sábado, 2 de julio de 2016

           En reivindicación de Carlos Bilardo (segunda parte)
                                           
                                                     

     "A la gloria no se llega por un camino de rosas", asevera uno de los preceptos primordiales de Osvaldo Juan Zubeldía. A fines de ejemplificar su postulado, el entrenador de Estudiantes citó en la estación Constitución al grupo de jugadores con los que solía viajar desde Buenos Aires hacia La Plata, una hora y media antes del horario habitual en que abordaban el tren. Una vez hubieron llegado sus subordinados, el técnico les indicó que repararan en la extenuada expresión de la presurosa muchedumbre que, con denuedo, pugnaba por ocupar un lugar en los atestados coches. "La gente corre porque va a trabajar y algunos se levantaron a los 5 para poder llegar acá. Y ahora se van a pasar ocho, diez, doce horas en una oficina, un talle o en una obra en construcción. Ninguno gana ni la cuarta partes de los que ganan ustedes", afirmó el entrenador. Y añadió: "Cuando yo les hablo en los entrenamientos de trabajar para mejorar, de sacrificar cosas para ser mejores futbolistas, a lo mejor algunos piensa que estoy pidiendo mucho. Si ustedes fracasan en el fútbol, pueden terminar corriendo como estar personas que no tuvieron la suerte de jugar, porque no les va a quedar otro remedio. Ellos no tienen otra posibilidad y tienen que hacerlo aunque nos les guste. Ustedes son jóvenes, juegan al fútbol, tienen toda la chance de tener un futuro distinto y mucho mejor. Los hice venir más temprano para que vean esta realidad."
      Uno de esos futbolistas era Carlos Salvador Bilardo; acaso, el que más fielmente reprodujo los fundamentos su maestro. Jamás cuestionó las rígidas aunque novedosas implementaciones que en los años '60 introdujera Zubeldía para catapultar a Estudiantes a la cima del Mundo : jornadas de doble turno de entrenamiento, así lloviera, tronara o nevara; concentraciones prolongadas;, interminables sesiones de proyección de partidos en cintas de video, no sólo para pulir defectos en el funcionamiento colectivo e individual, sino a su vez para estudiar virtudes y defectos de los rivales de ocasión-;  práctica hasta la saciedad de todo tipo jugadas de pelota parada, como córners y tiros libres; ensayos exhaustivos de cómo contrarrestar y dejar en offside al equipo contrario...Por el contrario, el doctor las hizo celosamente suyas. Ni siquiera se permitió el mas mínimo reproche cuando, producto del ajetreado calendario a nivel local e internacional que debía asumir el cuadro pincharrata en 1968, Zubeldía -que no el padre Jorge Tiscornia de la iglesia San Carlos Borromeo, del barrio capitalino de Almagro- lo casó en menos de una semana con su estoica esposa, Gloria.
       Como entrenador de la Selección Nacional, Bilardo seguramente habría honrado a su maestro, fallecido el 17 de enero de 1982, cuando, lejos de tomarse vacaciones del inconmesurable trajín que le deparara el año anterior, convocó a comienzos de 1986 a una nómina compuesta por 14 jugadores a efectuar una mini pretemporada en la localidad de Tilcara, provincia de Jujuy, cuyo abrazador calor estival y altitud -2645 metros sobre el nivel del mar- se prestaban idóneos para lograr la más óptima ambientación al clima de la Ciudad de México Puebla, sedes a las que había sido destinado el elenco albiceleste en la fase inicial de la Copa del Mundo.
       Junto con el Narigón y su cuerpo técnico, viajaron hacia el norte del país estos futbolistas: Ricardo Enrique Bochini, Ricardo Omar Giusti y Néstor Rolando Clausen, de Independiente; José Luis Brown y Luis Alberto Islas, de Estudiantes; Jorge Alberto Comas y José Luis Cuciuffo, de Vélez; Sergio Daniel Batista y Claudio Daniel Borghi, de Argentinos; Carlos Daniel Tapia, de Boca; Oscar Alfredo Ruggeri, de River; Oscar Alfredo Garré, de Ferro, Sergio Omar Almirón, de Newell's; y Oscar Alberto Dertycia, de Instituto.

                                                 

        Allí, por espacio de diez días, no sólo se pautó como objetivo conseguir la mejor performance física de cada jugador, a cargo de Bernardo Lozada, médico especializado en el trabajo con atletas que se desempeñan en climas adversos, sino que se procuró emular el modus vivendi que le depararía a la delegación argentina su estadía en la nación azteca. En ese sentido, por caso, los partidos amistosos -especialmente ante el club local Pueblo Nuevo- se jugaron al mediodía, el mismo horario en que el representativo argentino dirimiría sus desafíos en el mundial.
       Fuera de la metódica preparación, la comitiva albiceleste, más que abrasada, abrazada por el calor...de los hospitalatrios nativos, realizó asiduas visitas a la Iglesia Nuestra Señora del Rosario, en la que coincidieron en elevar a la Virgen de Copacabana de Punta Corral -"La mamita de los Cerros"- la promesa de volver -descalzos y de rodillas, si hacía falta- a Tilcara, si conquistaban el título en México, según sostienen los lugareños hasta el día de hoy . Lo que finalmente no ocurrió, con consecuencias nefastas para el porvenir del fútbol argentino, reza una extendida creencia (1).
     Claro que no todo pasaba por las exhaustivas jornadas de entrenamiento y el confinamiento al encierro del hotel  en el que se alojaba la delegación celeste y blanca. Al enterarse de que, en virtud de la llegada de un contingente de turistas proveniente de Rosario, se ofrecía una fiesta en un salón distante a pocas cuadras del hospedaje, Bilardo autorizó al plantel a concurrir al mitin, siempre que regresaran a la una de la madrugada.
     No era que, a sabiendas de que en el festejo se servirían bebidas de distinta graduación alcohólica, el doctor dudara de la conducta de sus dirigidos. Tampoco que pretendiera cerciorarse de que aquéllos abandonaran el recinto en el horario convenido. Si Carlos Salvador concurrió a esa fiesta de disfraces fue porque nada en esta vida -salvo el fútbol- lo apasiona más que bailar. Así como en sus mocedades -en la que no lo apodaban Narigón, sino Sonrisa o Flacoigual que a su más enconado enemigo- frecuentara discotheques como Dominó y Montecarlo junto con sus entrañables compinches, los actores Juan Carlos Calabró y Alfonso Pícaro, Bilardo se lució en la pista de baile travestido de mujer colla, ante la atónita mirada del Cabezón Ruggeri y el resto de sus compañeros. Tanto disfrutó con sus danzarines, que inclusive autorizó a la muchachada a permanecer en el distendido festejo hasta las 3 AM.
     El acondicionamiento en el pago jujeño satisfizo a Bilardo por dos razones principales: 1) La armoniosa convivencia de la plantilla, en sintonía con su noción de "grupo" 2) La atinada detección de los efectos colaterales que pudieran provocar la presión, el calor y la altura en los jugadores, los que fueron minando progresivamente para así permitirles alcanzar un auspicioso rendimiento.
     Por supuesto, en contrapartida con los cumplidos que le dispensaran por su trabajo las coberturas de los medios foráneos enviados a Tilcara -como la del prestigioso periódico italiano Il Corriere Dello Sport-, la prensa doméstica menospreció la valía del sistema de aclimatación propuesto por Bilardo, la del oponente local con el que el equipo había confrontado y hasta se mofó del estado de la cancha en la que los futbolistas se habían entrenado, por no mencionar sus quejas respecto de la ausencia de Diego Armando Maradona, Daniel Alberto Passarella y otros valores que se desempeñaban en el mercado europeo.
     Del escarnio público, al intento forzado de destitución. En pos de inaugurar la temporada, la Selección Argentina emprendió una pequeña gira por Europa en la que inició su participación con una inobjetable caída en París ante Francia -entonces campeón de la Eurocopa- por 2 a 0, antes de obtener dos triunfos consecutivos frente al Nápoli de Maradona -el Diez jugó únicamente para el combinado nacional- por 2 a 1 y vs el Grasshopper de Suiza por la mínima diferencia, insignificantes de acuerdo con la concepción de la crítica generalizada.

    Fue allí mismo que el sempiterno anhelo de los detractores de Bilardo pareció por fin cristalizarse. ¿Un golpe de estado en el seno de AFA alentado por las más altas esferas gubernamentales? Es cierto, se supone contradictorio que en tamaña maniobra incurriera la extracción política que se jactaba de haber restituido la democracia a nuestro país. No obstante, se erigieron como ideólogos de la intentona desestabilizadora  los más conspicuos integrantes de la fracción radical denominada La Coordinadora, como Enrique Coti Nosiglia, Federico Storani y Marcelo Stubrin, así como el responsable y su segundo de la Secretaría de Deportes, Rodolfo O'Reilly y Osvaldo Otero, respectivamente, quienes gozaban de la anuencia del presidente de la Nación y caudillo de la UCR, Raúl Ricardo Alfonsín, hincha confeso de Independiente, que se decía en las antípodas de la concepción futbolística del Narigón desde la época en que éste sobresaliera en el Estudiantes de Zubeldía. ¿La finalidad de los conspiradores? Deponer a Carlos Salvador para devolver a su antigua función a su antagonista, César Luis Menotti, quien -¡oh, casualidad!- acababa de editar el libro Fútbol sin trampa -título por demás alusivo al Antifútbol que se le endilgaba al doctor- en conjunto con uno de sus discípulos más fieles: Angel Cappa.

                                                     


    Huelga aclarar que Bilardo estaba anoticiado de la espuria confabulación; mucho antes, inclusive, de que se pergeñara el golpe. Intuitivo, observador y detallista que siempre fue, hacía años que el doctor había elucubrado un astuto ardid proclive a atenuar su creciente impopularidad. Luego de descubrir que los 150.000 ejemplares que diariamente vendía Clarín se traducían en un promedio de 1.500.000 de personas que por día leían sus titulares en los puntos más concurridos de la Ciudad de Buenos Aires, el doctor estrechó vínculo con los canillitas de los puestos ubicados en el Centro porteño, fundamentalmente, a lo largo de su predilecta avenida Corrientes y en la intersección de las calles peatonales Florida y Lavalle, quienes cooperaban enseñando la contratapa de los periódicos si en sus portadas arreciaban las críticas hacia el desempeño de la Selección Argentina.
    A su vez, cultivó amistad con los taxistas que laboraban en las estaciones de Constitución y Retiro, como con los del Aeroparque Metropolitano Jorge Newbery, a quienes el común de las personas cree sordos ante las conversaciones de los pasajeros. No así Bilardo, que a ese respecto hizo otro tanto con los mozos de los restaurantes en los que asiduamente recalaban empresarios, políticos y otras celebridades. Aunque suene ridículo, fue a través de un camarero de su confianza -con ayuda de dos de sus colegas- que el Narigón se enteró oficialmente del intento de desplazamiento, en ocasión de un ágape al que habían acudido importantes miembros del radicalismo.
    Puesto sobre aviso de la conjura, el presidente de AFA, Julio Humberto Grondona, quien entonces se hallaba en un congreso de FIFA, en Zurich, por el propio doctor, sobresalió el papel del sector de la prensa que si bien no se podía calificar de adicto a Bilardo, al menos se oponía a su destitución. Así, el defenestrado entrenador del equipo nacional, a quien entrevistaran en sus respectivos programas radiales periodistas de la talla de José María Muñoz y Enrique Macaya Márquez por un lado, y Víctor Hugo Morales y Adrián Paenza por otro, manifestó que un gobierno democrático no podía imponer su poder para lograr su cometido o presionar para remover de su cargo al técnico de la selección.
    Habida cuenta del rebote que causaran las declaraciones del Narigón, el presidente Alfonsín exhortó a sus subordinados a abortar el golpe, muchos de los cuales negaban con indisimulable hipocresía hubieran atentado contra la continuidad del DT del cuadro albiceleste. Entre ellos, el subsecretario de deportes, Osvaldo Otero, quien se dio el tupé de escribirle una carta abierta a través de El Gráfico en cuyo título se leía: "Señor Bilardo, nadie lo quiere echar".
    Claro que si la voluntad de los conspiradores hubiera prosperado, se habrían topado con la feroz resistencia de Grondona, de irrestricto apoyo a la gestión de Bilardo. En ese sentido, don Julio no tuvo empacho en sugerirle- más en serio que en broma- al titular de la Secretaría de Deportes, Michingo O' Reilly, que se dedicara al rugby. Por cierto, según relata Maradona en su libro Mi Mundial. Mi verdad. Así ganamos la copa, elextrenador de Los Pumas lo llamó una noche para advertirle que depondrían al Narigón.
     Sopesada la instancia más adversa de su ciclo como director técnico de la Selección Argentina, pronto sobrevino para Bilardo otro de los frentes hostiles en que fue instado a batallar: la confección de la lista de buena fe que viajaría a participar en la Copa del Mundo. Arqueros: Nery Alberto Pumpido (River), Luis Alberto Islas (Estudiantes) y Héctor Miguel Zelada (América de México). Defensores: Néstor Rolando Clausen (Independiente), José Luis Brown (libre, desvinculado de Deportivo Español), Oscar Alfredo Ruggeri (River), Daniel Alberto Passarella (Inter), Julio Jorge Olarticoechea (Boca) y Oscar Alfredo Garré (Ferro). Volantes: Ricardo Omar Giusti y Ricardo Enrique Bochini (Independiente), Héctor Adolfo Enrique (River), Sergio Daniel Batista (Argentinos), Diego Armando Maradona (Nápoli), Marcelo Antonio Trobbiani (Elche) y Carlos Daniel Tapia (Boca) Delanteros: Jorge Luis Burruchaga (Nantes), Pedro Pablo Pasculli (Lecce), Jorge Alberto Francisco Valdano (Real Madrid), Claudio Daniel Borghi (Argentinos) y Sergio Omar Almirón (Newell's).

                                           

    Mayúscula fue la sorpresa que generó la convocatoria de ciertos futbolistas. Por caso, la de Bochini u Olarticoechea, quienes en su momento habían renunciado al seleccionado. A su vez, no se comprendía el porqué de la inclusión de Enrique -el último en acoplarse al plantel-, si bien nominado al Torneo Esperanzas de Toulón 1983, nunca antes designado para desenvolverse en la Selección Mayor, al igual que Tapia (2), pues Bilardo había afirmado reiteradamente que los jugadores llamados a actuar en el mundial ostentarían una vasta experiencia en su haber en lo que a lucir la casaca albiceleste atañe. Aunque en el caso particular del Chino se sospechaba que su citación -en desmedro de Alejandro Sabella, debilidad del Narigón- correspondía a la excesiva injerencia que se le atribuía a Grondona en el armado del equipo, a lo que suscribe el mismísimo volante, que por entonces militaba en el cuadro xeneize.
     Entre las ausencias, la que más polémica suscitó fue la de Ubaldo Matildo Fillol, uno de los designados en virtud de la convocatoria inicial, en 1983;  de sobresaliente labor durante las eliminatorias que depararan al combinado nacional la angustiosa clasificación al certamen mundialista.
     Su desafectación, al decir de los menottistas acérrimos, se había producido merced a la consabida identificación del legendario arquero con el Flaco; no tanto por las imprudentes declaraciones formuladas por el Pato en la inminencia de la convocatoria -"Sólo un ciego no valora a Daniel (Passarella)" o "Me parece que Bilardo no me llama"-, a modo de desafío hacia la autoridad del técnico, lo que en parte explica que el natural de San Miguel del Monte haya jugado tres Copas del Mundo en vez de cuatro.
      Si Bilardo hubiese resuelto prescindir íntegramente de los referentes de la gestión de su predecesor en el cargo, jamás habría citado al capitán del elenco campeón en Argentina 1978, Daniel Passarella, a quien Fillol se había empeñado en reivindicar temerariamente. Con ese mismo criterio, tampoco habría solicitado los servicios de Valdano, Olarticoechea o Pumpido, integrantes de la plantilla que interviniera en el mundial de España '82. Allí mismo se había desempeñado Juan Alberto Barbas, cuya exclusión también se le achacaba a su condición de hombre de Menotti. De esa manera, al menos, el Narigón probó fehacientemente que en su equipo no sólo jugaban los "amigos de Maradona", tal como sostenía Ramón Angel Díaz, otro futbolista del riñón menottista, ya por entonces distanciado del astro.
      Ni siquiera los futbolistas más consustanciados con la causa bilardista, ésos que habían defendido públicamente a su entrenador de las sistemáticas críticas, resultaron indemnes de la borratina. Entre ellos, Enzo Trossero, quien apenas enterado de su exclusión aseguró: "El técnico me engañó. Me dijo que me quedara tranquilo, que yo estaba en sus planes. Bilardo, como persona, me defraudó. Hace cuatro meses me confirmó que yo iba al mundial ¿Qué cambió desde entonces?".
      Idéntica determinación adoptó el DT con Ricardo Gareca, cuya conquista ante Perú le significara al combinado argentino el acceso a México '86...y  la permanencia en su puesto al doctor. Pese a que en un principio cuestionara abiertamente su exclusión, con el paso de los años, el Tigre admitió: "Cuando terminaron las eliminatorias, la verdad es que yo no estaba en un buen nivel. No estaba bien anímicamente". Aunque inmediatamente añadió: "Tenía expectativas muy importantes en la Selección y no se me cumplieron. Fue un golpe muy duro no ir al mundial".
      Apaciguados parcialmente los candentes ánimos, Bilardo se abocó a ultimar los detalles previos al añorado viaje a México. Después de su aparición en el programa televisivo No toca botón, en el sketch en el que el irrepetible Alberto Olmedo obraba de manosanta, el entrenador reunió a sus dirigidos en la Basílica de Luján (2). Allí, además de asistir a misa,  al plantel  le fue obsequiada una virgen de tamaño natural y, a cada uno de sus miembros, una réplica en miniatura.
       Antes de enfilar rumbo al país azteca, los miembros del equipo albiceleste que se desenvolvían en el ámbito local se desviaron hacia Noruega -en donde se plegarían a ellos los jugadores que residían en Europa- para confrontar con el seleccionado anfitrión. Como si supieran de antemano la suerte grela que aguardaba por sus itinerantes seres queridos en el futuro inmediato, apenas si se arrimaron los familiares de la delegación albiceleste al Aeropuerto Internacional de Ezeiza a despedir a los futbolistas. Sombrío panorama se avizoraba en el porvenir argentino. Ningún candidato al título que se precie de serlo, se puede permitir una derrota -aun fuera en un partido amistoso y por la mínima- frente a un ignoto seleccionado que ni siquiera había clasificado al mundial.
       Para Bilardo, el resarcimiento definitivo de su equipo no se circunscribió exclusivamente a la abultada goleada que le infligiera a domicilio a Israel (¡7 a 2!), sino porque por primera vez en muchísimo tiempo la escuadra nacional había exhibido el nivel de juego colectivo por el que abogaba su técnico, a la vez que el jugador que el doctor creía, con diferencia, el mejor del mundo,  Diego Maradona, había alcanzado un rendimiento individual óptimo -marcó dos de los siete tantos-.
       De allí en más, ya no sería el entrenador de la Selección aquél que, temeroso, en sus frecuentes conversaciones telefónicas con su esposa Gloria, le advirtiera que no pensaba regresar al país si fracasaba en México. Menos aún, el que se dirigiera a sus jugadores del siguiente modo:"Muchachos, en la valija lleven un traje y una sábana. El traje, por si regresamos campeones; la sábana, por si quedamos afuera en primera ronda: nos vamos a tener que exiliar en Arabia". Contrariamente, apenas instalado el plantel en feudo mundialista, trocó su otrora discurso derrotista: "Vamos a demoler las críticas. Los hechos y los resultados nos darán la razón y llegaremos a Buenos Aires de galera y bastón". 
      Estaba en lo cierto, el visionario Carlos Salvador Bilardo. Una vez más. No alcanzarían las palabras para pedir perdón. ¿Sí, una bandera?
      (continuará)

   
     (1) Si bien hay consenso entre los 14 jugadores que viajaron a Tilcara, cuerpo técnico incluido, que ninguno realizó la promesa de volver al pueblo en caso de que el equipo campeonara -por supuesto, ninguno tendría el más mínimo inconveniente en regresar a visitar al pago jujeño-, los habitantes aseguran que se incumplió con las plegarias elevadas a la Mamita de los Cerros. De allí, la llamada Maldición de Tilcara, supuesta razón por la que la Argentina no obtiene la Copa del Mundo hace 30 años...y no lo hará, según los tilcareños, hasta que los ya exfutbolistas vuelvan a cumplir su promesa. Una maldición selectiva, si se atiende a que el conjunto albiceleste obtendría consecutivamente las Copas América de 1991 y 1993, con dos futbolistas que habían viajado en enero de 1986 al norte argentino: Oscar Ruggeri -capitán en sendas conquistas sudamericanas- y Luis Islas.

     (2) En rigor a la verdad, Tapia ya había vestido la casaca argentina en el ciclo de Menotti, en virtud del cual se suscitara un hecho curioso: el Chino debutó en la Selección Nacional (empate en dos tantos ante Chile, en un amistoso disputado en Mendoza el 18 de setiembre de 1980), antes que en la Primera División del club en el que entonces militaba: River Plate.
       
        

   

   
   
   
 
     
     
     
 
 
   

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