martes, 29 de diciembre de 2015

 
                 Tangalanga, el (re)inventor del llamado telefónico


   
      Fue en la enseñanza primaria que el mozalbete pelirrojo, nacido el viernes 10 de noviembre de 1916 en las cercanías de la Plaza del Congreso, forjó sus dotes de ácido bromista. Una de las majaderías preferidas del travieso niño consistía en escribir en el pizarrón la lista de sus compañeros ausentes, entre los que intercalaba improperios supuestamente ajenos a un establecimiento educativo. Y no fallaba: invariablemente, los desprevenidos maestros leían: "Rodríguez, Falsoni, Antoni....PUTO". A lo que pretendía significar una severa reprimenda, el osado gurrumín solía responder: "Señor, es la última...por hoy".
         El teléfono vendría después, mucho después. Era un consumado cincuentón cuando realizó su primer llamado, que no respondió a una mera autosatisfacción de incordiar al prójimo sino a mitigar el durísimo trance que debía afrontar su querido Sixto, a quien una compleja intervención en su cabeza lo había confinado a la postración. Eso sí, el delicado paciente gozaba de llamativa lucidez, lo que hasta le permitía quejarse ante su solícito confidente de la impunidad con que lo estafaba el veterinario que atendía a su perrito, que "cobra que parece (René) Favaloro". De ese modo, se produjo en 1962 el debut absoluto del anónimo justiciero telefónico, quien no vaciló en amenazar con "romperle el alma" al desaprensivo especialista -un "talabartero podrido", según su propia (des)calificación-, si algo le sucedía al Puchi, alias del tan infortunado como ficticio can. Al llevarle la grabación (1), las sonoras risotadas del desahuciado enfermo parecieron revitalizarle cuerpo y alma, no obstante el cuadro irreversible que ya se había obstinado con instalarse en derredor suyo.
           Enteramente devastado por la muerte de su entrañable amigo, en 1964, Julio Victorio de Rissio, infinitamente más conocido como el Doctor Tangalanga, Raúl Tarufetti o Licenciado Varela (2), decidió colgar el tubo de manera indeclinable. Si bien a lo largo de dos años había efectuado alrededor de 30 llamados -de los que se conservan contados registros, joyas como "Tintorería" o "Carro atmosférico"-, por lo que su círculo áulico llegó a sugerirle que podría dedicarse en paralelo a la comicidad, de Rissio optó por abocarse exclusivamente a su función de gerente de compras en Colgate-Palmolive. En esa compañía, en la que en principio revalidó sus estudios de taquigrafía y dactilografía, resultó crucial para el despuntar artístico de Susana Giménez, a quien la ligaba el estrecho vínculo que desde joven mantenía con los padres de la diva.

                                               


         Luego de 34 temporadas ininterrumpidas de intachable desempeño en la empresa en cuestión, a de Rissio le fue ofrecido idéntico rol por el presidente de una de las firmas competidoras líderes. "Si los norteamericanos te aguantaron tanto tiempo, seguro que boludo no sos", le garantizó un tal Mauricio Borensztein (3), amigo en común con Sixto, al dubitativo Julio. En efecto, el consejo del inmenso Tato Bores contribuyó en gran medida a su ingreso en las filas de Odol, en la que se desenvolvió desde 1972 hasta 1995, al ser aquella curiosamente absorbida por...Colgate Palmolive.
         ¿Cuánto más habría de durar el impasse comprendido entre las conversaciones telefónicas de la década de 1960 y las que habrían de sucederlas? El disparador fue una impiadosa hepatitis que en 1980 lo tumbó por espacio de ¡¡¡70!!! días. En las primeras semanas en las que lo aquejaba la persistente afección, de Rissio se sentía "muerto, muy tirado", de acuerdo con su propio testimonio. Una vez sobrevenido el estado de convalecencia, sus amistades -Tato Bores incluido- comenzaron a acercarle anuncios de diarios y revistas para que retomara los antiguos llamados con los que se habían deleitado al igual que el infortunado Sixto. Así, al tiempo que paliaba el tan obligado como interminable reposo, imprescindible para recobrar su óptima salud, Julio, rebautizado definitivamente como Tangalanga, Tarufetti y afines, iniciaba, puteadas a Blanca Curi mediante, una trayectoria de humorista que lo encumbraría progresivamente en la cima de la idolatría, venerado por fanáticos de a pie y por otros tantos notables.

martes, 8 de diciembre de 2015

                                      Hace 30 años, el Mundo conoció a 
                                      los GlobeTrotters de La Paternal
   
                                           


    El extenso periplo hacia el Imperio del Sol Naciente pretendía constituirse en el corolario de un ciclo apoteósico, inédito en la historia del hijo dilecto del barrio de La paternal. En el período comprendido entre 1984 y 1985, Argentinos Juniors no sólo se había coronado bicampeón a nivel local -nunca antes había obtenido siquiera un Campeonato de Liga AFA- , sino asimismo adjudicado por primera vez la Copa Libertadores, en la que, por caso, había eliminado en semifinales a Independiente, entonces vigente campeón continental y mundial, y a América de Cali en la instancia culminante, en definición por penales, al cabo de tres encendidos cotejos (1).
     Pese al tenor encomiable de sus logros, el Bicho no dejaba de ser considerado un equipo chico, austero en lo que a popularidad respecta, lo que en teoría lo relegaba de la posibilidad de conquistar la Copa Intercontinental. En cambio, tal honor -decían- le correspondería fácilmente a su adversario: el opulento Juventus de Michel Platinisu máxima figura, así como de la Selección de Francia ganadora de la Eurocopa '84-; Gaetano Scirea -fallecido prematuramente en un accidente automovilístico- y Antonio Cabrini, prolíficos baluartes de la defensa de la Vecchia Signora entre el primer lustro de la década de 1970 y 1980, al tiempo que integrantes de la Italia campeona del Mundo en España '82; Michael Laudrup, ascendente atacante danés, de destacada labor en México '86; y el tosco pero efectivo centrodelantero Aldo Serena, mundialista de la Squadra Azzurra en dos oportunidades consecutivas; que había accedido a enfrentarse con Argentinos tras acreditarse la Champions League, aunque en luctuosas circunstancias, habida cuenta del desencadenamiento del episodio conocido como La Tragedia de Heysel (2).
    No obstante la modestia que en la víspera del cotejo  se le atribuía en comparación con su poderoso contricante, el conjunto de La Paternal sabía que no se había llegado hasta el lejano Japón para limitarse a ejercer el rol de partenaire. A los descollantes valores surgidos de su cantera -denominada El Semillero del Mundo (3)- como Adrián Domenech, Claudio Borghi y Sergio Batista, los dos últimos campeones mundiales en México, se le acoplaban futbolistas experimentados de la talla de Jorge Mario Olguín, referente de la zaga central del combinado albiceleste que se consagrara como anfitrión en la Copa del Mundo de 1978; Juan José López, talentoso volante derecho que cosechara siete títulos en el plano doméstico en los once años en que brillantemente se desempeñara en River, institución en la que fuera contemporáneo de Emilio Nicolás Commisso y José Luis Pavoni; y José Antonio Castro, tan peligroso al encarar por el wing derecho como espontáneo para efectuar declaraciones filosas.                         ¿Quién era el responsable del equipo? De ningún modo, un mero continuador de la obra que iniciara Angel Amadeo Labruna, obligado a renunciar a su cargo a mediados de 1983, merced al precario estado de salud que poco después le depararía la muerte (4). Tampoco un improvisado reemplazante de Roberto Marcos Saporiti, bajo cuya conducción Argentinos alcanzó el Torneo Metropolitano 1984...
  En su trayectoria como entrenador, a José Yudica bien se lo puede calificar de hacedor de milagros; antes, durante y después de su primer paso por el Bicho (5). De su admirable palmarés sobresalen
 hitos como el primer campeonato conseguido por Quilmes en la Era Profesional (Metropolitano 1978), el retorno de San Lorenzo a la máxima categoría del fútbol argentino (1982) y la vuelta olímpica que a posteriori pegaría Newells al erigirse como el mejor cuadro de la temporada 1987/ 1988. Entre tamaños lauros, por supuesto, median la obtención del Nacional y la Copa Libertadores en 1985 ya con Argentinos, progresiva y necesaria escalada hacia el objetivo final que lo había trasladado hacia el continente asiático.

                                 


  De carácter distante -hombre de pocas pulgas, que le dicen-, el Piojo, quien jamás se permitió tutear a sus dirigidos, se sentía, sin embargo, plenamente familiarizado con la causa. Se atrevió, inclusive, a garantizar públicamente la superioridad de su elenco, a la par que relativizó la valía del adversario: "Me da la impresión que esta gente está  segura de que nos van a golear...Y me parece que se van a llevar una gran desilusión". Y añadió: "Sí, es cierto que le reconozco méritos de su experiencia, que es mayor que la nuestra, y de la seguridad para concretar las situaciones propicias; pero sigo creyendo que nosotros somos mejor equipo."
  Por el lado de Juventus, el único que parecía reconocer abiertamente la trascendencia del compromiso a dirimirse el domingo 8 de diciembre de 1985 era Platini. "Nadie duda de que en Europa y en Sudamérica se está el mejor fútbol del mundo. Yo respeto mucho a los jugadores argentinos no sólo porque tienen una gran técnica, sino porque triunfan en el Calcio",  manifestó en la previa el astro francés, al tiempo que remarcó la particular importancia del trofeo en disputa para el conjunto turinés, que si bien "ya ganó todos los títulos posibles, éste es el único que nos falta".
  Agotado el tiempo de los dichos, comenzaba a vislumbrarse en el campo de juego lo que se insistía en rotularse como un choque de estilos diametralmente opuestos. Líbero y stópper vs marcación en zona. Pragmatismo y mecanización vs improvisación y técnica individual. Superioridad física y atlética vs La nuestra (6). En esencia, un típico enfrentamiento futbolístico entre un equipo europeo y otro sudamericano.