viernes, 29 de noviembre de 2019

Independiente...mente de la herencia futbolística recibida

                                                                     
     A priori, la resolución de la crucial instancia no admitía matices. Las opciones a adoptar no bien definida la serie se oponían diametralmente: 1) el llanto en el que solías debatirte cada vez que tu cuadro favorito perdía enfrentando a un rival que lo tenía alquilado ; 2) la más acabada exhibición de la traición que le tendiste a tu padre rompiendo EL código del hincha futbolero. Tu primitivo instinto de bostero converso, condición que ejercías exactamente desde el domingo 1 de marzo de 1987, en ocasión de una holgada derrota de tu exequipo ante River (1-4), no solo dictaba desechar terceras posiciones sino que también vaticinaba que la tendencia deficitaria amenazaba con extenderse.
    La verdad es que una potencial derrota no era para nada descabellada. Por entonces, Independiente lo tenía claramente de hijo a Boca en el historial, además de ostentar el mote de Rey de Copas que, puntual origen aparte, se correspondía fielmente con el impar haber de galardones internacionales que abarrota(ba)n las vitrinas del Rojo. 
   Por supuesto, los acontecimientos inmediatos tampoco ayudaban. Durante el primer semestre de la temporada, el club de Avellaneda se había consagrado en el ámbito doméstico en el Campeonato 1988-89, después de alcanzar a los xeneizes en la tabla de posiciones en virtud su triunfo en La Bombonera por 2 a 1 -idéntico score que en la rueda inicial del certamen-, para luego coronarse aventajando por ocho puntos a su escolta de La Ribera.
    Para colmo, el desarrollo de la final de ida de la Supercopa 1989 tampoco había contribuido a ahuyentar tu pesimismo. Ojalá se hubiera dado el 1-0 del torneo local en lugar de la abúlica igualdad en cero que invitaba a aventurar un panorama funesto en la revancha. Otra vez el peso de un historial adverso: el certamen continental de inminente definición aglutinaba a todos los cuadros que se hubieran proclamado campeones de la Copa Libertadores, cuyo máximo ganador era -y sigue siendo hasta el día de hoy- Independiente, con siete lauros, por no mencionar que hasta entonces el Rojo nunca había sucumbido en una final internacional. Ni siquiera tu entusiasmaba la auspiciosa campaña de Boca en la misma competencia , aun habiendo despachado a Racing -merecedor de la edición inaugural, celebrada el año anterior- y a Gremio, en cuartos y en semis, respectivamente.

                                                         

    Así, entre escéptico y derrotista, emprendiste rumbo hacia el estadio al que más veces acudiste durante tu niñez, con impostergable frecuencia quincenal. Es que tu viejo, conductor del cochazo que fuera ese Ford Sierra negro, no se resignaba a la irrenunciable realidad de que tu corazón bombeara perdurable sangre azul y oro. Aunque para su consuelo, su primogénito, sentado en el asiento de acompañante delantero, le había salido tan fana del Rojo -y antiBoca empedernido- como él, tan diablillo colorado como su nieto Lucas, el hijo de tu hermano, de actuales nueve primaveras.
    Pese a ser día laborable, el trayecto no resultó tan demorado, salvo al aproximarse al Nuevo Puente Pueyrredón. Fue allí cuando viviste el primer impacto de la noche, al contemplar embelesado cómo los partidarios de uno y otro cuadro, a instantes de librar un auténtico duelo, enarbolaban las insignias de sus pasiones predilectas, acaso la única muestra de confraternidad en la previa del clásico.
    Es que, apenas pusiste un pie en la otrora Doble Visera, comprobaste que el antagonismo entre los adherentes rojos y auriazules se tornaba indisimulable. Las partidas del Pato José Omar Pastoriza y Claudio Oscar Marangoni al no tan lejano vecino del otro margen del Riachuelo habían lesionado la más honda susceptibilidad de la parcialidad independientista. En ese sentido, arreciaban los cánticos difamatorios en dirección a la figura de ambos desertores rosarinos, como aquel que rezaba: De la mano del Bocha (Ricardo Enrique Bochini) ganaremos la Copa para todos los putos que se fueron a Boca...". ¿La prueba fehaciente de la afectada sensibilidad de los anfitriones? Los escupitajos causales de que fue víctima quien a la sazón obraba de presidente de la entidad de La Ribera, don Antonio Alegre, actor principal del resurgimiento de un club que se sumiera a mitad de la década del '80 en su más grave crisis institucional, financiera y deportiva, de gravitante labor en el pase de Maranga al Xeneize. La exposición de trofeos de guerra que, en teoría, una barra le había robado a su rival -y viceversa- ratificaban el irreconciliable encono entre las partes intervinientes.
     Mientras tanto, ya ubicado al igual que tu parentela roja en el sempiterno Sector Antonio Sastre de la platea techada, vos te la rebuscabas para atenuar la ansiedad que te despertaba el trascendental desafío en su antesala. Aunque efímero, tu divertimento consistió en anticiparte a la voz del estadio en cuanto a la enumeración de los asiduos patrocinadores de los partidos jugados por Independiente en carácter de local: Atelier Camote, fábrica de pastas Castel Gandolfo, Alíscafos, casa de electrodomésticos Pablo Baltaian -propiedad del homónimo exvicepresidente de los de Avellaneda-...
     Lo que siguió fue tu repentino silencio a favor de escuchar atentamente las respectivas alineaciones de los equipos. A modo de cortesía, se anunció en principio la formación de Boca, dirigido por el Carlos Alberto Aimar: Navarro Montoya; Stafuza, Simón, Marchesini, Cuciuffo; Giunta, Marangoni (capitán), Ponce, Latorre; Graciani, Perazzo. A continuación, el once titular de Independiente: Eduardo Pereira; M. Morales, Monzón, R. Delgado, Altamirano; Giusti (C), M. A. Ludueña, Bianco, R. Insúa; Reggiardo, Alfaro Moreno.
     No, no te lo creías. Imposible que un tipo que no deja(ba) detalle librado al azar como Jorge Raúl Solari, entrenador del Rojo, hubiera relegado al banco de suplentes al Maestro, la misma leyenda indeleble que habías aprendido a admirar desde tu más precoz infancia pese a que aun cerca del epílogo de su longeva, condecorada trayectoria vacunaba tupido a tu Boquita.
    Bochini -¿quién otro?- era capaz de causar estragos inclusive disminuido por lesión como estaba, pero el Indio no lo entendió así. Hasta que te hartaste de tanta fascinación por un jugador que conspiraba seriamente contra tus aspiraciones consagratorias. "¡Que se jodan!", pensaste para tu fuero íntimo, aunque sin lograr sustraerte de la idea de que ciertos valores de los de Avellaneda, como Alfaro Moreno -especialista en amargar al Xeneize desde su pasado en Platense, en donde el Beto realizó su debut absoluto- y el Gallego Insúa, un crack que descollaba en cuanto puesto le encomendaran desempeñarse.
                   
                                                                 
      El conmovedor recibimiento que las hinchadas le tributaron a sus respectivos clubes coronó la previa del culminante enfrentamiento, a excepción del sorteo de rigor que le otorgó el saque a Boca a la vez que a Independiente el ataque de cara a la cabecera de la visita, todo bajo el consentimiento del árbitro Juan Antonio Bava , bastante antes de que este último, ya retirado del referato, revelara su filiación bostera.
      De movida, el desarrollo del encuentro te sentó algo más atractivo que el del 0-0 en el estadio Camilo Cichero, rebautizado Alberto J. Armando desde el año 2000, aunque no tanto como el espectáculo que, según vos, brindaba La 12.
      Hincha de tu hinchada que te declarabas -y de la barra liderada por el Abuelo, digamos todo- se te tornó irresistible girar permanentemente tu visión hacia la derecha de tu persona para de esa manera jactarte tanto del colorido y tamaño variados de los trapos, estandartes y sombrillas que portaban José Barrita y sus secuaces como del copamiento de territorio ajeno que le atribuías a la masiva concurrencia de la legión azul y oro a Avellaneda. Es más, de acuerdo con tus cálculos, si los bosteros habían abigarrado una tribuna popular capa que solía albergar la friolera de 29.000 espectadores, sumados los miles de xeneizes alentaban situados en la platea techada, entonces nadie podía dudar de que aquella noche Boca era literalmente local en la Doble Visera.
    Saciada tu apetencia tribunera, redirigiste tu atención hacia las alternativas del partido, justo en el tramo más vibrante de la etapa inicial, en el que los candidatos al título se repartieron las más claras chances de abrir el marcador.
    A punto estuvo Boca de señalar el primer gol luego de que Blas Armando Giunta recuperara una pelota cerca del círculo central para ceder a Diego Fernando Latorre y este prolongara en búsqueda de la posición del Murciélago -o Alfil- Graciani, todo un especialista en anotar en cancha de Independiente, cuyo violento remate superó la estirada del arquero uruguayo Eduardo Pereira para estrellarse en la unión del travesaño y el palo derecho de la valla defendida por el arquero uruguayo, célebre por ataviarse en llamativos pantalones largos -incluso en las más tórridas jornadas veraniegas- en desmedro de los típicos shorts.
    Sin más preámbulos, la posibilidad más nítida de Independiente. El adelantamiento de su última línea, situada en campo xeneize, propició el remate de mediana distancia del primer zaguero de los rojos, Pedro Damián Monzón, para que Navarro Montoya concediera un rebote en el área chica auriazul  y solo evitara la caída de su arco conjurando la arremetida del centrodelantero Marcelo Jorge Reggiardo con una de sus piernas.
    Ya en el comienzo del complemento, los contendientes en pugna, incapaces de generar situaciones de gol de relevancia, parecieron sellar un pacto implícito, la conjunta voluntad de dirimir el duelo en la instancia de resolución que trascendía los 90' reglamentarios. Acaso por ello no te amedrentó el ingreso de Bochini cuando todavía faltaba media hora para que concluyera el encuentro. Consumado el pitazo final de Juan Bava te quedó la sensación de que Boca había sido ligeramente superior en el balance global, aunque sabías de sobra que no bastaba con el mero merecimiento para pegar la tan anhelada vuelta (olímpica). En ausencia de alargue, la única opción que restaba en virtud de quebrantar la igualdad resultante de las finales jugadas en La Ribera y en Avellaneda era definir por penales.
    Al respecto, lo primero que se te ocurrió fue remitirte a los desenvolvimientos de Navarro Montoya y Pereira en las series que procedían a los partidos que terminaban empatados en  elreciente torneo 1988-89 (*). Aun carente de material con el que cotejar sus antecedentes inmediatos, tu memoria te susurró que, si bien no se los podía calificar de expertos atajapenales, ambos guardametas habían tenido en aquel certamen más tardes felices que de las otras. Obviamente, exceptuando a los asistentes que hubieran llevado consigo una radio, el resto desconocía en la inminencia a los futbolistas designados para rematar desde los 12 pasos, aunque el misterio no tardó en develarse.
    Uno por uno, los eficaces ejecutores fueron intercalándose en el siguiente orden, en sintonía con el mutismo casi total  con el que la multitud afrontó la tanda: el Bocha Ponce (B), el Chaucha Bianco (I), Víctor Marchesini (B), el Negro Altamirano (I), Gambetita Latorre (B), el Gallego Insúa (I), Ívar Stafuza (B)...Así las cosas, la visita se imponía transitoriamente por 4-3.

viernes, 20 de septiembre de 2019

    Gales 1999, el primer rugido mundialista de Los Pumas (II)
                                                     
                                                 
       La ceremonia inaugural de la Copa del Mundo de Gales, programada para el viernes 1 de octubre de 1999 en el Millennium Stadium de Cardiff, construido especialmente para la ocasión, satisfizo hasta al más exigente de los paladares.
      El acto conmemorativo, encomendado a la compañía artística Tony Ball Asociation, se inició con un atractivo despliegue de imágenes por pantalla gigante de los más bellos paisajes del país británico a lo que prosiguió una coreografía compuesta por un millar y medio de jóvenes que simbolizaron la silueta del dragón, que identifica no solo a la insignia galesa sino también a la Selección local.
      En cuanto a la variada temática musical, el número sobresaliente fue el del dueto integrado por la cantante Shirley Bassey y el barítono Bryn Teyfel, quienes ofrecieron una exquisita versión de World in Union, tema oficial del certamen mundialista a partir de la edición de Inglaterra 1991.
       Después del versátil show exhibido por el equipo acrobático The Red Arrows, el Príncipe Carlos emitió el discurso oficial que coronó la solemne apertura. Fue entonces cuando, a la vez que se retiraban las estridentes fanfarrias afectadas a la festiva jornada, emergieron de los vestuarios los conjuntos actuantes para alinearse en el centro del field. Allí, los jugadores de Los Pumas se fundieron en un solo abrazo en virtud de asistir a la ejecución del himno patrio, por el que los más de 70.000 simpatizantes galeses que abarrotaron el escenario de techo retráctil -entre quienes se mimetizaron alrededor de 400 aficionados albicelestes- guardaron un respetuoso silencio.
       Efectuado el sorteo de rigor, el apertura argentino, Gonzalo Quesada -actual entrenador de Jaguares-, fue el encargado del kick-off de un encuentro en cuyo comienzo una serie de desacoples del pack argentino en el scrum derivaron en la sanción del penal que el récordman Neil Jenkins -top scorer histórico los Dragones Rojos, con 1049 puntos, y uno de los escasos rugbiers que registra un haber de más de 1000 tantos anotados- dilapidó a los dos minutos de juego.
       Superado el predominio territorial de los galeses en el primer tramo del cotejo, posible en parte por la tendencia argentina de patear al fondo, a espaldas de los tres cuartos europeos para que así el juego se desarrollara lejos de las 25 yardas albicelestes, sobrevino el segmento más ríspido del duelo.         Luego de que Lisandro Arbizu -capitán del combinado nacional- quedara momentáneamente groggy como consecuencia de la embestida que sufriera a manos del centro Scott Gibbs en su tentativa de tackle, un intercambio de golpes de puño en un ruck en mitad de cancha, protagonizado por el pilar Roberto Grau y el wing-forward del team anfitrión, Colin Charvis, sobre los 13', ameritó no solo que a ambos les fuera enseñada la tarjeta amarilla -según el reglamento de entonces, la sanción equivalía a un apercibimiento de precaución que pese a ello permitía al infractor permanecer en cancha a diferencia de la doble amonestación, que significaba la automática expulsión-, sino también que a posteriori los involucrados en el episodio pugilístico fueran suspendidos de oficio. Al respecto, se ordenó una sanción de tres semanas de inactividad para el pilar mendocino, quien recién regresó a la titularidad en la última presentación de la campaña de su equipo.
       Poco después, a los 16', el octavo de Gales, Scott Quinnell, se levantó de un scrum, soportó tres intentos de tackle y, casi cayéndose, tomó la marca de Arbizu para ceder a Shane Howarth. Sin embargo, antes de que el fullback vulnerara el ingoal visitante buscando la bandera derecha del ataque del equipo rojo, la conjunta defensa del wing Diego Albanese y el tercera línea Santiago Phelan- evitó el inminente try sacando al adversario del campo de juego.
       Sobre los 19', una infracción por off-side de los locales propició la inaugural de las patadas efectivas de la labor consagratoria de Quesada, quien situado en las 10 yardas del terreno de Gales estableció el 3-0 favorable a la escuadra dirigida por Alex Wyllie. También de penal, el medio apertura de Hindú amplió el score  a los 24', al no soltar Charvis el balón estando en el suelo a causa de un ruck.
       No obstante, los penales por knock-on intencional de Octavio Bartolucci, y el off-side en la marca de Eduardo Simone en las cinco argentinas, a los 26' y 30', respectivamente, se tradujeron en la igualdad transitoria de los de casaja roja (6-6), a instancias del asimismo prestigioso shoteador Neil Jenkins.
       Argentina retomó parcialmente la supremacía del tanteador a los 39', posteriormente a que los delanteros galeses derrumbaran un scrum. Fue así que, como consecuencia de su kick distante a 50 metros de los palos defendidos por el seleccionado local, Los Pumas volvieron a sumar de a tres.
       Lamentablemente, ya en tiempo adicionado una incursión ofensiva del hooker Garin Jenkins -quien pisó la línea de touch, lo que no fue advertido ni por el referee neozelandés Paddy O' Brien ni por los jueces asistentes- generó que a la salida de un maul el medio scrum y capitán de Gales, Rob Howley, abriera para la entrada franca de Scott Gibbs y este apoyara la guinda en el ingoal celeste y blanco franqueando la oposición de Longo y Nacho Fernández Lobbe, reemplazante este último del lesionado Pedro Sporleder. La conversión de N. Jenkins -que no tiene parentesco alguno con el primera línea de su equipo, de idéntico apellido- selló el resultado de la primera etapa: triunfo de los Dragones por 13 a 9.
                                                           

        Reanudado el encuentro, los anfitriones, comandados por Graham Henry, asesor técnico de Los Pumas en las temporadas 2012-13, justificaron la superioridad del comienzo del complemento a través de una maniobra de salteo que recayó en la posición de Daffydd James para que el wing se cortara en velocidad y habilitara a James, quien hizo lo propio con el insider Mark Taylor, autor a los 8' del try convertido por el número "10" de Gales.
        Más allá de alguna progresión aislada, el equipo de Gales pareció, luego de un nuevo penal señalado a los 15' por N. Jenkins (23-9), resignarse al advenimiento del adversario.
        En esa línea, la presión de sus tres cuartos comenzó a consustanciarse con la prevalencia de los forwards argentinos, ya fuese en las formaciones fijas - inclusive lines robados - o móviles. Tanto que, producto de las infracciones cometidas por la representación europea en tres rucks, el combinado albiceleste se puso a cinco puntos del oponente mediante los consecutivos kicks acertados de Quesada cuando restaban 8' para el epílogo del partido, por lo que la hasta entonces dicharachera multitud demudó súbitamente. Por fortuna -para ellos- la mejoría de la visita no alcanzó: Argentina cayó por 23 a 18 ante su par de Gales que, si bien había evidenciado algo de superioridad en ciertos pasajes del match, esencialmente en el primer período, nunca se había insinuado del todo imbatible.
        De hecho, el consenso entre los players de Los Pumas era elocuente. La inmensa mayoría del plantel vaticinaba que el segundo encuentro resultaría mucho más laborioso que el del debut no solo por la naturaleza agresiva -cuando no beligerante- de la propuesta del inminente rival, que venía de derrotar holgadamente en su estreno en el certamen a Japón por 43-15, sino también porque se avecinaba la oportunidad histórica de quebrantar por fin la racha adversa ante un equipo que había sentenciado la participación argentina -en fase de grupos- en dos Mundiales consecutivos, por no mencionar que un eventual revés podía traducirse en la enésima eliminación prematura a instancias del mismo verdugo de siempre.
      Tanto Liso Arbizu como el convaleciente Pedro Sporleder, integrantes del equipo nacional que cayera en las batallas libradas frente a Samoa Occidental en Inglaterra 1991 -en donde fuera expulsado el segunda línea- y Sudáfrica 1995, concebían el match como una cuestión de honor al igual que el resto de cuantos habían intervenido en uno u otro enfentamiento, tales los casos de José Cilley, el Yanqui Martin, Camardón y hasta el propio Fichín Pichot, fuera de que el medio scrum no sumara minutos en el field en el torneo que precediera al de Gales.
       Por su parte, la conducción técnica albiceleste, lejos de la improvisación, pergeñó una pormenorizada estrategia tendiente a primar en el choque con el elenco del Pacífico Sur. De ahí que, a la vez que el entrenador Alex Wyllie ensayaba hasta el saciedad distintas variantes en el fijo y en el maul para arremeter con los gordos en el predio de la Universidad de Cardiff, su auxiliar en el entrenamiento de los tres cuartos, Francisco Albarracín, símbolo de La Plata Rugby Club que se había sumado sobre la marcha a ejercer ese rol, confeccionó -espionaje mediante- un detallado informe del funcionamiento global del elenco isleño así como de sus individualidades, con especial énfasis en una de sus figuras, el wing Va'aiga Tuigamala. La proyección de los últimos encuentros de los samoanos y el fulbito posterior a las prácticas -en lo sucesivo, la principal cábala puma- completaron la preparación argentina en la víspera del trascendente compromiso.
        Sin embargo, aun pese a las precauciones largamente tomadas, la cuidadosa planificación asumida, las arduas sesiones de ejercitación previas y el puntilloso estudio del rival, el team celeste y blanco amenazó, en la mitad inicial del partido, con entregarse al recurrente maleficio de su tempranero adiós en lo que a toparse con Samoa por campeonatos mundiales atañe.

                                                                 
        En ausencia del tan pregonado agrupamiento de los delanteros y las constantes zozobras de los backs en el juego de manos -por caso, el knock-on de Albanese a escasos metros de zambullirse en el ingoal contrario-, el conjunto dirigido por Brian Williams -compatriota de Grizz Wyllie- inauguró el score a los tres minutos producto del penal convertido por Silao Leaega desde un ángulo cerrado, antes de que el mismo full-back convirtiera a los 24' el try del ala Junior Paramore que le daba el 10-0 parcial a la Selección de Oceanía.
        Al acertado penal sancionado por el árbitro australiano luego de que los forwards rivales se tiraran de cabeza en un ruck, a través del cual Quesada señaló a los 29' los tres primeros puntos para la divisa albiceleste, le procedieron las anotaciones por idéntica vía de Leaega, a los 35' y 39'. De ese modo, la representación de Samoa culminó el primer tiempo imponiéndose por 16 a 3.
        Si hubo un momento en toda la Copa del Mundo de Gales '99 en el que Alex Wylle expuso su vehemente carácter en todo su esplendor, ese fue el retorno de sus subordinados al vestuario del hoy desmontado Stradey Park de Llaneli. Según aseveraron testigos privilegiados de la charla que el coach mantuvo con los jugadores en el entretiempo, el neozelandés culminó su filípica en un spanglish -más español que inglés- con el que logró hacerse entender a la perfección: "Por las mismas boludeces de ustedes, Los Pumas perdieron en el '91 y en el '95. Si quieren ganar, déjense de joder y jueguen como lo planeamos".
        Fue así que, no bien regresaron al campo de batalla, los rugbiers argentinos constataron que la verborrágica arenga de su entrenador había surtido efecto. Encabezó la reacción la afilada puntería de la patada de Quesada, quien además de rubricar a los 3' un estupendo drop desde mitad de cancha aportó tres penales desde distancias diversas, a los 2', 6' y 11', para que el conjunto nacional se situara en el marcador a solo un punto de los isleños (15-16), previo a que se consumara la rehabilitación del pack celeste y blanco para darle la anhelada ventaja a Los Pumas.
       A ese respecto, la supremacía de la primera línea en los scrums -sobre todo, en el duelo aparte que el Gordo Reggiardo y el tenor Omar Hasan sostuvieron con los pilares adversarios-, el tino de Mario Ledesma arrojando la pelota en los lines, los incansables tackles de los wing forwards Martin y Phelan, a quienes se plegó la impecable labor del octavo Gonzalo Longo en la base y su eficacia para salir de punta en ofensiva, mereció su recompensa en el try señalado por el Turco Allub -de auspicioso papel en la hilera como el otro saltador argentino, Nacho Fernández Lobbe- a los 29'.
       Como corolario del reivindicatorio partido, la última sucesión de kicks del Queso: al penal de los 26', se unieron los que marcó a los 36' y 42', con los que Los Pumas establecieron cifras inamovibles: 32-16, para deshacerse de tan pernicioso saldo negativo en los cotejos mundialistas con Samoa -que no fue capaz de anotarle siquiera un mísero tanto a los de Wyllie en el segundo período-, lograr una victoria en la RWC que no se le daba desde la edición inaugural de 1987 -25 a 16 sobre Italia- y -cómo no- ilusionarse con avanzar de ronda por primera vez en su campaña ecuménica.
       Después de tamaña confrontación, el relax, aunque efímero bálsamo. Es que, tras la actividad natatoria y las partidas de golf de que disfrutaron los actores estelares de la Selección Argentina durante el día posterior al del resonante éxito frente a los isleños, se tornó una tarea ineludible aventurar cálculos acerca del resultado más conveniente para el equipo celeste y blanco en su participación de cierre en la fase de grupos.
        Producido el sorpresivo triunfo de Samoa frente al local Gales (38-31), se analizaron todas las posibilidades, en orden de preferencia: 1) la más potable, probable, si se atiende a las expectativas triunfalistas de los propios jugadores, o sea, ocupar la tercera posición en la Zona para chocar en un hipotético repechaje con Irlanda -segundo del Grupo E- en escenario neutral (Stade Félix Bollaert de Lens, Francia); 2) en caso de finalizar escolta, se suscitaría un desfavorable encuentro como visitante ante Escocia en el Murryfield Stadium de Edinburgo; 3) el liderazgo absoluto, máxime redundante de una goleada, le valdría , más allá de que por fin se accedería directamente a los cuartos de final, un poco apetecible cotejo ante los Wallabies. 
       De la primera opción barajada se deduce que se estaba subestimando a un oponente que, si bien no podía equipararse al potencial de Los Pumas tanto por tradición como por lo realizado en las dos primera jornadas del torneo, ya había probado de sobra que podía someter a los argentinos tal como lo afirma el incontrastable triunfo de Japón por 44 a 29 - Ledesma, Martin, I. Fernández Lobbe, Allub y Simone, entre otros, intervinieron en el seleccionado nacional en aquella frustrante presentación-, correspondiente a la breve gira efectuada por el continente asiático de 1998, por mucho que el Gordo Reggiardo se empeñara en asegurar en la vigilia del encuentro que su equipo estaba 30 puntos por encima del combinado nipón.
       No por nada, independientemente de la halagüena performance ofrendada ante Samoa, el técnico resolvió introducir algunas modificaciones en la conformación del XV titular luego de los entrenamientos realizados en la Universidad de Cardiff y en la ciudad inglesa de Bath, lejana a 100 kilómetros de la capital galesa. Entre ellas, la vuelta de Sporleder -cuyas contracturas en aductor izquierdo y gemelo derecho lo habían empujado a bajarse de los cotejos contra los Dragones Rojos y los del Pacífico Sur pese a la avidez de Wyllie por incluirlo aun maltrecho- en reemplazo de Longo, por lo que Fernández Lobbe pasaría a oficiar de octavo y el excapitán argentino de segunda linea, y el debutante absoluto en la Copa del Mundo, Ignacio Corleto -aunque disminuido por una molesta faringitis- y Camardón por Manuel Contepomi -inflamación en una de sus rodillas-  y la Garza Bartolucci, respectivamente. El remate de la planificación preliminar lo constituyó la inteligencia ejercida por Pancho Albarracín, focalizada en la velocidad de los wines japoneses, especialmente la del intrépido Daisuke Ohata, quien garantizó en la víspera que los del Lejano Oriente ganarían con holgura.
                                                           
     
        Durante el preámbulo del significativo reto, se lo notó ciertamente atado al elenco albiceleste, como si le pesara el lastre de la oportunidad histórica de una producción superadora. Con todo, a los argentinos les bastó confiar en el imaginable predominio en el fijo -así como en rucks y mauls- a la vez que en el fértil botín derecho de Quesada para sacar ventajas en el score a instancias de los penales que el actual coach de Jaguares marcó a los 9' y 20'.
       Tan solo 2' más tarde, el medio apertura japonés, Keiji Hirose, sumó por la misma vía en una etapa del encuentro en que Los Pumas comenzaban a perfilar su mayor poderío. Fue a los 26' que, a la salida de un ruck,, Agustín Pichot -hoy vicepresidente de la Rugby Board- amagó con ceder la guinda al Yanqui Martin para en cambio hacer un rulo y girar enfilando por el lado ciego y terminar apoyando el try sobre el extremo izquierdo del ingoal nipón. A continuación de los penales de Quesada, a los 22' y 38', el anotado por el nro. 10 del conjunto asiático, que decretó el 17-6 transitorio en favor de los de Grizz Wyllie previo al intervalo.
        Reiniciado el match, la divisa nacional mantuvo su superioridad aunque con un ímpetu más elevado que el de los primeros 40'. Quesada, en una noche que orilló el 100 % de efectividad -salvo por la fallida conversión del try de Pichot- se erigió en el top scorer de la fase de grupos con 66 tantos al ejecutar con acierto tres penales al hilo, a los 5' 14' y 23', contra el único rubricado en el complemento por Japón, a los 9'.
        Sobrepasados los 32', el wing albiceleste Diego Albanese se bancó de pie dos intentos de tackles consecutivos para concretar con lo justo -al límite lateral del campo de juego- el try con que la jornada del sábado 16 de octubre de 1999 el Millenium Stadium de Cardiff obró de escenario oficial de la primera vez que Los Pumas consiguieron superar el umbral de la ronda preliminar de la RWC. A la sombra del olvido habían quedado relegadas las funestas experiencias de 1987, 1991 y 1995.
       Por lo pronto, los componentes del plantel se llegaron hasta las tribunas para saludar a los 300 argentinos que agitaban banderas, portaban vinchas y camisetas albicelestes y entonaban cánticos victoriosos. A partir de allí, la celebración modesta. La consigna era abstraerse de la atmósfera triunfalista que los rodeaba para focalizarse concienzudamente en la nada descabellada epopeya de acceder a los cuartos de final. Claro que antes había que eliminar a una de las máximas potencias del Hemisferio Norte, Irlanda, el más importante de los desafíos mundialistas que hasta entonces habría de afrontar la Selección Nacional de rugby.

miércoles, 18 de septiembre de 2019


             Gales 1999, el primer rugido mundialista de Los Pumas


                                                     
    Ocurrió hace exactamente 20 años. Luego de tres intentos frustrados, Los Pumas consiguieron trascender el umbral de la ronda inicial de la Copa del Mundo de rugby, logro que se supone modesto si se lo compara con la actuación del equipo argentino en las ediciones subsiguientes.
   Es que, excepción al margen, el equipo argentino igualó y hasta superó en dos oportunidades la labor cumplida en el torneo de Gales 1999. Hazaña al fin, sobre todo en el cenit de la inédita conquista, la tan postergada clasificación a cuartos de final de un Mundial adquiere el carácter de hazaña no solo por haber revertido la Selección Nacional el denso historial de antecedentes frustrantes en la competición, sino también por su deficitaria campaña a corto, mediano y largo plazo, realizada a modo de preparación para el culminante acontecimiento, y por la sucesión de conflictos protagonizados por jugadores, entrenadores y dirigentes en la inminencia del evento que en la previa tornaban impensada tan elogiable actuación.


                                         
                                                La pesada herencia
                                                   
   El estreno de Los Pumas en la Copa del Mundo coincidió con la edición inaugural del torneo, Nueva Zelanda 1987, principal sede organizadora con la que colaboró Australia. En ausencia de fase eliminatoria, la World Rugby determinó que siete de sus ocho integrantes originales -salvo Sudáfrica, suspendida de intervenir en competencias internacionales por la política de segregación racial que entonces imperaba en su seno, conocida como apartheid- recibieran invitación directa a participar del evento. Al resto de los países intervinientes el organismo rector les acercó una especie de convite digitado, fundamentado en la tradición de que los mismos gozan en la disciplina. Así, se conformó un campeonato de 16 selecciones, divididos en cuatro grupos de idénticos componentes entre los que se hallaba Argentina, destinada a confrontar en la Zona C con los All Blacks, Fiji e Italia.
    Capitaneado por el insuperable Hugo Porta en su primera y única actuación mundialista, Los Pumas debutaron con una inesperada derrota ante el conjunto fijiano (9-28). La escuadra dirigida por Héctor Pochola Silva y Ángel Papuchi Guastella, que había subestimado sobremanera a los del Pacífico Sur producto del saldo favorable derivado de la (única) serie favorable de test-matches mantenido por ambos, se rehabilitó parcialmente en su segunda presentación al vencer a la Selección Azzurri por 25 a 16. Aun pese al laborioso halago, el team celeste y blanco estaba obligado a superar a los neozelandeses o señalarles tanto como cuatro tries si pretendía avanzar a la siguiente ronda. Ni lo uno ni lo otro: el anfitrión se impuso por 46 a 15 y Los Pumas vulneraron el ingoal rival en una sola ocasión. El tercer puesto del equipo argentino en su correspondiente grupo decretó la prematura eliminación del certamen, en el que se consagraron los All Blacks liderados por John Kirwan, Grant Fox, Michael Jones y Sean Fitzpatrick al doblegar en la final a Francia por 29 a 9.

                                                         

    A diferencia de su predecesora, la Copa del Mundo albergada por Inglaterra en 1991 -secundada en la celebración por Francia, Escocia, Irlanda y Gales- adoptó una variante en el método de clasificación. Si bien la World Rugby mantuvo su disposición de invitar directamente a la práctica totalidad de sus miembros fundadores -salvo Sudáfrica, reemplazada por Fiji merced a su pase a los cuartos de final en Nueva Zelanda '87-, las demás selecciones no tuvieron más opción que abocarse a una instancia eliminatoria previa a efectos de acceder al torneo.
   Fue así que, pese a la suerte dispar que le reportó su producción en la Zona Americana, en donde cayó frente a Canadá por 9-15 y 6-15 como local y visitante, respectivamente, y superó a Estados Unidos (23-6 L y 13-6 V), Argentina se aseguró su plaza en la Rugby World Cup (RWC) para cotejar en la etapa preliminar con Australia, Gales y Samoa Occidental, en un marco de transición en lo concerniente a la formación de su primer equipo. El fin de la trayectoria mundialista en Los Pumas de notables como Porta, el Chapa Branca, Serafín Dengra, el Aguja Fabio Gómez y Rafael Madero -padre de Benjamín-, entre otros, se tradujo en la presentación oficial en la Copa del Mundo de valores de la talla de Lisandro Arbizu, Gonzalo Camardón, Santiago Mesón, Pablo Garretón, Federico Méndez y Martín Terán. Los Diegos Cash y Cuesta Silva fueron los únicos que quedaron del plantel que cumpliera un mediocre papel en 1987.
   La Selección Nacional comenzó su participación enfrentando a Australia. Los Wallabies de David Campese, Michael Lynagh, John Eales y Tim Horan se las apañaron para prevalecer por 32-19 sobre el equipo comandado por la dupla técnica Luis Gradín y Guillermo Lamarca. De hecho, ningún equipo -ni siquiera los All Blacks en las semifinales- lograron anotarle tantos puntos al postrero campeón del certamen como Los Pumas en aquel duelo.
   En su segundo encuentro, el conjunto albiceleste chocó con un alicaído Gales, que venía de padecer un sorpresivo traspié con Samoa Occidental. Sin embargo, los visitantes pumas -el partido se jugó en el ya demolido Cardiff Arms Park, actual Millenium Stadium- no consiguieron revertir la tendencia desfavorable y sucumbieron por 16 a 7.
    Ya en su presentación de cierre en la fase inicial, el combinado albiceleste fue apabullado en todo sentido por los isleños, que triunfaron por 35 a 12, lo que le significó a Los Pumas ocupar la última posición en el Grupo C sin unidades. Por cierto, en aquel partido, un violento altercado derivó en la expulsión de una figura emergente del combinado nacional, Pedro Sporleder, el único jugador argentino sobre quien hasta el momento pesó tal sanción en el historial de la Copa del Mundo.
    Abolido en su territorio el calvario del apartheid, a Sudáfrica le fue conferida la organización de la RWC 1995 a instancias del porte de su presidente, Nelson Mandela, quien concebía al rugby, deporte en el que los Springboks es uno de los seleccionados más poderosos del mundo, como un factor aglutinante exento de revanchismo racial, en el que podían confluir la hasta entonces predominantemente raza blanca con las minorías rezagadas a las que no se les permitía disfrutar de la pelota ovalada. La moción del Premio Nobel de la Paz 1993 resultó un éxito: el tan debutante como inclusivo equipo anfitrión, en el que destacaron los ya fallecidos Chester Williams, Joost van der Westhuizen y James Small a la vez que Francois Pienaar y Joel Theodore Stransky, batieron en una final de película a Nueva Zelanda -cuya sobresaliente figura resultó el asimismo inmortal Jonah Lomu, veinteañero tryman de la competición junto con su compañero de equipo, Marc Ellis (7)- por 15 a 12.
                                                 
 
      Respecto de la campaña de Los Pumas, su clasificación al Mundial estuvo precedida por el Campeonato Sudamericano de Rugby 1993, serie eliminatoria sin sede definida por cuyo ganador aguardaba Estados Unidos. Allí, Argentina se impuso consecutivamente a Brasil (114-3), Chile (70-7), Paraguay (51-3) y Uruguay (19-10) para después hacer lo propio en el cruce ante las Águilas norteamericanas, a las que derrotó por 28 a 22 como visitante y 16 a 11 como local. Así, el representativo celeste y blanco fue depositado en la Zona C de la RWC al igual que Inglaterra, Italia y Samoa, verdugo que sentenciara la estancia de los nuestros en 1991. Por lo demás, la Rugby Board resolvió -por última vez- la reiteración del formato de 16 participantes divididos en cuatro grupos de cuatro seleccionados en la primera fase, al tiempo que otorgó el acceso automático al torneo a los ocho equipos que intervinieron en cuartos de final en la Copa del Mundo inmediatamente anterior.
      Nuevamente conducido por un tándem de entrenadores, aunque en esta ocasión por la yunta Ricardo Paganini y Alejandro Petra, el combinado albiceleste viajó a Sudáfrica -en donde Hugo Porta revestía funciones de embajador itinerante- con una formación que contempló la convocatoria de ciertos integrantes de la edición mundialista '91 -entre ellos, Arbizu, Méndez, Sporleder, Llanes, Terán y el Cheto Santamarina- y el nombramiento de exponentes argentinos en ciernes como el Yanqui Rolando Martin, Diego Albanese y Agustín Pichot pese a que este último no sumó minutos en el campo de juego. Claro que tampoco eran para despreciar citaciones de la envergadura de Patricio Noriega, la Bruja Ezequiel Jurado, el experimentado Sebastián Salvat y José Cilley. El capitán en el período previo, Marcelo Loffreda, DT del elenco que calificó como tercero en la RWC 2007, fue desafectado del torneo en una determinación no exenta de polémica.
     Desafortunadamente, Los Pumas reprodujeron la pésima campaña del Mundial de Inglaterra. Fue precisamente ante el equipo de La Rosa que la divisa nacional perdió por 24-18 en su debut aun habiéndole señalado dos tries a su oponente contra ninguno del conjunto europeo, cuya totalidad de puntos correspondió, entre drops y penales, a los infalibles kicks de Christopher Rob Andrew.
     El desquite que no fue tal. En su siguiente compromiso, los albicelestes sufrieron su segundo revés al hilo con el combinado samoano (26-32), que a posteriormente avanzó de ronda al escoltar en la zona a su par inglés. El tempranero adiós de Los Pumas le valió una auténtica lección a los mandos superiores de la Unión Argentina de Rugby (UAR), empeñados en vetar a los jugadores que se desempeñaban profesionalmente en el exterior, entre ellos el cordobés Diego Domínguez y el proveniente de Rosario, Mario Gerosa, autores de 26 de los 31 tantos con que Italia sobrepasó los 25 que le marcó el cuadro nacional.

viernes, 28 de junio de 2019


                         El duelo Ruggeri - Menotti...¿Habrá retorno?


                                                       

   "Soy hombre de Bilardo pero respeto a Menotti", afirmó Oscar Alfredo Ruggeri en épocas en que el ex zaguero central gozaba del prestigio reciente de haber protagonizado estelarmente la obtención mundialista de México 1986 dirigido por el archienemigo futbolístico del Flaco. Las declaraciones del Cabezón, quien entonces se desempeñaba en River, club con el que se coronó campeón doméstico, sudamericano, interamericano e intercontinental, fueron formuladas en coincidencia con la asunción del actual Director de Selecciones Nacionales como entrenador del cuadro millonario, en la víspera del inicio de la temporada 1988/89.
    El César correspondió las atentas palabras de su coterráneo rosarino/santafesino criado en la ciudad de Corral de Bustos (Córdoba) otorgándole la titularidad indiscutida en su once principal en ciernes, aun cuando se rumoreaba que Daniel Alberto Passarella -capitán de la Selección Argentina que como anfitriona conquistó su primera Copa del Mundo, en 1978- reconsideraba su determinación original de retirarse de la práctica activa, luego de su extensa campaña en el fútbol italiano, para retornar al club en el que debutó oficialmente en 1974.
    Como consecuencia de la depuración del plantel con el que la casaca banda sangre ganó casi todo -solo le faltó lograr la edición inaugural de la Supercopa, aunque por entonces el técnico no era Héctor Rodolfo Veira sino Carlos Timoteo Griguol-, impulsada por el presidente riverplatense, Hugo Santilli, la convivencia entre Ruggeri y Menotti resultó efímera.
    Más allá de unas cuantos entrenamientos en los que, bajo las órdenes de César Luis coexistieron en el plantel los salientes consagrados y los tan numerosos como prominentes refuerzos adquiridos por el Millo, Ruggeri apenas llegó a intervenir en dos amistosos con el Flaco como DT. Fue en el marco de la celebración de las bodas de oro del Estadio Antonio Vespucio Liberti, oportunidad en que los de Núñez aprovecharon para presentar sus cuantiosas incorporaciones -el campeón mundial en México '86 , Claudio Borghi, el Loco Enrique, el Negro Zamora y la Vieja Reinoso, entre muchos otros valores que en lo sucesivo se sumarían- enfrentando al Hellas Verona, cuya alineación integraron Claudio Paul Caniggia y Pedro Antonio Troglio, dos jóvenes figuras que se estrenaron profesionalmente en River y que este último acababa de transferir a la entidad europea.
    Triunfo nocturno como local por 2 a 1 en el primer partido mediante, Oscar Ruggeri se despidió del equipo millonario en la igualdad en dos tantos redundante de la revancha, también jugada en el Monumental, no sin antes alzar el trofeo en disputa en compañía del uruguayo Antonio Alzamendi Casas, autor del gol ante Steaua Bucarest que le significó a River la única Intercontinental de su historia. Juntos a la par, el Cabezón y el Hormiga, envueltos en una cálida ovación tributada por la parcialidad adherente a la banda roja, cruzaron el océano atlántico para recalar en el hoy desafiliado Logroñés que, después de una larga estancia en las ligas de ascenso, apenas si logró subsistir en la máxima categoría de España durante la temporada 1987/88.
     Si bien la producción colectiva del cuadro riojano replicó la de su antecesora en el campeonato inmediatamente posterior, la performance individual de Ruggeri le valió no solo ser distinguido por la renombrada revista Don Balón como el mejor futbolista extranjero de la Liga Española 1988/89 sino a su vez que el prolífico Real Madrid de la Quinta del Buitre requiriera sus servicios, previamente al desarrollo de la Copa América celebrada en Brasil.
     Allí, no obstante, el Cabezón, más que evidenciar su satisfacción por haber arribado a una de las instituciones más poderosas del mundo, con la que daría una de las tantas vueltas olímpicas que su haber ostenta, puso de manifiesto su decepción para con ciertos colegas suyos que habían osado renunciar a la Selección Nacional de su adorado doctor Bilardo así como criticó la labor de César Luis Menotti en su salida de River e inclusive en su frustrada primitiva experiencia en el equipo albiceleste.
     En esa línea, además de facturarle a la Comisión Directiva riverplatense la decisión de desmantelar un plantel que tantas alegrías le brindó al club, Oscar Alfredo acusó directamente al Flaco de haber forzado el cese de su exitoso ciclo en el Millonario a favor del ingreso -en rigor, regreso- de un veterano Passarella al primer equipo en lugar suyo.
     Asimismo, en sentido retroactivo, el exdefensor exteriorizó su bronca hacia Roberto Marcos Saporiti, ayudante del César en la conquista del Mundial de Argentina 1978 y entrenador del seleccionado juvenil Sub -20 que en la Copa del Mundo de Australia 1981 fracasó rotundamente en su tentativa de revalidar el título conquistado dos años antes en Japón.
     Es que el Cabezón, quien por aquellos años lucía la camiseta de Boca, había sido figura indiscutida en la complicada clasificación del equipo del Sapo -el único que consiguió reunir a Menotti y Bilardo en un armonioso debate futbolístico no obstante a posteriori terminó enemistándose con el Narigón- al certamen ecuménico disputado en territorio australiano, que incluyó una discreta campaña en el Campeonato Clasificatorio sudamericano de Ecuador que condujo al representativo argentino a jugar un triangular a modo de repechaje con Nueva Zelanda e Israel. Solo acreditándose el torneo reducido logró el combinado nacional acceder al Mundial Juvenil Sub-20.
     Con todo, el ascendente ex marcador central no fue convocado a participar de la Copa del Mundo de Australia '81, la mayor desazón de su trayectoria profesional según aseveró el propio Ruggeri. Al decir del Cabezón, Saporiti careció de honestidad al comunicarle los motivos de su marginación, esto es, probar nuevos futbolistas en la antesala de la competencia siendo que el hijo dilecto de Corral de Bustos ya había confirmado largamente su valía. "Al final, terminó jugando Burruchaga de '6'", se lamentó alguna vez el exdefensor de Boca, River, San Lorenzo y Real Madrid, entre otros, al tiempo que le atribuyó parte de la culpa de su exclusión al Flaco Menotti -quien había oficiado de adiestrador del campeón mundial de la especialidad en Japón '79, en el que descollaron especialmente Maradona y Ramón Ángel Díaz- como líder de la Selección Mayor y de la conducción técnica en general.
     Por su parte, el nacido en el barrio rosarino de Fisherton desestimó de plano los cargos que Ruggeri hacía pesar sobre su persona. En primer lugar, el César interpretó como una afrenta por partida doble que se lo sindicara como partícipe necesario de la presunta operación espuria que terminó por depositar a Passarella en el River que con escasa fortuna dirigió el Flaco en la temporada 1988/89 -lo que por consiguiente apuró el final de la etapa del Cabezón como integrante de club de Núñez-, pues simultáneamente enfatizó que se estaba mancillando el honor del Káiser, su otrora protegido y lugarteniente dentro y fuera del verde césped en su gestión como DT de la Selección Argentina.
     Eso sí, Menotti se eximió de mayores comentarios a propósito del vínculo entre su tarea como entrenador principal del cuadro nacional y su supuesta incidencia en la desafectación de Ruggeri del malogrado equipo juvenil que participó en el Mundial de Australia, salvo al mencionar que después de todo su ida de River para incoporporarse al Real Madrid no le había sentado mal al Cabezón puesto que tal fichaje no hizo sino reafirmar su carácter de titular inamovible en el equipo argentino.
   La verdad es que aquella vez el Flaco debió batallar en tres frentes dialécticos. Al margen de la controversia en cuestión, el de Fisherton se cruzó con su antagonista por antonomasia, Carlos Salvador Bilardo, y hasta con el mejor jugador del mundo y capitán del team del doctor, Diego Maradona, quien lo tachó de "comunista con Mercedes Benz y (reloj) Rólex en la muñeca". De acuerdo con el testimonio vertido por el César, Ruggeri, el Diez y el doctor se habían confabulado para "decir estupideces".