viernes, 5 de agosto de 2016

                  Múnich 1972, los Juegos Olímpicos de la barbarie

                                                 
    La consigna era diferenciarse. No bien resultara nominada como sede luego de prevalecer en la pugna que sostuviera con rivales de relevancia como Madrid, Montreal y Detroit, Múnich se propuso hacer de la edición de los Juegos Olímpicos de 1972 un acontecimiento histórico, sin precedentes.
     Empeñada en constituirse en pionera, fue en la ciudad perteneciente a lo que entonces era Alemania Occidental, capital del Estado Libre de Baviera, que el magno evento presentó su primera mascota oficial: Waldi, perro de la raza comúnmente conocida como salchicha, oriunda del país germano.

                                               


      En lo que respecta al plano deportivo, no sólo se reintrodujo como disciplinas al handball -masculino, solamente- y a la esgrima (1), sino que en el tramo inicial del certamen el  nadador estadounidense Mark Spitz logró un récord inédito hasta ese momento al conquistar siete medallas de oro en las pruebas individuales de 100 y 200 metros, estilo libre; 100 y 200 mts, estilo mariposa;  y en la competencia de relevos por equipo en 4 x 100 y 4 x 200, estilo libre; así como en 4 x 100 combinado, con el plusmarquista norteamericano como figura sobresaliente (2).
      Asimismo, inclusivos que se revelaron desde su propia concepción, los JJ.OO de Munich procuraron  desligarse de la primera edición que se celebrara en territorio teutón, Berlín 1936, organizada por el Tercer Reich gobernado por el tirano Adolf Hitler, responsable directo tanto del desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial como del genocidio denominado Holocausto, que derivara en el asesinato de alrededor de 6.000.000 de judíos. De allí que se propiciara la participación en el torneo de la delegación del Estado de Israel, compuesta por 20 integrantes. La muestra cabal del marco antibélico que había envuelto a Alemania en virtud de la organización del torneo, se puso de manifiesto en la ausencia de armas de parte de los efectivos a quienes se les había conferido la misión de custodiar a los deportistas alojados en la villa olímpica montada especialmente para la ocasión. Nada ni nadie impedía a los atletas entrar y salir del complejo a voluntad. Por muy contradictorio que parezca, la bienintencionada moción de la nación anftriona desempeñó un papel crucial en la tragedia que, trabajo de inteligencia mediante, suscitaría la irrupción de un comando terrorista, de fatales consecuencias.

                                             

        Septiembre Negro, agrupación armada de origen palestino, cuya denominación surgiera en oportunidad del cruento intercambio de hostilidades que en el noveno mes de 1970 la misma mantuviera con el Ejército de Jordania, ya había perpetrado dos atentados previos a la inauguración de los Juegos Olímpicos de Múnich: 1) el homicidio del Primer Ministro jordano, Wasfi Tall, en 1971. 2) el secuestro de un avión comercial de Bélgica que había decolado del aeropuerto de Viena, Austria, rumbo a Tel Aviv (Israel), en mayo de 1972.
       Fracción estrechamente vinculada a la alianza nacionalista política y paramilitar proclamada como Organización para la Liberación de Palestina, dependiente del Consejo Nacional Palestino, Septiembre Negro perseguía un solo objetivo: la aniquilación del Estado de Israel. En ese sentido, la célula terrorista logró infiltrar a dos de sus miembros más caracterizados como trabajadores de la construcción en la inminencia del estreno de la vila olímpica. Así, los fedayines -mote que en idioma árabe alude al que adhiere a combatir por razones políticas, no religiosas- descubrieron que, a instancias del escaso control policial en derredor del complejo, en la que convivían 10.000 almas entre competidores, entrenadores y funcionarios del COI (3), resultaría sumamente sencilla la penetración a modo de asalto con la que pretendían efectivizar su cometido.
      No medió violencia en la fase inicial del copamiento del predio, ocurrido a las 04.40 AM del martes 5 de...setiembre -una vez más- de 1972 . Por el contrario, al lucir los extremistas ropa deportiva similar al atleta promedio, consiguieron engañar a los miembros del equipo de USA que, además de creerlos colegas, les facilitaron el ingreso ayudándolos a trepar por la verja perimetral de dos metros de alto, a lo que siguió el preludio del más trágico episodio que se haya producido en la historia de los Juegos Olímpicos modernos.
      Lejos de predisponerse a reposar tras una distendida noche de juerga, tal como los atletas estadounidenses, el grupo comando se dirigió sin dilación hacia la Connollystrasse 31 -Manzana 31- de la villa olímpica, en cuyo departamento se hospedaba la comitiva israelita.
      Fue el despliegue de los elementos terroristas lo que motivó que Moshe Weinberg despertara sobresaltado. Instintivamente, el entrenador de lucha del equipo de Israel se abalanzó sobre la puerta del primer apartamento que habitaba con objeto de impedirle el acceso a los terroristas, al tiempo que emitió un inequívoco aviso de alarma al resto de los huéspedes, lo que posibilitó que nueve de los 20 integrantes del contingente israelí consiguieran escapar y ocho de ellos, improvisar un momentáneo escondite.
       Inevitablemente, producto de la evidente desproporción numérica en la puja, Weinberg cedió ante el embate de los palestinos. Sin embargo, el valiente coach se valió de un cuchillo de cortar fruta,
con el que pretendió atacar al sindicado como líder de la agrupación Setiembre Negro, Luttif Affif, más conocido como Issa, antes de que le fuera descerrajado un certero disparo en una de sus mejillas y, consecuentemente, lo condujeran obligadamente a los compartimentos 2 y 3 para saciar los intrusos su creciente voracidad asesina.
        Aun desangrándose, Weinberg apeló a su última brizna de fuerza para intentar detener el avance de los extremistas y le propinó a uno de ellos un sonoro trompis que le dislocó la mandíbula, tras lo que el estremecido invasor lo remató con un segundo disparo. El cadáver del entrenador de lucha fue inmediatamente arrojado fuera del edificio principal en el que se alojaba el contingente israelí.. En vano resultó que en su defensa acudiera el levantador de pesas Yossef Romano. Oriundo del estado de Ohio, Estados Unidos, el halterófilo seguramente habría evitado su luctuoso destino si, en lugar de resignarse a participar en el certamen al no haber clasificado para su su país natal, no hubiera usufructuado su condición judía en pos de representar al equipo de Israel. El corpulento atleta no vaciló en hacer acopio de su potencia en tren de neutralizar la cruenta arremetida de la célula terrorista y se trabó en encarnizada disputa con un palestino, a quien a punto estuvo de arrebatarle su arma. Consciente de la incontrastable superioridad física de su oponente, el fedayín jaló el gatillo de su fusil y le produjo la muerte instantánea.  No conforme con haber acabado con la vida del deportista, el secuestrador procedió, abiertamente exento de pruritos, a cortarle los testículos a Romano delante de sus compatriotas.
       Acto seguido, los captores concluyeron la primera etapa de su macabro ardid tomando como rehenes a nueve miembros de la delegación israelita : David Berger y Ze'ev Friedman (levantamiento olímpico), Juseph Eliezer Halfin y Mark Slavin (lucha grecorromana), Amitzur Shapira (salto en largo), Moshe Weinberg y Jossef Gutfreund (referees de lucha grecorromana), André Spitzer (árbitro de esgrima), y Kahat Shorr y Yakoov Springer (entrenadores de tiro y levantamiento de pesas, respectivamente).

                                           

       Más allá del visceral odio que le profesaba al Estado de Israel, ¿cuál fue el móvil que condujo a Setiembre Negro a atentar con semejante saña contra 11 inocentes víctimas quienes, aun pese a su filiación judía, jamás se habían inmiscuido en misiones religiosas o declamado fanatismos políticos, ni mucho menos prestado a servir en devastadoras guerras?
       El misterio comenzó a develarse menos de una hora después. Sobre las 05.30 de aquel fatídico martes 5 de setiembre de 1972, un efectivo de seguridad, inerme, se topó con el cadáver de Moshe Weinberg, yacente próximo al  departamento de la manzana 31 de la villa olímpica en la que se hospedaba el infortunado coach de lucha grecorromana. Casi en simultáneo, otros dos uniformados, comisionados para retirar el cuerpo inerte del complejo, divisaron una partida de hombres enmascarados y armados dentro del departamento que alojara a los israelitas, por lo que, sin más preámbulos, se contactaron con el Jefe de Policía de la ciudad de Múnich, Manfred Schreiber para anoticiarlo del macabro hallazgo.
       Luego de convocar urgentemente a un comité de crisis, conformado asimismo por el Ministro del Interior, Hans-Dietrich Genscher, el Ministro del estado de Baviera, Bruno Merck,  y por el intendente de la villa olímpica, Walther Troger,  Schreiber asumió la responsabilidad del asunto, previo a que los inmisericordes extremistas desnudaran sus verdaderas intenciones.

sábado, 2 de julio de 2016

           En reivindicación de Carlos Bilardo (segunda parte)
                                           
                                                     

     "A la gloria no se llega por un camino de rosas", asevera uno de los preceptos primordiales de Osvaldo Juan Zubeldía. A fines de ejemplificar su postulado, el entrenador de Estudiantes citó en la estación Constitución al grupo de jugadores con los que solía viajar desde Buenos Aires hacia La Plata, una hora y media antes del horario habitual en que abordaban el tren. Una vez hubieron llegado sus subordinados, el técnico les indicó que repararan en la extenuada expresión de la presurosa muchedumbre que, con denuedo, pugnaba por ocupar un lugar en los atestados coches. "La gente corre porque va a trabajar y algunos se levantaron a los 5 para poder llegar acá. Y ahora se van a pasar ocho, diez, doce horas en una oficina, un talle o en una obra en construcción. Ninguno gana ni la cuarta partes de los que ganan ustedes", afirmó el entrenador. Y añadió: "Cuando yo les hablo en los entrenamientos de trabajar para mejorar, de sacrificar cosas para ser mejores futbolistas, a lo mejor algunos piensa que estoy pidiendo mucho. Si ustedes fracasan en el fútbol, pueden terminar corriendo como estar personas que no tuvieron la suerte de jugar, porque no les va a quedar otro remedio. Ellos no tienen otra posibilidad y tienen que hacerlo aunque nos les guste. Ustedes son jóvenes, juegan al fútbol, tienen toda la chance de tener un futuro distinto y mucho mejor. Los hice venir más temprano para que vean esta realidad."
      Uno de esos futbolistas era Carlos Salvador Bilardo; acaso, el que más fielmente reprodujo los fundamentos su maestro. Jamás cuestionó las rígidas aunque novedosas implementaciones que en los años '60 introdujera Zubeldía para catapultar a Estudiantes a la cima del Mundo : jornadas de doble turno de entrenamiento, así lloviera, tronara o nevara; concentraciones prolongadas;, interminables sesiones de proyección de partidos en cintas de video, no sólo para pulir defectos en el funcionamiento colectivo e individual, sino a su vez para estudiar virtudes y defectos de los rivales de ocasión-;  práctica hasta la saciedad de todo tipo jugadas de pelota parada, como córners y tiros libres; ensayos exhaustivos de cómo contrarrestar y dejar en offside al equipo contrario...Por el contrario, el doctor las hizo celosamente suyas. Ni siquiera se permitió el mas mínimo reproche cuando, producto del ajetreado calendario a nivel local e internacional que debía asumir el cuadro pincharrata en 1968, Zubeldía -que no el padre Jorge Tiscornia de la iglesia San Carlos Borromeo, del barrio capitalino de Almagro- lo casó en menos de una semana con su estoica esposa, Gloria.
       Como entrenador de la Selección Nacional, Bilardo seguramente habría honrado a su maestro, fallecido el 17 de enero de 1982, cuando, lejos de tomarse vacaciones del inconmesurable trajín que le deparara el año anterior, convocó a comienzos de 1986 a una nómina compuesta por 14 jugadores a efectuar una mini pretemporada en la localidad de Tilcara, provincia de Jujuy, cuyo abrazador calor estival y altitud -2645 metros sobre el nivel del mar- se prestaban idóneos para lograr la más óptima ambientación al clima de la Ciudad de México Puebla, sedes a las que había sido destinado el elenco albiceleste en la fase inicial de la Copa del Mundo.
       Junto con el Narigón y su cuerpo técnico, viajaron hacia el norte del país estos futbolistas: Ricardo Enrique Bochini, Ricardo Omar Giusti y Néstor Rolando Clausen, de Independiente; José Luis Brown y Luis Alberto Islas, de Estudiantes; Jorge Alberto Comas y José Luis Cuciuffo, de Vélez; Sergio Daniel Batista y Claudio Daniel Borghi, de Argentinos; Carlos Daniel Tapia, de Boca; Oscar Alfredo Ruggeri, de River; Oscar Alfredo Garré, de Ferro, Sergio Omar Almirón, de Newell's; y Oscar Alberto Dertycia, de Instituto.

                                                 

        Allí, por espacio de diez días, no sólo se pautó como objetivo conseguir la mejor performance física de cada jugador, a cargo de Bernardo Lozada, médico especializado en el trabajo con atletas que se desempeñan en climas adversos, sino que se procuró emular el modus vivendi que le depararía a la delegación argentina su estadía en la nación azteca. En ese sentido, por caso, los partidos amistosos -especialmente ante el club local Pueblo Nuevo- se jugaron al mediodía, el mismo horario en que el representativo argentino dirimiría sus desafíos en el mundial.
       Fuera de la metódica preparación, la comitiva albiceleste, más que abrasada, abrazada por el calor...de los hospitalatrios nativos, realizó asiduas visitas a la Iglesia Nuestra Señora del Rosario, en la que coincidieron en elevar a la Virgen de Copacabana de Punta Corral -"La mamita de los Cerros"- la promesa de volver -descalzos y de rodillas, si hacía falta- a Tilcara, si conquistaban el título en México, según sostienen los lugareños hasta el día de hoy . Lo que finalmente no ocurrió, con consecuencias nefastas para el porvenir del fútbol argentino, reza una extendida creencia (1).
     Claro que no todo pasaba por las exhaustivas jornadas de entrenamiento y el confinamiento al encierro del hotel  en el que se alojaba la delegación celeste y blanca. Al enterarse de que, en virtud de la llegada de un contingente de turistas proveniente de Rosario, se ofrecía una fiesta en un salón distante a pocas cuadras del hospedaje, Bilardo autorizó al plantel a concurrir al mitin, siempre que regresaran a la una de la madrugada.
     No era que, a sabiendas de que en el festejo se servirían bebidas de distinta graduación alcohólica, el doctor dudara de la conducta de sus dirigidos. Tampoco que pretendiera cerciorarse de que aquéllos abandonaran el recinto en el horario convenido. Si Carlos Salvador concurrió a esa fiesta de disfraces fue porque nada en esta vida -salvo el fútbol- lo apasiona más que bailar. Así como en sus mocedades -en la que no lo apodaban Narigón, sino Sonrisa o Flacoigual que a su más enconado enemigo- frecuentara discotheques como Dominó y Montecarlo junto con sus entrañables compinches, los actores Juan Carlos Calabró y Alfonso Pícaro, Bilardo se lució en la pista de baile travestido de mujer colla, ante la atónita mirada del Cabezón Ruggeri y el resto de sus compañeros. Tanto disfrutó con sus danzarines, que inclusive autorizó a la muchachada a permanecer en el distendido festejo hasta las 3 AM.
     El acondicionamiento en el pago jujeño satisfizo a Bilardo por dos razones principales: 1) La armoniosa convivencia de la plantilla, en sintonía con su noción de "grupo" 2) La atinada detección de los efectos colaterales que pudieran provocar la presión, el calor y la altura en los jugadores, los que fueron minando progresivamente para así permitirles alcanzar un auspicioso rendimiento.
     Por supuesto, en contrapartida con los cumplidos que le dispensaran por su trabajo las coberturas de los medios foráneos enviados a Tilcara -como la del prestigioso periódico italiano Il Corriere Dello Sport-, la prensa doméstica menospreció la valía del sistema de aclimatación propuesto por Bilardo, la del oponente local con el que el equipo había confrontado y hasta se mofó del estado de la cancha en la que los futbolistas se habían entrenado, por no mencionar sus quejas respecto de la ausencia de Diego Armando Maradona, Daniel Alberto Passarella y otros valores que se desempeñaban en el mercado europeo.
     Del escarnio público, al intento forzado de destitución. En pos de inaugurar la temporada, la Selección Argentina emprendió una pequeña gira por Europa en la que inició su participación con una inobjetable caída en París ante Francia -entonces campeón de la Eurocopa- por 2 a 0, antes de obtener dos triunfos consecutivos frente al Nápoli de Maradona -el Diez jugó únicamente para el combinado nacional- por 2 a 1 y vs el Grasshopper de Suiza por la mínima diferencia, insignificantes de acuerdo con la concepción de la crítica generalizada.

miércoles, 29 de junio de 2016

         En reivindicación de Carlos Bilardo (primera parte)
                                                 

                                                     
     El hombre de la nariz prominente se posicionaba como el candidato idóneo a asumir como director técnico de la Selección Nacional. Se requería la presencia de un doctor para mitigar los dolores ocasionados por el inexorable epílogo de La Fiesta de Todos, de la que derivó en el cenit de su esplendor la primera Copa del Mundo obtenida por el equipo argentino.
     Aun beneficiado por la reciente conquista del Campeonato Metropolitano de 1982 con Estudiantes, Carlos Salvador Bilardo ostentaba una vasta trayectoria como futbolista y director técnico.
     Luego de desempeñarse en San Lorenzo y Deportivo Español, recaló en el prolífico cuadro pincharrata que se coronó a nivel local, continental, interamericano e inclusive mundial durante el segundo lustro de la década de 1960, en donde si bien no destacó por su virtuosismo, se graduó como alumno aventajado de su mentor, don Osvaldo Juan Zubeldía.

                                              


     Retirado de la práctica activa, fueron sus excompañeros del León quienes lo encumbraron como DT de un equipo bajo cuya conducción no solo evitó la pérdida de la categoría durante el Metro '71, sino que a su vez consiguió un decoroso subcampeonato en el Torneo Nacional de 1975 . Idéntico logro redundó de sus ciclos en Deportivo Cali, tanto en la División Mayor del Fútbol Colombiano como en la Copa Libertadores de 1978 -en la que cayó en las finales frente al Boca del Toto Lorenzo-, antes de su discreto paso por San Lorenzo (1979), al que siguió su frustrada gestión en la Selección de Colombia, con la que no pudo clasificar al Mundial de España 1982.
     Por supuesto, Julio Humberto Grondona no desconocía ni la considerable experiencia ni los recientes laureles conseguidos por Bilardo. Su escepticismo, en cambio, residía en su prejuicio para con el Narigón, sindicado como el exponente dentro del campo de juego del Antifútbol al que infundadamente se acusaba de pregonar a Zubeldía, ese que, entre otras artimañas, consentía burlar el umbral del reglamento pinchando con alfileres y echándole tierra a los ojos a sus rivales, los mismos a los que -supuestamente-se les realizaba un minucioso trabajo de inteligencia respecto de su vida privada para que, una vez en el fragor del partido, distraerlos de sus funciones al mentar a sus esposas, hijas u otros íntimos. El entonces titular de AFA, que otrora lo fuera de Independiente, a su vez el club de sus amores, no podía olvidar que Bilardo se había erigido en uno de los protagonistas estelares de las ardorosas batallas que Estudiantes y el Rojo de Avellaneda libraran en la Copa Libertadores 1968, la primera de las tres consecutivas que conquistara el conjunto de La Plata (1).
    Pese a su renuencia original a asistir a un simposio organizado por la revista El Gráfico a fines de 1982, en el que a su vez se llamó a disertar a Bilardo, a Grondona acabó por seducirlo el discurso del aún entrenador de Estudiantes, quien se juraba un incondicional del orden, organización y disciplina, justamente de lo que había carecido -a la vez que de hambre de gloria- la Selección Nacional en el certamen mundialista de España. Amén de la deslucida campaña ofrecida por la escuadra dirigida por César Luis Menotti, la dinámica de la (des) concentración en la que se alojó
 la comitiva albiceleste resultó alterada por la constante presencia de empresarios, intermediarios y directivos de las instituciones más reputadas del planeta, ávidos por adjudicarse los concursos de las estrellas argentinas...y por la notoria ausencia del director técnico, quien más preocupado por cuestiones íntegramente ajenas a su cargo, delegaba el mando en el capitán del equipo y en su segundo, Daniel Alberto Passarella y Américo Rubén Gallego, respectivamente.

                                             

     Fue así que Carlos Salvador Bilardo, aun pese al ruego de los fanáticos pincharratas por que permaneciera en el club, aceptó la oferta del pope mayor de AFA y rubricó el jueves 24 de febrero de 1983, a las 19.35, el contrato que lo ligaba como entrenador del seleccionado argentino, flanqueado por dos de sus compinches de los años '60: Carlos Oscar Pachamé (ayudante de campo) y Raúl Horacio Madero (médico), así como por Ricardo Echeverría en la preparación física, quien cautivara al Narigón cuando este último reparara en su destacada labor como profesor en las colonias de vacaciones de verano que albergaba el club Estudiantes en su seno. A ellos se acoplarían los secretarios técnicos, Mario Porras y Rubén Moschella; el secretario adjunto, Roberto Mariani -suerte de segundo de Pachamé en la ayundantía-; Roberto Molina, masajista; y los utileros Roberto Tito Benrós y Miguel Di Lorenzo, más conocido como Galíndez.
     En resumidas cuentas, "...el equipo del Narigón", tal como reza un viejo cántico del tablón.

sábado, 18 de junio de 2016

Copa América: el curioso historial de Argentina vs Venezuela


   
     
       La disparidad en el poderío de dos de los contendientes que este sábado pugnarán por una plaza en las semifinales de la Copa América Centenario 2016, organizada por Estados Unidos, resulta evidente. Si bien es cierto que Argentina ya no es aquel prolífico equipo de antaño y que Venezuela, a partir de la gestión del Pato José Omar Pastoriza como director técnico (1), dejó de limitarse a ejercer el mero rol de partenaire, la supremacía de la Selección Nacional sobre su inminente adversario se revela, de todos modos, demoledora.
       Una de las mayores manifestaciones de la abrumadora superioridad de los albicelestes se constituye en el historial general que éstos sostienen con los venezolanos, en el que, al cabo de 20 enfrentamientos, el equipo argentino se impuso en 19 ocasiones - con 74 goles a favor- contra sólo un triunfo del conjunto vinotinto (10 GF), que no precisamente ocurrió en virtud de la celebración de la Copa América. En ese sentido, nuestro seleccionado prevaleció a instancias de las goleadas -una de ellas, particularmente aplastante- que le propinó a su oponente en los cuatro encuentros que dirimieron.
        Impiadoso, el combinado nacional se propuso vapulear a Venezuela inclusive en el desafío que inauguró la serie de cotejos entre ambas selecciones, correspondiente a la tercera jornada del entonces denominado Campeonato Sudamericano de Uruguay 1967, que contó con tres características salientes: 1) el debut absoluto del representativo vinotinto en la Copa América;  2)
 fue la primera vez que se disputaron eliminatorias clasificatorias para el torneo (2); 3) la
deserción de Brasil que, recuperado de su inesperada derrota como anfitrión ante la Celeste, el inolvidable Maracanazo, ya se había adjudicado dos Copas del Mundo de manera consecutiva: Suecia 1958 y Chile 1962.
        Apenas comenzado el partido, la escuadra argentina enhebró su primera situación de gol al encarar a los 3' el centrodelantero de Independiente, Luis Artime (padre), el área rival con su consabida potencia, antes de que una brillante maniobra tripartita entre David Acevedo, Raúl Bernao y  Mario Alberto González derivara en un remate de Gonzalito, conjurado por el atinado cruce del venezolano Freddy Elie, quien rechazó al tiro de esquina.
      El score no tardó demasiado en abrirse. Luego de una soberbia jugada individual a cargo del volante derecho de River, Juan Carlos Sarnari, que habilitó a los 18' la entrada de Artime,
 el legendario artillero definió ante el inerme arquero Vito Fasano con un disparo rasante.
      Una nueva incursión hasta el fondo de Bernao motivó, a los 31', el 2-0 parcial para el elenco albiceleste, al capitalizar el infalible atacante de Vélez, Juan Carlos Caroneel preciso centro enviado por el crack de los Rojos de Avellaneda, previo al corte de luz de 10' de duración que se produjo en el Estadio Centenario y su zona de influencia.
      Subsanado el desperfecto en el alumbrado artificial, el equipo dirigido por Alejandro Galán, más conocido con el seudónimo de Jim Lópes, que adoptó al radicarse en Brasil, se abocó en el complemento a aumentar la ventaja desde los 3', a través de Silvio Marzolini, considerado el mejor lateral izquierdo de la historia de Boca, al culminar una sucesión de gambetas con un shot al ángulo superior derecho de Fassano.
      Sobre los 20', Sarnari cedió el balón en dirección de Pichino Carone, quien lanzó un colocado centro al corazón del área de Venezuela, conectado mediante un certero cabezazo por Artime para establecer el inapelable 4-0 en favor del representativo celeste y blanco. Lo que siguió fue el descuento de la selección vinotinto, como consecuencia del desacople del fondo argentino que posibilitó que a los 29' Rafael Santana batiera al guardameta xeneize Antonio Tarzán Roma.
      Como corolario de una auspiciosa jornada para el conjunto nacional, su quinta y última conquista, a la vez la tercera de la cosecha personal de Artime.  Fue a los 43', después de una nueva asistencia en profundidad del riverplatense Sarnari, usufructuada por el centroforward de Independiente, quien a la postre se erigió como top scorer del torneo con 5 tantos, al vulnerar la valla venezolana con un disparo franco, a media altura.
      En contrapartida con la deslucida performance de Venezuela en el Campeonato Sudamericano de 1967 -no obstante lo cual obtuvo su primer halago en la competencia al vencer a Bolivia por 3 a 0, lo que le valió ocupar un ¿digno? penúltimo lugar en la tabla de posiciones-, la auspiciosa campaña realizada por la Selección Argentina. Más allá de la goleada infligida al combinado vinotinto, el cuadro albiceleste superó a Paraguay (4-1), Bolivia (1-0) y Chile (2-0), con lo que arribaba a la instancia culminante como líder del certamen con ocho unidades, una más que el local, Uruguay, su escolta y rival en la jornada de cierre. Sin embargo, el clásico del Río de la Plata favoreció al cuadro charrúa , que logró una ajustada victoria a través de Pedro Rocha, escogido finalmente como el mejor jugador del torneo, y por ende, se consagró campeón (3).
                                                   

      Recién ocho años después se jugó la siguiente edición de lo que pasó a denominarse definitivamente Copa América que, a diferencia de los campeonatos predecesores, no dispuso de una sede fija, aunque por primera vez participaron la totalidad de los miembros originales de la CONMEBOL. Así las cosas, las selecciones intervinientes fueron repartidas en tres grupos de tres equipos, cuyos respectivos vencedores, luego de enfrentar a sus contrincantes en partidos de ida y vuelta -tanto de local como de visitante-, integrarían un cuadrangular a modo de semifinales al que se plegaría Uruguay, clasificado automáticamente a la segunda ronda por su condición de vigente ganador de la competición.
      El sorteo de rigor depositó a Argentina en el Grupo C, que compartió con Brasil y Venezuela. Si bien la producción del conjunto nacional resultó oscilante, exhibió en el pico de su rendimiento un predominio abismal frente a la Vinotinto, a la que le convirtió ¡¡¡16 goles!!! en dos partidos.
      Tras el holgado traspié que sufrió en el Estadio Olímpico de Caracas ante el representativo
 verde amarelo en la jornada de apertura (0-4), la alineación venezolana recibió a su similar albiceleste en el mismo escenario, con la esperanza de ofrendarle a su público una actuación -cuanto menos- decorosa ante un rival incontrastablemente superior.

                                                               

     No fue que el elenco celeste y blanco se hubiera ensañado particularmente con un equipo al que durante años le cabría el mote de Cenicienta -lo que sucedería en la "revancha", así entre comillas-, mas le bastó apenas 10' para establecer un justificado triunfo transitorio al desbordar hasta el fondo el wing derecho de Rosario Central, Ramón César Bóveda, con objeto de habilitar a Leopoldo Jacinto Luque, centrodelantero de River quien, luego de desairar a Orlando Torres, definió de caño ante el achique del arquero Vicente Vega.
     Enseguida nomás, sobrevino la sorpresiva reacción del anfitrión. Acto seguido de haber estrellado un cabezazo en el poste, la arremetida de Ramón Iriarte le otorgó al anfitrión la injusta igualdad, que habría redundado en la segunda anotación de los venezolanos si el mismo atacante hubiera acertado minutos después su intento de emboquillada ante un superado Hugo Orlando Gatti, portero de Unión, a quien salvó el travesaño.
     A partir de allí, la progresiva mejoría de Argentina a la par que el repliegue de Venezuela motivó a los 29' la auténtica obra de arte con que se despachó Mario Alberto Kempes, inestimable valor de la Academia rosarina. El Matador eludió no una, sino dos veces a Vega para empujar el esférico al desguarnecido arco local, que mereció el cerrado aplauso -de pie- de los 8000 espectadores presentes.
     Tan solo 6' después, el intuitivo Luque asedió a la dubitativa defensa venezolana de manera tal, que le robó el balón a E. Torres y, luego de eliminar a Vega, decretó el 3-1 parcial con el que la visita se marchó al intervalo.
     Durante la segunda etapa, el combinado venezolano, apremiado, no fue sino un compendio de errores que invitaba al conjunto de César Luis Menotti a emular el amplio triunfo que obtuviera en el Campeonato Sudamericano de 1967.
     Aun sin planteárselo como objetivo, producto de la merma en la peligrosidad de sus avances, la Selección Nacional consiguió su cuarta conquista a los 23' al procurar Bóveda la posición del Pulpo Luque, quien definió de primera para la algarabía del puñado de hinchas argentinos ubicados en las tribunas, que parecían muchos más al producirse simultáneamente la retirada de la mayoría de la afición vinotinto.
     Producto del enésimo titubeo de la retaguardia de los locales, sobrevino a los 40' el gol de Osvaldo César Ardiles, exquisito volante derecho de Huracán, que no solo selló el pleito sino que asimismo equivale a la máxima goleada de visitante que registra el historial entre Argentina y Venezuela.
    "Flaco, no te vayas..", entonaban a modo de ruego los fanáticos albicelestes que se habían llegado hasta el Gigante de Arroyito de Rosario Central, club del que el entrenador del equipo celeste y blanco es confeso simpatizante. Es que Menotti, rosarigasino él, del barrio de Fisherton, había presentado la renuncia a su cargo en la víspera del desquite ante los venezolanos, al suscitarse una seguidilla de conflictos entre los que destacaba la rotunda negativa de Boca y River de ceder a los jugadores que el DT había nominado para lucir la camiseta del seleccionado (4),  lo que César Luis consideraba una afrenta pues al asumir en sus funciones había exigido como requisito insalvable que se le otorgara prioridad indiscutida al equipo nacional.
    Puesto que la cúpula directiva de AFA resolvió implementar medidas proclives a satisfacer la petición de Menotti, este dejó sin efecto su controvertida dimisión. Solo así se brindó a comandar el lluvioso domingo 10 de agosto de 1975 a un once titular compuesto eminentemente por futbolistas santafesinos, quienes se aprestaban entonces a obsequiarle al técnico que tanto respaldaban una de las mayores alegrías que ostenta su fecunda carrera.

lunes, 6 de junio de 2016

         El Campeonato Sudamericano de 1916: el otro centenario    
   
                                                       

       El contraste entre lo que sucedía en uno y otro margen del Océano Atlántico se constituía tan perfecto como cruel. Mientras el Viejo Continente se debatía en el horror de un enfrentamiento bélico generalizado, una de los naciones más australes de América del Sur se aprestaba a celebrar el centenario de la proclamación de su independencia. Promediaba en Europa la Primera Guerra Mundial cuando en Argentina se anunciaba la organización de las más variopintas festividades en conmemoración de la gesta patria del  martes 9 de julio de 1816. Entre ellas, la instauración del Campeonato Sudamericano de Selecciones, que en virtud de la edición de 1975 adoptaría su denominación actual: Copa América. Es
ésta, a excepción de los Juegos Olímpicos (París 1900), el más longevo certamen en disputa entre seleccionados desde que en 1984 se jugara por última vez el British Home Championship
       Concedido a nuestro país en aras del cumplimiento del trascendental aniversario de su emancipación de la corona española, no fue, en realidad, el Campeonato Sudamericano el primer torneo del que ya había largamente dejado de ser el "deporte de los ingleses locos"-al decir de los criollos de antaño- en el que el representativo nacional oficiara de local. Además de las Copas Lipton y Newton, en la que el equipo argentino confrontaba mano a mano con su similar de Uruguay, ese honor corresponde a la Copa Centenario Revolución de Mayo (1), la primera competencia futbolística de América del Sur en la que
participaran más de dos selecciones, obtenida por el team albiceleste luego de arrollar, respectivamente, a Chile (4-1) y al propio combinado celeste (5-1), en el Estadio del club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (GEBA).
       La inmejorable aceptación de la que gozó la celebración del triangular, sumada a la encomiable performance del cuadro nacional, motivó que el 15 de de octubre de 1913 confluyera en las instalaciones de la Asociación Argentina de Football (AAF) -antecesora de AFA (2)- una junta de notables, de los que sobresalió en su intervención el exjugador y entonces dirigente de Estudiantes de Buenos Aires, José Susan.
       En su exposición, a modo de presentación de su novedosa propuesta, Susan destacó: "La AAF resuelve realizar anualmente un concurso de football, instituyéndose al efecto la Copa América (3). Serán invitadas a adherirse a este proyecto las ligas uruguaya, chilena y brasileña, debiendo enviar en caso afirmativo un equipo para disputar la Copa. Este torneo se efectuará en Buenos Aires, en fecha que con prudente anticipación fijará el Consejo (Directivo)". Acto seguido, recalcó: "Este trofeo no podrá ser obtenido definitivamente, pero si alguna de las representaciones que lo disputen vencen tres años seguidos o cinco alternados, serán acreedores a una copa estímulo. El equipo triunfador y referee que actúen en los matches serán premiados con medallas de oro; los demás, con una medalla de plata que consignará la clasificación obtenida".
      Aun pese a la unánime aprobación de su moción, que virtualmente sentaría las bases del Campeonato Sudamericano, en lugar del antiguo referente del Pincha de Caseros, se reconoce como autor intelectual de lo que hoy es la Copa América al periodista y político Héctor Rivadavia Gómez, titular de la Asociación Uruguaya de Fútbol entre 1907 y 1912,  quien en pleno desarrollo de la edición inaugural del certamen atendería a la enorme repercusión que el mismo lograra desde su comienzo. Por ello, convocó a los mandos superiores de las federaciones de Argentina, Chile y Brasil -equipos que, amén del conjunto cisplatino, conformaban el torneo cuadrangular original- a una sesión extraordinaria, a realizarse en la Ciudad de Buenos Aires en una fecha emblemática: el 9 de julio de 1916, en el centenario exacto de la autonomía patria, en la que Rivadavia Gómez estableció los lineamientos preliminares de lo que en la subsiguiente reunión, llevada a cabo el 15 de diciembre de aquel año en Montevideo, derivaría en la concepción de la Confederación Sudamericana de Fútbol, actual CONMEBOL (4).

                                               
      Indudablemente, José Susán resultó relegado en su consideración merced a un conjunto de factores: la avivada de Rivadavia Gómez, quien no sólo captó el indisimulable beneplácito con que fue recibido el flamante torneo que el exmandamás de Estudiantes de Caseros había gestado, sino que a instancias del éxito cosechado se apresuró a proponer en una jornada solemne como es el 9 de julio en nuestro país, la fundación de un organismo rector del fútbol sudamericano, que contó con la anuencia total e inmediata de sus pares; así como el relativo delay -tres años- que transcurrió entre el anuncio de la idea madre de Susan y la consumación de su obra.
      No faltará, seguramente, quien esgrima, en lo tocante a la nacionalidad de procedencia del ideólogo de la Copa América, un nuevo capítulo de la eterna disputa que mantienen Argentina y Uruguay, por el país de origen de Carlos Gardel o por la invención del dulce de leche. Lejos está de la intención del periodista generar una estéril polémica. Es sólo una cuestión de reivindicación -también de minuciosa investigación- a un visionario nacido de este lado del Río de la Plata al que la historia lo confinó injustamente al anonimato. Idéntica mención le cabría si aquél hubiera nacido en el pago oriental.



                                             
                                   El puntapié inicial                             
                                 

      Poco le importó al dicharachero público que se congregó en el estadio de GEBA que no fuera la Selección Argentina uno de los protagonistas estelares del partido inaugural del Campeonato Sudamericano de 1916. Hasta allí se habían llegado, no obstante la onerosa suma que debieron abonar por su localidad -$ 3 el acceso a la cabecera oficial; $ 1, las entradas generales-, para presenciar el desafío entre los combinados de Uruguay y Chile del 2 de julio, a las 14.30.
     Con 10 minutos de retraso, luego de la finalización del encuentro que sostuvieron las Quintas Divisiones de Banfield y Germinal, apareció en el campo de juego la delegación trasandina, que se dispuso a desfilar encabezada por Carlos Fanta -no sólo se desempeñaría como árbitro en representación de su país natal sino asimismo como entrenador del primer equipo-, quien enarbolaba la bandera de la Federación Sportiva Nacional de Chile; seguido del diputado santiaguino Héctor Arancibia Lazo y sus subordinados, portadores éstos de la insignia chilena;  mientras que en última instancia se apreciaba a los actores principales de la comitiva: los futbolistas que integraban la alineación titular y sus suplentes.
     Seguidamente, envuelto en vítores y aplausos al igual que su contrincante, surgió en el field la escuadra uruguaya. Sin dilación, los orientales se encaminaron hacia el palco oficial, en el que, en ausencia del presidente de la Nación, Victorino de la Plaza, se hallaba el titular de la AAF, doctor Adolfo Orma, para proceder a una suerte de ritual que cada seleccionado repetiría en la inminencia del resto de los cotejos del torneo: ofrendar sus hurras tanto al anfitrión como al noble oponente de ocasión, que fue emulado posteriormente por elenco chileno.
     Si bien la supremacía del conjunto celeste se tornó incontrastable desde el arranque, la valla de la Selección de Chile recién resultó vulnerada a los 44' de la etapa inicial, después de que el multicampeón Angel Romano ensayara un remate bajo que Manuel Guerrero, arquero trasandino, alcanzara a rechazar con dificultad, antes de que la gloria del fútbol uruguayo, el Maestro José Piendibene, sacudiera las mallas.
    Luego de haber intercalado ambos equipos situaciones de relativo peligro en el inicio del complemento, se produjo a los 10' el segundo gol del team cisplatino, producto de una estupenda maniobra urdida por Juan Delgado y Piendibene, que culminó con una volea al ángulo de Isabelino Gradín, autor a su vez de la tercera conquista sobre los 25', mediante un inapelable cabezazo cuya soberbia jugada previa había merecido la admiración de la totalidad de los espectadores.
      La conquista que coronó la justificada goleada sobrevino a los 30', como consecuencia de un admirable arresto individual del Maestro Piendibene, quien luego de burlar a los backs rivales batió a Guerrero con un disparo cruzado que sentenció el score definitivo: Uruguay 4 - Chile 0 (5).

lunes, 23 de mayo de 2016

                     ¡Feliz cumpleaños, viejo y querido obelisco!
                 
                                                   

      El centro visual de la Ciudad de Buenos Aires está de parabienes. Difícilmente podamos resistirnos a envidiar su robusta y longeva salud. Elegante, asimismo, se reveló desde su misma concepción, que lo vistió de blanco resplandeciente. Aun fastuoso, inconquistable, insuperable, así como inmortalizado en canciones y poesías, el imponente monumento supo alguna vez sumirse a la defenestración pública, que inclusive amenazó con su prematuro desenlace. Sin embargo, la atinada intervención de un funcionario oficial,  clamor popular, erigieron al Obeliscoque hoy cumple 80 años, tanto en auténtico patrimonio nacional como en el epicentro de la celebración de nuestros hitos políticos, deportivos y artísticos.
       Llamada a emplazarse en un baluarte de la región capitalina, en lugar de la colosal obra se localizó durante más de 200 años la original Basílica de San Nicolás de Bari, fundada en 1733, a instancias del militar y empresario español Domingo de Acassuso, quien insólitamente no llegó a atestiguar el estreno de su creación al morir en 1927, luego de caerse desde un andamio en plena construcción de la parroquia.
       Fue allí en donde, merced a la figura de Manuel Belgrano, se enarboló por primera vez la enseña patria, el domingo 23 de agosto de 1812, jornada en la que el prócer -al mando del Ejército del Norte, en pleno enfrentamiento bélico con las huestes realistas- protagonizara la gesta conocida como Éxodo Jujeño. Además, en la extinta iglesia, se produjo, en 1913, el bautismo de San Héctor Valdivielso, el primer santo que tuviera a bien acoger Buenos Aires, habida cuenta de su canonización (1999), quien falleciera a sus jóvenes 24 años, fusilado en España en ocasión de la Revolución de Asturias de 1934 que derivaría en la cruenta Guerra Civil Española.
        Por otra parte, a resguardo de la trágica epidemia de fiebre amarilla que en 1871 azotó la metrópoli porteña, acudieron en masa hacia la basílica los niños cuyos padres habían resultado víctimas de la fatal enfermedad. De allí que el presbítero Eduardo O' Gorman, precursor de la veneración a la Virgen de los Desemparados, montara El Asilo de Huérfanos, que rescató de la mendicidad no solo a menores de edad sino también a mujeres y ancianos caídos en desgracia.

                                                 

        Subsanados los efectos del devastador flagelo, sobrevino el advenimiento de la modernidad, a la usanza europea, que se propuso transformar definitivamente la fisonomía de Buenos Aires. Como prueba cabal, el ensanchamiento trazado en las principales arterias de la creciente urbe: Diagonal Norte y las avenidas 9 de julio -la más ancha del mundo- y Corrientes, en cuya confluencia se planificó la construcción de una rotonda a efectos de fomentar el óptimo flujo de tránsito, y la demolición y ulterior traslado a la avenida Santa Fe de la Basílica San Nicolás de Bari, pues en el mismo solar se había estimado el levantamiento de un suntuoso monumento.
       A ese respecto, Mariano de Vedia y Mitre, intendente porteño durante la fraudulenta presidencia del general Agustín Pedro Justo, se anticipó a la moción bicameral de la Unión Cívica Radical de erigir allí una estatua en memoria del ex Jefe de Estado, Hipólito Yrigoyen; y en coincidencia con el cuarto centenario de la primera fundación de Buenos Aires -que su descubridor, Pedro de Mendoza, bautizara como "Santa María del Buen Ayre"-  rubricó el 3 de febrero de 1936 un decreto en virtud de "la ejecución de una obra de carácter extraordinario que señale al pueblo de la República la verdadera importancia de aquella efeméride. Que no existe en la ciudad ningún monumento que simbolice el homenaje de la Capital de la Nación Entera".

                                             

       De ese modo, se facultó a Alberto Prebisch y a G.E.O.P.E-Siemens Baunnion- Grünn & Bilfinger, arquitecto diseñador y compañía contratista, respectivamente, la construcción a partir del 20 de marzo de aquel año de un monumento de 67,5 metros de alto -coronado por una punta estilo roma y un modesto pararrayos, imperceptible este último a simple vista producto de la considerable altura de que se dotó a la esplendorosa obra - y 170 toneladas de peso, que se montó -favorecida por el tendido subterráneo de la Línea B- en el tiempo récord de 31 días. La empresa solicitó el denodado esfuerzo de 157 empleados, encargados de recubrir la estructura con 680 metros de cemento Incor -de rápido endurecimiento- y 1360 mts. cuadrados de piedra Olsen, procedente de la provincia de Córdoba.
       Para acceder al interior de lo que Prebisch denominó como "Obelisco", al ser tal la forma de los tradicionales monumentos cuyos orígenes se remontan al Egipto del año 2500 A.C. , ha de emplearse la única puerta que la obra posee -situada en el frente oeste-, antes de recorrer una escalera del tipo marinera de 206 escalones, provista a su vez de siete descansos cada ocho metros y de un último a seis mts., si se pretende alcanzar la cima. Allí, se halla un habitáculo de tres metros por tres , destinado únicamente a tareas de mantenimiento,en el que se aprecia una roldana para subir materiales y cuatro ventanas con sus respectivas lámparas que alumbran la punta, en la que -según asegura una leyenda- habría empotrada una caja de hierro con una foto del jefe de máquinas de la constructora y su esposa, con una misiva dirigida a quien derribe al gigantenco emblema porteño.
      ¿Cuánto costó el levantamiento del Obelisco? 200.000 pesos moneda nacional...y la vida del obrero italiano José Cosentino, quien murió instantáneamente luego de tropezar desde una de las bóvedas del cimiento del monumento.

                                             

        Aun pese al desgraciado episodio -de relativa repercusión masiva- y de la pegajosa humedad traducida en lloviznas desde las primeras horas de la jornada -que los ansiosos espectadores del estelar acontecimiento recibieron con júbilo  al emparentarlas con fechas patrias , como las precipitaciones que caracterizaran al histórico 25 de mayo de 1810-, se anunció la inauguración oficial del obelisco de la Ciudad de Buenos Aires, de la Plaza de la República y el ensanchamiento de la avenida Corrientes  en la tarde del sábado 23 de mayo de 1936, a las 15.
      La multitudinaria ceremonia, en la que convergieron los más notables representantes nacionales, militares y eclesiásticos, a la par que los ciudadanos de a pie, fue precedida por el sincronizado desfile en doble fila semicircular del Regimiento de Granaderos a Caballo, mientras que la policía pugnaba por contener el avance de la entusiasta concurrencia en las aceras exteriores de la rotonda, y los balcones y azoteas de los edificios adyacentes -algunos de ellos, expropiados en favor de la construcción del reluciente monumento- se llenaban de intrusos y/o curiosos.

domingo, 15 de mayo de 2016

     
                     Malvinas y el rock: cuando la música desafina 

                                                    

          La repugnancia que a los hombres de verde siempre les despertó su obra constituía un muro infranqueable, proclive a perpetuarse. No obstante, la onda expansiva del estallido de la Guerra de las Islas Malvinas les otorgó la chance de enseñar lo suyo como nunca antes. Las solemnidades que abrazaban la gesta patriótica se sucedían una tras otra. Por caso, la prohibición de difundir música en inglés ordenada por los jerarcas del Proceso de Reorganización Nacional. Esta controvertida decisión favoreció, por consiguiente, la divulgación de las propuestas de los artistas de habla hispana y, fundamentalmente, del llamado Rock Nacional, cuyos referentes habían sufrido la persecución dictatorial desde perspectivas diversas.
         Algunas de las canciones de Luis Alberto Spinetta y León Gieco, por ejemplo, integraban la lista de 242 temas prohibidos que circulaba por los medios; Miguel Cantilo, en tanto, fue conminado a exiliarse en Europa en la década de 1970, para retornar al país a comienzos de 1980, y reflotar la afamada dupla Pedro y Pablo, a la par que oficiaba de vocalista en el moderno grupo Punch; y como no podía ser de otra manera, la intolerancia y el prejuicio imperantes condujeron a los rockeros, tildados entre otros improperios de melenudos, hippies, marxistas y subversivos, a la práctica totalidad de los calabozos de la Ciudad de Buenos Aires y su periferia.
         Pese a que militares y músicos se juraban en las antípodas, la enrarecida atmósfera que propiciaba el conflicto bélico en las australes islas fue la que posibilitó la ¿feliz? coincidencia entre ambos bandos: cooperar con las tropas argentinas destinadas al combate.
         Aunque el inicio de las tratativas correspondió al ambiente artístico, a instancias de las figuras de Spinetta, Javier Martínez -que por aquellos años encabezó el resurgimiento de Manal- y Norberto Pappo Napolitano, a un mes del inicio de las hostilidades entre Argentina y Gran Bretaña, pocos días después del traicionero hundimiento del Crucero ARA General Belgrano, las autoridades del gobierno de facto encomendaron la organización de un multitudinario concierto a Daniel Grinbank, Alberto Ohanián, Oscar López y Pity Yñurrigarro, productores líderes de la industria del rock, cuyo pujante público consideraban fundamental para el éxito de la empresa. Motivos no les faltaban, habida cuenta de la escasa repercusión que entonces acababa de obtener un show ofrecido en el Stadium Luna Park, que adhería a la causa Malvinas, al que habían asistido, a excepción de los rockeros, los emblemas de la mayoría de los géneros musicales más populares.
         Eso sí, mientras los gestores del megaconcierto fijado para el domingo 16 de mayo de 1982 continuaban deliberando acerca del sitio más adecuado para montar el espectáculo -la intención de los autoridades castrenses consistía en celebrar el evento en la riverplatense avenida Udaondo- a menos de una semana de su apertura, las entradas ya estaban a la venta. ¿El precio? La donación de ropa de abrigo, alimentos no perecederos, cigarrillos y similares que serían recolectados por camiones del Ejército especialmente designados para la ocasión.
          Cuando por fin se resolvió que la cancha de rugby del Club Atlético Obras Sanitarias fuera el escenario que albergara el trascendental acontecimiento, afloraron cuestiones inherentes a la seguridad que conspiraban contra su iniciación. Amén de la carencia de bomberos y ambulancias indispensables para convocatorias de tamaña magnitud, las esferas superiores de la Policía Federal determinaron que sólo 20 de sus hombres bastarían para garantizar las condiciones y el orden necesarios a los casi 70.000 concurrentes que rebasaron la capacidad del recinto, lo que obligó a otros 40.000 a permanecer al margen del anunciado show.
          Finalmente, las voces que abogaban por la suspensión del espectáculo resultaron acalladas y aquéllos que no lograron acceder al estadio de Obras asimilaron el mal trago sin promover incidente alguno.
 

                                               
                                                   El des-concierto


                                 
       "Mucho de rock, algo de paz", rezaba el slogan del denominado Festival de la Solidaridad Latinoamericana, transmitido en vivo y en directo por Canal 9 (1), y las Radios Del Plata y Rivadavia, en Frecuencia Modulada (FM).
           Después de que los imponentes parlantes incitasen a los entusiastas espectadores a entonar al unísono las estrofas del Himno Nacional, el Dúo Fantasía emergió en escena a las cinco de la tarde con la misión de inaugurar el recital, en ocasión de un clima desfavorable: al otoñal frescor característico del mes de mayo se plegó una torrencial lluvia que parecía especialmente ensañada con la metrópoli porteña.

martes, 26 de abril de 2016

                 
                Maradona preso: mi inocencia interrumpida

                                             

       -Ma, ¿es él?- pregunté sollozante, como esperando la confirmación menos deseada.
     -Sí, hijo. ¿Quién si no? - respondió mi vieja, cuando las lágrimas, a borbotones, habían ganado su expresión.
      El escueto diálogo finalizó abruptamente.


      No podía ocurrir en otro momento del día. En coincidencia con el ocaso del viernes 26 de abril de 1991, dos de los más conspicuos feligreses del credo maradoneano asistíamos apabullados a la televisadísima y poco espontánea redada policial que derivó en la detención del D10S del fútbol
     El colmo de la impotencia consistía en que nuestro ídolo estaba siendo arrestado a tan solo seis cuadras de casa, en esa esquina de Franklin y Rojas del barrio porteño de Caballito casi tan célebre como se constituiría a posteriori la intersección de la avenida Segurola y (La) Habana de Villa Devoto, en la que Diego Armando retaría a duelo a cierto belicoso rival.
      Nunca en mi existencia maldije tan enfáticamente mi tierna edad. Resultaba risueño siquiera pensar en que un mozalbete de diez años pudiera apersonarse en la contingencia del procedimiento y evitar que apresaran a su más preciado héroe. Abatido, me dirigí hacia el mismo patio en el que con asiduidad intentaba emular las destrezas del Diego -siempre fui tan zurdo como él y, además, en esa época, en los picados me desenvolvía en su mismo puesto- a afrontar mi pena en absoluta soledad. Era plenamente consciente de que nada podía hacer por el Pelusa, al que la maraña de cámaras y flashes lo retrataban barbudo -síntoma inequívoco, según ciertos ejemplares que creen conocerlo a fondo, de que el astro anda en la mala-, desvariando y con cara lisérgica.
      Aun encanado, suspendido por habérsle detectado dóping positivo (1) y defenestrado por los dogmáticos de ocasión, la admiración que entonces le tributaba a mi idolatrado no disminuyó ni un ápice.
      Sin embargo, admito que fue allí que, por más de una razón, sentí ultrajado mi aniñado candor. Desde la "revistita" -tal como llamaba Maradó a El Gráfico cuando ambos rompían relaciones- (2), en rigor, una de las publicaciones que tan prematuramente me movieron a interesarme en el periodismo, sugerían que en el dispositivo montado el 26/4, el Diez -a quien cuando ejemplo adularon hasta la saciedad- había sido pillado en la misma cama con dos amigos suyos.

domingo, 3 de abril de 2016

                            Hugo porta: la hazaña del día después


                                     
     Aquí mismo, el foco de conflicto se empeñaba en enseñar su faceta más despiadada. En suelo patrio, los alcances de un nuevo fracaso del modelo económico implementado por la última dictadura cívico-militar, cuyos innumerables ultrajes a los derechos humanos comenzaban a trascender masivamente, promovieron a fines de marzo de 1982 una multitudinaria movilización convocada por la CGT Brasil, encabezada por Saúl Ubaldini, en Plaza de Mayo, bajo el lema "paz, pan y trabajo", a la que suscribió un pueblo que ya se animaba a manifestar de cuerpo presente su repudio al gobierno de facto. El saldo de la represión ordenada por los popes castrenses resultó inclemente: un muerto y miles de heridos en todo el país, puesto que el rebote de la concentración en la Ciudad de Buenos Aires había llegado hasta sitios tan lejanos entre sí como Rosario, Mendoza y Mar del Plata. Faltaba más: luego de que un contingente de obreros fuera contratados por el empresario Constantino Davidoff , para efectuar obras de desmantelamiento en factorías balleneras pertenecientes a las Islas Georgias, cometieran la osadía de izar la divisa argentina en feudo ajeno, los británicos, provistos de buques de guerra y maniobras intimidatorias, arriaron el pabellón celeste y blanco -al tiempo que tildaron de "invasores" a los operarios- y los exhortaron a abandonar el lugar. De ahí el recrudecimiento de la puja que desde hacía prácticamente 150 años sostenían Argentina e Inglaterra por la posesión del archipiélago del Atlántico Sur; y con ella, las crecientes rumores que aseguraban inminentemente se desataría un enfrentamiento bélico entre ambas naciones, con epicentro en las Islas Malvinas.

                                                   

       Allá, lejos, en el mal llamado Continente Negro, el aciago panorama no le iba en saga a lo acontecido en la porción más austral del territorio sudamericano. Si bien próxima su erradicación, cundían en la República de Sudáfrica los efectos de la política de segregación racial conocida como Apartheid, que en afrikaans -idioma derivado del neerlandés medio, no exactamente de Holanda- significa separación. La pretendida supremacía blanca se plasmó, fundamentalmente, a través de la irrupción del Population Registration Act, que estableció en el plano jurídico una jerarquía proclive a prevalecer por sobre las razas mestiza , asiática o negra; así como en el ámbito regional mediante la instauración de las denominados Bantustanes, reservas a modo de tribu destinados a los sudafricanos -y habitantes de la actual Namibia- no blancos, por parte del Group Areas Act.
       Pese a que se estima que se constituyó legalmente en 1948, la raza negra ya sufría desde hacía varios siglos el flagelo del Apartheid al que la confinara, inicialmente, los afrikáner, colonos blancos de origen holandés. No obstante, el entonces Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, ubicado estratégicamente en la zona, habida cuenta de la creación de la Colonia del Cabo, no contemplaba tal discriminación, lo que derivaría con el paso de los años en el desencadenamiento de las Guerras de los Bóeres y la ulterior expulsión de Sudáfrica de la Commonwealth (1960), sumado a la petición de sanciones ejemplares encabezada por la ONU.
        Las sucesivas exclusiones que Sudáfrica afrontaría de allí en más se extendieron incluso a las competencias deportivas de mayor relevancia, como la Copa del Mundo de fútbol, producto de la suspensión que recayera sobre la asociación sudafricana -reservada exclusivamente para blancos-, en 1964; o la prohibición de participar en los Juegos Olímpicos a partir de la trágica edición de Munich 1972. De hecho, hasta a la Selección Nacional de Rugby, conocida como los Springboks, una de las potencias por antonomasia de la especialidad, se le dificultaba sobremanera la posibilidad de confrontar internacionalmente, en épocas en que el indicador fiable para probar la performance de un equipo del Hemisferio Sur limitado en su accionar lo otorgaban los test-matches, pues recién en 1987 se disputaría el primer mundial y nueve años más tarde, se inauguraría el certamen conocido como Tres Naciones (1).

                                                   

        El veto que pesaba-inclusive- sobre los Boks, al que se plegaba el boicot de los jerarcas de la junta militar de nuestro país -experimentada en materia de sabotaje, al desertar en virtud de la celebración de los JJ.OO de Moscú 1980-, a efectos de evitar la competición directa con la nación sudafricana por su política segregacionista (2), solicitó al más agudo ingenio de la cúpula directiva de la UAR, deseosa de emular la hazaña por la que la Selección Argentina fuera rebautizada definitivamente como Los Pumas (3).
        En esa dirección, se tornó imprescindible la intervención del titular de la South African Rugby Union, Danie Craven, a su vez ideólogo de la imperecedera gira de 1965 -y de la de 1971- que coronara la inmortal palomita de Marcelo Pascual , en el inolvidable triunfo ante los Junior Springboks por 11 a 6, en el estadio Ellis Park de Johannesburgo. ¿La solución? La misma que propiciara los enfrentamientos ante el combinado sudafricano en 1980 (4). Al igual que en las temporadas inmediatamente anteriores, Los Pumas lograrían burlar el cerco impuesto por la dictadura bajo el mote de Sudamérica XV, cuyo plantel estaba integrado por 30 jugadores argentinos, entre los que sobresalían valores de la talla de su apertura y capitán, Hugo Porta, el mejor rugbier de la historia de nuestro país ; Rafael Madero -padre de Benjamín- y Marcelo Loffreda, pareja de centros; Eliseo Branca, segunda línea; Serafín Dengra, entonces ascendente pilar izquierdo; y un escurridizo wing tres cuartos de destacado desempeño en CASI, quien pasaría a la posteridad como uno de los exponentes de una banda dedicada al secuestro extorsivo y a los asesinatos: Alejandro Puccio. A ellos se sumaron cinco elementos uruguayos, cinco chilenos y dos paraguayos, que dotaban de mayor sentido al hábil ardid pergeñado.
        Con objeto de evitar represalias, Los Pum....este... la alineación de Sudamérica XV cuidó celosamente del más mínimo detalle; por caso, su vestimenta: en cada uno de los compromisos que habría de asumir luciría una casaca blanca de mangas largas, con una gruesa franja azul, roja y amarilla, con cuello y puños verdes y un escudo en el que se adivinaban las figuras de un yaguareté, un yacaré, un tero y un cóndor (5). El particular atuendo, que se completaba con un short azul oscuro y medias naranjas con motivos celestes, pareció sentarle a medida al equipo visitante, a instancias de la seguidilla de victorias obtenidas ante Griqualand (43-4), North Eastern (72-3), Natal (16-10), Western Transvaal (30-18) y Northern Free State (18-12); antes de la paliza que le infligieran los Springboks en el primer test-match al ser batido por 50-18 estadio Loftus Versfeld de Pretoria, capital administrativa de la República de Sudáfrica.
Allí, pese a que en el team local, en el que sobresalieron el apertura Naas Botha, los hermanos Carel y Willie Du Plessis, wing e insider, respectivamente; el centro Danie Gerber y el tercera línea Wynand Claasen, redondeara la holgada victoria en los últimos 15 minutos del partido, había predominado ampliamente a lo largo del desarrollo mediante una propuesta sumamente eficaz: el juego cerrado de sus forwards y la circulación de la guinda usufructuando los desacoples de los tres cuartos rivales.
         En la vigilia del desquite programado para el sábado 3 de abril de 1982, ya se habían producido dos acontecimientos destinados a perpetuarse en los anales de nuestro país: 1) la arenga de tinte belicista realizada por el presidente inconstitucional, Leopoldo Fortunato Galtieri ("...si quieren venir, que vengan..."), en la mismísima Plaza de Mayo de la brutal represión del 30 de marzo, organizada por la CGT, que vivaba a ese general a quien le dedicara gruesos improperios sólo 72 horas atrás 2) el desembarco de las tropas argentinas en las Islas Malvinas, ocurrido el 02/04, con la consecuente recuperación del preciado territorio en aras del cumplimiento de la denominada Operación Rosario, en la que se suscitara el primer deceso entre  huestes patrias en los 74 días que duraría el conflicto: el Capitán de Fragata, Pedro Edgardo Giachino.
         Una vez enterados de la contienda bélica acaecida en el Atlántico Sur, los responsables de la delegación argen...¡sudamericana! temían que el cotejo fuese cancelado. Nada mejor que la respuesta brindada desde la embajada argentina vía Ciudad del Cabo, capital legislativa sudafricana, a Carlos Tozzi, entonces vicepresidente de la UAR: "Ustedes lo único que tienen que hacer es ganar."
         Los rugbiers argentinos -más ARGENTINOS que nunca en ese momento-, quienes habían recibido con júbilo la noticia de la recuperación de las Malvinas, se juramentaron, amén de redimirse de la deslucida performance ofrecida en Pretoria, rendirle honores a los connacionales que habían sido reclutados para combatir en el distante y hostil archipiélago.