"Tiempo Loco", tal el mote que suelen emplear los habitantes de la ciudad de Buenos Aires para referirse, por caso, a los veranos excesivamente prolongados, las inclementes lluvias que devienen en trágicos temporales o al descenso brusco y repentino de la temperatura que, en alternancia, los acechan durante los últimos años.
Eso sí, lo que ni por
asomo imaginaban los porteños era que un lunes 9 de julio de 2007 Madre Natura fuera
a concebir tamaño fenómeno climático; ni siquiera pese a la anunciada masa
polar que surcaba el invierno argentino, pero especialmente el de la Capital Federal , tan poco
afecto a la caída de nieve en su seno.
De todos modos, los desprevenidos
ciudadanos de la Gran Urbe desecharon
de plano la posibilidad de repeler al
invasor que había ganado las alturas. Por el contrario, ávidos de que la ciudad que los acoge se convirtiera aunque
fuera una vez en una efímera Bariloche, se propusieron disfrutar de un Día de la Independencia
distinto a los que otrora habían vivido.
Durante las primeras
horas de la jornada, no obstante, la confusión reinó en la Reina del Plata. Según los
expertos en la materia, la inusual precipitación acaecida hasta el mediodía,
más líquida que sólida, se conformaba de pequeños copos cuyos cristales de
hielo no son lo bastante compactos –se derriten nada más tocar el suelo- como
para originar acumulación, indicador fiable este último de la presencia de
nieve.
Por fin, las dos de la tarde, la confirmación oficial. Fue cuando Buenos Aires todo se apartó de la solemnidad con la que usualmente se festeja un feriado patrio y de los excesivos tecnicismos con los que los expertos del Servicio MeteorológicoNacional ahondaban en los porqués de la nevada. Mientras que unos se divertían arrojándose bolas de nieve entre sí –los más osados, probaban su puntería en un blanco circunstancial-, otros improvisaban pistas de patinaje a cielo abierto. Por supuesto, hubo asimismo quienes capitalizaron las bondades de la tecnología imperante en el siglo XXI a través del empleo de cámaras digitales de fotografía y teléfonos celulares, modernos artilugios encargados de inmortalizar el histórico acontecimiento, al igual que Youtube, entonces incipiente página de Internet en el que los videos de la nevada porteña y de sus zonas de influencia se diseminaron infinitamente.
nieve.
Por fin, las dos de la tarde, la confirmación oficial. Fue cuando Buenos Aires todo se apartó de la solemnidad con la que usualmente se festeja un feriado patrio y de los excesivos tecnicismos con los que los expertos del Servicio MeteorológicoNacional ahondaban en los porqués de la nevada. Mientras que unos se divertían arrojándose bolas de nieve entre sí –los más osados, probaban su puntería en un blanco circunstancial-, otros improvisaban pistas de patinaje a cielo abierto. Por supuesto, hubo asimismo quienes capitalizaron las bondades de la tecnología imperante en el siglo XXI a través del empleo de cámaras digitales de fotografía y teléfonos celulares, modernos artilugios encargados de inmortalizar el histórico acontecimiento, al igual que Youtube, entonces incipiente página de Internet en el que los videos de la nevada porteña y de sus zonas de influencia se diseminaron infinitamente.
Lamentablemente, la
celebración de la nevada en la región capitalina –y en medio territorio nacional-
no se propagó a la totalidad de la población. La hipotermia, efecto residual
del implacable frío nival, causó la muerte de tres personas. Aunque el clima
dicharachero que la había envuelto hiciera presuponer que le había vedado el
paso a la fatalidad, uno de los decesos se produjo precisamente en la Ciudad de Buenos Aires, que
aquel 9 de julio registró como más baja una sensación térmica de -1,2º. Los dos
restantes, en Córdoba y Rosario, en las que la aparición de la nieve
desconcertó tanto a sus residentes como a los de la metrópoli porteña.
Fue aquel de hace
ocho años, un 9 de julio llamado a perdurar en la historia argentina. Día de
fiesta, pero también de tragedia. Para los porteños en particular, constituyó un
exitoso curso intensivo de ambientación al gélido fenómeno. Tanto, que muchos
de ellos, en la inminencia de las vacaciones de invierno, desistieron de
marcharse a descansar a los tradicionales centros turísticos que gozan con
asiduidad de la caída de nieve. Ya habían tenido suficiente. Al final, era
verdad aquella historia de hace principios de siglo XX que les contaban sus
abuelos (ver “El” antecedente).
Aunque
tardía, vaya reivindicación para esos viejos fabuleros…
“El” antecedente
Era tan inusual la
presencia de nieve en Buenos Aires, que el 9 de julio de 2007 los que
asistieron al extraño suceso se decían únicos en su especie.
Sin embargo, la
primera nevada de la que se tenga certeza en Capital Federal ocurrió el sábado 22
de junio de 1918, al día siguiente de la irrupción de la temporada invernal.
Durante la
madrugada –en la que los termómetros marcaron -2º- y la mañana, la jornada se
asemejaba al tiempo indeseable que había deparado el último otoño: humedad,
lluvia, viento y frío.
Pese que al inicio
del horario vespertino la monotonía climática amenazaba con eternizarse, se
produjo hacia las 15.30 un inexplicable viraje. De un cielo plomizo y gris comenzaron a brotar compactos copos de nieve, que
sorprendieron a los ocasionales transeúntes y al escaso caudal de tránsito que
circulaba por las calles.
Los ciudadanos
porteños, incrédulos de movida, le tributaron una sentida bienvenida al ilustre
visitante que los acompañaría, aunque con intermitencias, en orden creciente de
intensidad hasta bien instalado el domingo.
Entre los más
entusiastas, prevalecieron dos grupos. Por un lado, los de pretendidas ínfulas
europeas, a quienes la nevada pareció abducirlos y depositarlos en su anhelada
París, por aquellos tiempos sumida a las devastadoras secuelas de la Primera Guerra Mundial, cuya
fecha de caducidad, no obstante, se avecinaba irremediablemente. Por otro, la
espontánea concurrencia de un número indeterminado de jóvenes, artistas
anónimos ellos, quienes beneficiados por la espesa mata blanca de 10 centímetros de
espesor que cubría los suelos, montaron una verdadera escultura nival de dos
metros de alto, con la que procuraron reproducir una figura femenina aterida de
frío.
A su vez, mientras el transporte público, representado por tranvías y trenes, había disminuido considerablemente su caudal en pos de evitar la más mínima eventualidad que pudiera ocasionarse al haberse desatado el inusitado fenómeno, fueron muchos los trasnochados que se anoticiaron de la novedad recién a las 20.15, cuando recrudeció la caída de nieve en Buenos Aires y sus alrededores. Los más desorientados resultaron ser aquellos quienes relajaban las tensiones de una ajetreada semana laboral en sus habituales sitios de esparcimiento, como teatros, salas cinematográficas y cafés, en los que solían permanecer por largas horas. Desde ya que apenas sacudieron sus ropas de los gruesos copos de nieve que los habían tomado a contrapierna, se plegaron al resto de los festejantes, no sin antes afrontar la crudeza de la helada nocturna, que si bien no contribuyó a batir records de descenso de temperatura (1), acarreó letales consecuencias para más de una habitante porteño –y de los suburbios- en situación de mendicidad.
A su vez, mientras el transporte público, representado por tranvías y trenes, había disminuido considerablemente su caudal en pos de evitar la más mínima eventualidad que pudiera ocasionarse al haberse desatado el inusitado fenómeno, fueron muchos los trasnochados que se anoticiaron de la novedad recién a las 20.15, cuando recrudeció la caída de nieve en Buenos Aires y sus alrededores. Los más desorientados resultaron ser aquellos quienes relajaban las tensiones de una ajetreada semana laboral en sus habituales sitios de esparcimiento, como teatros, salas cinematográficas y cafés, en los que solían permanecer por largas horas. Desde ya que apenas sacudieron sus ropas de los gruesos copos de nieve que los habían tomado a contrapierna, se plegaron al resto de los festejantes, no sin antes afrontar la crudeza de la helada nocturna, que si bien no contribuyó a batir records de descenso de temperatura (1), acarreó letales consecuencias para más de una habitante porteño –y de los suburbios- en situación de mendicidad.
En ese sentido, se
contabilizaron cuatro vagabundos fallecidos. A la lista luctuosa se añaden dos
casos llamativos. El primero de ellos fue protagonizado por un ciudadano con antecedentes
cardíacos, a quien lo jaqueara una indisposición cuando circulaba por la
vía pública. Murió sentado en un banco de la plaza Lorea, del barrio de Congreso, en el que había
intentado restablecerse del súbito malestar que finalmente le quitó su vida. La
otra víctima, un pescador que despuntaba su afición en pleno Río de la Plata , pereció en su bote.
Al ser localizado, su cadáver presentó tal rigidez que hubo que fracturarle los
huesos de una mano para apartarlo de su fiel caña de pescar.
A la par, aunque con consecuencias indudablemente
de menor magnitud en comparación, más de un centenar de heridos y contusos
pasaron por los distintos hospitales de la ciudad, aquejados en su inmensa
mayoría por luxaciones y quebraduras a instancias de los señores porrazos que
se pegaron en las resbaladizas aceras, calzadas y veredas.
Como ocurriría 89
años después, la nevada de 1918 se manifestó ambivalente. La algarabía de
(casi) todos y la desgracia de unos pocos, entremezcladas.
Con todo, para
bien o para mal, siempre hay quienes poseen el don de inspirarse ante semejantes acontecimientos (2).
(1) La temperatura
más baja de la que se tenga conocimiento oficial en la Ciudad de Buenos Aires es
de -5,4º. Tal cifra marcaron los termómetros el martes 9 de julio de 1918, una
fecha evidentemente signada por récords y fenómenos meteorológicos.
(2) Agustín Bardi
compuso el tango “¡Qué noche!”, título ideado por su colega Eduardo Arolas, tras
padecer el episodio nival en plena ruta de vuelta a Buenos Aires, previa visita
al Hipódromo de La Plata.
Casi Casi...
De acuerdo con el
veredicto de las más autorizadas voces del Servicio Meteorológico Nacional
(SMN) y otros organismos expertos en estas lides, solo en dos oportunidades se
produjo caída de nieve propiamente dicha en la Ciudad de Buenos Aires y
zonas aledañas: el sábado 22 de junio de 1918 y el lunes 9 de julio de 2007.
Aun así, hubo
jornadas que insinuaron emular a las antemencionadas, pero que según la
apreciación de los especialistas, solo merecen la denominación de nevisca o aguanieve, ese tipo de precipitación dotada de agua y nieve derretida en la
que prima el estado líquido, incapaz de acumularse, uno de los indicios que
confirman toda nevada que se precie.
Las más recordadas
en Capital Federal corresponden al viernes 27 de julio de 1928 y a la más
reciente de todas, la del miércoles 6 de junio de 2012.
Idéntico
acontecimiento se desencadenó el sábado 14 de agosto de 1999 en gran parte del
Conurbano Bonaerense; entre otras localidades,
en Pilar, San Fernando, Munro, San Isidro, El Palomar y Laferrere, a
expensas de la región capitalina.
Incluso, algún que
otro elemento afín a los fenómenos climáticos sugirió en alguna ocasión que la
nieve había legado su impronta a Buenos Aires durante los años 1713, 1750, 1756 y 8531, mucho
tiempo antes de la creación del SMN (1872), especie temeraria jamás
corroborada por la institución que rige la actividad meteorológica nacional.
Juan vescio es hermano de Alfredo vescio todavía vivo q me esta costando est historia
ResponderBorrarJuan vescio es hermano de Alfredo vescio todavía vivo q me esta costando est historia
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