jueves, 23 de julio de 2015


       Selvetti-Anderson, el duelo pesístico del siglo XX (parte 2)



   La confirmación de la celebración de los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956, los primeros en disputarse en el Hemisferio Sur y en Oceanía en particular, arreció, a la vez, con las ilusiones que acunaba Argentina de albergar el trascendental evento, tal como sucediera en la inminencia de los JJ.OO de Berlín 1936, y como ocurriría posteriormente al consagrarse como Sedes la Ciudad de México (1968) y Atenas (2004).
    En esa oportunidad, la designación de la ciudad australiana redundó en una frustración mayor aún para nuestro país:  Buenos Aires había eliminado inicialmente a una sucesión de postulantes de fuste, como las ciudades estadounidenses de Los Angeles, San Francisco o Chicago, y a México D.F., previo acceso a la elección final. Allí, la capital argentina fue derrotada por Melbourne por solo un voto (21 a 20), en una Asamblea conmemorada el 28 de abril de 1949 en Roma, Italia.
   A la distancia, no obstante, la hipotética nominación de Buenos Aires no habría resultado oportuna. Es que en 1956, el  panorama deportivo, político y social de Argentina distaba abismalmente de ofrecer las mejores garantías -entre otras, de seguridad- como para oficiar de anfitrión de semejante acontecimiento. Principalmente, porque había transcurrido más de un año ya desde que la autodenominada Revolución Libertadora derrocara al presidente constitucional, Juan Domingo Perón, en la segunda de sus tres gestiones como Jefe de Estado.
   El deporte argentino fue uno de los perjudicados por antonomasia de las resoluciones de los jerarcas del gobierno de facto. Y en lo que compete exclusivamente al olimpismo, se  prohibió terminantemente la intervención en Melbourne de atletas de probada valía,  como el equipo campeón mundial de básquet como local (1950); Eduardo Guerrero, quien en tándem con Tranquilo Capozzo cosechara la medalla dorada en remo en Helsinki 1952; la tenista Mary Terán de Weiss y el fondista Osvaldo Suárez.     La razón primordial del veto fue la adicción al peronismo que se les atribuía a ciertos deportistas; y a los que no, se los acusaba -como mínimo- de haber sido beneficiados con becas y prebendas para desempeñarse en competencias internacionales durante la gestión del General. De ahí la diezmada delegación que se embarcara rumbo a Australia, la más escasa que representara al país en la historia de los Juegos Olímpicos.
  Uno de los 28 competidores que consiguieron evadir el cerco impuesto por la Revolución Libertadora fue Humberto Selvetti, nacido el 31 de marzo de 1932 en la ciudad de Colón (Entre Ríos), acaso el principal depositario de esperanza del deporte nacional habida cuenta de su sostenida labor en levantamiento de pesas, que ya le había deparado importantes réditos.

  El Gordo, tal el apodo con el que se lo identificaba, militaba en Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (GEBA), al que había sido incorporado a sus 14 años por uno de los más reputados hacedores de campeones de ese club, Alfredo Pianta, quien como halterófilo había representado al país en los Juegos Olímpicos de París 1924 y Amsterdam 1928, alcanzando la duodécima y novena colocaciones,
respectivamente, en la categoría de hasta 75 kilogramos.
  Consciente de su potencial, Selvetti se había juramentado la premisa de emular -cuando no superar- la epopeya de los JJ.OO de Helsinki 1952, cuya labor le significó a la halterofilia argentina la primera medalla olímpica de su haber.
  En  ese sentido, son múltiples los factores que fundamentan la hazaña del Gordo en Finlandia. Uno de los primordiales, los rivales con los que debió confrontar en la categoría de + de 90 kilos,  entre los que destaca el estadounidense John Davis, ganador de la medalla de oro en Londres 1948, en la que asimismo estableciera un récord en arrancada (142, 5 kgs) en + de 82, 5 kgs,  lauro que repetiría en los primeros Juegos Panamericanos de Buenos Aires 1951. El prolífico neoyorquino, a su vez, ostentaba un invicto de quince años consecutivos sin resultar derrotado, lo que explica que los entrenadores del equipo de halterofilia de Unión Soviética, temerosos de un probable y estruendoso traspié que los ridiculizara ante su enemigo capitalista, en plena expansión del conflicto suscitado por la Guerra Fría, determinaran la exclusión de sus pesistas.
 Los cotizados galardones del norteamericano, sin embargo, parecían nefregarle al Gordo, quien con solo 20 años se erigía como el más joven de los 13 colosos que se aprestaban a participar en la cita fijada para el domingo 27 de julio de 1952. Tal presunción se cristalizó una vez Selvetti se empleara en arranque, en el que osara empatarle el primer puesto a Davis al mover 150 kgs. en su tercer intento.
  Acto seguido, los contendientes destinaron su hercúleo esfuerzo al desenvolvimiento en el levantamiento a dos tiempos. En esta modalidad, lamentablemente, el desempeño de Selvetti, mezquino en comparación (120 kgs.), lo alejó sustancialmente del liderazgo compartido con Davis, quien alzó 145 kgs. Peor aun, el también oriundo de Estados Unidos, James Bradford, se reveló cual tardío candidato al mover 132, 5 kgs., con lo que se ubicó segundo en la tabla de posiciones , detrás de su compatriota Davis. Tras haber finalizado quinto en la puntuación correspondiente a la ronda de  envión, el entrerriano fue relegado al tercer lugar de la clasificación general cuando restaba solo un movimiento para el desenlace del concurso.
 Llegada la  fase definitoria, el rendimiento del experimentado y plusmarquista Davis, de creciente efectividad a medida que se consumía la prueba, se puso de manifiesto en todo su esplendor. Ya en su primer intento en el clean y press, su notable ejecución de 165 kgs  le significó conquistar su segunda medalla dorada consecutiva en la especialidad, con un total de 460 kgs. en la suma de los tres levantamientos, que sin embargo, no podía compararse a su mejor récord (mundial) de 482,5 kgs. Al igual que en la víspera de la resolución de la competencia, la segunda plaza le cupo a Bradford, quien movió unos admirables 155 kgs.
 Que Selvetti finalmente no hubiera podido revertir la tendencia no lo exime de haber rubricado un hito en la historia del deporte nacional. En efecto, el Gordo se desgañitó en los tres intentos del clean y press: primeramente levantó 157, 5 kgs, con lo que ya había igualado su mejor marca en ese ejercicio, récord en 1951. No conforme con tamaño logro, el titánico atleta se superó en los intentos subsiguientes, al mover sendos 162.5 kgs. De ese modo, totalizó 432 kilogramos, lo que le valió la medalla de bronce en halterofilia en la categoría de + de 90 kilogramos, primer podio olímpico de las pesas argentinas, en la que, por otra parte le fuera otorgado un diploma por su sexto puesto a otro compatriota: Norberto Ferreira, quien alcanzara los 410 kgs.

                                       
                         

    Con el firme propósito de refrendar la encomiable producción de su debut olímpico, el entrerriano se adjudicó la clasificación a los Campeonatos Mundiales de Halterofilia 1953 de Estocolmo (Suecia), en los que pese a volver a ocupar la tercera ubicación del año anterior, consiguió aumentar el kilaje de la sumatoria de los tres movimientos (450 kgs.). Como ocurriera en Helsinki, el Gordo fue aventajado por Davis (457,5 kgs), cuyo invicto, sin embargo, acabó por quebrantarse a instancias del canadiense Doug Hepburn, quien culminó consagrándose tras haber levantado apenas diez kilos más que el estaounidense.
   El cierre del ciclo tripartito de competiciones relevantes en las que interviniera Selvetti previa apertura de los JJ.OO de Melbourne 1956, coincidió con la segunda edición de los Juegos Panamericanos, en la Ciudad de México (1955), en la que ofreciera lo que hasta entonces fuera su mejor versión, tanto por la medalla de plata obtenida como en la carga total utilizada (457,5 kgs). En lo que ya amenazaba con convertirse en una constante a lo largo de su trayectoria, el entrerriano resultó vencido en la categoría de + de 90 kilos de peso corporal por un atleta norteamericano, en esta ocasión, el levantador y fisicoculturista proveniente de Estados Unidos, Norbert Schemansky, quien batiera 16 records en halterofilia.
   Una vez a bordo del buque que lo trasladaba hacia Australia con escala final en Melbourne, Selvetti practicaba los levantamientos pesísticos de rigor con renovado ahínco. A su paulatina progresión en la disciplina, en la que en cada actuación rebasaba las cargas empleadas en su performance anterior, se agregaba la certeza que en el venidero campeonato olímpico se ausentarían, entre otros atletas de renombre, su mayor verdugo, John Davis, y el campeón panamericano, Norbert Schemansky, dos adversarios que lo habían despojado sistemáticamente de su anhelada conquista de la medalla de oro.
  Eso sí, en el continente oceánico aguardaba por el entrerriano el famoso Paul Anderson, al decir de los expertos, el mejor levantador de pesas del Mundo, merced a la magnitud de los pergaminos que obtuviera durante 1955, cuyo acto cúlmine radicara en fulminar los récords supuestamente invulnerables de los halterófilos rusos en el mismísimo país soviético.
   Con todo, Selvetti contaba a priori con la chance anteponer su mayor experiencia en las lides olímpicas frente a un debutante absoluto. En contrapartida, Anderson ya había sido holgadamente condecorado con la medalla dorada, lo que el Gordo nunca hasta ese momento. ¿Podrá el entrerriano romper de una vez el maleficio de sus derrotas ante rivales norteamericanos y/o estadounidenses en la instancia definitoria? ¿Habrá llegado por fin la coronación definitiva de la halterofilia argentina?

(Continuará)









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