viernes, 14 de agosto de 2015

                                  A 40 años del final de la famosa racha

                                           
       Tras un extenso período signado por el esplendor, sobrevino inexplicablemente el deterioro de la Casa Blanca del fútbol argentino. Fueron diversas las causas que contribuyeron al paulatino resquebrajamiento de la fastuosa estructura. Entre ellas, el fracaso que derivó especialmente para River del impulso del denominado Fútbol Espectáculo de comienzos de 1960 (1), en el que a las buenas intenciones de su presidente, Antonio Vespucio Liberti, se opuso no solo la ausencia de títulos, sino también la decepcionante producción de las rimbombantes incorporaciones realizadas, como la del español Pepillo II (2), proveniente del Real Madrid, a quien se lo consideraba el sucesor de Alfredo Di Stéfano; la lacerante derrota ante Peñarol (2-4), luego de haberse impuesto por 2-0 al finalizar la primera mitad, por el tercer partido final de la Copa Libertadores 1966, jugado en Santiago de Chile, que le valió al cuadro de Núñez el infame mote de gallina (3) y el evidente penal por mano intencional cometido por Luis Gallo, lateral derecho de Vélez, insólitamente ignorado por el árbitro Guillermo Nimo, en la igualdad en un tanto ante el club de Liniers por el triangular desempate del Nacional 1968, determinante para la postrera consagración del Fortín, que relegó al Millonario al subcampeonato por diferencia de gol.
         Peor aún. Durante la nefasta racha que entonces atravesaba la entidad riverplatense, Boca cosechó cuatro títulos a nivel local en un lapso de siete años, la mayoría de ellos obtenidos ante su más acérrimo adversario cuando ambos equipos pugnaban por adjudicarse el certamen.
   Tal fue el caso del Superclásico correspondiente a la penúltima fecha del Campeonato de Primera División 1962, disputado en la Bombonera. Allí, a instancias del referee Carlos Nai Foino, se produjo uno de los episodios más polémicos de la historia del tradicional enfrentamiento: el del famoso adelantamiento del arquero xeneize, Antonio Roma, en el penal ejecutado por el brasileño Delem. No obstante las airadas protestas de los jugadores visitantes, el conjunto millonario cayó por 1 a 0, tras lo que debió conformarse con el segundo puesto, a solo dos puntos de Boca, merced a la goleada auriazul sobre Estudiantes (4-0) en la jornada de cierre.
         Por muy frustrante que haya resultado aquella experiencia, sin embargo, no puede compararse al despojo sufrido por River en favor de su archirrival al cabo de la definición del Campeonato Nacional 1969. En esa oportunidad, el club de Núñez y su par de la Ribera se enfrentaron en el Monumental por la décima séptima y última fecha; una auténtica final , pues el conjunto visitante, líder del certamen, aventajaba a su contrincante por apenas dos unidades, con lo que un hipotético triunfo millonario podía forzar un desempate.
         El entrenador de Boca era una legendaria gloria millonaria: Alfredo Di Stéfano, quien en lugar de decantarse por el tradicional estilo combativo xeneize, le inculcó a sus dirigidos el fútbol de galera y bastón propio del paladar riverplatense. De ahí el planteo ofensivo que propusieron sus dirigidos desde el inicio del clásico, gracias a lo cual el Muñeco Norberto Madurga estableció el 2-0 parcial cuando restaban 10 minutos para la culminación de la primera etapa.
         Pese al inmediato descuento de Oscar Pinino Más, y la posterior anotación de Víctor Marchetti ya en el complemento, la reacción de River no pudo impedir que Boca se adjudicara el torneo y diera la consecuente vuelta olímpica en feudo enemigo, aunque salpicada por la apertura de los grifos que riegan el campo de juego del Monumental.
          Llegado el año 1975, el  millonario acarreaba 18 temporadas consecutivas sin conseguir un título a nivel local, la sequía más importante de su existencia, que se insinuaba más cruel aun habida cuenta de la sistemática humillación a la que lo sometió su máximo rival durante ese período.
         Por tanto, la Comisión Directiva riverplatense, encabezada por Rafael Aragón Cabrera, resolvió contratar los servicios del hijo dilecto de la casa, en quien confiaban iría a emular como entrenador su exitosa campaña como futbolista, en la que había logrado un sinfín de galardones, de los que destacan la obtención de nueve Campeonatos de Liga AFA, tres Copas Aldao, tres Copas doctor Carlos Ibarguren y una Copa Escobar; amén de haberse erigido como el máximo artillero de la historia de River, con 317 conquistas, y de la oficialidad del Superclásico (16). Casi nada...



                                                     La Mano de Angelito
                                     

                                       
       En su función de entrenador, el ídolo ya se había familiarizado con los grandes desafíos. No solo había llevado a Platense a disputar las semifinales del Torneo Metropolitano 1967 con Estudiantes, ganador del certamen, sino también legado a Rosario Central su primer Campeonato de Liga AFA , el Metropolitano de 1971. Por ello -y por su fanatismo por la banda sangre- Ángel Amadeo Labruna aceptó sin vacilar la oferta que le habían arrimado los dirigentes de River, en su segundo ciclo como DT del club de sus amores, al que había comandado entre 1968 y 1970.
       Una vez evaluó exhaustivamente los elementos de que disponía, el flamante director técnico del cuadro de Núñez les transmitió su diagnóstico a los mandamases: resultaba indispensable una profunda renovación del plantel millonario a la par que adquirir futbolistas de probada experiencia, que se acoplarían a los jóvenes -y no tanto- valores a salvo de la depuración.
        Así, a instancias de la recomendación de Labruna, el conjunto riverplatense sumó refuerzos de la talla de Roberto Perfumo, primer zaguero central, baluarte del Racing campeón a nivel local e internacional (1966-1967), quien se incorporaba luego de un destacado paso por Cruzeiro; del wing derecho Pedro Alexis González, pieza fundamental de los Matadores de San Lorenzo que se consagraron invictos en el Torneo Metropolitano 1968 (4); de Miguel Angel Raimondo, centrojás de fecunda trayectoria en Independiente; y del infalible Oscar Pinino Más, repatriado vía Real Madrid.
        También, Angelito solicitó los servicios de dos futbolistas a quienes había dirigido en Talleres: Pablo Comelles y Héctor Ártico, marcador de punta derecho y zaguero central izquierdo, respectivamente. La nómina de adquisiciones se completó con los arribos de la Pepona José Omar Reinaldi (Belgrano) y del atacante paraguayo Pedro Alcides Bareiro (Cerro Porteño).
      La labor inicial de Labruna no se circunscribió al mero pedido de incorporaciones. A su vez, les brindó entera confianza a los jugadores que integraban la División Superior del Millonario.
         A ese respecto, le aseguró la titularidad a Ubaldo Matildo Fillol -a quien conocía de su paso por Racing-, por lo que una referencia del arco de River como José Alberto Perico Pérez no tuvo más opción que abandonar la institución (recaló en Independiente en trueque con Raimondo); así como apalabró con la sabiduría de la vieja escuela futbolística a Norberto Osvaldo Alonso, a quien consideraba la figura indiscutida del equipo. Además, le asignó la cinta de capitán a Carlos Manuel Morete, resistido por los plateístas de la tribuna San Martín aun pese a su consabida eficacia goleadora. Eso sí, fracasaron sus intentos por persuadir a un joven Daniel Alberto Passarella de que se desempeñara como marcador lateral izquierdo, lo que en principio le valió la suplencia al natural de Chacabuco.
         En la víspera de la apertura del Campeonato Metropolitano 1975, el Feo distó de abrumar al primer equipo con esquemas tácticos estrambóticos. En cambio, procuró que sus dirigidos se identificaran plenamente con el manto sagrado recordándoles que de ellos dependía que River fuera devuelto al sitio de privilegio del fútbol argentino que otrora había sabido ocupar largamente (5).

                                         
   
      Pronto, muy pronto, el plantel riverplatense se imbuyó de la mentalidad ganadora que le imprimió Angelito. Al lánguido empate (0-0) como local frente a Estudiantes del debut en el certamen,, le siguió una racha de ¡¡¡nueve!!! victorias consecutivas, de la que sobresale una goleada en el estadio Antonio Vespucio Liberti sobre Unión -la revelación de la mitad inicial del torneo- por 4 a 2, antes de aminorar su arremetida triunfal con una igualdad en La Plata ante Gimnasia (1-1) en la undécima fecha.
       Incluso en la (dura) derrota, el elenco de Labruna puso de manifiesto su entereza anímica. Después de la goleada que sufrió en el mismísimo Monumental vs Newell's por 4 a 1, en la décima cuarta jornada, el conjunto de Núñez recuperó su mejor performance imponiéndose sucesivamente a Boca (2-1), Temperley (¡6 a 1!), San Lorenzo -entonces vigente campeón del fútbol doméstico- por 5 a 1, Argentinos (2-0) y Racing (3-2).
       De ese modo, la escuadra riverplatense se adjudicó con holgura la primera rueda del Metro al liderar la tabla de posiciones con 34 unidades, ocho más que el Tatengue santafesino del Toto Juan Carlos Lorenzo, su inmediato perseguidor.
       Para entonces, el equipo titular del Millonario formaba así: Fillol; Comelles, Perfumo, Ártico y Héctor López; Juan José López, Raimondo (o Reinaldo Carlos Merlo) y Alonso; González, Morete y Mas. Entre las variantes habitualmente introducidas por Labruna sobresalían: Alejandro Sabella, Passarella, Hugo Pena y Bareiro.

                                         

       Ya en la segunda vuelta del campeonato, la performance del club de Núñez decayó notoriamente. En la primera mitad de las revanchas, el conjunto dirigido por Angelito logró 9 puntos sobre 18 posibles, el mezquino saldo que redundó de 2 partidos ganados, otros tantos perdidos y 5 empates.
 Definitivamente, no era aquel el mejor momento para visitar al equipo que a fines de 1975 se consagraría tetracampeón de la Copa Libertadores. Si bien River se las empeñó para igualar 1 a 1 con Independiente en la vigésima novena jornada, del fragor del disputado enfrentamiento resultaron expulsados dos de sus más encumbrados valores: Perfumo y Alonso. Si bien el Mariscal logró eludir la hipotética sanción que le cabía por haberle sido enseñada la tarjeta roja, distinto fue el caso del Beto, a quien el insulto proferido a uno de los jueces de línea que asistía al árbitro Jorge Romero le costó SEIS fechas de suspensión.
        No extrañó, por tanto, la declive en la que se sumió el cuadro millonario más allá de los subsiguientes triunfos ante Gimnasia (3-2) y Ferro (2-0). De allí en más, la ausencia de Alonso  perjudicó a su equipo tanto como lo evidencian las dos derrotas al hilo que le infligieron Atlanta y Newell's, ambos por la mínima diferencia, previas al decisivo clásico en el que los dirigidos por Labruna recibirían a un Boca de ascendiente producción. A instancias de la avivada de Osvaldo Potente, quien convirtió de tiro libre ante la demora de la formación de la barrera por parte del local, los xeneizes vengaron la derrota en la Bombonera y se posicionaron a solo tres unidades del tambaleante líder riverplatense, del que lo habían separado 16 puntos al término de la primera rueda.
        La paridad que deparó el compromiso como visitante con Temperley (0-0) ofició de transición entre la indeseada saga perdedora y el retorno al once titular del Beto Alonso, que hasta el trascendental cotejo que River se aprestaba a afrontar ante San Lorenzo, por la 36ta fecha del Metro, había sido sustituido dignamente por J. J. López y Sabella.
        Indudablemente, al Beto no le afectó un ápice la prolongada inactividad, pues coronó su brillante actuación con los goles que posibilitaron que el Millonario se impusiera por 2 a 0 a su similar de Boedo, lo que por fin le otorgaba la chance de conseguir el ansiado título al que no accedía desde 1957, en coincidencia con el primer tricampeonato del cuadro de Núñez, que precisamente tuvo como protagonista estelar a Ángel Amadeo Labruna.
        Sin embargo, el repentino estallido de un conflicto que excedía el mérito deportivo de River amenazó con posponer una vez más la tan postergada como anhelada vuelta olímpica de uno de los dos clubes más grandes del fútbol argentino...

                                De héroes (anónimos) a carneros

         A través de un comunicado emitido a las 00.00 del 12 de agosto de 1975, Futbolistas Argentinos Agremiados (FAA) decretó un paro general que incluía el cese de actividades del Campeonato Metropolitano, de Primera B e incluso de los jugadores afectados a la Selección Nacional en virtud del desarrollo de la Copa América, a modo de réplica a la negativa de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) de reconocer el entonces nuevo convenio colectivo de trabajo. Al mismo tiempo, la medida de fuerza abogaba por la remoción de la sanción por dóping que pesaba sobre Juan Taverna (6) y la intervención de AFA por parte de la jefa de Estado, María Estela Martínez de Perón.
         Producto de la petición del ente rector del fútbol local, el Ministerio de Trabajo, mediante la dirección General de Relaciones de Trabajo, declaró la ilegalidad de la huelga, a la que suscribió la práctica totalidad de los presidentes de los clubes en una solicitada pública.
         Los futbolistas, a su vez, se plegaron a la inflexible postura de FAA. Entre ellos, los de River -Labruna incluido-, no obstante la inminencia del decisivo partido frente a Argentinos de la penúltima fecha, pautado para el jueves 14 de agosto.
          Pese al llamado a conciliación obligatoria, los bandos en pugna no alcanzaron siquiera a pactar una momentánea tregua. Es más, en medio de la confusión, el titular de AFA, doctor David Bracuto, llegó a sugerir que si la determinación de FAA se dilataba indefinidamente, no habría otra alternativa que suspender el torneo de la máxima categoría y declarar campeón a River. Finalmente, los altos mandos de la Asociación del Fútbol Argentino ordenaron se jugara la trigésima séptima jornada del Metro con o sin jugadores profesionales.
          En ausencia de sus principales figuras, los equipos fueron conformados por elementos de las Divisiones Inferiores. Entre otras situaciones, la experiencia reportó goleadas históricas, tal como el 10 a 0 con que la Tercera de Rosario Central arrolló como visitante a un combinado de la Octava y Novena de Racing.
          Por el contrario, los precoces conjuntos de emergencia que presentaron River y Argentinos la noche del 14/8 resultaron mucho más equilibrados en comparación, puesto que en sus respectivas alineaciones predominaban juveniles de la Cuarta y Quinta Divisiones.
          De todas maneras, a los 55.000 fanáticos millonarios que se congregaron en el estadio de Vélez, en el que la entidad de La Paternal hizo de ¿local?,  poco le importaban la identidad de los jugadores que se disponían a disputar uno de los más trascendentales desafíos de la historia de su club. Aunque suene remanido, para ellos, River estaba por encima de los hombres y de los nombres...
          Aun así, en el comienzo del partido, la ansiedad de la muchedumbre incidió negativamente en el ánimo de los juveniles riverplatenses, dirigidos por Federico Vairo, cuya sucesión de imprecisiones en la entrega del balón propició que Argentinos acercara cierto riesgo a la valla defendida por el arquero Vivalda a instancias de la habilidad de Méndez y la fortaleza física de Gallegos.
          Con la creciente tarea de Zagonia, volante de creación, el elenco de Núñez emparejó el trámite del cotejo y ya sobre el epílogo del primer tiempo generó tres situaciones claras de gol en menos de diez minutos, que fueron notablemente neutralizadas por Díaz, guardameta de los Bichos Colorados.
           Aunque favorecido por el repliegue de su oponente, River superó el pánico escénico del período inicial y, ya en la segunda mitad, se encomendó definitivamente al ataque, merced a la gravitación de Zagonia -la figura del encuentro- y Cabrera.
           Consecuentemente, a los 68' se produjo la jugada clave de la fría y lluviosa noche. Cabrera lanzó un pelotazo en profundidad al pique de Bruno, interceptado por Núñez, cuyo rechazo corto devolvió el esférico al delantero riverplatense, quien lo dominó con su cabeza y, acto seguido, batió a Díaz con un remate franco al segundo palo.

                                     

       El alarido de gol que al unísono atronó desde las tribunas del José Amalfitani pareció empujar a los hinchas hacia el campo de juego. En rigor de verdad, una gran cantidad de adictos millonarios ya se habían parapetado en derredor del verde césped. Por ello, para prevenir un desborde general, el referee Miguel Comesaña,decidió culminar el partido a los 88'. 
     ¡Por fin! River se proclamó campeón del fútbol argentino después de soportar un maleficio de 18 años. ¿Quiénes eran aquellos purretes que, al menos por una noche, jerarquizaron la banda sangre cual encumbradas figuras? Qué más da...si los extasiados hinchas, no sin antes apropiarse de la integridad de su vestimenta, se confundieron con los héroes anónimos en un solo festejo. Gloria efímera, que le dicen....
        Es que, a juicio de los jugadores profesionales millonarios, los auténticos hacedores de la casi totalidad de la exitosa campaña, los pibes habían vulnerado los códigos. De ahí  la acusación de carneros por no acatar el cumplimiento de la huelga que los integrantes del primer equipo le atribuyeran a los amateurs riverplatenses, cuyas carreras, salvo honrosas excepciones, se abocaron a la intrascedencia (7)
         Así las cosas, los defenestrados juveniles resultaron los únicos ausentes en la ostentosa celebración en el estadio Monumental. Se calcula que el domingo 17 de agosto entre 80.000 y 100.000 espectadores atestiguaron el acto culminante del equipo de Labruna en en el Metropolitano 1975, precedido por un espectáculo que incluyó la suelta de un globo aerostático rojo y negro detrás del arco que da a la avenida del Libertador, al que se adosaban dos grandes carteles con la leyenda "River", y la presencia en el círculo central de un número  componentes infantiles y cadetes del club
         Del demorado ingreso del conjunto anfitrión al rectángulo de juego derivó el primer tumulto de la tarde producto de una masiva invasión de hinchas, quienes después de burlar la custodia policial se apostaron en principio en la pista perimetral de atletismo para luego ganar el centro del cancha, en donde se había posicionado el once titular millonario presto al comienzo del clásico ante Racing.
 Forcejeos y empujones mediantes, los futbolistas del club de Núñez consiguieron deshacerse de la horda de fanáticos al guarecerse momentáneamente en el banco de suplentes. Allí, fue el mismísimo Angelito quien veló por la integridad de sus dirigidos aunque inmediatamente se rindiera ante el cariño que le tributaran los hinchas, los que lo levantaron en andas hasta que los fuerzas de seguridad reestablecieron el orden de manera parcial, puesto que no le garantizaron al árbitro Luis Pestarino que el juego pudiera desarrollarse con absoluta normalidad.
         Con todo, Pestarino ordenó el comienzo del tradicional enfrentamiento, en el que los campeones se propusieron deleitar a la muchedumbre con el fútbol vistoso que había caracterizado al River de la primera rueda del torneo. Los embates de la dupla Alonso-Morete hizo estragos en la retaguardia académica desde el arranque; tanto que a los 16' el Puma capitalizó un grosero error del fondo de la visita, el que obligó al zaguero central D'Ángelo a cometerle penal. La soberbia ejecución del Beto decretó el 1-0 transitorio.
          A los 39', una brillante maniobra individual de Morete sentenció el 2-0 final. Efectivamente, fue imposible reanudar el encuentro tras el intervalo pues los adherentes millonarios ya habían ganado totalmente el campo de juego. Aunque en esta oportunidad fueron primereados por los jugadores, quienes convergieron espontáneamente en el círculo central para rendirle honores a su director técnico.

                                   

        Pese a la magnitud del laurel obtenido, el del Metro '75 fue tan solo el que inició la encomiable gestión de Labruna como entrenador millonario, que también incluye la conquista del Nacional del mismo año, la del Metropolitano 1977 y el tricampeonato comprendido entre el Metropolitano 1979 y el Nacional de 1980. A

                                            Síntesis del partido consagratorio

 Argentinos (0): Díaz; Prostano, Núñez, Fusani y H. González; Presbistera (Tuller), Gallego y L. González; Méndez, López y D'Agostino (Mazzoto). DT: F. Campana.
 River (1): Vivalda; Raffaeli, Ponce, Zappia y Jometón; Cabrera, Bargas (Gigli) y Bruno; Labonia, Gómez y Groppa. DT: F. Vairo.

 Cancha: Vélez Sársfield -local Argentinos-.
 Total: $ 4.480.320.
 Público: 55.000.
 Árbitro: Miguel Comesaña.
 Goles: ST, 23' Rubén Bruno (R).
 Incidencias: no hubo.


       (1) y (2) El Fútbol Espectáculo fue un proyecto propiciado no solo por Liberti, sino a su vez por el presidente de Boca, Alberto J. Armando, en el que se dispuso la contratación de jugadores y entrenadores extranjeros provenientes de Brasil, Uruguay, Perú e incluso España. A diferencia de lo sucedido en el conjunto millonario con la deslucida tarea de la mayoría de sus incorporaciones, las realizadas por el cuadro de la Ribera resultaron decisivas para la obtención de tres campeonatos al cabo del primer lustro de la década de 1960, tales los casos de brasileños Orlando Pecanha y Paulo Valentim.
 
        (3) Cuatro días después de la dolorosa derrota ante Peñarol, River visitó a Banfield por la décimo tercera fecha del Campeonato de Primera División 1966. No bien salió el equipo de Núñez al campo de juego, la platea local arrojó una gallina -un gallo, en rigor de exactitud- de color blanco al que le habían coloreado una franja oblicua roja en su plumaje. De ahí el perdurable mote con que se identifica a la entidad riverplatense que ayer sonaba peyorativo y hoy los fanáticos de la banda sangre portan con orgullo.
 
         (4) El equipo dirigido por el brasileño Tim, en el que entre otros descollaran Alberto Rendo, Roberto Telch, Pedro González, Héctor Veira, Sergio Villar y Carlos Veglio, fue el primer campeón invicto de la Era Profesional, no del fútbol argentino, puesto que en el Amateurismo Racing y Boca, por caso, ya se habían coronado en idéntica condición.

          (5) El manto sagrado era una de las maneras de referirse en los viejos tiempos a la camiseta de River. Contrariamente a la creencia popular, el origen de tal mote no corresponde a la inventiva de Angel Labruna, sino a Aureliano Gomeza, alias Machín o Ñato, hincha, exjugador, masajista y utilero, entre otros menesteres, del millonario, quien asimismo fue el primero en utilizar el término vérde césped al que tanto solía apelar el Feo.
 
          (6) Tras el partido en el que Banfield perdió como visitante ante Racing por el Torneo Metropolitano 1975 (1-2) , a Taverna, entonces delantero del Taladro, le dio positivo su control antidóping (efedrina). Pese a la suspensión original de un año impartida por el Tribunal de Disciplina, a los seis meses de transcurrida la pena AFA reconoció irregularidades en el examen del exatacante, dejando sin efecto la medida ejemplar.

           (7) El arquero Pedro Vivalda había sido el único de los jugadores presentes aquella noche que contaba con experiencia previa en la máxima categoría (había debutado en el mencionado empate en cero ante Temperley). A su vez, fue el que mayor notoriedad alcanzó como futbolista pues se desempeñó, entre otros, en Chacarita, Racing, Millonarios de Bogotá y nuevamente en River (temporada 1987/1988). Lamentablemente, decidió quitarse la vida a los 39 años, víctima de una profunda crisis depresiva. A su vez, Rinaldo Raffaelli ganó cierta repercusión al alternar unos años en el primer equipo millonario para desempeñarse posteriormente en Huracán y Banfield. Respecto del autor del único tanto de la noche consagratoria, Rubén Bruno, totalizó 11 partidos en la División Superior riverplatense con dos goles. Luego de ser dejado en libertad de acción, pasó por Los Andes, Huachipato (Chile), Central Norte (Salta) e Independiente de Neuquén. Del resto de los jugadores, apenas se destaca el caso curioso de Héctor Bargas -hermano de Ángel Hugo Bargas, mundialista con la Selección Argentina en Alemania 1974-, quien luego de su insípida trayectoria como jugador de River se incorporó a Boca (1982).

















 







 
 
 
 
 




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