miércoles, 29 de julio de 2015


      Selvetti-Anderson, el duelo pesístico del siglo XX (última parte)
                                                       

                                               
     
     Nunca una celebración de la talla de los Juegos Olímpicos, que concita el favor de los más aptos deportistas de los cinco continentes y de millones de aficionados en todo el planeta, pudo abstraerse de la vorágine que circunda sus confines. De ahí, por caso, la suspensión de las ediciones de Berlín 1916 , Helsinki 1940 (1) y Londres 1944 (2), como consecuencia del desencadenamiento de la Primera y Segunda Guerras Mundiales.
     En lo competente a los JJ.OO de Melbourne 1956 (3), su inauguración  se insinuó visiblemente afectada por el estallido de tres conflictos bélicos de creciente intensidad.
     El primero de ellos fue la Guerra del Sinaí, que se iniciara en 1948 con el enfrentamiento armado árabe-israelí, y que recrudeciera el 29 de octubre de 1956 por la decisión del presidente de Egipto, Gamal Abdel Nasser, de nacionalizar el Canal de Suez -ruta artificial de navegación situado en ese país-, que de materializarse, perjudicaría los intereses económicos del Reino Unido y Francia, principales beneficiarios del petróleo que abundaba en tal sitio estratégico . A la cruenta invasión de la triple coalición británica-francesa-israelí le siguió la impiadosa réplica egipcia, cuyas Fuerzas Armadas hundieron 40 barcos aliados, por lo que se produjo el bloqueo del Canal. El cese de las hostilidades se consumaría  recién en 1957, con el retiro de las huestes  europeas e israelitas, a instancias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), tras lo que el Suez reabrió sus compuertas (4)
     De tal foco belicista, derivó el primer boicot internacional en la historia del olimpismo, pues Egipto, Líbano e Irak desisitieron de competir en Melbourne al desconocer el Comité Olímpico Internacional (COI) su reclamo tendiente a prohibirles la participación al Reino Unido y Francia.
     Pocos días después de los episodios acaecidos en Cercano Oriente, se desató la llamada Revolución Húngara. A ese respecto, la población de a pie de la República Popular de Hungría, subordinada a la voluntad de la Unión Soviética, se propuso resistir la política autoritaria impuesta en su país de origen a través de la nación emblema del comunismo. Por ello, la coordinada interacción del AVH y el Ejército Rojo, que el 4 de octubre sofocara la revuelta a sangre y fuego, por aire y tierra. Millares murieron y otros tantos resultaron heridos de gravedad.
     Con todo, el COI se rehusó a excluir del inminente certamen de Melbourne a la URSS, lo que
redundó en la segunda tanda de países que optaron por negarse a intervenir: España, Holanda y Suiza.
    Por su parte, Hungría, principal damnificado del catastrófico acontecimiento desencadenado en su seno, envió no obstante una nómina de 108 deportistas a los JJ.OO a disputarse en Australia ,de la que sobresalía el equipo de waterpolo, que había obtenido la medalla de oro en Helsinki 1952, y cuyo mayor rival en Oceanía se vislumbraba sería...Unión Soviética. El intercambio de agresiones entre húngaros y soviéticos, que forzó a la otrora cristalina piscina a adoptar paulanitamente una tonalidad furiosamente roja, motivó la suspensión del decisivo choque por semifinales, más conocido como El Baño Sangriento de Melbourne, en el que los húngaros se imponían 4 a 0, a la sazón el score definitivo definitivo del cotejo de acuerdo con la determinación oficial. Al día siguiente, los magiares retendrían el título al batir a Yugoslavia (2-1), aun pese a la ausencia de su estrella guía, Ervin Zádor (5), impedido de intervenir producto del brutal codazo en su ojo derecho que le aplicara su contrincante, Valentin Prokopov, con quien había mantenido una acalorada discusión.
   Disconforme con la ratificación de la participación de la República de China (nacionalista), con la que se había enfrentado en la Guerra Civil que culminara en 1949, República Popular China (comunista) fue la próxima en plegarse a la larga lista de deserciones que hubo de asumir el magno evento de Melbourne, que se completó con las de Malta, Panamá, Costa de Oro -hoy Ghana-, Guatemala y de otras naciones que habían rechazado la  invitación en primera instancia. De todas maneras, lo que amenazaba con ser una sensible disminución no fue tal, producto de los respectivos debuts en olímpicos de Alemania Oriental (6), Etiopía, Fiji, Kenia, Liberia, Uganda, Federación Malaya -actual Malasia-y Borneo Septetrional.
   Era tal el cariz belicista que acechaba la óptima apertura de los Juegos Olímpicos de 1956, que hasta la disputa entre las dos máximas potencias de Oriente y Occidente que conmocionaría al Mundo durante décadas, conocido como La Guerra Fría, apenas si podía calificarse de escaramuza ideológica en ese momento.
   Sin embargo, ni Estados Unidos ni la Unión Soviética sesgaban en su intento de acaparar el protagonismo estelar; máxime en tamaña celebración ecuménica. Los norteamericanos pretendían reasegurar su liderazgo del medallero final de Helsinki 1952, en el que fueran escoltados precisamente por su acérrimo enemigo, que aquel certamen había realizado su presentación olímpica. Los europeos, a su vez, se habían fijado un solo objetivo: "la" revancha, que a la postre acabaría por materializarse (7).
   Aun así, los soviéticos se sabían en inferioridad de condiciones frente a los norteamericanos en ciertas especialidades, aunque en ninguna manifestaron su respeto -léase temor- tan nítidamente como en levantamiento olímpico. Al igual que en la edición anterior, en Melbourne ni siquiera se molestaron en enviar a sus halterófilos a competir en la categoría de + de 90 kilogramos de peso corporal, lo que en principio hacía presuponer que -aunque debutante- el considerado mejor pesista del mundo, Paul Anderson, se adjudicaría una cómoda victoria. Después de todo, la única oposición digna que podía corporizarse ante el estadounidense, si bien experimentado en la materia, habida cuenta de la medalla de bronce que obtuviera en Helsinki, tan solo podía contentarse justamente con tal logro, toda una hazaña en una disciplina irrelevante en su país natal.
   Claro que de ningún modo nuestro Humberto Selvetti se había embarcado en semejante periplo de meses eternos para limitarse a oficiar de partenaire. De hecho, el Gordo nunca había reunido
chances de cosechar la medalla de oro como en la antesala del duelo a dirimirse la medianoche -según el huso horario australiano- del 26 de noviembre, en el Royal Exhibition Building de Melbourne, estado de Victoria.
   Aunque el entrerriano no lo supiera, su creciente potencial se notaría favorecido por un imprevisto que cercenaría sensiblemente la mentada invencibilidad de Anderson; tanto que incluso una junta médica recomendó al estadounidense que se abstuviera de competir...


                              El duelo más esperado 


    La soledad que había envuelto a los hercúleos atletas en el calentamiento previo a la competencia respondía a dos motivos bien diferenciados: Anderson era un pesista autodidacta, que se había hecho a sí mismo en el más perfecto empirismo. Ninguna de sus efectivas rutinas fue supervisada jamás por entrenador alguno. Selvetti, en cambio, había pulido su natural talento bajo las órdenes del experto Alfredo Pianta, quien a su vez lo había secundado en sus más encumbradas producciones, como en la obtención de la medalla de bronce de 1952, podio olímpico fundacional de la halterofilia nacional, o en el subcampeonato de los Juegos Panamericanos de 1955.
   No obstante, la política de exclusión deportiva ejercida por los popes castrenses de la Revolución Libertadora despojó al entrerriano del ascendiente de su mentor en el lejano continente oceánico. La óptica periférica -aunque más aún confidencial- de su veterano entrenador, excompetidor en dos Juegos Olímpicos y responsable de la exitosa preparación de numerosos campeones en distintas
especialidades, habría detectado al instante el deterioro de la salud de Anderson, para canalizarla en provecho de su pupilo.
   Hacía dos semanas que a La Maravilla de la Naturaleza de EE.UU lo aquejaba una perniciosa infección en su oído interno, que le había despertado una irremisible fiebre de 40 grados, a la par que una abrupta pérdida de masa corporal. Si bien Anderson, temeroso de que sus excesivos 170 kgs. de peso lo perjudicaran en su debut olímpico, se había propuesto bajar a unos decentes 155 kgs, lo concreto es que su dolencia provocó que la balanza se empecinara en descender hasta cifras
impensadas, que  bien podrían beneficiarlo en caso de un hipotético desempate.
   Era tal el mal que jaqueaba la lozanía del norteamericano, quien pese a que originalmente había velado por que no se divulgara su precaria condición, optó finalmente por consultar al cuerpo médico que integraba la delegación de Estados Unidos. Con serias dificultades en su estabilidad, Anderson fue auscultado tres días antes del torneo por una de profesionales que lo persuadió para que desistiera de presentarse en tal estado de salud.
   Por supuesto, el dedicado coloso desoyó las bienintencionadas advertencias de los facultativos, no sin antes proceder a engullir toneladas de píldoras, cápsulas y grageas con objeto de minimizar la infección que lo dominaba como nunca una barra cargada con supremo kilaje lo había hecho antes.
   Fue peor el remedio que la enfermedad: al iniciarse la demorada competencia -se había convenido que la prueba se iniciase a las 00.00, no a la 01 de la madrugada-, su fiebre había recrudecido hasta igualar su temperatura más elevada, 40º. Sumido en un profundo malestar, Anderson decidió aguardar el llamamiento a efectuar los movimientos reglamentarios recostado en un habitáculo contiguo a la plataforma de competición, para lo que solicitó a un asistente australiano lo despertara llegada tal instancia.
   Entretanto, Selvetti, se abocó a un soberbio desempeño en el levantamiento con el que comenzó el desafío: el clean & press. La carga empleada en su segundo intento, 175 kilos -falló en el tercero (180 kgs)-,  no solo eclipsó los 167,5 que movió Anderson, tras lo que se pasó a liderar con holgura la tabla de posiciones parciales, sino que asimismo estableció un récord que perduraría por muchos años.

                                            



    A continuación, los titánicos pesistas  procedieron a esforzarse denodadamente en la arrancada de potencia. En su chance inicial, el Gordo levantó 135 kgs, apenas cinco menos que Anderson en idéntica condición. En el intento subsiguiente, el entrerriano probó acertadamente con 140 kgs.; el estadounidense, acto seguido, dilapidó su oportunidad con 145 kgs, de manera que los contendientes estaban  transitoriamente igualados cuando restaba la última serie para definir la segunda ronda de
movimientos obligatorios (8)
   Envalentonado por el yerro del norteamericano, el oriundo de Entre Ríos pidió se cargase la barra con los mismos 145 kgs que hasta ese momento le habían sido esquivos a su adversario. Si bien acometió exitosamente con el kilaje empleado, otro tanto resultó del movimiento en el que se empleó el aún convaleciente Anderson, con lo que concluyó empatada la fase de arranque, no obstante Selvetti prevaleciera lo mismo en las puntuaciones generales, 320 unidades frente a 312,5.
   Por fin, el envión, el último levantamiento de la incipiente jornada, de cuya resolución afloraría el  vencedor de una de las primeras pruebas desarrolladas en los Juegos Olímpicos de 1956. Para entonces, las 03.00 AM del 26 de noviembre, tanto la fluida concurrencia que se había autoconvocado en el Royal Exhibition Building de Melbourne como todo aquel levantador que no se apellidara Selvetti o Anderson, había asumido largamente que la medalla de oro solo podía pertenecer al argentino o al estadounidense. Hasta el pesista italiano, Alberto Pigaiani, quien obtuviera la tercera plaza al totalizar 452 kilogramos en los tres levantamientos, clasificaría a una distancia abismal de las dos figuras descollantes de la categoría de + de 90 kilos de peso corporal.
   Respecto de los halterófilos aludidos, mientras Anderson reposaba tras bastidores con la mera finalidad de recobrar su consabida potencia, Selvetti se despachó primeramente con 170 kgs, tras lo que se superó a sí mismo al mover 180 kgs. en su segundo intento, con lo que ya había batido su mejor total histórico (457,5 kgs, en los Juegos Panamericanos de México 1955), al alcanzar en Melbourne la media tonelada.
   Lastimosamente, el Gordo no pudo rebasar los 500 kgs en la sumatoria promedio pues su ejecución de 185 kgs. en su tercera y última chance en el levantamiento a dos tiempos resultó nula.
  Al momento de ser despabilado por el colaborador australiano que le avisó se avecinaba su turno de desenvolverse en el levantamiento a dos tiempos, el tambaleante Anderson sudaba profusamente, cercano al colapso. Acaso somatizaba porque sabía que si pretendía aspirar -en el mejor de los escenarios- a un eventual desempate, era absolutamente vital instaurase una nuevo récord en envión. De ahí su solicitud de cargar un peso de 187,5 kilogramos.
  Tal fue la inviabilidad de sus dos intentos preliminares, que el estadounidense apenas si pudo cubrir el primer tramo del movimiento (dirigir la barra desde el suelo hacia los hombros), una verdadera afrenta para el menguante coloso, quien sintiéndose irrevocablemente superado por la coyuntura -y no justamente por la valía de Selvetti-, encomendó su acto terminante  a la voluntad de Dios, credo en que se había apoyado su cristiana familia cuando su enfermedad renal de sus primeros años de vida.



                                                
     
     Inmediatamente después de que Anderson se hubiera dirigido a la barra atestada de discos, el silencio se apoderó del recinto. Por un instante, solo se escuchó la honda inspiración con que el 
norteamericano expandió más aún sus pectorales de 1, 33 metros de ancho previa al decisivo levantamiento. Al sonoro resuello, le siguió una ejecución impecable, con lo que el nacido en Estados Unidos, amén de inscribir una plusmarca en el levantamiento a dos tiempos (187,5 kgs), decretó la paridad final con Selvetti en la sumatoria de los tres movimientos (500 kgs),  una cifra que en rigor ya había sobrepasado en otros certámenes, pero que en la presente ocasión fue imprescindible para que siquiera accediera a la segunda instancia que prevé el reglamento en caso de empate.


                                                  Cinco para el peso

 
   Nobleza obliga, las voluminosas siluetas de Selvetti y Anderson no se componían únicamente de músculo puro y duro. Por el contrario, sus dilatados abdómenes, no obstante indispensables centros de gravedad que contribuían no solo a proteger sus articulaciones como a levantar toneladas de peso, delataban su adherencia a los opíparos festines.
   Desde ya que  por entonces la ciencia de la alimentación ni siquiera se concebía con tal pomposa denominación. A quien deseara ganar masa, potencia y fuerza, se lo instaba, por caso, a consumir interminables litros diarios de leche entera, uno de los puntales -junto con el arduo entrenamiento, claro está- de los progresos originales de Anderson.
   Con la instrucción progresiva que fue adquiriendo, el norteamericano incursionó en métodos de probada eficacia en deportistas que se emplean con cargas -relativizadas por la comunidad médica y los detractores de las pesas de aquellos tiempos-, como la dieta alta en proteínas, que incluía alimentos como la discutida carne roja y los huevos enteros. De tal educación, convino que en virtud de su participación en los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956, urgía se deshiciera del ingente -e innecesario- lastre que acarreaba (170 kgs) para irrumpir en escena con un aspecto más aerodinámico.
   Por el contrario, el entrerriano no tenía mucha noción acerca de un orden alimentario idóneo. Si bien la información disponible en esos años en nuestro país no podía -ni puede- compararse por la recabada por Estados Unidos, incluso en el apogeo de su trayectoria el Gordo permanecía fiel a sus manjares predilectos, como la indigesta combinación de enormes platos de churrasco con ravioles, regada con generosas dosis de vino tinto, que contribuyó certeramente a que aumentara alrededor de 20 kilos en el lapso comprendido entre los JJ.OO de Helsinki y Melbourne.
   La acentuada debilidad de Selvetti por la comida acabaría por apartarlo de su sueño más estimado Si bien Anderson no era precisamente un atleta inapetente, el día  de la competición, paradójicamente beneficiado por los efectos colaterales de su infección auditiva, presentó uno de los pesos corporales más bajos que se le registrara en el pináculo de su apoteósica carrera.
 En Halterofilia, el reglamento no contempla el empate en el primer puesto entre dos deportistas en la sumatoria total de los movimientos obligatorios. Por tanto, el título corresponde al pesista que, a igualdad de carga utilizada en los levantamientos, certifique menor kilaje de peso corporal en la báscula.
   Así, tan solo así, pudo Anderson arrebatarle la medalla de oro a nuestro compatriota, quien había acusado 143,5 kilos, apenas 5,6 más que los del norteamericano, uno de los excepcionales casos en que semejante infección auditiva catapultara a un atleta a la obtención de un campeonato.

                                 
                               
    Eso sí, antes de que el maltrecho Anderson se entregase a festejar su triunfo, se topó con la corpulenta humanidad de quien, tras exteriorizar en su expresión un fugaz rubor de bronca por la gloria que tan cerca se le había arrimado, ofrendó una sentida manifestación de deportividad felicitando al rival que lo había derrotado agónicamente. Era el Gordo Humberto Selvetti, todo un caballero.

                                                         El día después

   Paradójicamente, el dorado laurel conseguido por Anderson en Melbourne significó a la vez su debut y despedida del olimpismo. Es que, producto de las exhibiciones de fuerza y potencia que paseara por doquier, el COI dictaminó que el estadounidense había burlado el umbral del amateurismo para ser considerado un atleta rentado. De ahí que se le prohibiera intervenir en futuras ediciones de los Juegos Olímpicos.
   Los despistados dirigentes del Comité Olímpico no fueron capaces de percibir que del lucro que obtenía Anderson por sus hazañas deportivas subyacía la ejecución de la más diáfana misión altruista que,  según el norteamericano, le había legado Dios. La prueba elocuente de la bonhomía del coloso de las pesas la constituye la fundación del Paul Anderson Youth Club, que desde 1961 cobijara a más de 2000 
desamparados adolescentes  de 16 a 21 años.
   En lo estrictamente deportivo, Anderson se las montó para continuar rubricando hitos. No por nada ostenta desde  el 12 de julio de 1957 la mayor proeza de fortaleza física de la historia, constatada por el Libro Guinness de los Récords, al efectuar un levantamiento de espaldas de ¡2840 kilogramos!
   Otras de sus grandes marcas involucran a ejercicios como las sentadillas (9), tan odiadas como consideradas por Anderson, quien llegó a mover 550 kilos en una repetición única y  -habitualmente -410 kgs para 10 repeticiones; los pesos muertos, cuya máxima ejecución trepó a los 453 kgs.; el envión, en el que alzara 197,5 kgs. dos veces consecutivas sobre su cabeza; el press a un brazo, en el que levantara la extraordinaria cifra de 172 kilos; y el press de empujón, en el que se empleara con asiduidad con una barra cargada con 273 kgs.

                                 
 
    Conforme avanzara su edad, su hercúleo desempeño como atleta adoptó un viraje no tan inesperado. A la operación de reemplazo de sus dos caderas, consecuencia estrechamente relacionada con los extremos kilajes que levantara sistemáticamente, se agregó el fin del armisticio que había suscripto cuando niño con el Mal de Bright. La enfermedad que jaqueara su óptimo funcionamiento renal se cronificó con tal dureza, que su organismo ni siquiera toleró uno de los riñones que le fuera trasplantado a través de su hermana Dorothy.
   Finalmente, Paul Edward Anderson falleció el 15 de agosto de 1994, a los 61 años, envuelto en una sucesión de menciones de honor, como el galardón al Hombre más Fuerte del Siglo que se le tributara en virtud de la celebración del USA Power and Strength Symposium (1992).
   Por su parte, en la inmediatez posterior a su controvertido subcampeonato en los JJ.OO de Melbourne, Humberto Selvetti edificó una auspiciosa campaña pesística. Si bien  nunca accedió conquistar el primer lugar del podio, el entrerriano se adjudicó en 1957  la medalla de plata en los Campeonatos Mundiales de Teherán, Irán,  al totalizar 485 kilogramos en la tabla de posiciones final de  la categoría de peso superpesado,detrás del soviético Alexey Medvedev, quien lo aventajó por escaso margen: 15 puntos.
    En Chicago 1959, tercera edición de los Juegos Panamericanos, el Gordo, aunque lejos de alcanzar su mejor total en la suma de los tres movimientos (475 kgs), igualó la primera ubicación con el atleta local, David Ashman. Otra vez la balanza, fue la que le vedó su acceso a la cima del podio, puesto que Selvetti registró ingentes 150 kgs, casi 30 más que el estadounidense, quien a su lado, en lugar de representar la categoría de + de 90 kilos, semejaba un atleta bántam.


                             
       A partir de allí, el desenvolvimiento del entrerriano como levantador evidenció una considerable merma, patente en su labor de los Juegos Olímpicos de Tokio 1964, en los que a los 32 años ocupó una decepcionante decepcionante décimoséptima posición tras sumar solo 445 kgs. en la clasificación general.
     En realidad, la acentuada declive de Selvetti se produjo porque hacía tiempo ya que había resuelto sustituir su carrera de deportista por la de artista, cimentada en incontables noches de milonga por el Sur del Conurbano Bonaerense, especialmente la localidad de Wilde, donde se había afincado tras abandonar su Entre Ríos natal. En sus recorridas de velas que no arden, el Gordo descollaba como vocalista en orquestas de tango. De allí, tras incursionar brevemente como forzudo en los programas televisivos del inolvidable Pepe Biondi, el exhalterófilo fue convocado por el cine para intervenir en dos filmes protagonizados eminentemente por José Pepitito Marrone, El Mago de las Finanzas (1962)  y Alias, Flequillo (1963).
    Sutilmente olvidado a medida que transcurrieron las décadas de 1960 y 1970, Selvetti, ajeno a la dinámica de la halterofilia nacional, encaró durante los años '80 y principio de los '90 distintos emprendimientos comerciales con escasa fortuna.
    Al igual que el rival que marcara indeleblemente su carrera, Paul Anderson, el Gordo murió a sus 61 años, el viernes 26 de abril de 1993. Poco después de la inhumación de sus restos en el Cementerio de Lanús, el antiguo gimnasio de pesas del Centro de Alto Rendimiento Deportivo (CENARD), usina generadora de atletas de élite, fue rebautizado con el nombre de Humberto Selvetti, acaso el más justiciero de los agasajos póstumos que pudiera serle ofrecido al mejor levantador de pesas de nuestra historia, el único que legara (dos) medallas olímpicas a la República Argentina.


   (1) Como se mencionara largamente en esta historia, la capital de Finlandia culminaría oficiando cual anfitriona de los Juegos Olímpicos en 1952.
   (2) Londres fue la primera ciudad en albergar los JJ.OO (1948), tras la culminación de la Segunda Guerra Mundial.
   (3) Como si no hubiera sido suficiente con los conflictos bélicos, los boicots, el sangriento partido de waterpolo entre Hungría y URSS y la Guerra Fría, la edición del certamen olímpico de 1956 fue la primera en que se desdoblara la Sede organizadora. La abrumadora mayoría de las pruebas se dirimieron en Melbourne, a excepción de la equitación, que ya se había desarrollado en junio, producto de la cuarentena dictaminada por las leyes de Australiana en relación a los equinos. Fue aquella la primera -y hasta el momento la única- vez que la celebración de un JJ.OO se produce en dos continentes distintos.
  (4) El conflicto bélico recrudeció el mismo año 1967, con el enfrentamiento armado conocido como La Guerra de los Seis Días, en la que Israel colisionó contra una coalición árabe conformada por Egipto, Jordania, Irak y Suiza.
  (5) Tras la cosecha de la segunda medalla consecutiva en waterpolo, Zádor, al igual que muchos atletas que integraban la delegación húngara, resolvieron exiliarse en el extranjero.
  (6) Si bien se les permitió competir, los deportistas de Alemania Oriental debieron fusionarse en un equipo unificado con sus similares de Alemania Occidental, pues el COI contemplamente solamente un estado germano.
  (7) La Unión Soviética lideró holgadamente el medallero final, con 98 conquistas. De ese modo, se vengó de la derrota en su debut olímpico frente a su enemigo capitalista de Estados Unidos.
 (8) En el esplendor de Selvetti y Anderson, los movimientos obligatorios en halterofilia eran tres: arrancada, envión y clean & press. Este último fue excluido en 1973, por el potencial peligro que acarreaba la excesiva inclinación de la espalda en la que solían incurrir los pesistas, que prácticamente efectuaban un press en banco plano de pie.
 (9) Anderson ideó un tipo de sentadilla en el que el levantamiento se inicia desde la posición baja, con la barra previamente colocada en el soporte inferior de la jaula, para acto seguido erguirse por completo aunque sin una excesiva extensión de las rodillas. Esta variante es muy utilizada por halterófilos, powerlifters, culturistas, strongmen, etc. Por supuesto, el ejercicio se llama Sentadillas Anderson.





























 

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