domingo, 19 de julio de 2015

 
                      Selvetti-Anderson, el duelo pesístico del siglo XX


                                   

   Los cimientos de la legendaria fortaleza física de Paul Edward Anderson  se descubrieron a sus cinco años como oposición a una enfermedad  aparentemente incurable. Entonces, la salud del jovenzuelo oriundo del estado de Georgia , Estados Unidos, fue severamente jaqueada por el Mal de Bright, de crucial incidencia en el funcionamiento renal. No fueron los cristianas plegarias de su  familia -no del todo, al menos- las que posibilitaron la recuperación del precoz Anderson, a quien los expertos médicos le habían vaticinado una muerte inexorable, sino la misma determinación con la que no mucho después batallaría exitosamente contra los pesos.
  Consciente de su don, que abrazaba la seducción que desde siempre lo había envuelto por la potencia y el músculo, el norteamericano se decidió a aumentar su corpulencia ya durante la temprana adolescencia, en una época en la que los escasos gimnasios disponibles semejaban a mazmorras subterráneas. Por ello, montó una primitiva sala de musculación casera. Su base de operaciones, carente de equipamiento idóneo como barras y mancuernas, rebasaba, en cambio, de piezas descartadas de automóvil, ejes destartalados de camión y discos oxidados de acero, recolectados de un basural contiguo a su hogar, con los que evidenció, no obstante, sus primeros progresos.
  Mientras intentaba reponerse de sus arduas sesiones de entrenamiento, el estadounidense disfrutaba con la lectura exhaustiva de cuanto ejemplar de la antigua Strength and Health  tuviese a su alcance. Aun con la creciente admiración que sentía por los colosos que engalanaban las páginas de las publicaciones especializadas, el sueño más preciado de Anderson consistía en jugar al fútbol americano.
  Apenas incorporado al equipo de la Universidad de Furman, sin embargo, el incipiente forzudo asumió que había canalizado erróneamente sus mejores aptitudes atléticas. En su entreno debut, en las instalaciones del primer gimnasio que pisó, Anderson probó con una sentadilla de 180 kilos, que significó para él apenas un calentamiento. Desde entonces, tal movimiento se constituiría en la piedra angular de sus rutinas, compuestas eminentemente por ejercicios básicos  tales como el levantamiento a dos tiempos o envión , los pesos muertos, las arrancadas de potencia, el press en banco plano y el push press.





  Consumada su decisión de abandonar la prosperidad económica que le aseguraba la beca conseguida en una prestigiosa universidad, en cuyo equipo de fútbol americano podía a su vez acceder al estrellato, Anderson se abocó a pulir su natural talento por la potencia y fuerza a través de la halterofilia y como Strongman -muchos años antes de que este último fuese bautizado como tal-, deportes de los que, por entonces, obtener aunque fuera un mínimo rédito resultaba utópico.
 Con todo, hubo dos factores que lo instaron entre 1953 y 1954 a aminorar la irrefrenable mejoría de sus sesiones de entrenamiento: 1) por cuestiones de fuerza mayor -no es un juego de palabras-, debió ejecutar sus rutinas nuevamente en el ámbito de su casa con rudimentarios artilugios  2) Las persistentes lesiones en sus dos muñecas, que le impedían, por caso, imprimir la adecuada potencia de agarre en los movimientos multiarticulares y levantamientos de fuerza en general.
Superado el infortunado impasse, Anderson se ciñó durante el comienzo de la temporada de 1955 a recuperar su óptima performance de antaño. Al cabo de unos meses, el atleta estadounidense había igualado -y rebasado- sus mejores levantamientos; tanto, que sus flamantes récords pronto ensombrecieron a los que correspondían a los más reputados halterófilos y forzudos de su país natal.
 No extrañó, por consiguiente, que en ese mismo despuntara la encomiable campaña del hercúleo Paul, al adjudicarse con facilidad el Campeonato de Halterofilia de la Amateur Athletic Union, lo que le otorgó  su acceso a competir con la élite del levantamiento de pesos, que lejos estaba de residir en los Estados Unidos...
 En aquel momento, una de las mayores autoridades en la halterofilia era la URSS, en la que se  consideraba como récord imbatible en envión -uno de  los tres movimientos de los que entonces constaba este deporte- la nada despreciable cifra de 150 kgs. En la inminencia del certamen, sus contrincantes soviéticos contemplaban atónitos los ejercicios ajenos al levantamiento olímpico con los que Anderson se preparaba, como las sentadillas o el press de banco plano. Anderson, por su parte, depositaba tal confianza en sí mismo, que cuando fue llamado a efectuar el alzamiento a dos tiempos, movió 182 kilos sin vacilar, pulverizando la marca top hasta allí existente en tierras balcánicas por largos 32 kgs. Los 15.000 asistentes a tamaño hito, a los que seguramente se plegó la legión de moscovitas que seguían el desarrollo del torneo por televisión- se confundieron en un sentido aplauso. Quienes no pudieron atestiguar el loable desempeño del estadounidense pretendieron  prolongar la velada bajo la copiosa lluvia que se había cernido sobre la noche, con la cándida esperanza de ver pasear al campeón por las calles de la ciudad. Más aun, los diarios de Moscú no vacilaron en señalar a Anderson como La Maravilla de la Naturaleza
  Lo que debiera haberse circunscripto meramente a una hazaña deportiva avivó, no obstante, el enfrentamiento no bélico, aunque sí ideológico, conocido como La Guerra Fría, que Estados Unidos -emblema del capitalismo- sostenía desde 1945 con la Unión Soviética, sindicada como la líder del comunismo, que se extendería por casi 50 años.
  A ese respecto, el dañado ego soviético se tradujo en vítores por parte de Richard Nixon -entonces vicepresidente y a posteriori Jefe de Estado del país norteamericano- hacia Anderson apenas este pisara suelo estadounidense. Pese a que el funcionario -quien durante su segundo mandato sería conminado a renunciar a su cargo habida cuenta del estallido del Escándalo Watergate- jamás hubiera tocado un peso en toda su vida, convocó al fenómeno de la fuerza y potencia a una cita de honor en la Casa Blanca, exclusividad de contadísimos privilegiados, acaso para regodearse públicamente de lo que para él significaba un embate infligido contra las huestes enemigas.
  La conquista del Campeonato Mundial de levantamiento de pesos celebrado en Munich -otro bastión comunista- coronó para Anderson un año 1955 plagado de históricos pergaminos. En esta ocasión, el norteamericano, quien intervino en la categoría de más de 90 kilos, ratificó su invulnerabilidad al batir otros dos récords. Por un lado, alcanzó los 185 kilos en el press; por otro, totalizó 510 kgs en la suma de los tres movimientos.
 Así las cosas, Anderson, entonces el mejor levantador de pesas del Mundo, se aprestaba a imponerse holgadamente en la categoría peso pesado de halterofilia de los venideros Juegos Olímpicos de Melbourne 1956, salvo que se apersonara ante su hercúlea figura un auténtico tapado..lo que justamente ocurrió(*)

(*) Esta historia continuará.







 




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