria impuesta en su país de origen a través de la nación emblema del comunismo. Por ello, la coordinada interacción del AVH y el Ejército Rojo, que el 4 de octubre sofocara la revuelta a sangre y fuego, por aire y tierra. Millares murieron y otros tantos resultaron heridos de gravedad.
     Con todo, el COI se rehusó a excluir del inminente certamen de Melbourne a la URSS, lo que
redundó en la segunda tanda de países que optaron por negarse a intervenir: España, Holanda y Suiza.
    Por su parte, Hungría, principal damnificado del catastrófico acontecimiento desencadenado en su seno, envió no obstante una nómina de 108 deportistas a los JJ.OO a disputarse en Australia ,de la que sobresalía el equipo de waterpolo, que había obtenido la medalla de oro en Helsinki 1952, y cuyo mayor rival en Oceanía se vislumbraba sería...Unión Soviética. El intercambio de agresiones entre húngaros y soviéticos, que forzó a la otrora cristalina piscina a adoptar paulanitamente una tonalidad furiosamente roja, motivó la suspensión del decisivo choque por semifinales, más conocido como El Baño Sangriento de Melbourne, en el que los húngaros se imponían 4 a 0, a la sazón el score definitivo definitivo del cotejo de acuerdo con la determinación oficial. Al día siguiente, los magiares retendrían el título al batir a Yugoslavia (2-1), aun pese a la ausencia de su estrella guía, Ervin Zádor (5), impedido de intervenir producto del brutal codazo en su ojo derecho que le aplicara su contrincante, Valentin Prokopov, con quien había mantenido una acalorada discusión.
   Disconforme con la ratificación de la participación de la República de China (nacionalista), con la que se había enfrentado en la Guerra Civil que culminara en 1949, República Popular China (comunista) fue la próxima en plegarse a la larga lista de deserciones que hubo de asumir el magno evento de Melbourne, que se completó con las de Malta, Panamá, Costa de Oro -hoy Ghana-, Guatemala y de otras naciones que habían rechazado la  invitación en primera instancia. De todas maneras, lo que amenazaba con ser una sensible disminución no fue tal, producto de los respectivos debuts en olímpicos de Alemania Oriental (6), Etiopía, Fiji, Kenia, Liberia, Uganda, Federación Malaya -actual Malasia-y Borneo Septetrional.
   Era tal el cariz belicista que acechaba la óptima apertura de los Juegos Olímpicos de 1956, que hasta la disputa entre las dos máximas potencias de Oriente y Occidente que conmocionaría al Mundo durante décadas, conocido como La Guerra Fría, apenas si podía calificarse de escaramuza ideológica en ese momento.
   Sin embargo, ni Estados Unidos ni la Unión Soviética sesgaban en su intento de acaparar el protagonismo estelar; máxime en tamaña celebración ecuménica. Los norteamericanos pretendían reasegurar su liderazgo del medallero final de Helsinki 1952, en el que fueran escoltados precisamente por su acérrimo enemigo, que aquel certamen había realizado su presentación olímpica. Los europeos, a su vez, se habían fijado un solo objetivo: "la" revancha, que a la postre acabaría por materializarse (7).
   Aun así, los soviéticos se sabían en inferioridad de condiciones frente a los norteamericanos en ciertas especialidades, aunque en ninguna manifestaron su respeto -léase temor- tan nítidamente como en levantamiento olímpico. Al igual que en la edición anterior, en Melbourne ni siquiera se molestaron en enviar a sus halterófilos a competir en la categoría de + de 90 kilogramos de peso corporal, lo que en principio hacía presuponer que -aunque debutante- el considerado mejor pesista del mundo, Paul Anderson, se adjudicaría una cómoda victoria. Después de todo, la única oposición digna que podía corporizarse ante el estadounidense, si bien experimentado en la materia, habida cuenta de la medalla de bronce que obtuviera en Helsinki, tan solo podía contentarse justamente con tal logro, toda una hazaña en una disciplina irrelevante en su país natal.
   Claro que de ningún modo nuestro Humberto Selvetti se había embarcado en semejante periplo de meses eternos para limitarse a oficiar de partenaire. De hecho, el Gordo nunca había reunido
chances de cosechar la medalla de oro como en la antesala del duelo a dirimirse la medianoche -según el huso horario australiano- del 26 de noviembre, en el Royal Exhibition Building de Melbourne, estado de Victoria.
   Aunque el entrerriano no lo supiera, su creciente potencial se notaría favorecido por un imprevisto que cercenaría sensiblemente la mentada invencibilidad de Anderson; tanto que incluso una junta médica recomendó al estadounidense que se abstuviera de competir...

jueves, 23 de julio de 2015


       Selvetti-Anderson, el duelo pesístico del siglo XX (parte 2)



   La confirmación de la celebración de los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956, los primeros en disputarse en el Hemisferio Sur y en Oceanía en particular, arreció, a la vez, con las ilusiones que acunaba Argentina de albergar el trascendental evento, tal como sucediera en la inminencia de los JJ.OO de Berlín 1936, y como ocurriría posteriormente al consagrarse como Sedes la Ciudad de México (1968) y Atenas (2004).
    En esa oportunidad, la designación de la ciudad australiana redundó en una frustración mayor aún para nuestro país:  Buenos Aires había eliminado inicialmente a una sucesión de postulantes de fuste, como las ciudades estadounidenses de Los Angeles, San Francisco o Chicago, y a México D.F., previo acceso a la elección final. Allí, la capital argentina fue derrotada por Melbourne por solo un voto (21 a 20), en una Asamblea conmemorada el 28 de abril de 1949 en Roma, Italia.
   A la distancia, no obstante, la hipotética nominación de Buenos Aires no habría resultado oportuna. Es que en 1956, el  panorama deportivo, político y social de Argentina distaba abismalmente de ofrecer las mejores garantías -entre otras, de seguridad- como para oficiar de anfitrión de semejante acontecimiento. Principalmente, porque había transcurrido más de un año ya desde que la autodenominada Revolución Libertadora derrocara al presidente constitucional, Juan Domingo Perón, en la segunda de sus tres gestiones como Jefe de Estado.
   El deporte argentino fue uno de los perjudicados por antonomasia de las resoluciones de los jerarcas del gobierno de facto. Y en lo que compete exclusivamente al olimpismo, se  prohibió terminantemente la intervención en Melbourne de atletas de probada valía,  como el equipo campeón mundial de básquet como local (1950); Eduardo Guerrero, quien en tándem con Tranquilo Capozzo cosechara la medalla dorada en remo en Helsinki 1952; la tenista Mary Terán de Weiss y el fondista Osvaldo Suárez.     La razón primordial del veto fue la adicción al peronismo que se les atribuía a ciertos deportistas; y a los que no, se los acusaba -como mínimo- de haber sido beneficiados con becas y prebendas para desempeñarse en competencias internacionales durante la gestión del General. De ahí la diezmada delegación que se embarcara rumbo a Australia, la más escasa que representara al país en la historia de los Juegos Olímpicos.
  Uno de los 28 competidores que consiguieron evadir el cerco impuesto por la Revolución Libertadora fue Humberto Selvetti, nacido el 31 de marzo de 1932 en la ciudad de Colón (Entre Ríos), acaso el principal depositario de esperanza del deporte nacional habida cuenta de su sostenida labor en levantamiento de pesas, que ya le había deparado importantes réditos.

domingo, 19 de julio de 2015

 
                      Selvetti-Anderson, el duelo pesístico del siglo XX


                                   

   Los cimientos de la legendaria fortaleza física de Paul Edward Anderson  se descubrieron a sus cinco años como oposición a una enfermedad  aparentemente incurable. Entonces, la salud del jovenzuelo oriundo del estado de Georgia , Estados Unidos, fue severamente jaqueada por el Mal de Bright, de crucial incidencia en el funcionamiento renal. No fueron los cristianas plegarias de su  familia -no del todo, al menos- las que posibilitaron la recuperación del precoz Anderson, a quien los expertos médicos le habían vaticinado una muerte inexorable, sino la misma determinación con la que no mucho después batallaría exitosamente contra los pesos.
  Consciente de su don, que abrazaba la seducción que desde siempre lo había envuelto por la potencia y el músculo, el norteamericano se decidió a aumentar su corpulencia ya durante la temprana adolescencia, en una época en la que los escasos gimnasios disponibles semejaban a mazmorras subterráneas. Por ello, montó una primitiva sala de musculación casera. Su base de operaciones, carente de equipamiento idóneo como barras y mancuernas, rebasaba, en cambio, de piezas descartadas de automóvil, ejes destartalados de camión y discos oxidados de acero, recolectados de un basural contiguo a su hogar, con los que evidenció, no obstante, sus primeros progresos.
  Mientras intentaba reponerse de sus arduas sesiones de entrenamiento, el estadounidense disfrutaba con la lectura exhaustiva de cuanto ejemplar de la antigua Strength and Health  tuviese a su alcance. Aun con la creciente admiración que sentía por los colosos que engalanaban las páginas de las publicaciones especializadas, el sueño más preciado de Anderson consistía en jugar al fútbol americano.
  Apenas incorporado al equipo de la Universidad de Furman, sin embargo, el incipiente forzudo asumió que había canalizado erróneamente sus mejores aptitudes atléticas. En su entreno debut, en las instalaciones del primer gimnasio que pisó, Anderson probó con una sentadilla de 180 kilos, que significó para él apenas un calentamiento. Desde entonces, tal movimiento se constituiría en la piedra angular de sus rutinas, compuestas eminentemente por ejercicios básicos  tales como el levantamiento a dos tiempos o envión , los pesos muertos, las arrancadas de potencia, el press en banco plano y el push press.

miércoles, 15 de julio de 2015

                     

                                         Yo te vi...romper los códigos              
             
    Naciste. Enseguida nomás, te dedicaste a descifrar los trazos de información genética que te transmitió tu papá . Misión cumplida. Sos futbolero desde la cuna. Y socio de Independiente, aun sin foto en tu carnet. Vaya uno a saber el porqué del apuro de tu viejo, si tu hermano mayor le salió tan fana del Rojo como él. ¿Por qué habría de ser distinta la cosa con el recién llegado?
    Ni siquiera habías aprendido a gatear, que el patriarca de la familia ya te llevaba a lo que alguna vez fuera la Doble Visera de Cemento. De visitante, también. Las entrañables Polaroids instantáneas  te retrataron hasta el hartazgo con casaca y gorrito del Rojo, pese a que vos no te habían preguntado de qué cuadro querías ser. Tampoco es que había mucho para quejarse, eh. Si en esa época Independiente era el "Orgullo Nacional", tal como rezaba un antiguo hit tablonero que sus hinchas entonaban con pecho henchido.
   Creciste. Ya estabas en primer grado. Hiciste de Fútbol de Primera y Todos los Goles tus programas de televisión preferidos. Y aunque apenas si sabías leer, te matabas con El Gráfico y Sólo Fútbol. Quizá entonces descubriste que el universo de la redonda no se limitaba exclusivamente a la gloriosa existencia del Club Atlético Independiente.
  A la par, te avivaste de que no todos en tu casa se desvivían por la divisa roja. Tu abuela materna, por caso, que no hacía mucho se había mudado allí, era fana de River. Su primogénito, tan gallina como su madre, ya había emigrado a Australia, razón por la que a la jovata no le disgustaba sumar un nuevo millonario a la parentela. Después de todo, tu hipotética simpatía por la  banda sangre no habría desentonado en absoluto, si al fin y al cabo River celebra el fútbol de galera y bastón igual que Independiente.
  Por eso, te llevaron al Monumental aquella tarde de insoportable calor. Prometía ser un partidazo más de los tantos que con que deleitaran los dos cultores del paladar negro a través de la historia. Y  la verdad es que el domingo 1 de marzo de 1987 resultó, resulta y resultará un día inolvidable. Y no por el cuaterno que se comió el Rojo, sino porque cuando sonó el pitazo final ya le habías hundido la trapera daga a tu papito. Tan solo seis años te había durado el ¿amor? por el Rojo...

domingo, 12 de julio de 2015

                                 
                        A 85 años de la tragedia del tranvía en el Riachuelo




    Hacia  mediados de 1930, la economía argentina padecía las consecuencias de la estrepitosa caída de la Bolsa de valores de Nueva York, la más importante del Mundo, colapso usualmente conocido como La Gran Depresión. La crisis, que se empeñaba en exhibir su expresión más vil, alcanzó a todos los estratos sociales aunque, como no podía ser de otro modo, el sector más castigado fue aquel menos pudiente, el de más bajos recursos, representado eminentemente en nuestro país por dos grupos: los nativos y/o criollos, y los inmigrantes europeos, quienes comenzaban a vislumbrar frustrado su sueño de hacerse la América.
     Entre tanto desencanto, los apremiados laburantes encontraron un canal aliviador con el que sobrellevar su infortunado pasar: el inminente debut de la Selección Nacional en el primer mundial de fútbol, a disputarse en Uruguay. La confianza puesta en el combinado albiceleste, medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Amsterdam 1928 y ganador del Campeonato Sudamericano de 1929, era el tema principal de conversación en los populosos transportes públicos de la época, de los que sobresalía el tranvía, frecuentado mensualmente por 51 millones de usuarios.
La mañana del 12 de julio, el tranway número 75 de la línea 105, dependiente de la Compañía Eléctricos del Sud -una de las cinco empresas de tranvías que entonces había disponibles- , procedió a efectuar desde las 05.15 el trayecto comprendido entre Lanús y Constitución. Próximo a ingresar en territorio capitalino, el bullicioso pasaje, conformado&nbsp en gran medida por españoles e italianos, entre quienes se mimetizaba una minoría autóctona, prácticamente había colmado la capacidad del coche. Eran jornaleros y peones acostumbrados a abigarrarse dentro del atestado convoy, al que causalmente se lo denominó Tranvía Obrero. No tenían otra opción pues tal medio de locomoción se prestaba idóneo para su esmirriado presupuesto -el boleto costaba cinco centavos de esos tiempos-, acaso el único que les permitía dirigirse hacia sus respectivos trabajos con los que esforzadamente sustentaban a toda una familia, a los que nunca llegarían producto de la fatalidad con la que inesperadamente se toparían en el brumoso despuntar del día.

jueves, 9 de julio de 2015

A ocho años de la última nevada en Buenos Aires
     


                               
"Tiempo Loco", tal el mote que suelen emplear los habitantes de la ciudad de Buenos Aires para referirse, por caso, a los veranos excesivamente prolongados, las inclementes lluvias que devienen en trágicos temporales o al descenso brusco y repentino de la temperatura que, en alternancia, los acechan durante los últimos años.
    Eso sí, lo que ni por asomo imaginaban los porteños era que un lunes 9 de julio de 2007 Madre Natura fuera a concebir tamaño fenómeno climático; ni siquiera pese a la anunciada masa polar que surcaba el invierno argentino, pero especialmente el de la Capital Federal, tan poco afecto a la caída de nieve en su seno.
    De todos modos, los desprevenidos ciudadanos de la Gran Urbe desecharon de plano  la posibilidad de repeler al invasor que había ganado las alturas. Por el contrario, ávidos de que la ciudad que los acoge se convirtiera aunque fuera una vez en una efímera Bariloche, se propusieron disfrutar de un Día de la Independencia distinto a los que otrora habían vivido.
    Durante las primeras horas de la jornada, no obstante, la confusión reinó en la Reina del Plata. Según los expertos en la materia, la inusual precipitación acaecida hasta el mediodía, más líquida que sólida, se conformaba de pequeños copos cuyos cristales de hielo no son lo bastante compactos –se derriten nada más tocar el suelo- como para originar acumulación, indicador fiable este último de la presencia de 
nieve.