jueves, 9 de julio de 2015

A ocho años de la última nevada en Buenos Aires
     


                               
"Tiempo Loco", tal el mote que suelen emplear los habitantes de la ciudad de Buenos Aires para referirse, por caso, a los veranos excesivamente prolongados, las inclementes lluvias que devienen en trágicos temporales o al descenso brusco y repentino de la temperatura que, en alternancia, los acechan durante los últimos años.
    Eso sí, lo que ni por asomo imaginaban los porteños era que un lunes 9 de julio de 2007 Madre Natura fuera a concebir tamaño fenómeno climático; ni siquiera pese a la anunciada masa polar que surcaba el invierno argentino, pero especialmente el de la Capital Federal, tan poco afecto a la caída de nieve en su seno.
    De todos modos, los desprevenidos ciudadanos de la Gran Urbe desecharon de plano  la posibilidad de repeler al invasor que había ganado las alturas. Por el contrario, ávidos de que la ciudad que los acoge se convirtiera aunque fuera una vez en una efímera Bariloche, se propusieron disfrutar de un Día de la Independencia distinto a los que otrora habían vivido.
    Durante las primeras horas de la jornada, no obstante, la confusión reinó en la Reina del Plata. Según los expertos en la materia, la inusual precipitación acaecida hasta el mediodía, más líquida que sólida, se conformaba de pequeños copos cuyos cristales de hielo no son lo bastante compactos –se derriten nada más tocar el suelo- como para originar acumulación, indicador fiable este último de la presencia de 
nieve.

    Por  fin, las dos de la tarde, la confirmación oficial. Fue cuando Buenos Aires todo se apartó de la solemnidad con la que usualmente se festeja un feriado patrio y de los excesivos tecnicismos con los que los expertos del Servicio MeteorológicoNacional ahondaban en los porqués de la nevada. Mientras que unos se divertían arrojándose bolas de nieve entre sí –los más osados, probaban su puntería en un blanco circunstancial-, otros improvisaban pistas de patinaje a cielo abierto. Por supuesto, hubo asimismo quienes capitalizaron las bondades de la tecnología imperante en el siglo XXI a través del empleo de cámaras digitales de fotografía y teléfonos celulares, modernos artilugios encargados de inmortalizar el histórico acontecimiento, al igual que Youtube, entonces incipiente página de Internet en el que los videos de la nevada porteña y de sus zonas de influencia se diseminaron infinitamente.
  Lamentablemente, la celebración de la nevada en la región capitalina –y en medio territorio nacional- no se propagó a la totalidad de la población. La hipotermia, efecto residual del implacable frío nival, causó la muerte de tres personas. Aunque el clima dicharachero que la había envuelto hiciera presuponer que le había vedado el paso a la fatalidad, uno de los decesos se produjo precisamente en la Ciudad de Buenos Aires, que aquel 9 de julio registró como más baja una sensación térmica de -1,2º. Los dos restantes, en Córdoba y Rosario, en las que la aparición de la nieve desconcertó tanto a sus residentes como a los de la metrópoli porteña.
  Fue aquel de hace ocho años, un 9 de julio llamado a perdurar en la historia argentina. Día de fiesta, pero también de tragedia. Para los porteños en particular, constituyó un exitoso curso intensivo de ambientación al gélido fenómeno. Tanto, que muchos de ellos, en la inminencia de las vacaciones de invierno, desistieron de marcharse a descansar a los tradicionales centros turísticos que gozan con asiduidad de la caída de nieve. Ya habían tenido suficiente. Al final, era verdad aquella historia de hace principios de siglo XX que les contaban sus abuelos (ver “El” antecedente).
  Aunque tardía, vaya reivindicación para esos viejos fabuleros
  
  
                                      “El” antecedente

  Era tan inusual la presencia de nieve en Buenos Aires, que el 9 de julio de 2007 los que asistieron al extraño suceso se decían únicos en su especie.
  Sin embargo, la primera nevada de la que se tenga certeza en Capital Federal ocurrió el sábado 22 de junio de 1918, al día siguiente de la irrupción de la temporada invernal.
  Durante la madrugada –en la que los termómetros marcaron -2º- y la mañana, la jornada se asemejaba al tiempo indeseable que había deparado el último otoño: humedad, lluvia, viento y frío.
  Pese que al inicio del horario vespertino la monotonía climática amenazaba con eternizarse, se produjo hacia las 15.30 un inexplicable viraje. De un cielo plomizo y gris comenzaron a brotar compactos copos de nieve, que sorprendieron a los ocasionales transeúntes y al escaso caudal de tránsito que circulaba por las calles.
  Los ciudadanos porteños, incrédulos de movida, le tributaron una sentida bienvenida al ilustre visitante que los acompañaría, aunque con intermitencias, en orden creciente de intensidad hasta bien instalado el domingo.
  Entre los más entusiastas, prevalecieron dos grupos. Por un lado, los de pretendidas ínfulas europeas, a quienes la nevada pareció abducirlos y depositarlos en su anhelada París, por aquellos tiempos sumida a las devastadoras secuelas de la Primera Guerra Mundial, cuya fecha de caducidad, no obstante, se avecinaba irremediablemente. Por otro, la espontánea concurrencia de un número indeterminado de jóvenes, artistas anónimos ellos, quienes beneficiados por la espesa mata blanca de 10 centímetros de espesor que cubría los suelos, montaron una verdadera escultura nival de dos metros de alto, con la que procuraron reproducir una figura femenina aterida de frío.

                                         


  A su vez, mientras el transporte público, representado por tranvías y trenes, había disminuido considerablemente su caudal en pos de evitar la más mínima eventualidad que pudiera ocasionarse al haberse desatado el inusitado fenómeno, fueron muchos los trasnochados que se anoticiaron de la novedad recién a las 20.15, cuando recrudeció la caída de nieve en Buenos Aires y sus alrededores. Los más desorientados resultaron ser aquellos quienes relajaban las tensiones de una ajetreada semana laboral en sus habituales sitios de esparcimiento, como teatros, salas cinematográficas y cafés, en los que solían permanecer por largas horas. Desde ya que apenas sacudieron sus ropas de los gruesos copos de nieve que los habían tomado a contrapierna, se plegaron al resto de los festejantes, no sin antes afrontar la crudeza de la helada nocturna, que si bien no contribuyó a batir records de descenso de temperatura (1), acarreó letales consecuencias para más de una habitante porteño –y de los suburbios- en situación de mendicidad.
  En ese sentido, se contabilizaron cuatro vagabundos fallecidos. A la lista luctuosa se añaden dos casos llamativos. El primero de ellos fue protagonizado por un ciudadano con antecedentes cardíacos, a quien lo jaqueara una indisposición cuando circulaba por la vía pública. Murió sentado en un banco de la plaza Lorea, del barrio de Congreso, en el que había intentado restablecerse del súbito malestar que finalmente le quitó su vida. La otra víctima, un pescador que despuntaba su afición en pleno Río de la Plata, pereció en su bote. Al ser localizado, su cadáver presentó tal rigidez que hubo que fracturarle los huesos de una mano para apartarlo de su fiel caña de pescar.
   A la par, aunque con consecuencias indudablemente de menor magnitud en comparación, más de un centenar de heridos y contusos pasaron por los distintos hospitales de la ciudad, aquejados en su inmensa mayoría por luxaciones y quebraduras a instancias de los señores porrazos que se pegaron en las resbaladizas aceras, calzadas y veredas.
   Como ocurriría 89 años después, la nevada de 1918 se manifestó ambivalente. La algarabía de (casi) todos y la desgracia de unos pocos, entremezcladas.
    Con todo, para bien o para mal, siempre hay quienes poseen el don de inspirarse ante semejantes acontecimientos (2).
 
 (1) La temperatura más baja de la que se tenga conocimiento oficial en la Ciudad de Buenos Aires es de -5,4º. Tal cifra marcaron los termómetros el martes 9 de julio de 1918, una fecha evidentemente signada por récords y fenómenos meteorológicos.
  (2) Agustín Bardi compuso el tango “¡Qué noche!”, título ideado por su colega Eduardo Arolas, tras padecer el episodio nival en plena ruta de vuelta a Buenos Aires, previa visita al Hipódromo de La Plata.
  

                                                       Casi Casi...

    De acuerdo con el veredicto de las más autorizadas voces del Servicio Meteorológico Nacional (SMN) y otros organismos expertos en estas lides, solo en dos oportunidades se produjo caída de nieve propiamente dicha en la Ciudad de Buenos Aires y zonas aledañas: el sábado 22 de junio de 1918 y el lunes 9 de julio de 2007.
    Aun así, hubo jornadas que insinuaron emular a las antemencionadas, pero que según la apreciación de los especialistas, solo merecen la denominación de nevisca o aguanieve, ese tipo de precipitación dotada de agua y nieve derretida en la que prima el estado líquido, incapaz de acumularse, uno de los indicios que confirman toda nevada que se precie.
   Las más recordadas en Capital Federal corresponden al viernes 27 de julio de 1928 y a la más reciente de todas, la del miércoles 6 de junio de 2012.
   Idéntico acontecimiento se desencadenó el sábado 14 de agosto de 1999 en gran parte del Conurbano Bonaerense; entre otras localidades,  en Pilar, San Fernando, Munro, San Isidro, El Palomar y Laferrere, a expensas de la región capitalina.
   Incluso, algún que otro elemento afín a los fenómenos climáticos sugirió en alguna ocasión que la nieve había legado su impronta a Buenos Aires durante  los años 1713, 1750, 17568531, mucho tiempo antes de la creación del SMN (1872), especie temeraria jamás corroborada por la institución que rige la actividad meteorológica nacional.

  

2 comentarios:

  1. Juan vescio es hermano de Alfredo vescio todavía vivo q me esta costando est historia

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  2. Juan vescio es hermano de Alfredo vescio todavía vivo q me esta costando est historia

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