lunes, 24 de julio de 2017

                     Minguito: cuando un gomía se
                     va...el 20 de julio (última parte)
      
                                                               
    "Mingo es ese dulce amigo, llega Mingo el ascrito del canal, en su Santa Milonguita, 
desbordando sonrisas y ternura", versaba la pegadiza cortina musical del programa con el que Juan Carlos Altavista retornó a la televisión con su más popular personaje después de un intervalo de tres años, una vez finalizada definitivamente su participación en Polémica en el bar.
    Hasta entonces, las apariciones en cámara del ilustre artista habían sido esporádicas, lo que sin embargo no lo privó de atestiguar preferencialmente una instancia culminante de la historia del espectáculo argentino invitado por su colega y compinche Alberto Olmedo, con quien coincidió en emisiones televisivas como el ciclo original de Operación Ja-Já y compartió cartel en películas de la talla de Villa Cariño está que arde, Flor de piolas y El Andador.
    Sucedió en el estreno de la quinta temporada de No toca botón, envío transmitido por el antiguo canal 11, hoy Telefe. Allí, Olmedo irrumpió en escena por última vez en su vida vestido de Rucucu, el mago ucraniano, una de interpretaciones más emblemáticas. En presencia de Altavista -que no de Minguito-, Enrique Pinti, Luis Brandoni y Susana Traverso, el Negro se quitó una a una sus prendas hasta quedar en paños menores para inmediatamente incinerar el traje de su ya expersonaje, al que consideraba quemado -valga la redundancia- por la imitación que del mismo solía realizar en su exitoso programa Mario Sapag, contemporáneo de Mingo en "Polémica..." y compañero de reparto del cómico rosarino en Los caballeros de la cama redonda y Los fierecillos indomables, entre otros.
    Como si no hubiera bastado con la ceremonia incendiaria, el Negro parodió a su plagiador en su legendario ciclo con un segmento denominado Las mil  y una de Olmedo, en el que imitó a Bernardo Neustadt con Altavista como interlocutor, y a Dante Caputo, dos de las más festejadas representaciones de Sapag.

                                                     

     De allí en más, el humorista adoptó un bajo perfil en lo que a exposición mediática compete, antes de reintegrarse a la pantalla chica con el programa SuperMingo, en 1987, también por Canal 11. Pese a lo que pudiera sugerir el título autorreferencial de su nuevo emprendimiento, el actor se rodeó para la ocasión tanto de sus familiares como de su entorno dilecto de amistades a la vez que productores y libretistas de su mayor confianza. Es que, como afirmó en alguna oportunidad Juan Carlos Calabró, Minguito carecía absolutamente de "celos profesionales".
     La verdad es que SuperMingo superó con creces las expectativas que inclusive el propio capocómico había depositado en su proyecto. Tanto, que ya en el despuntar de su ciclo eclipsó al resto de sus competidores del rubro humorístico -entre los principales, No toca botón, Calabromas, el Contra y don Mateo, y Las mil y una de Sapag- con 34.2 puntos de rating -y picos de 39.1-, según las mediciones registradas por IPSA, función que en la actualidad ejerce IBOPE.
     El liderazgo en los índices de audiencia al que escaló el programa se fundamentó en la introducción de sketches como La escuela del Nalca, en la que Mingo es el único "aluno" del profesor de gramática y literato Esteban Giménez, a quien supo tildar de "maniático testual" porque su maestro había estrechado distancias para indicarle -exageradamente- la diferencia de pronunciación y modulación entre las palabras escritas con "b" y "v", como "abrazo, beso, aventura, ven... belleza"; La novia de Minguito, en el que Tinguitella renunció al anhelo de conquistar a su amor platónico, Graciela Borges -" aunque ella no sabe que soy su mino"-, para encarnar el papel de eterno pretendiente de otra "naifa", la entonces ascendente vedette y actriz Silvia Peyrou; "el robós Magnolia", de activa participación de su hija Ana Clara, quien caracterizaba a una mujer androide de origen estadounidense que bailoteaba al ritmo de una contagiosa voz en off femenina que reiteraba incansablemente la frase "soy una muñeca"; Los gladiadores romanos, en los que Marcos Zucker y Vicente Rubino remitían con sus respectivas vestimentas a los guerreros de la Antigua Roma; las secciones dedicadas a sus más disparatados monólogos -el "análisis filasófico" que impartió en honor al mejor amigo del hombre incluido- y a sus clases particulares de anatomía, en las que el cómico personaje nos enseñó que el cuerpo humano consta de músculos como los "bises" (bíceps), órganos como "los fuelles para el osígeno" (pulmones), "ginitales o virijas" (partes pudendas) y huesos como el "fermu" (fémur); y hasta un espacio a puro catch denominado Los campeones del Perejil (1), comandado por un miembro del reparto de SuperMingo: Domingo Lucciarini, el mismísimo payaso Pepino que en Titanes en el Ring descolló durante las décadas de 1960-70, secundado por una troupe de luchadores de la que sobresalían el Caballero Rojo y el mexicano Pancho Juárez, versionado por otro coloso del cuadrilátero, el Mercenario Joe.
    Con todo, fue el bloque destinado a la rediviva "redasión" el que acaparó el incuestionable favoritismo de los telespectadores, en la que -a falta del Preso, en la época de La voz del rioba- Minguito integraba un prestigioso equipo de prensa compuesto eminentemente por Julio Ernesto Vila -experto en boxeo-, Riverito y Alberto Fosforito Muney.
    A modo de labor inicial, Mingo se creyó tan impune como para entrometerse en el legendario ciclo informativo La Noticia, conducido por Enrique Landi y Nadia Cyzenko, y proceder a comunicar su interpretación del "Decálago de periodista", entre los que sobresalen el "sétimo" punto -"queda terminantemente prohibido chupar vino en horario de laburo...sin convidar a los cólegas"-, el "novoa" -"acordarse de que somo' el cuarto poder y nadie nos va a llevar por delante...y menos por atrás, porque tan pronto le podemo' levantar un manolito como hacerle un buraco así de grande, como le hicimo'a Nison en Guatergueiti"-, previo a enunciar el décimo y último -"déase a publicidad y conocimiento de locutores, periodistas y anesos...Se hará justicia, ¡sí, señó'!"-.

                                                         
     "Incrédolo", tal la acusación que Tinguitella le formuló a Julio Ernesto Vila. El especialista en pugilismo, escéptico, no podía concebir que su ignorante colega, a quien acostumbraba corregirle los barbarismos en los que aquel a menudo incurría, fuese capaz de estar manteniendo una conversación telefónica con el mejor futbolista de la historia. De hecho, le juró a Minguito que si por gestión suya el Barrilete Cósmico se presentaba en la oficina de redacción, no dudaría en acudir al desempeño de su tarea luciendo un indiscreto bisoñé que cubriera su calva cabeza. Nadie le exigió al reputado periodista que cumpliese su promesa, no obstante lo cual debiera resignarse a que la nota en exclusiva con Diego Armando Maradona la abordara su inculto compañero de trabajo, quien solía endilgarle dos motes: Vilita u Hormiga Negra.
     Visiblemente conmovido -a diferencia de su alter ego, Juan Carlos Altavista, a quien contrariamente a lo que se cree no le interesaba el fútbol- Mingo preguntó al Diez -entonces vigente capitán y campeón mundial con la Selección Argentina, a la vez que de reciente consagración con Napoli, el primer título de Liga que ese equipo obtuvo en su historia- si había sido con la mano el tanto que abrió el marcador en el duelo ante Inglaterra por los cuartos de final del ecuménico torneo de México 1986. Diego no develó el misterio, pues susurró la respuesta al oído del hombre de prensa.
     Lo que sí trascendió públicamente fue el recíproco intercambio de sueños entre las partes. Mientras que el redactor le pidió atajarle un penal a Maradona, este solicitó su sombrero y su bufanda, y se hizo de un mondadientes para vestirse de Minguito Tinguitella.
    Otra de las eminentes visitas que el periodista recibió en su despacho fue la de elenco de El Chavo del 8, en virtud de la gira que Chespirito y compañía emprendieron por Argentina, en donde abarrotaron siete veces consecutivas el Estadio Luna Park de la Ciudad de Buenos Aires. Los entrañables actores mexicanos le gastaron una broma a su entrevistador, al identificarse con alias por demás jocosos: Roberto Gómez Bolaños, "Viuda de Menotti"; Florinda Meza, "Susana Giménez", María Antonieta de las Nieves, "Moria Casán" y Rubén Aguirre, "José Marrone".
    Completan la lista de notables concurrentes: el cantante Roberto Sánchez, más conocido como Sandro o el Gitano, por más que en Polémica en el Bar el vocalista ya hubiera que tenido que tolerar un particular "mangazo" de Mingo; la tenista Gabriela Sabatini, enconada contrincante de Martina "Navratibola"; el multicampeón mundial de boxeo Carlos Monzón, meses antes de asesinar a su exesposa, la actriz y modelo uruguaya Alicia Muñiz-; el jóckey Jorge Valdivieso, quien posibilitó que el "ascrito del nalca" se paseara en "llobaca" por el set de filmación, el actor Federico "Luppe" (Luppi), de "carácter podrido" de acuerdo con la apreciación del entrevistador; y el relator José María Muñoz, entre otros.
                                 
                                                       

     Bienaventurado, Juan Carlos Altavista primaba hasta en los tribunales. A la par de su rotunda victoria en las ránkings de audencia, la Justicia se expidió en su favor respecto de la querella que Hilda Reboiras -viuda de su amigo y exlibretista Juan Carlos Chiappe, padrino de su hija Maribel- le había iniciado tanto al actor como a Roberto Peregrino y Gerardo Sofovich, por considerar que los demandados usufructuaban sin autorización el personaje Minguito Tinguitella, propiedad de su difunto esposo, sin que mediara un resarcimiento monetario para su persona.
     Según el testimonio de Reboiras, "(Altavista) todo se lo debe a mi marido y ahora no lo quiere reconocer dándome lo que corresponde. Lo que pasa es que cuando Juan Carlos (Chiappe) vivía, permitía que tanto él como Peregrino Salcedo escribieran los libretos para Minguito. Por hacerlo, le pagaban un plus (...) Yo una vez reclamé ante Argentores, pero nunca me hicieron caso. Allí está registrado el personaje a nombre de Juan Carlos Chiappe, pero el que ahora les deja ganancias es Juan Carlos Altavista". Y añadió: "Me preguntaron qué era lo que pretendía y les pedí un departamento, una pequeña cantidad de dinero, mucho menos de lo que me pertenecía. Pero él (Altavista) se negó a darme algo. Es terrible para la plata".
     Por su lado, luego de reconocer el dolor que le había causado la apelación de la sentencia en dos oportunidades, el actor -ya decretado el fallo judicial- declaró: "Estaba muy tranquilo porque sabía que esto era una injusticia y que finalmente todo se iba a arreglar como era debido". "Me saqué un gran peso de encima. Las exigencias de la viuda de Chiappe demandaban una compensación económica bastante fuerte. No podría decir ahora a cuánto podría ascender la indemnización, pero calculo que superaría el medio millón de dólares. En definitiva, es como si hubiese ganado medio millón de dólares", profundizó Altavista.
     Definitivo e inamovible, el dictamen de la Corte Suprema de Justicia desestimó el reclamo de Hilda Reboiras, que se tradujo en un pleito de siete años de duración, entre 1980 y 1987. A ese efecto, el humorista, aun pese a que tuviera que resignar el apellido de su emblemático personaje como requisito del acuerdo,  remató: "El caso queda cerrado para siempre como cosa juzgada. Minguito soy yo y yo soy de Minguito...".
     Y así fue, en televisión, radio y cine. A sus 58 abriles, su rutina profesional le exigía más de 10 horas de aplicación diaria, a excepción de los martes, en los que se relajaba navegando en su crucero Cambalache para encontrarse con sus "amigos de los astilleros" en la zona de San Fernandoaunque públicamente ocultaba su afición a la náutica por considerarla un hábito privativo de "bacanes", lo que no se consustanciaba con el esmirriado "bolsiyo" o "camisulín" -solo abundante en papeles arrugados- de Minguito. Si no, se lo pasaba en la intimidad de su hogar, largamente constituido en la localidad bonaerense de Olivos, junto con su esposa e hijos, en donde se complacía de cocinar -y degustar- uno de sus menús preferidos: ravioles con tuco.
     No obstante, sus jornadas, tan productivas como ajetreadas, derivaron en el recrudecimiento de los síntomas característicos del Mal de Wolf-Parkinson-White, ese persistente síndrome congénito que le había sido diagnosticado en 1969.
     Sus taquicardias paroxísticas, acentuadas por el dinamismo que requería su trabajo al tiempo que por exceso de tensión nerviosa, ameritaron asiduas visitas de urgencia al Hospital Municipal de Vicente López, en el que los facultativos hasta llegaron a recurrir a la terapia electroconvulsiva - más conocida como electroshock- para restablecer los latidos normales de su debilitado corazón.
     La celeridad con que el paciente recobraba su salud cardíaca no dejaba de sorprender a los especialistas; no a Minguito, quien acaso desestimó de plano la vital chance de operarse en Estados Unidos porque en el período de mayor actividad de 1987 soportó -según confesó el propio actor- ¡¡¡14!!! ataques al "boboen solo cinco meses. Solo aceptó la recomendación de sus médicos de cabecera de acortar la frecuencia, duración e intensidad de sus días laborales.
     Imprevistamente, durante el comienzo de la segunda temporada de SuperMingo -aún emitido por Canal 11-, Altavista descubrió que su cardiopatía había efectivamente deprimido la pujanza con que otrora acometía sus menesteres artísticos, lo que de todas maneras no lo abstendría de honrar la memoria del Negro Olmedo por medio de la alusiva balada de su presencial creador, Alberto Cortés, ni de filmar la última de las 57 películas de que consta su longeva trayectoria cinematográfica.
     Junto con Carlitos Balá y Tristán, el humorista protagonizó en 1988 la comedia Tres alegres fugitivos (1), dirigida por Enrique Dawi, en la que el terceto cómico se empleaba en una empresa de mudanzas y traslado de fletes a larga distancia, al Interior y a países limítrofes como "Checueslavaquia".
     Previo viaje en camión rumbo a Córdoba, los gomías se percataron de que un bebé había sido abandonado al pie de la puerta de la pensión en la que residían. Aunque en principio lo desconocían, el lactante había sido dejado allí ex profeso pues la mucama de un acaudalado empresario cuyo inescrupuloso hermano lo creía muerto en un accidente aéreo, le había ordenado que eliminara al único heredero de su fortuna, el inofensivo "bepi", para que solamente en él recayeran los incontables réditos de la sucesión. Encariñada con el nenito, la doméstica recapacitó antes de cumplir con tan desalmada directriz y, en cambio, a sabiendas de que debían partir hacia la misma provincia mediterránea en donde vivía su hermana, prefirió delegar la custodia de la criatura a los dependientes de la agencia de transportes hasta que estos lo arrimaran al domicilio de su pariente.
     Repuestos del desconcierto inicial, los compinches adoptaron gustosos a Federico, tal como llamaron al pequeñito. Después de sopesar pros y contras de alimentarlo con fideos -aunque sin pesto- Minguito acudió a la farmacia para adquirir "morfi para bebés".
     Una vez bañado, cambiado y comido, el infante se convirtió en uno de los cuatro integrantes del camión que se dirigió a territorio cordobés, en donde los fugitivos afrontaron todo tipo de vicisitudes hasta llegar a rendirle culto a su mote producto de su huida de la autoridades policiales, quienes los creían "chorros de pibes", al decir de Mingo. Recién probaron su inocencia luego de corroborarse que el potentado empresario y su esposa habían salido airosos de la catástrofe, confesión de la mucama mediante. Aunque ya era demasiado tarde: Minguito, Balá y Tristán se habían enamorado de Luis(ito), el verdadero nombre de Federico.
 
                                                         
     Finalizado su vínculo contractual con Canal 11, Juan Carlos Altavista recaló en el emergente Tevedos -actual América TV- en 1989, con objeto de afrontar la madurez de su vasta carrera profesional. Para ello, su programa fue rebautizado como Vamos, Mingo Todavía...!, a cuyo elenco se sumaron, entre otras figuras, Javier Portales, Esteban Mellino y María Rosa Fugazot.
     La mañana del jueves 20 de julio, a solo dos meses del lanzamiento de su renovado ciclo, el cómico había despertado, como siempre, a las 09.30 puntuales, aunque contrariado. Lo intranquilizaba que su adorada esposa, con quien aun después de casi tres decenios de haber contraído enlace el mutuo "te quiero" permanecía invariable, no hubiera despertado a su lado. Raquel Álvarez, oriunda de la ciudad de León (España), había tomado un avión que la llevó hasta Montevideo, para cuidar del delicado estado de salud de su madre.
     Permitido que le dicen, Altavista trocó su usual desayuno de mate y yogur por uno de sus caprichos culinarios preferidos: las medialunas, que combinó con un tazón de café con leche, acompañado por su hijo menor y asimismo actor en  "Vamos, Mingo...", Juan Gabriel.
     Más tarde se sumarían su primogénita Maribel y Ana Clara -la que le sigue en orden cronológico-, coproductora y actriz del mismo programa, respectivamente, para abordar el reluciente BMW gris de papá Juan Carlos -conducido por su propio dueño- y, juntos, llegarse hasta las estudios de Buenos Aires Color TV, puesto que en sus instalaciones se grabarían las tomas complementarias a las 3/4 partes ya registradas del ciclo emitido por Tevedos.
     Posteriormente al desarrollo sin fisuras de El bar, una especie de remake módico del Cafetín de Buenos Aires al sentarse Minguito a la mesa únicamente con Javier Portales -y el Flaco García haciendo las veces del Gallego Irízar, el Preso e incluso Mario Sapag-, Altavista retornó a su camarín y, pasadas las 14 horas, sucumbió a otro festín, al menos, para quien tiene contraindicadas las ingestas opíparas: sándwich de miga y torta de dulce de leche, combinación que regó con un frugal té con miel. La infusión no tenía una finalidad compensatoria; por el contrario, procuraba aligerar la convalecencia de una bronquitis aguda que le había provocado al artista un adelgazamiento abrupto.

                                                   
     Tanto María Rosa Fugazot como Silvia Peyrou coinciden en que el disparador -vaya paradoja- fue la detonación de un revólver de utilería que -ambas estiman- alteró el sosiego del capocómico, mientras este repasaba el libreto de La familia, segmento del programa en el que personificaba al Tío Cheto.
     Desde ya, el actor no estaba en condiciones de averiguar el porqué del desencadenamiento de su arritmia, añadidos la sensación de ahogo y el dolor en el flanco izquierdo de su pecho, que por otro lado ya había experimentado reiteradamente. Quizá por ello no se amedrentó en un principio y se ciñó a su
eficaz método de curación casero, esto es, recostarse sobre el sillón más próximo a sí mismo y ejercer presión sobre su vena yugular con la mano derecha. De esa manera, al bajar la tensión, la sangre es bombeada al corazón y el ritmo cardíaco retorna a niveles deseables. No funcionó. Peor aún, el humorista supuso inminente una descompensación más grave. Ya eran las cuatro de la tarde...
     "Calmate, Juan Carlos, pronto va a pasar", intentó tranquilizarlo su amiga y enfermera particular Ana María Galeando de Daoud, alias Cuca, ladera de Altavista desde 1982. Fue en ese mismo año que el artista, tras ser internado por una perniciosa neumonía vírica que derivó en la extracción de la base de uno de sus pulmones, permaneció al margen del ambiente del espectáculo por un período de siete meses.
     Cercano al colapso, el cómico relativizó su cuadro ante la presencia de Juan Gabriel, aunque procedió en sentido diametralmente opuesto en cuanto divisó a Ana Clara. Como su hijo menor no creyó en absoluto en la palabra de su progenitor, se determinó su traslado al centro asistencial más próximo, no sin antes Altavista ofrecer sentidas disculpas a sus compañeros de elenco por postergar la grabación del programa y, a la vez que les tiraba besos, les aseguró que prontó se reacoplaría a sus labores.
      Juan Gabriel se adueñó del volante del BMW y, mientras atravesaba a toda máquina calles y avenidas en sentido contrario al tránsito, Cuca sugirió que llevaran a Minguito al Hospital Ramos Mejía pues allí laboraba su médico particular, Mauricio Rosenbaum. Ya entonces, el pedido del actor había mutado a súplica: "¡Me ahogo, me ahogo! ¡Por favor, ayúdenme!"

sábado, 22 de julio de 2017

    Minguitocuando un gomía se va...el 20 de julio (parte III)

                                                   
       La maniobra propagandística elucubrada por los jerarcas del Proceso de Reorganización Nacional en virtud de la celebración del Mundial de fútbol de 1978 en nuestro país, resultó contraproducente. Aun avalada por los medios de difusión adictos, la presunta campaña antiargentina a la que se remitía el gobierno de facto encabezado por Jorge Rafael Videla no disuadió a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de investigar la responsabilidad del régimen dictatorial en las incontables denuncias por crímenes de lesa humanidad que sobre su órbita recaían.
       De ese modo, luego de una exhaustiva recopilación de evidencias, el organismo dependiente de la OEA (Organización de los Estados Americanos), concluyó que ya a fines de 1979 la Junta Militar había promovido la desaparición de miles y miles de personas a la vez que incurrido en un número similar de secuestros forzados. Con todo, las autoridades castrenses prohibieron la publicación del libro en que constaba el informe final confeccionado por la comitiva del CIDH, al año inmediatamente posterior.
        Sin embargo, la progresiva puesta al descubierto del siniestro modus operandi de los represores propició la repatriación tanto de disidentes políticos -célebres y anónimos- así como de músicos y otro artistas que habían sido confinados al ostracismo del exilio.
        Uno de los actores que decidió retornar de su destierro involuntario fue Juan Carlos Altavista. Superado el veto impuesto a su interpretación más aclamada, Minguito Tinguitella, cuya confesa adhesión al peronismo lo apartó durante seis años de la pantalla televisiva, Gerardo Sofovich -ya distanciado de su hermano Hugo- lo convocó en 1980 para protagonizar las respectivas reposiciones de Polémica en el bar -nuevamente como ciclo independiente- y Operación Ja-Já.
        Pese a la alternancia de incorporaciones y deserciones que signó la conformación del elenco durante su segunda edición como programa autónomo (1), El cafetín de Buenos Aires registró en el tramo inicial de esa etapa el mayor índice de audiencia de su historia, al rebasar los 60 puntos de rating. Entonces, se sentaban en derredor de la (única) mesa del bar: Mingo, Jorge Porcel, Julio de Grazia, Mario Sánchez y Rolo Puente; mientras que continuaban administrando el local, el Gallego Alberto Irízar y su ayudante, Vicente el Preso La Russa.
         Al igual que en la década de los '70, la temática de discusión de los parroquianos se cernía en torno a la política y al fútbol, coronada por el sempiterno conato pugilístico. A propósito, uno de los segmentos más encendidos se suscitó en ocasión de la definición del Campeonato Metropolitano de 1981, entre Boca y Ferro. Es que entre los ocupantes de la mesa coexistían dos hinchas xeneizes y uno del club de Caballito.
         En la víspera del trascendental desafío entre ambas instituciones, a dirimirse en la Bombonera, por la trigésimo segunda fecha del certamen, Rolo Puente, partidario de los verdolagas, irrumpió en el boliche bailando y luciendo un gorro tipo piluso con los colores de su equipo, al tiempo que canturreaba que FCO iba a "reventar a los boquenses".
         Extrañamente contemporizador, Minguito no escatimó elogios para el coyuntural oponente, celoso escolta del conjunto de La Ribera en la tabla de posiciones, al que si bien calificó de "cuadro chico", no vaciló en señalar que es "merecedor de la simpatía del mundo". No fue el caso de Julio de Grazia, quien vaticinó que los auriazules llenarían de "cachetazos de realidad" a la alineación entonces dirigida por Carlos Timoteo Griguol. Huelga mencionar que, consumada la ajustada victoria de Boca por 1 a 0, en la que fue una suerte de final anticipada al consagrarse el equipo azul y oro liderado por Diego Armando Maradona en la última jornada del Metro, postergando la hazaña de Ferro por solo un punto de ventaja, la dupla bostera de "Polémica..." facturó su bravuconada al representante de la modesta entidad caballitense.

                                                   

       No obstante las estelares figuras que integraban el reparto, la crítica especializada coincidía
unánimemente en otorgarle preponderancia a la labor de Mingo por sobre la del resto de los actores. De hecho, el personaje encarnado por Altavista no solo se encargaba del acto de apertura del programa, sino también del cierre del mismo, secundado -sí, secundado- por Porcel y, a menudo, por Irízar. Más: la irrefrenable popularidad de Tinguitella ameritó que este, tal como sucediera con los avisos de los cigarrillos Colorado -"gran faso", según sus textuales palabras- y el jabón La espuma -"la mejor manito que se le puede dar a la vieja", fuera el centro visual del elenco de Polémica en el Bar en auspiciar el "frescolari" yogur "La Senerísima" (por La Serenísima).
         Idéntico rédito le reportó su performance en la reedición de otro de los principales segmentos del antiguo Operación Ja-Já: La voz del riobacuyo suceso había inspirado en 1973 la publicación de la historieta homónima a través de la editorial Cielosur (2). En ese sketch, Minguito oficiaba de periodista y su colaborador, el Preso (Vicente La Russa), de reportero gráfico. La misión conferida por el "diretor" del periódico en que se desempeñaban -que no era otro que el mismo "ruso malino, indino y danino" de siempre- consistía en que sus subordinados concurrieran a entrevistar en sus hogares a las más encumbradas estrellas del espectáculo, quienes apenas reparaban en el dudoso aspecto de profesionales de los trabajadores de prensa que los requerían -y en el incomprensible lenguaje en que estos se comunicaban- no tardaban en vislumbrar el calvario que por ellos aguardaba.
         Tan es así que, de movida, los representantes de "La voz..." despertaban el enfado de la celebridad de turno al confundir, por caso, Minguito el apellido de Susana Giménez con "Gutiérrez" o discutirle a Silvio "Roldán" Soldán que sus programas de tevé más recordados se titula(ba)n "Domingo para el tango" o "Grandes valores para la juventús". La inoperancia del Preso solo contribuía a caldear aún más los ánimos: cuando no sacaba fotografías insólitas -o fuera de foco- como los zapatos del entrevistado, destruía bienes ajenos para tomar instantáneas trepado a lo alto de un mueble. La debacle se apoderaba irreversiblemente del recinto en cuanto el periodista penalizaba a patada limpia la torpeza de su compañero.
          Ante tamaño escándalo, el anfitrión daba por culminada la cita, no sin antes botar violentamente de su morada a Mingo y al Preso. El frustrado entrevistador, sin embargo, no se rendía fácilmente: solía volver al epicentro del conflicto solo para abrir la puerta del dueño de casa y, embargado por la impotencia, espetarle, por ejemplo, un sonoro "viva, Sandro" a Palito Ortega. Por su lado, el incompetente fotógrafo, quien usualmente se salvaba en primera instancia del vehemente desalojo, obtenía similar trato que su colega al formularle una pregunta absurda al ya por demás iracundo artista.
          No obstante el irrebatible éxito que le valió a Minguito su reaparición en televisión luego de un prolongado parate forzoso, al que se adosa su multifacético desenvolvimiento en el éter, en programas como Belgrano show, Cada mañana es un mundo y El clan del aire -por radio Belgrano, El mundo y Mitre, en ese orden-, el popular personaje seguía resfriando los estómagos de los autodenominados puristas del lenguaje y el buen gusto.
          Entre ellos, sobresalía el periodista Alfredo Serra, quien en su artículo titulado ¿El espejo de los argentinos?, correspondiente al ejemplar número 250 de la revista Somos del 3 de julio de 1981, describió a Mingo como "un marginal semianalfabeto que le llama 'curro' al trabajo". Habida cuenta de la controversia que generó la publicación de su nota, el entonces redactor del desaparecido semanario, perteneciente a la editorial Atlántida -de manifiesto apoyo a la última dictadura cívico-militar-, fue invitado a ratificar su juicio en el programa televisivo Video Show (Canal 11, actual Telefe), conducido por Enrique Llamas de Madariaga, en donde amplió sus desdeñables conceptos: "Si seguimos mirando a Minguito, vamos a terminar siendo como él".
          De repente, mientras se desarrollaba el candente debate, se produjo la presencia espontánea en cámara de Juan Carlos Altavista, flanqueado por Gerardo Sofovich. Fue cuando el humorista se despojó de la parquedad que lo caracterizaba en ocasión de efectuar declaraciones y apeló a la sensibilidad con un argumento que acalló la voz acusadora: "Yo voy a hablar poco porque no sé hablar. Lo que quiero decir es que Minguito posiblemente deforme el idioma, pero lo que nunca va a hacer es deformar las almas".

viernes, 21 de julio de 2017

                           
       Minguito: cuando un gomía se va...el 20 de julio (parte II)
                                                 
                                                           

       Era tan consciente de la simbiótica fusión entre Juan Carlos Altavista y Minguito Tinguitella 
como de que su personaje por antonomasia, salvo raras excepciones (1), resultaba incapaz de opacar su performance en los papeles adicionales para los que se lo requiriera. La versatilidad de sus dotes se manifestó ya en su transición de actor medio a consagrado, en el período comprendido entre las décadas de 1960 y 1970,  al margen del género -televisión, cine, teatro o radio- en que paralelamente se desempeñara.
       ¿La prueba fehaciente? Su presentación absoluta en la TV, en 1964. Allí, ofició de conductor y animador del programa infantil denominado El Club de Anteojito y Antifaz, personajes de la creación del inestimable historietista gráfico Manuel García Ferré, emitido por Canal 9 -el mismo en que sedujo a su amada Raquel, madre de sus tres hijos- de a 11 a 12 del mediodía. El envío, consistente en diversos entretenimientos, pruebas y entregas de premios exclusivamente dedicados a los chicos, se componía de un dicharachero elenco que secundaba al Tío -así bautizaron los niños a Altavista-, del que sobresalían los payasos Firulete, Santiaguito y Piolini, el desopilante conjunto musical Los Manuelo's Boyses, y el Mago Geno y sus trucos reveladores. Para el artista, la experiencia fue sumamente enriquecedora pues el afecto que le dispensaron los pequeños mitigó su persistente sentimiento de que no había tenido infancia al iniciar su trayectoria profesional a sus prematuros ocho años de edad.
        Entretanto, avalado por sus destacadas actuaciones en la pantalla grande en películas como El Gordo Villanueva, el primer rol protagónico en el cine de Jorge Porcel, Altavista exhibió su figura in crescendo en el largometraje Fiebre de Primavera (1965), en el que integraba un grupo de universitarios de escasa contracción al estudio cuya meta primordial residía en cautivar a sus vecinas y compañeras de cursada. Establecida la pareja formada por Ramón Bautista Palito Ortega y Violeta Rivas -dos de los principales valores del Club del Clan, entonces en auge-, Altavista conquistó el voto de Nora Cárpena después de intentarlo todo, hasta un cuasi striptease.
         Luego de su auspiciosa labor en picarescas comedias cinematográficas del relieve de Villa Cariño, Coche cama, alojamiento y Villa Cariño está que arde, el actor afianzó su estatus privilegiado merced a sus respectivas intervenciones en Carne (1968), en la que personificó a José García, el hijo de un verdulero que, pese a subordinarse al influjo de Humberto, el Macho (Romualdo Quiroga), se rehusó a vejar a Delicia (Isabel Sarli) como hizo el resto de su execrable círculo áulico -que no salió impune-, en la recordada escena del camión; y se anticipó al comienzo de la nueva década con su loable participación en Los muchachos de mi barrio, remake de La barra de la esquina, en la que interpretó a Fatiga, quien reflotó una frase en realidad perteneciente a José Pepitito Marrone: "Trabajás, te cansás...¿qué ganás?".
         Solo así, al desmentir rotundamente el encasillamiento como actor que se le adjudicaba, Juan Carlos Altavista descolló con su personaje más "pulenta" al sellar su vínculo con el "ruso malino, indino y danino" de Gerardo Sofovich y su hermano Hugo, hacedores de Operación Ja-Já, cuyo selecto elenco lo erigió en uno de los programas de mayor rating de la historia televisiva argentina.
         En virtud de su rutilante suceso, dos de los sketches predilectos de los telespectadores se escindieron del ciclo para ocupar cada uno su propio espacio, tanto La peluquería de Fidel -a posteriori, La peluquería de don Mateo- como La mesa de café, devenida Polémica en el bar. En este último, el iletrado Minguito Tinguitella -quien conformó la nómina original de parroquianos, en 1964 (2)- representaba al típico exponente de los estratos sociales más populares de antaño: fanático de Boca, de su madre ("mi viejita") y peronista a ultranza. Compensaba su exiguo dominio del lenguaje castellano con la conjunta utilización de dos jergas eminentemente rioplatenses como el lunfardo y el vesre, lo que no bastaba para impedir la sucesión de correcciones idiomáticas con las que asiduamente lo segregaban sus contertulios, a quienes Mingo retrucaba invariablemente: "Se' igual".
         Durante el primer lustro de los años '70, los principales interlocutores de Minguito eran el Gordo Porcel, a quien acostumbraba saludar con un clásico de su repertorio ("qué hacé', tri tri?"); el irascible Adolfo García Grau, ejecutivo de profesión a la vez que afín al radicalismo "moderado", según su textual apreciación; Javier Portales, hombre autotitulado de "izquierda", de ínfulas pretendidamente intelectuales y Fidel Pintos, otro de los afectos a comunicarse en un argot por demás particular: la sanata.
          La heterogeneidad de ideologías y caracteres imperantes en el Cafetín de Buenos Aires, regentado por el Gallego Alberto Irízar y su alterno, Vicente La Russa (el Preso), lejos de fomentar el debate constructivo, solían desembocar en un escándalo generalizado fronterizo con la reyerta. "'Menazame, a ver, 'menazame", toreaba Tinguitella -recurrente candidato a la golpiza- al contendiente de turno que alzara sus puños, no obstante siempre se las apañara para salvaguardar su integridad.


        A propósito de declaradas vertientes partidarias, la suscripción a Perón por parte de  Minguito atentó contra la continuidad laboral de Juan Carlos Altavista -quien en contraste se decía apolítico-, en un contexto en que el ya idolatrado artista brillaba en "tiatro", en obras como El gran despiplume en el Maipo, así como en la "caja boba", en oportunidad de sus actuaciones en El Botón, El tinglado de la Risa y Domingos de fiesta; a los que, por supuesto, se sumaban "Polémica..." y "Operación...".
        Si bien en pleno gobierno dictatorial de Juan Carlos Onganía había conseguido evadir la proscripción instrumentada por la pomposamente autodenominada  Revolución Libertadora -que se extendiera por casi dos décadas- de siquiera mencionar públicamente al General, so pena de purgar una condena de hasta seis años en prisión, su paulatina remoción de los medios de difusión se produjo, curiosamente, en concordancia con el período en que Perón regresó al país para ejercer por tercera vez el cargo de Jefe de Estado y fallecer al poco tiempo, tras lo que lo relevó en el mando su segunda esposa y vicepresidente, María Estela Martínez (Isabelita).

miércoles, 19 de julio de 2017

             Minguito: cuando un gomía se va...el 20 de julio

                                         

       Al pequeño itinerante le era indistinto el destino de turno que motorizara el anhelo de su papá Juan, tornero de profesión, de brindarle el mejor porvenir a su humilde familia. Ya fuese en Caballito, La
Paternal o Flores, el observador "atorrantito de barrio", tal como se autodefinió en alguna
oportunidad, se entregaba a un ineludible ritual: estudiar minuciosamente los ademanes, tics y vicios idiomáticos de sus vecinos.
       El pormenorizado examen al que sin aviso sometió a su entorno, gracias al que concibió un primitivo saltimbanqui de jocosas morisquetas, captó la atención del guardián de una de las tantas plazas que a su tierna edad frecuentaba, quien le sugirió a mamá Ángela que llevara a su -único- hijo al Teatro Infantil Labardén -actual Instituto vocacional de arte Manuel José de Labardén- , pues allí trabajaba un allegado suyo que intercedería ante la directora del establecimiento, María del Carmen Martínez Paiva. La señora no dudó: peinó a su vástago a la gomina, lo vistió formal y cepilló ¡dos veces! su aún delicada dentadura. La elegancia del actor en ciernes encubrió un pavor intenso que solo se disipó al serle aprobada su caracterización de un mono que ejecutó al recordar repentinamente el aspecto de monigote de un vendedor callejero, el Muñeco Pedroza. Y quedó. Y gustó.
      Fue el acto fundacional de la fecunda trayectoria de Juan Carlos Altavista, nacido el jueves 4 de enero de 1929 en el Hospital Durand (1), al igual que Mingo o Minguito. Porque así lo llamaron siempre, aunque el alias en cuestión tuviera que pugnar inicialmente con los íntimos Pocho, Bicho o Nene aun cuando su auspiciosa presentación absoluta sobre el escenario, después de la cual concluyó que la improvisación apenas si podía considerarse uno de los tantos recursos de que dispone todo artista integral que se precie. De allí el amplio espectro de formación al que en lo sucesivo se abocó: zapateo, baile criollo, danza clásica, guitarra y declamación, como así también piano, teoría y solfeo.
      A instancias de su cultivada instrucción...artística, que contrarrestó su prematura deserción escolar en tercer grado de la enseñanza primaria, a Altavista, de solo 13 años de edad, le fue ofrecido debutar en la industria cinematográfica en virtud del rodaje de la película Melodías de América (1942), dirigida por Eduardo Morera y protagonizada estelarmente por Pedro Quartucci -otrora exitoso boxeador que cosechó una medalla de bronce en la categoría peso liviano en los Juegos Olímpicos de París 1924-, José Mojica y Silvana Roth. La escasa repercusión redundante de su estreno en la pantalla grande se replicó al año inmediatamente posterior en el filme Juvenilia, en el que personificó a un estudiante adolescente del Colegio Nacional de Buenos Aires, no obstante los cuatro Premio(s) Cóndor de Plata con que fue galardonada la segunda producción en la que Minguito intervino. Ni siquiera mitigó la desazón que signó el despuntar de su carrera la filmación del largometraje Cuando en el cielo pasen lista, en 1945, en el que se constituyó como figura excluyente Narciso Ibáñez Menta, uno de sus máximos referentes de la actuación junto con Luis Sandrini y Francisco Petrone.

                                           

      Aun apesadumbrado, el joven artista se juramentó no cejar en su afán de forjarse una carrera próspera. Su ambiciosa tentativa de resurgimiento consistió en planificar una delirante gira con escala final en el mismísimo Arco del Triunfo de Paris, a bordo de un ¡¡¡ remozado colectivo de la línea 60
modelo 1946!!! Sin embargo, la expedición, denominada Gran Compañía Artística de Juan Carlos Altavista, apenas se extendió hasta  Lima, Perú, en la que -según sus propias palabras- solo solicitaron sus servicios para "alguna rascada en radio como 'galán argentino'".
      Papá Altavista murió -y vivió- soñando. "Cuando llegue el plástico, nos hacemos millonarios", garantizaba el matricero, torno en mano. En contrapartida, su descendiente, Mingo, añoraba plasmar en la realidad su más preciado deseo. Habían vuelto los oficios terrenales, el hambre, la mishiadura. "Llegué a tirar la manga para ver si me daban, aunque fuera, una banana", confesó sin prurito.
      Lo que el novel actor desconocía era que la realización de su obra cumbre distaba abismalmente de contemplar un inacabable periplo conduciendo un recauchutado micro de rumbo incierto . Por el contrario, bastaba con estrechar lazos con un socio, un tocayo...un gomía, bah, que curtiera el mismo rioba.