miércoles, 7 de octubre de 2015

                                 
                         Rock Hudson, el seductor trágico (última parte)
                                                   
                                                       
      En simultáneo con la operación a corazón abierto que afrontó Rock Hudson, se desató en Estados Unidos una enfermedad cuyo notable índice de mortalidad afectó en gran medida a la comunidad gay. Si bien la propagación del SIDA (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida) se había achacado originalmente a la promiscuidad supuestamente propia de los homosexuales, pronto se registraron casos en
personas normales -así se denominaba a los heterosexuales- y en adictos a las drogas.
     Por entonces, Rock ya no amaba a Tom Clark, a quien lo ligaba una relación de casi una década. Por el contrario, lo fastidiaba su mera presencia en El Castillo. Inclusive, Hudson ya se había rendido a los encantos de Marc Christian McGuins, 28 años menor que él, instructor en musculación a tiempo parcial.
     Desde  ya, su apuesto vecino se correspondía fielmente con el tipo por el que el actor se desvivía: alto, rubio, de ojos azules y de físico tallado. Rock terminó por desarmarse cuando el Beef Cake (1) le confió que era bisexual y que acababa de salir de un romance con una experimentada mujer. Es que para el maduro galán su compañero de ocasión le resultaba aún más viril si, a la vez, intimaba activamente con el sexo opuesto.

                                         

      Con todo, Tom había resuelto pelear por el amor de Rock. Siempre anidó en su corazón la esperanza de la reconciliación. En contraste, el artista sentía que ya lo había soltado. Lo único que imposilitaba la oficialización de la ruptura era la incapacidad de Hudson para enfrentar el final de una relación, ya fuese noviazgo, amistad o en la faz profesional. En cambio, apelaba a la dolorosa indiferencia -a veces, al hostigamiento- para que el otro cayera en que no le quedaba más alternativa que marcharse.
     Claro que no fue el caso del perseverante Tom. Por ello, la incómoda situación que se generó al coexistir Tom y Marc en El Castillo durante unos meses.
     Harto de que Clark no descifrara sus particulares códigos de (in)comunicación, Rock, quien decidió interrumpir un viaje a Nueva York que habían realizado en conjunto, propició una acalorada discusión que le brindó el pretexto ideal para echar a golpes de la lujosa mansión a su ya expareja.
     Perpetrada la golpiza, Hudson se apuró en corregir su testamento. Relegó de la cuantiosa herencia a Tom y designó como principal beneficiario a George Nader, secundado por Mark Miller, quien desde hacía un tiempo se desempeñaba como secretario y administrador de Rock producto del forzoso retiro de la actuación de su eterno prometido, al perder la visión de un ojo en un infortunado accidente que truncó definitivamente su carrera.
     A Rock, librarse por completo de Tom -quien pese a su obligada retirada continuaba con la idea de retomar el enlace en un futuro cercano- no le valió una una venturosa convivencia con Marc Christian.
     Aunque en un comienzo abundaran las demostraciones mutuas de cariño, pronto acabó por revelarse la verdadera identidad del apuesto blondo.
     Según supo el entorno de Rock, Marc era por demás conocido en el subterráneo ambiente gay de Beverly Hills. Al decir de Mark Miller, fueron criteriosamente unánimes los testimonios que al respecto recabó en una fiesta afín.
     Peor aun, a poco de alojarse en El Castillo, Christian se convirtió en un auténtico vividor: se despertaba recién al mediodía -lo que motivó que Rock lo apodara El Príncipe Durmiente-, usufructuaba la colección de automóviles de su pareja, pasaba puntualmente por la administración de Mark para que le fuese entregado SU dinero...Incluso, incurrió en deslealtad afectiva para con Rock. Así como se ausentaba subrepticiamente por las noches, fue sorprendido -aunque sin percatarse- por personal subordinado a Hudson de sus clandestinos flirteos en la mismísima habitación de la estrella de cine.
    Por fin, Christian le confesó a Rock no sólo que era cierto que había mantenido relaciones sexuales con otros hombres por dinero, sino que asimismo había pergeñado una calculada táctica de cacería en los Brooks Baths a los que Hudson concurría asiduamente para disfrutar del sauna. A sabiendas de que el encumbrado actor era un incondicional del lugar, Christian entendió que para seducirlo bastaría con pavonearse en los vestuarios.
    Desde ya, a Rock lo envolvió la desazón, pero no tomó una decisión inmediata porque pronto habría de focalizarse en su salud, a la que ya no le otorgaba la prioridad de la época en que le fuera colocado el quíntuple bypass.

viernes, 2 de octubre de 2015

 
                                     Rock Hudson, el seductor trágico



                                                     
     "Cuando era un chiquillo, supe que quería ser actor. Pero como vivía en una ciudad del Medio Oeste no lo decía porque era una cosa de nenas", reveló ya en su madurez el galante artista de Hollywood al retrotraerse a su infancia, signada por los apremios derivados de La Gran Depresión de 1929.
     De hecho, cuando niño, Roy Harold Scherer, nacido el 17 de setiembre de 1925 en Winnetka (Illinois), residía en una modesta aunque amplia vivienda -propiedad de sus abuelos- con el resto de la numerosa parentela. Mientras que los anfitriones pernoctaban en un porche cerrado, y su tío y esposa -a quienes se sumaban sus cuatro hijos- ocupaban el altillo, al pequeño le asignaron el dormitorio central junto a sus padres.
     Pese al estrecho vínculo que lo unía a su mujer e hijo, papá Roy, mecánico de profesión, abandonó el habitado hogar frustrado por el impedimento de mantener a la familia que había conformado. Nunca volvió: se instaló definitivamente en California.
     Fue allí que Roy Harold junior afianzó sensiblemente el lazo con su madre Kay, de quien heredó, por caso, el escepticismo por la religión en un entorno imbuido por la ortodoxia del catolicismo. Tanto que, en un descuido de su progenitora, la abuela Wood propició el bautismo del niño en la Iglesia del Colegio Sagrado Corazón al que acudían sus primos, con los que compartía la austera vivienda de Winnetka.
     Con todo, Roy jr continuó sus estudios secundarios en la escuela pública New Trier, célebre por la formación musical y teatral que proponía a sus alumnos. Si bien ya disfrutaba con los filmes de John Hall y Dorothy Lamour, lo concreto es que el adolescente distaba entonces de manifestar aptitudes artísticas con las que gozar del favor de las autoridades del establecimiento. Tampoco era que a sus 15 años pudiera jactarse de poseer un rostro atractivo ni un físico de Adonis. Por el contrario, su desgarbados 1,94 metros de altura hacían resaltar todavía más su ya esmirriada figura, lo que redundaba en serias dificultades para conseguir una vestimenta acorde a su considerable estatura.
     Por entonces, Roy se contentaba con aprender a tocar el piano observando a mamá Kay. Así, de oídas, fue capaz de ofrecer distintas versiones de boogie-woogie, que complementaba con rítmicos danzarines de jitterbug. Eso sí, fue desechada la posibilidad de ampliar su educación en una academia pues las financias escaseaban. Inclusive, para abaratar costos, madre e hijo se mudaron a la mansión de una familia pudiente en la que Kay se había empleado, en la que compartían una cama en la habitación consignada al personal de servicio.
    El apuro económico pareció menguar en cuanto Kay -a quien su hijo definió alguna vez como "mi madre, padre y hermana mayor"- conoció al marinero Wally Fitzgerald, quien se desempeñaba como paleador de carbón en la planta Water Works, proveedora de agua y electricidad. Una vez celebrada la boda, Fitzgerald adoptó a Roy bajo su tutela; de ahí que le legara su apellido.
   No obstante la aceptación inicial, fueron las discrepancias en la concepción de la virilidad las que deterioraron progresivamente la relación entre Roy y su padrastro. A las palizas que Fitzgerald le infligía a su esposa -con la que se casó, divorció y luego volvería a casarse-, le seguían las padecidas por el adolescente, puesto que consideraba que solo de ese modo su hijastro se convertiría íntegramente en un hombre.
  Tardíos resultaron, sin embargo,  los lacerantes correctivos. Es que Roy se había decantado con suma antelación. Tenía exactamente nueve años cuando, en virtud de una visita a una granja contigua al hogar de sus abuelos, se sintió atraído por el sexo masculino, especialmente por el dueño de la finca, mucho mayor que él.
                                             

   Recién concluiría que no era el "único que se sentía así" al enrolarse en la Marina, para la que sirvió entre 1943 y 1946. Una vez destinado a la isla Samar (Filipinas) en pleno desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, Roy -entre temerarias maniobras- se introdujo en las experiencias homosexuales con varios de sus compañeros, no sin antes su partenaire de ocasión le garantizara la más absoluta discreción.