Rock Hudson, el seductor trágico (última parte)
En simultáneo con la operación a corazón abierto que afrontó Rock Hudson, se desató en Estados Unidos una enfermedad cuyo notable índice de mortalidad afectó en gran medida a la comunidad gay. Si bien la propagación del SIDA (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida) se había achacado originalmente a la promiscuidad supuestamente propia de los homosexuales, pronto se registraron casos en
personas normales -así se denominaba a los heterosexuales- y en adictos a las drogas.
Por entonces, Rock ya no amaba a Tom Clark, a quien lo ligaba una relación de casi una década. Por el contrario, lo fastidiaba su mera presencia en El Castillo. Inclusive, Hudson ya se había rendido a los encantos de Marc Christian McGuins, 28 años menor que él, instructor en musculación a tiempo parcial.
Desde ya, su apuesto vecino se correspondía fielmente con el tipo por el que el actor se desvivía: alto, rubio, de ojos azules y de físico tallado. Rock terminó por desarmarse cuando el Beef Cake (1) le confió que era bisexual y que acababa de salir de un romance con una experimentada mujer. Es que para el maduro galán su compañero de ocasión le resultaba aún más viril si, a la vez, intimaba activamente con el sexo opuesto.
Con todo, Tom había resuelto pelear por el amor de Rock. Siempre anidó en su corazón la esperanza de la reconciliación. En contraste, el artista sentía que ya lo había soltado. Lo único que imposilitaba la oficialización de la ruptura era la incapacidad de Hudson para enfrentar el final de una relación, ya fuese noviazgo, amistad o en la faz profesional. En cambio, apelaba a la dolorosa indiferencia -a veces, al hostigamiento- para que el otro cayera en que no le quedaba más alternativa que marcharse.
Claro que no fue el caso del perseverante Tom. Por ello, la incómoda situación que se generó al coexistir Tom y Marc en El Castillo durante unos meses.
Harto de que Clark no descifrara sus particulares códigos de (in)comunicación, Rock, quien decidió interrumpir un viaje a Nueva York que habían realizado en conjunto, propició una acalorada discusión que le brindó el pretexto ideal para echar a golpes de la lujosa mansión a su ya expareja.
Perpetrada la golpiza, Hudson se apuró en corregir su testamento. Relegó de la cuantiosa herencia a Tom y designó como principal beneficiario a George Nader, secundado por Mark Miller, quien desde hacía un tiempo se desempeñaba como secretario y administrador de Rock producto del forzoso retiro de la actuación de su eterno prometido, al perder la visión de un ojo en un infortunado accidente que truncó definitivamente su carrera.
A Rock, librarse por completo de Tom -quien pese a su obligada retirada continuaba con la idea de retomar el enlace en un futuro cercano- no le valió una una venturosa convivencia con Marc Christian.
Aunque en un comienzo abundaran las demostraciones mutuas de cariño, pronto acabó por revelarse la verdadera identidad del apuesto blondo.
Según supo el entorno de Rock, Marc era por demás conocido en el subterráneo ambiente gay de Beverly Hills. Al decir de Mark Miller, fueron criteriosamente unánimes los testimonios que al respecto recabó en una fiesta afín.
Peor aun, a poco de alojarse en El Castillo, Christian se convirtió en un auténtico vividor: se despertaba recién al mediodía -lo que motivó que Rock lo apodara El Príncipe Durmiente-, usufructuaba la colección de automóviles de su pareja, pasaba puntualmente por la administración de Mark para que le fuese entregado SU dinero...Incluso, incurrió en deslealtad afectiva para con Rock. Así como se ausentaba subrepticiamente por las noches, fue sorprendido -aunque sin percatarse- por personal subordinado a Hudson de sus clandestinos flirteos en la mismísima habitación de la estrella de cine.
Por fin, Christian le confesó a Rock no sólo que era cierto que había mantenido relaciones sexuales con otros hombres por dinero, sino que asimismo había pergeñado una calculada táctica de cacería en los Brooks Baths a los que Hudson concurría asiduamente para disfrutar del sauna. A sabiendas de que el encumbrado actor era un incondicional del lugar, Christian entendió que para seducirlo bastaría con pavonearse en los vestuarios.
Desde ya, a Rock lo envolvió la desazón, pero no tomó una decisión inmediata porque pronto habría de focalizarse en su salud, a la que ya no le otorgaba la prioridad de la época en que le fuera colocado el quíntuple bypass.
Del anuncio a la agonía
Tanto a George Nader como a Mark Miller les había extrañado sobremanera el sostenido adelgazamiento de Rock a lo largo de 1984. Es más, el secretario y administrador notó que de ningún modo había mermado el apetito de su patrón, quien pese a la sugerencia de los profesionales continuaba permitiéndose a diario sus caprichos culinarios.
Su acentuado descenso de peso corporal le acarreó una serie de inconvenientes para lucir una vestimenta acorde a los acontecimientos solemnes a los sucesivos acontecimientos solemnes a los que fue instado a participar.
En la gala de los Premios Oscar, lejos de ostentar su consabida elegancia, la filmación del evento delató nítidamente los remiendos caseros efectuados a su esmoquin, con el que semejaba estar ataviado en una talla XXXL.
Seguidamente, al estudiar minuciosamente junto con Mark Miller la cobertura fotográfica de los medios especializados de la cena en la Casa Blanca, a la que lo había convidado el presidente Ronald Reagan, el secretario descubrió que el grano que le había salido a su empleador en el cuello hacía un año, había mutado a una generalizada mancha roja.
Al acudir al consultorio de la dermatóloga Letantia Busell, recomendada por su clínico, Rex Kennamer, se le practicó una biopsia, tras lo que la doctora le sugirió considerar la posibilidad de una cirugía plástica.
En realidad, la potencial intervención a realizarse sería infinitamente más compleja, pues con el resultado del estudio puesto, Busell emitió el funesto parte médico: Rock Hudson padecía el sarcoma de Kaposi, efecto residual del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, SIDA.
Por supuesto, al artista, próximo a cumplir 58 años, lo impactó enterarse de que sufría de una enfermedad incurable. No obstante, más le preocupaba que la noticia no se filtrara en los medios. A ese respecto, fue estrictamente selectivo con las personas a las que le confió su padecimiento.
El primero del círculo áulico en saber que Rock había contraído SIDA fue Mark Miller, quien recién se enteró del mal de su amigo y patrón una vez el cirujano Frank Kamer le extirpó lo que Hudson había creído era un simple grano.
Luego de una sincera conversación, Miller, quien fue el encargado de avisarle a George acerca de lo ocurrido, convino con Rock en que urgía advertir del protocolo a seguir a aquellas persona con las que Hudson hubiera mantenido relaciones íntimas recientemente. De ahí que el actor enviara cartas -anónimas- a los partenaires con los que había copulado ocasionalmente.
Eso sí, Rock evitó contar la verdad al defenestrado Marc Christian, pues consideraba al margen del contagio a su ¿pareja? a instancias de la larga temporada que -de acuerdo con su versión- había transcurrido desde la última vez que hicieran el amor (2). Asimismo, temía por su reacción: en más de una oportunidad, Christian había amenazado a Rock con divulgar públicamente su verdadera inclinación sexual.
A continuación, Rock se dirigió donde Michael Gottlieb, del Centro Médico de la Universidad de California en Los Angeles, autoridad en materia de investigación del SIDA. Tras coordinar una breve cita con Kennamer, médico personal de Rock desde hacía 20 años, el experto ratificó la existencia de la enfermedad, aunque se cuidó de no referirse a la misma como sínonimo de sentencia de muerte.
Disgustado con el ambiguo discurso del especialista, Rock pasó a visitar a un viejo amigo, Dean Dittman, quien pasó a integrar el reducido grupo de privilegiados en saber la verdad.
Fue el mismo Dittman el que, poco después, recibió una carta procedente de Nueva York de parte de una madre a cuyo hijo se le estaba proporcionando en París la droga HPA-23, concebida para atacar la reproducción del virus del SIDA, a la que estaba respondiendo favorablemente.
Enterado Rock, consultó al doctor Gottlieb, quien afirmó que en caso de viajar, debería permanecer en la capital francesa entre dos y tres semanas para que el tratamiento resultase efectivo.
Una vez descartados por diferentes motivos Mark Miller, George Nader y Dan Dittman, los únicos a quienes les había confiado su calvario, el designado para acompañar a Rock la metrópoli parisina fue el ignorante Ron Channel, el entrenador personal que Hudson había contratado en 1983, a quien deseaba pese a que el instructor de gimnasia se declarara heterosexual.
Despojado de todo prejuicio, sin embargo, Ron aceptó la convocatoria inmediatamente. Es que, relación laboral aparte, sentía un afecto genuino por el ídolo caído en desgracia.
Apenas instalados en París, Rock, en lugar de asistir a una reunión a la que había sido invitado con motivo de la filmación de un futuro filme, tal como le había hecho creer a Ron, se dirigió al Hospital Percy. Allí, lo recibió el doctor Dominique Dormont, quien puesto a tono por su colega norteamericano Gottlieb, le explicó que se requería permaneciese en Francia por tres meses, pues el procedimiento consistía en serle aplicadas inyecciones de HPA-23 a diario, por lo acotado de la vida útil del fármaco en el organismo.
Rock protestó: alegó que por su trabajo le resultaría sumamente complicado permanecer tanto tiempo en París.
En tal caso, el paciente galeno lo instruyó respecto de una modalidad más breve, pero a la vez más intensa. El artista debía presentarse en la clínica todos los días durante una semana, en la que recibiría múltiples instilaciones de la droga, a la que seguía idéntico período de descanso. En total, el ciclo comprendería cuatro semanas alternadas de aplicaciones y consecuente reposo.
Salvo por las náuseas que experimentó en el comienzo, Rock se adaptó exitosamente a la farmacopea terapia, a la vez que logró que Ron Channel no sospechase en ningún momento acerca del motivo real del viaje.
Por las dudas, Hudson entretuvo a su personal trainer, que nunca antes había estado en Europa, con un peripló en el que visitaron las ciudades de Deauville, Niza, Saint Tropez, Roma, Barcelona y Londres.
Vuelto a París, a Rock le fue arrimada una interesante propuesta para actuar en televisión. La productora Esther Shapiro, creadora junto a su esposo Ricardo de Dinastía, había pensado en el legendario astro para que interpretara a Daniel Reece, acaudalado estanciero.
Tras admitir su prejuicio respecto de trabajar en TV, Rock, quien sin embargo pugnaba por mantenerse vigente, aceptó la oferta no sin antes hacerse desear por más de dos horas.
Más importante que su retorno a la pantalla chica, resultó que en el cultivo de sangre que le efectuara el doctor Dormont no se detectaran rastros del virus del SIDA. De todos modos, el facultativo le advirtió que pese al auspicioso rendimiento del tratamiento, aún estaba enfermo; y que para evitar la multiplicidad del virus, no tenía más opción que viajar a París frecuentemente.
Mientras tanto, los habitués de El Castillo aprovecharon la ausencia de su propietario para informarse detalladamente sobre el SIDA. De ahí que la bien constituida pareja que formaban Mark Miller y George Nader comprasen un libro explicativo que devoraron ya en la primera lectura. Así, en un contexto en el que ni siquiera la comunidad médica podía autoproclamarse experta en la materia, las incondicionales amistades de Rock, supieron que no existía riesgo de contagio si, por ejemplo, estrechaban su mano con el enfermo o si compartían el mismo baño o utensilios de cocina.
Concretada la anhelada vuelta a casa, Rock destacó ante su entorno las bondades del tratamiento al que su organismo había respondido con creces en la fase inicial. Aunque omitió contarles un aspecto fundamental: tal como señalara Dormont, aún no se había curado del mal, que fue lo que entendieron sus interlocutores de acuerdo con el eufórico relato de Hudson.
La cruel realidad, no obstante, se impuso rápidamente. En octubre de 1984, sólo tres meses después de su estadía en París, la integridad de Rock fue jaqueada por una sucesión de síntomas asociados a la enfermedad, entre los que sobresalían su incapacidad de retener los alimentos que ingería, lo que tornó dramática su inocultable delgadez; y el manifiesto decaimiento que lo empujaba a dormir 12 o más horas por día.
Contrariamente a la opinión de los médicos, merced a su precario estado, Hudson se entusiasmó con la proximidad del rodaje de Dinastía
De todos modos, a Rock le significó un verdadero suplicio la grabación del primer capítulo. Las sistemáticas fallas de su memoria generaron que los asistentes ubicados detrás de cámara lo ayudaran portando carteles en los que se leían las palabras clave. Cuando no se lo necesitaba en el set, Ron se encaminaba a desplomarse en su trailer.
La incómoda situación devino definitivamente en martirio para el experimentado actor, al toparse con el libreto de uno de los episodios subsiguientes, en el que su personaje se fundía en un apasionado beso con Linda Evans.
En la semana que transcurrió entre la recepción del libreto y el rodaje del programa, a Rock lo acechó una encrucijada. Aún surgían discrepancias respecto de si la saliva era o no vehículo transmisor del SIDA. Para Hudson, no obstante, su carrera primaba ante todo, por lo que una vez filmada la polémica escena , el astro estrechó sus labios con los de Evans (3), aunque no con el fulgor de los que había intercambiado en su esplendor con Doris Day.
Por muy difícil que resulte de creer, el controvertido acercamiento ficticio con Linda Evans fue el único contacto sexual que Rock mantuvo en aquella época. Al que otrora fuera considerado un eximio semental por sus amantes, ya no le interesaba gozar de una vida íntima prolífica.
Claro que el inexorable agravamiento de su condición tampoco se lo permitía. Al pronunciado bajón de peso, se agregó el desarrollo del infeccioso impétigo, , que le cubría espalda, pecho, piernas y genitales. Asimismo, lo aquejaba en su boca el trastorno de Vincent, que ya le había aflojado parte de sus piezas dentales. La comezón generalizada le impedía el uso de cortisona, puesto que devastaría su sistema inmunológico. Su profuso sudor nocturno, para colmo, apenas si lo dejaba conciliar el sueño.
A su vez, arreciaban los trascendidos acerca de la menguante salud de Rock, favorecidos por el aspecto que exhibió en Dinastía. Si bien las versiones no referían específicamente al SIDA, tampoco resultó creíble que Hudson no se pudiera recuperar íntegramente de una persistente gripe o que la llamativa delgadez fuera la consecuencia de una maligna anorexia.
Así las cosas, Rock se presentó el martes 16 de julio de 1985 a lo que equivaldría a su última aparición pública. Se inauguraba el ciclo televisivo Doris Day's best friends (Los mejores amigos de Doris Day), y su queridísima Rubia Hermosa -tal como la llamaba-, con la que descollara los filmes Secretos de alcoba y Pijama para dos, confió en Hudson para la apertura oficial del programa (3).
En la conferencia de prensa previa, sin embargo, Doris, al percatarse del precario estado de su amigo, le propuso suspender la grabación, a lo que Rock se rehusó irrenunciablemente. Era tal la seriedad con que había asumido el compromiso que hasta accedió a desplazarse hasta destino en un largo viaje en ómnibus, por el modesto presupuesto del que disponía la producción.
Ni bien hubo descendido del micro, se apreció con nitidez su aspecto patológico, por cuanto los periodistas supieron por primera vez de la densa realidad que cercaba a Hudson. No por nada el periódico USA Today publicó un artículo con una fotografía del actor en la que se preguntaba: "¿Está muriéndose Rock?", que promovió que a su agente de prensa, Dale Olson, lo atosigaran con llamados provenientes de todas las latitudes. Otro tanto resultó para Mark Miller, de quienes conocían al ídolo fuera de los confines artísticos.
Más por la honda preocupación de Doris que por la noticia de que un amigo suyo, Bob Darcy, gozaba de inmejorable salud al entregrarse al tratamiento con el que él mismo había progresado y posteriormente se había negado a continuar, Rock entendió que si pretendía sobrevivir estaba obligada a viajar nuevamente a París. El diligente Ron Channel fue, una vez más, quien oficiaría de acompañante.
Aunque un representante de la empresa de viajes Mark Allen, enterada de su endeble estado, intentó, en principio, evitar su embarque, Rock logró finalmente ser depositado en el vuelo de Air France que decoló de Los Angeles rumbo a la ciudad capital de Francia.
Fue en ese preciso instante que se desató el flagelo para Ron, quien aún no había sido notificado de la afección de Rock. El actor no había probado bocado ni bebido una gota de agua en las 11 horas que duró el vuelo. Encima, apenas se hubieron instalado en el Hotel Ritz, Rock se desplomó en la cama a la vez que respiraba dificultosamente.
Impotente, Channel se comunicó telefónicamente con Mark Miller, quien tras acatar las directrices impartidas Gary Sugarman, médico personal de Rock, le indicó que llevara urgentemente a Hudson al American Hospital, previa charla con Dominique Dormont, al tiempo que le informó que él también viajaría cuanto antes a París.
Inmediatamente después de enterado, Dormont dio con Sugarman, quien persuadió a su par francés para que autorizase el traslado del delicado paciente desde el American Hospital hacia el Percy, que se ajustaba mejor a los requerimientos de la adversa coyuntura. El profesional europeo manifestó que tal negociación resultaría harto complicada, a menos que se incluyese en las tratativas a un allegado de los más cercanos al actor.
Tan pronto como arribara al aeropuerto parisino Charles de Gaulle, Mark Miller se presentó en el American Hospital. Dormont se le había anticipado: por éste supo Ron que Rock estaba enfermo de SIDA.
En cuanto divisó al secretario y administrador, el personal trainer rompió en llanto. Aunque no a modo de reproche, le habría encantado que el propio Hudson se lo contara. Eso sí, lo invadió el miedo por su propia salud, por un hipotético contagio. En la inmediatez, Miller lo liberó del duro trance y se ocupó de su regreso a Los Angeles, en el que el resistido Marc Christian confirmó, análisis mediante, que no había contraído la enfermedad (4).
A partir de allí, fue Mark, de las más conspicuas amistades del actor, el encargado de velar en París por la integridad de Rock, a quien abatió visiblemente la retirada de Ron.
Luego de un casual encuentro con Pierre de Vernejoul, referente del nosocomio, Miller cayó en que el facultativo desconocía que Rock tuviera SIDA, con lo que se aceleró la salida del artista al no admitir el establecimiento la internación a los pacientes que sufrieran esa enfermedad.
Ya en el Hospital Percy, Mark se enteró por Dormont que allí sólo se trataba como ambulatorios a los pacientes estadounidenses que hubiesen contraído el virus del SIDA; máxime, a las celebridades.
Por tanto, el doctor sugirió, como último recurso, la intercesión de la Casa Blanca, puesto que a Hudson lo unía un fluido trato con Ronald Reagan.
En esa dirección, el promotor Dale Olson envió a la publicista francesa Yanou Collart, de habitual relación con notables funcionarios dependientes del Jefe de Estado galo, François Mitterrand.
Nunca se supo cómo se consiguió ingresar a Rock en el Hospital Percy. Sí, que el presidente de EE.UU -quien entonces padecía cáncer de colon- se comunicó con la habitación de quien fuera colega de actuación suyo en la pantalla cinematográfica, al igual que su hija Nancy, ferviente admiradora de Hudson.
Respecto de Rock, su decadencia era alarmante. No sólo porque estaba en los huesos, sino porque tampoco reconocía siquiera a los miembros de su círculo íntimo. Además, el doctor Dormont determinó que, producto de su debilidad, resultarían contraproducentes las inyecciones de HPA-23, la droga con la que el actor se había beneficiado el año anterior.
Asimismo, el agobio del periodismo se tornó en un escollo infranqueable. Por ello, Mark y Yanou Collart coincidieron en que sólo restaba convocar a una conferencia de prensa, a efectos de difundir la mala noticia.
"El señor Rock Hudson tiene el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, que le fuera diagnosticado hace más de un año en Estados Unidos", fue el escueto anuncio realizado el jueves 25 de julio de 1985 por Collart.
Cultor de las más pura reserva en lo concerniente a su vida sentimental, lo concreto es que a Rock pareció no molestarle la divulgación de su enfermedad. Acaso mitigó la carga haber recibido más de ¡30.000! cartas de apoyo en apenas dos semanas. A la legión de fans se plegó una larga lista de famosos, como sus amigas Liz Taylor y Doris Day, Frank Sinatra, Gregory Peck, James y Anne Gardner, y la entonces ascendente Madonna, a quien Hudson aseguró desconocer.
El último procedimiento practicado a Rock en el Hospital Percy fue la extracción de una biopsia de hígado (5). Como consecuencia del recuento extremadamente bajo de glóbulos blancos, los especialistas aseveraron que Rock podía morir en tres días.
No obstante el luctuoso vaticinio no se efectivizara, a Hudson, producto de su vulnerable estado, se lo anotició de que debía elegir irremediablemente entre estas opciones: reingresar al Centro Médico de la Universidad de California o permanecer en el establecimiento parisino por dos o tres semanas, hasta tanto su caduco organismo estuviese presto a serle administrado sucesivas aplicaciones de HPA-23.
Rock no vaciló: "Quiero morir en mi casa".
Adiós, Rock
En última instancia, la compañía de seguros Travel Assitance cedió a cambio de US$ 250.000 un boeing 747, con todos los elementos imprescindibles para el cuidadoso traslado de Rock. La empresa, eso sí, aclaró que el cuantioso monto debía girarse desde Nueva York antes del despegue de la nave.
Finiquitada la transacción, se cristalizó, producto de una hábil maniobra, la salida de Rock del Hospital Percy. La prensa, a la que se embaucó con que la supuesta estabilidad del actor promovería, preventivamente, la extensión de su estadía en el nosocomio, ni sospecharon que la ambulancia que se dirigía al helipuerto lindero a la Torre Eiffel, albergaba la delicada humanidad de Hudson, la escala previa al abordaje del avión que lo devolvería la madrugada del martes 30 de julio a Los Angeles, California.
Pese a los sedantes que le habían sido suministrados, pronto se concientizó Rock de que iría a viajar solo. Mientras que Yanou Collart debió quedarse en Paris por sus compromisos laborales, el estoico Mark Miller se encargó de todo los vericuetos burocráticos tocantes a la estadía de su empleador en la capital francesa.
De todas maneras, una vez ingresado a la UCLA, a Rock, más que faltarle, le sobró compañía. En parte por recomendación del doctor Gottlieb, quien puntualizó que las visitas de sus seres queridos revitalizaría la esquelética figura del astro, se llegaron hasta la clínica no sólo los que Hudson había aprobado de la lista confeccionada por Mark Miller, sino los nombres que él mismo había vetado.
A ese respecto, Tom Clark, quien había sido expulsado a trompadas de El Castillo por su expareja, se mudó al sanatorio durante el mes que Rock permaneció internado. Inclusive, reemplazó a Mark en la tarea de cuidar con celo al astro.
De allí en más, Rock y Tom se mimaron mutuamente como en el apogeo del largo enlace de una década que habían mantenido. Clark ni siquiera se inmutó cuando le fue comunicado que Hudson lo había removido de su testamento. Es más, en presencia de Miller, le preguntó al actor si deseaba que, una vez vuelto a casa, retornar a su lado, a lo que el frágil paciente respondió afirmativamente.
En cuanto a Marc Christian, lo primero que quiso saber al apersonarse ante Rock, fue la razón por la que no le había confesado que padecía de SIDA. Hudson fue contundente: "Cuando se tiene una enfermedad como ésta, uno está solo." Aunque, contrariamente a su voluntad, el ídolo permitió que el joven continuase residiendo en su opulenta morada.
Una vez reinstalado en El Castillo, Rock, que sólo pesaba 70 kilogramos para una estatura de 2 metros, comenzó a evidenciar serias lagunas mentales. Si bien le suponía una proeza el mero hecho de trasladarse hacia el baño, no titubeaba en bajar desde su dormitorio hasta la cocina -sin asistencia- y recibir a sus allegados, aunque siempre flanqueado por los solícitos Mark Miller y Tom Clark.
El sábado 21 de setiembre, Rock pareció entrar en definitiva agonía al rechazar una transfusión de sangre de la misma manera que se revelaba insuficiente la alimentación por vía introvenosa.
Fue en ese mismo momento que, sobrepasado el alcance de la ciencia médica, se apeló al milagro de la fe. De ahí que se congregaran a los pies de la cama de Rock bientencionados fans de su obra, de credo diverso, que le dedicaron sentidas plegarias, amén de acercarle biblias y medallas bendecidas.
No obstante, enseguida se suscitó un foco de conflicto, habida cuenta de la irrupción de Susan Stafford, amiga de Rock y Ministra de la Iglesia Cristiana Renacentista. De acuerdo con la visión de sus íntimos, de gozar de consciencia, el malogrado actor -que pese al escepticismo religioso que en sus mocedades le había legado su madre, se declaró congregacionalista en su adultez- jamás habría permitido la intromisión de la exactriz.
De todos ellos, el único que se apartó de las conjeturas incomprobables fue Tom Clark, quien al recordar que la abuela de Rock lo había bautizado a escondidas en una parroquia católica, convino con Stafford en que resultaría más coherente la intervención de un sacerdote de ese credo, en virtud de que al ídolo le fuera dada la extremaunción.
Balbuceante, Rock sorprendió a sus afectos: junto con el perdón de sus pecados, recibió la comunión y el óleo para los enfermos incurables. Ante la obvia pregunta de sus allegados, Rock aseguró: "El Señor me obligó a hacerlo."
En la víspera del irreversible desenlace, una de las enfermeras que cuidaban a Rock, Toni Philipps, luego de arrodillarse ante su lecho y orar en varios idiomas, le pidió a Tom que preparase para Hudson una muda de ropa porque durante la noche ocurriría un milagro que generaría que a la mañana siguiente Rock se levantara y vistiera por sus propios medios. Clark buscó en el armario y separó un pantalón gris, una camisa rayada azul y blanca, una chaqueta sport, zapatos y calcetines.
Sin embargo, el miércoles 2 de octubre de 1985, Rock Hudson amaneció en su habitación, inmóvil, mientras que de su boca emanaba un líquido blanco. A duras penas pudo terminar a las 8.30 el café del desayuno que compartió con Tom. Murió media hora más tarde, con sus incosolables enfermeras como testigos.
Tras el servicio religioso celebrado el sábado 19 de julio en El Castillo, procedido por una multitudinaria fiesta en su honor, 35 personas -entre las que, por supuesto, destacaban sus amistades más entrañables- confluyeron al día siguiente frente al restaura nte Warehouse, en Marina del Rey, para cumplir el último deseo de Rock. Una vez abordaron el crucero Tasia II, fue Tom Clark quien arrojó las cenizas del amor de su vida al agua, al tiempo que el resto de los concurrentes esgrimían rosas, lilas, claveles, maileleis y narcisos blancos que tuvieron idéntico destino.
No resultó vana la desaparición física de Rock Hudson. Amén de que el mundo en pleno se concientizó del devastador poderío de la patología, su fallecimiento inspiró, por caso, la creación de numerosas obras benéficas que ponderan los derechos de los enfermos, como la que fundara Elizabeth Taylor -amiga del actor- en el mismo año 1985 en que aquél partiera.
Claro que resulta mezquino recordar a Rock sólo como la primera víctima fatal del virus del SIDA. Su trayectoria como actor comprende 64 películas, a la vez que desempeños decorosos en el teatro y la televisión. Brilló en Nueva York, Hollywood, América Latina, Europa, con récords de taquilla.
Y por si eso fuera poco, las sedujo a todas. A todos.
(1) Término acuñado en la década de 1930 para referirse a los jóvenes apuestos y musculosos que aparecían en las revistas, cuyo público era mayoritaramiente gay. En la actualidad, se lo emplea para aludir a fisicoculturistas y afines, independientementemente de la preferencia sexual tanto de aquéllos como de los entusiastas del músculo (seguidores).
(2) Si bien Rock Hudson aseguraba que Marc Christian no corría riesgo de contagio, al haber mantenido ambos relaciones sexuales por última vez en la primavera de 1984, su expareja, en cambio, afirmaba que habían intimado hasta febrero de 1985. A ese respecto, Christian demandó en 1989 a la administración del actor porque consideraba éste lo había expuesto al contagio del SIDA sin su consentimiento. En principio, el treintañero logró hacerse de US$ 21.750.000 millones, en concepto de daños y perjuicios, que luego fue reducida a US$ 5,5 millones. Luego de una serie de vaivenes, la administración de Hudson y el demandante se pusieron de acuerdo a través de una suma de dinero no especificada.
(3) El episodio en cuestión se emitió recién el 6 de febrero de 1985, cuando aún no se conocía masivamente la enfermedad de Rock. Contrariamente a lo que se cree, una vez enterada, Linda Evans no se enfadó con Hudson. Por el contrario, le expresó su apoyo. Quienes sí se rebelaron ante la omisión del galán fueron los fans de la actriz, quienes consideraban injusto que su idolatrada fuera expuesta a un hipotético contagio.
(4) El debut del programa televisivo Doris Day's best friends se difundió una vez Rock ya había fallecido.
(5) Antes de que se anunciara públicamente la enfermedad de Hudson, ante la incertidumbre, una de las especies más diseminadas era que el astro padecía de cáncer hepático.
(6) Rock Hudson y Argentina. El actor estuvo por primera y última vez en nuestro país en ocasión del evento denominado Semana del Cine Internacional, celebrado en febrero de 1973, en Mar del Plata, por la Asociación Cronistas Cinematográficas de Argentina. Asimismo, fue invitado a los programas televisivos El pueblo quiere saber, y En vivo y en directo, antes de participar en un almuerzo con distintos artistas del panorama local, como Ernesto Bianco Alfredo Alcón y María Elena Walsh. Confeso amante de la carne vacuna, se deleitó sobradamente con los tradicionales cortes argentinos.Por otra parte, se entrevistó con el entonces Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea, Brigadier general Carlos Alberto Rey, en el Edificio Cóndor, tras lo que voló al Interior, en el que, visitó distintas peñas folklóricas.
(7) La primera vez que el actor intentó escribir su autobiografía -junto con Mark Miller- desechó la idea apenas hubo agarrado el bolígrafo. Lo cierto es que el astro siempre veló por que no se conociesen los aspectos concernientes a su privacidad y/o intimidad. Sin embargo, en cuanto supo que había contraído el virus del SIDA, consideró que había mucho por decir. De ahí el surgimiento de Rock Hudson, su vida; en el que coparticipó activamente con la novelista y ensayista estadounidense Sara Davidson.
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