Múnich 1972, los Juegos Olímpicos de la barbarie
La consigna era diferenciarse. No bien resultara nominada como sede luego de prevalecer en la pugna que sostuviera con rivales de relevancia como Madrid, Montreal y Detroit, Múnich se propuso hacer de la edición de los Juegos Olímpicos de 1972 un acontecimiento histórico, sin precedentes.
Empeñada en constituirse en pionera, fue en la ciudad perteneciente a lo que entonces era Alemania Occidental, capital del Estado Libre de Baviera, que el magno evento presentó su primera mascota oficial: Waldi, perro de la raza comúnmente conocida como salchicha, oriunda del país germano.
En lo que respecta al plano deportivo, no sólo se reintrodujo como disciplinas al handball -masculino, solamente- y a la esgrima (1), sino que en el tramo inicial del certamen el nadador estadounidense Mark Spitz logró un récord inédito hasta ese momento al conquistar siete medallas de oro en las pruebas individuales de 100 y 200 metros, estilo libre; 100 y 200 mts, estilo mariposa; y en la competencia de relevos por equipo en 4 x 100 y 4 x 200, estilo libre; así como en 4 x 100 combinado, con el plusmarquista norteamericano como figura sobresaliente (2).
Asimismo, inclusivos que se revelaron desde su propia concepción, los JJ.OO de Munich procuraron desligarse de la primera edición que se celebrara en territorio teutón, Berlín 1936, organizada por el Tercer Reich gobernado por el tirano Adolf Hitler, responsable directo tanto del desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial como del genocidio denominado Holocausto, que derivara en el asesinato de alrededor de 6.000.000 de judíos. De allí que se propiciara la participación en el torneo de la delegación del Estado de Israel, compuesta por 20 integrantes. La muestra cabal del marco antibélico que había envuelto a Alemania en virtud de la organización del torneo, se puso de manifiesto en la ausencia de armas de parte de los efectivos a quienes se les había conferido la misión de custodiar a los deportistas alojados en la villa olímpica montada especialmente para la ocasión. Nada ni nadie impedía a los atletas entrar y salir del complejo a voluntad. Por muy contradictorio que parezca, la bienintencionada moción de la nación anftriona desempeñó un papel crucial en la tragedia que, trabajo de inteligencia mediante, suscitaría la irrupción de un comando terrorista, de fatales consecuencias.
Septiembre Negro, agrupación armada de origen palestino, cuya denominación surgiera en oportunidad del cruento intercambio de hostilidades que en el noveno mes de 1970 la misma mantuviera con el Ejército de Jordania, ya había perpetrado dos atentados previos a la inauguración de los Juegos Olímpicos de Múnich: 1) el homicidio del Primer Ministro jordano, Wasfi Tall, en 1971. 2) el secuestro de un avión comercial de Bélgica que había decolado del aeropuerto de Viena, Austria, rumbo a Tel Aviv (Israel), en mayo de 1972.
Fracción estrechamente vinculada a la alianza nacionalista política y paramilitar proclamada como Organización para la Liberación de Palestina, dependiente del Consejo Nacional Palestino, Septiembre Negro perseguía un solo objetivo: la aniquilación del Estado de Israel. En ese sentido, la célula terrorista logró infiltrar a dos de sus miembros más caracterizados como trabajadores de la construcción en la inminencia del estreno de la vila olímpica. Así, los fedayines -mote que en idioma árabe alude al que adhiere a combatir por razones políticas, no religiosas- descubrieron que, a instancias del escaso control policial en derredor del complejo, en la que convivían 10.000 almas entre competidores, entrenadores y funcionarios del COI (3), resultaría sumamente sencilla la penetración a modo de asalto con la que pretendían efectivizar su cometido.
No medió violencia en la fase inicial del copamiento del predio, ocurrido a las 04.40 AM del martes 5 de...setiembre -una vez más- de 1972 . Por el contrario, al lucir los extremistas ropa deportiva similar al atleta promedio, consiguieron engañar a los miembros del equipo de USA que, además de creerlos colegas, les facilitaron el ingreso ayudándolos a trepar por la verja perimetral de dos metros de alto, a lo que siguió el preludio del más trágico episodio que se haya producido en la historia de los Juegos Olímpicos modernos.
Lejos de predisponerse a reposar tras una distendida noche de juerga, tal como los atletas estadounidenses, el grupo comando se dirigió sin dilación hacia la Connollystrasse 31 -Manzana 31- de la villa olímpica, en cuyo departamento se hospedaba la comitiva israelita.
Fue el despliegue de los elementos terroristas lo que motivó que Moshe Weinberg despertara sobresaltado. Instintivamente, el entrenador de lucha del equipo de Israel se abalanzó sobre la puerta del primer apartamento que habitaba con objeto de impedirle el acceso a los terroristas, al tiempo que emitió un inequívoco aviso de alarma al resto de los huéspedes, lo que posibilitó que nueve de los 20 integrantes del contingente israelí consiguieran escapar y ocho de ellos, improvisar un momentáneo escondite.
Inevitablemente, producto de la evidente desproporción numérica en la puja, Weinberg cedió ante el embate de los palestinos. Sin embargo, el valiente coach se valió de un cuchillo de cortar fruta,
con el que pretendió atacar al sindicado como líder de la agrupación Setiembre Negro, Luttif Affif, más conocido como Issa, antes de que le fuera descerrajado un certero disparo en una de sus mejillas y, consecuentemente, lo condujeran obligadamente a los compartimentos 2 y 3 para saciar los intrusos su creciente voracidad asesina.
Aun desangrándose, Weinberg apeló a su última brizna de fuerza para intentar detener el avance de los extremistas y le propinó a uno de ellos un sonoro trompis que le dislocó la mandíbula, tras lo que el estremecido invasor lo remató con un segundo disparo. El cadáver del entrenador de lucha fue inmediatamente arrojado fuera del edificio principal en el que se alojaba el contingente israelí.. En vano resultó que en su defensa acudiera el levantador de pesas Yossef Romano. Oriundo del estado de Ohio, Estados Unidos, el halterófilo seguramente habría evitado su luctuoso destino si, en lugar de resignarse a participar en el certamen al no haber clasificado para su su país natal, no hubiera usufructuado su condición judía en pos de representar al equipo de Israel. El corpulento atleta no vaciló en hacer acopio de su potencia en tren de neutralizar la cruenta arremetida de la célula terrorista y se trabó en encarnizada disputa con un palestino, a quien a punto estuvo de arrebatarle su arma. Consciente de la incontrastable superioridad física de su oponente, el fedayín jaló el gatillo de su fusil y le produjo la muerte instantánea. No conforme con haber acabado con la vida del deportista, el secuestrador procedió, abiertamente exento de pruritos, a cortarle los testículos a Romano delante de sus compatriotas.
Acto seguido, los captores concluyeron la primera etapa de su macabro ardid tomando como rehenes a nueve miembros de la delegación israelita : David Berger y Ze'ev Friedman (levantamiento olímpico), Juseph Eliezer Halfin y Mark Slavin (lucha grecorromana), Amitzur Shapira (salto en largo), Moshe Weinberg y Jossef Gutfreund (referees de lucha grecorromana), André Spitzer (árbitro de esgrima), y Kahat Shorr y Yakoov Springer (entrenadores de tiro y levantamiento de pesas, respectivamente).
Más allá del visceral odio que le profesaba al Estado de Israel, ¿cuál fue el móvil que condujo a Setiembre Negro a atentar con semejante saña contra 11 inocentes víctimas quienes, aun pese a su filiación judía, jamás se habían inmiscuido en misiones religiosas o declamado fanatismos políticos, ni mucho menos prestado a servir en devastadoras guerras?
El misterio comenzó a develarse menos de una hora después. Sobre las 05.30 de aquel fatídico martes 5 de setiembre de 1972, un efectivo de seguridad, inerme, se topó con el cadáver de Moshe Weinberg, yacente próximo al departamento de la manzana 31 de la villa olímpica en la que se hospedaba el infortunado coach de lucha grecorromana. Casi en simultáneo, otros dos uniformados, comisionados para retirar el cuerpo inerte del complejo, divisaron una partida de hombres enmascarados y armados dentro del departamento que alojara a los israelitas, por lo que, sin más preámbulos, se contactaron con el Jefe de Policía de la ciudad de Múnich, Manfred Schreiber para anoticiarlo del macabro hallazgo.
Luego de convocar urgentemente a un comité de crisis, conformado asimismo por el Ministro del Interior, Hans-Dietrich Genscher, el Ministro del estado de Baviera, Bruno Merck, y por el intendente de la villa olímpica, Walther Troger, Schreiber asumió la responsabilidad del asunto, previo a que los inmisericordes extremistas desnudaran sus verdaderas intenciones.
Exactamente un minuto antes de las 6 de la mañana, a la par que los rayos del naciente sol se disponían a otorgarle un matiz de diafanidad a una jornada de concepción lúgubre, los extremistas arrojaron por una de las ventanas del departamento que habían ocupado dos documentos en los que exponían fehacientemente sus peticiones. En uno de ellos, se identificaban como la agrupación terrorista Septiembre Negro; en el otro, exigían la innegociable libertad de los 234 palestinos detenidos en prisiones israelíes en un plazo máximo de tres horas. Caso omiso, procederían a ejecutar aleatoriamente a otro de los nueve cautivos a los que retenían en el primer piso de la Connollystrasse 31.
Peor aún, los medios de prensa que obtuvieron la primicia sólo aportaron mayor confusión: amén de informar que un grupo comando había tomado como rehenes a varios competidores israelíes, divulgaron que uno de los dos fallecidos se desenvolvía como entrenador de boxeo, de lo que carecía la delegación caída en desgracia. Por ello, la cruel incertidumbre a la que se abocaron los familiares de las víctimas.
Enterado que fue del ultimátum, después de determinar sus subordinados la cantidad precisa de secuestrados -aunque no la de los fedayines-, Schreiber estableció una corriente de comunicación directa con la Primera Ministro israelí, Golda Meir, a quien le transmitió los demandantes requerimientos de los terroristas palestinos. No obstante sabedora del escaso tiempo con el que contaba, la mandamás advirtió al Jefe de Policía muniqués que debía reunir extraordinariamente a su gabinete a fines de poder adoptar una resolución idónea.
Temeroso de que ante la falta de una respuesta concreta a sus exigencias los captores emprendieran una nueva matanza, Schreiber se encaminó hacia la villa olímpica, flanqueado por Hain-Dietrich Geinser y Walther Troger, en virtud de negociar la extensión del horario límite impuesto por los extremistas.
Al encuentro del tripartito comité salió del edificio el cabecilla de Septiembre Negro. Ataviado en un conjunto símil safari y con el rostro cubierto con betún, Issa, dos de cuyos hermanos permanecían apresados en Israel, convino con Schreiber en prorrogar el plazo hasta las 12 del mediodía, no sin antes amenazar con que ordenaría la ejecución de dos de los rehenes si no se satisfacían las demandas de la agrupación.
Por su parte, Geinser, impotente ante la inflexibilidad de Luttif Afif, le reprochó enérgicamente que relativizara las trágicas consecuencias que ya habían redundado del proceder de la fracción extremista que lideraba. ¿La reacción de Issa? Dotado de una desfachatez supina, abundó en elogios para con Alemania Occidental por la exitosa organización de los Juegos Olímpicos, aunque recalcara -según su juicio- que la celebración del torneo no proyectara en su justa dimensión el calvario que sus connacionales palestinos padecían a instancias del Estado de Israel.
Mientras que Schreiber suspiraba aliviado luego de conseguir que los secuestradores comprendieran que se tornaba imposible que el gobierno israelita lograra liberar a ¡234 presidiarios! en un período de tiempo tan acotado, el Comité Olímpico Internacional pareció desconocer el funesto panorama que se había cernido sobre el desarrollo de los JJ.OO.
Es más, las autoridades del COI hasta llegaron a aducir que no decretaban la suspensión de la competencia porque la televisión alemana carecía de programación alternativa con la que contrarrestar una decisión de tal magnitud. Recién se replantearían su postura al percatarse de la muchedumbre que se había apostado alrededor de las instalaciones de la villa olímpica, entre la que destacaban 4000 periodistas y 2000 equipos de TV, sumado el incesante peregrinar en las calles de los ciudadanos de a pie, quienes abogaban por la inmediata postergación del evento.
Ni siquiera la medida promulgada por los directivos del comite olímpico atenuó la tensión que recaía sobre la humanidad de Manfred Schreiber. Por el contrario, el titular del departamento policial de Múnich asumió como propia la determinación de discontinuar indefinidamente el certamen.
Eso sí, la presión acabó por agobiarlo cerca de las 11.15, en cuanto Golda Meir le confirmó que el gobierno de Israel, amén de rehusarse a pactar con los terroristas, no liberaría a ninguno de los reclusos palestinos encarcelados en su país.
Así las cosas, Schreiber supo que la única posibilidad que cabía para que Septiembre Negro depusiera su actitud era forzar su rendición absoluta.
Sin embargo, en el umbral de las 12 del mediodía, horario tope fijado por la célula terrorista, el funcionario policial desconocía la cifra de fedayines que había copado la manzana 31, lo que le permitiría diseñar el dispositivo adecuado con el que rescatar sanos y salvos a los israelíes secuestrados. Necesitaba ganar tiempo. Por tanto, no dudó la segunda vez que se llegó hasta la villa olímpica en arriesgarse a mentirle a Issa, a quien le aseveró que los israelíes se habían decantado por iniciar las tratativas tendientes a satisfacer su reclamo. La táctica de Schreiber funcionó: no se oyó ni un solo disparo desde el interior del departamento tomado.
A partir de allí, las negociaciones entraron en un impasse. Schreiber entendió que no podía seguir faltando a la verdad. La Jefa de Gobierno israelí ya había manifestado su veredicto, de lo que los integrantes de Setiembre Negro comenzaron a sospechar fuertemente al margen de que durante las primeras horas de la tarde se predispusieran a disfrutar de unos instantes de relax. Así como se podía distinguir a Issa conversando apaciblemente con una mujer policía, su segundo, Tony Nazzal -apodado el Vaquero-, optó por broncearse en la ventana superior del departamento situado en la Connollystrasse 31.
Tanta distensión hizo mella en el apetito de los captores, lo que facilitó que el cuerpo de policía muniqués se lanzara por primera vez a intentar rescatar a los rehenes. Que Schreiber, luego de admitir que no había novedades respecto de la liberación de los reclusos palestinos, accediera al pedido de Issa de que le fuera entregado un cargamento de comida para 20 personas, no implicaba que se hubiera resignado a acatar sin más la voluntad de los secuestradores. En cambio, el jefe de policía había planificado minuciosamente el despacho de los alimentos, que racionaría en cuatro grandes cajones, lo que requería se emplearan más efectivos para transportar los víveres hasta destino, tras lo que dos pesquisas disfrazados de chefs entrarían en el departamento con el objetivo de contar cuántos terroristas habían ocupado el hospedaje, además de corroborar el aspecto de los israelíes. La estrategia habría resultado idónea si Tuffif Afif no hubiera desconfiado y decidido ingresar él mismo los comestibles...
Ya pasadas las 17 horas de la siniestra jornada, las infructuosas tentativas por persuadir al comando extremista se apilaban una tras otra. Entre ellas, la proposición que los negociadores locales le acercaran a Issa de entregarse en carácter de rehenes sustitutos, para así ceñirse a sus órdenes y que a ese respecto el gobierno de Israel ponderara la chance de otorgarles la libertad a los 234 presos en sólo unos meses, lo que el cabecilla de Setiembre Negro desestimó de plano.
Fue entonces cuando Schreiber, dirigiéndose a Tuffif Afif, insinuó un atisbo de resignación: "Si quieres asesinarlos (a los rehenes israelíes) ahora, no podemos hacer nada por detenerte...¡Mates a uno o a cinco, nada va a cambiar!".
No obstante, el visible nerviosismo que había embargado a Issa al caer en que resultaría imposible mantener perdurablemente la toma del edificio sin sufrir las consiguientes represalias, le brindó al titular policial la oportunidad de rectificarse y trazar una enésima maniobra, de idéntico propósito a la que intentara a la hora del demorado almuerzo de los secuestradores.
Puesto que aún ignoraba el número exacto de terroristas que se habían apropiado del inmueble, así como el estado de los cautivos, Schreiber facultó a Walther Troger para que se cerciorase de ello. Nada más convencer a Issa de que lo dejara ingresar a la habitación del departamento 1, en el que permanecían retenidos los israelitas, el intendente de la villa olímpica asistió a una visión desoladora: tendido en el suelo y bañado en sangre, semicubierto por una fina manta blanca, se hallaba el cadáver del levantador de pesas Yossef Romano. Apenas repuesto de la impresión, el funcionario realizó una inspección ocular que le permitió reparar en el horrorizado rictus de los maltratados secuestrados,
muchos de los cuales habían sufrido vejámenes y fracturas en distintas partes corporales, aunque también determinar que eran cinco los fedayines ocupantes, la pista que precisaba el Jefe de Policía de Munich para lanzar el proclamado Operativo Sonnenschein, con la esperanza de rescatar sanas y salvas a las víctimas de los extremistas palestinos.
De ese modo, Schrieber diagramó un dispositivo conjunto por aire y tierra. Con el soporte de un helicóptero sobrevolando las inmediaciones de la Manzana 31, movilizó un destacamento de oficiales, vestidos con ropa olímpica y cascos de combate, hacia el techo de la construcción, quienes debían aguardar la palabra clave "sonneschein" -sol, en alemán- para infiltrarse por los conductos de ventilación del departamento y proceder a eliminar a los miembros de Septiembre Negro, a la vez que una guarnición de efectivos se posicionó en los edificios contiguos.
Para decepción de los que descontaban que un policía a quien apodaban el Alguacil -por su infalibilidad en lo que atrapar delincuentes concierne- procediera implacablemente, Schreiber ordenó a los fuerzas policiales que no disparasen. No era que se sintiese particularmente intimidado por los 80.000 testigos privilegiados que rodeaban la villa olímpica, sino que la televisación en vivo y en directo de los dramáticos sucesos expuso todos y cada uno de los de los desplazamientos de las fuerzas del orden, lo que puso sobre aviso a los terroristas. De allí el repliegue que impidió la consumación del operativo.
Rebosante de orgullo al saberse victorioso de la incruenta batalla, Issa retomó sus estrambóticas exigencias: pasadas las 6 de la tarde, el fedayín jefe solicitó se le habilitase un avión rumbo a Egipto. Su idea era huir junto con sus secuaces y sus cautivos a un país árabe que gozara de buenas relaciones tanto con el mundo occidental como con Israel, en pos de reanudar allí las arduas tratativas
Contrariamente al Primer Ministro egipcio, Aziz Sedki, quien declarara públicamente que no tenía intenciones de implicarse en semejante conflicto, Schrieber consintió la demanda del líder de la célula extremista, pues consideraba que trasladar la toma de rehenes por fuera de la villa olímpica le significaría operar en un campo de acción holgadamente mayor. Máxime, cuando se confirmó que a las 10 PM un ómnibus pasaría a recoger a los secuestradores -y a los secuestrados- y conducirlos a dos helicópteros distantes a 200 metros del complejo, para depositarlos en Furstenfeldbruck, base aérea de la OTAN ubicada a 25 kilómetros al oeste de Múnich, en donde abordarían un jet boeing 727 con el que partirían hacia El Cairo.
Desde ya, el Alguacil no atendió pasivamente al que se erigiría como el enfrentamiento culminante del desgraciado 5 de setiembre de 1972. De movida, se autorizó que un helicóptero siguiera el itinerario de los fedayines hasta el momento en que subieran al avión, cuya tripulación, en realidad, estaba compuesta por personal policial instruido para disparar sin miramiento una vez Issa y su alterno, el Vaquero Tony Nazzal, hubieran embarcado definitivamente. Asimismo, reforzaban el dispositivo cinco francotiradores estratégicamente parapetados para fusilar a los palestinos en cuanto la ocasión lo ameritase. Tres de ellos, en la torre de control del aeropuerto; los restantes, en la pista de aterrizaje.
Escépticos, luego de descender de los helicópteros -bautizados Oriental y Occidental, respectivamente-, en el que se encontraban maniatados los nueve israelíes capturados, los integrantes de Setiembre Negro apuntaron sus armas hacia la dirección en que confluían Schrieber, Troger y Genscher, jurándose impunes.
Su desconfianza rayana en la paranoia le valió al cabecilla de la fracción terrorista advertir la presencia policial en la pista de aterrizaje, lo que lo enfureció al extremo de retener a los cuatro pilotos de los helicópteros que, junto a sus compatrioras, lo había transportado hasta el aeropuerto militar, con lo que vulneró el pacto original de no tomar como rehén a ningún alemán.
Peor aún, Issa y el Vaquero ascendieron a un avión vacío. Imprevistamente, los efectivos encubiertos desobedecieron la indicación de emboscar a los más conspicuos miembros del comando extremista, quienes, ilesos, intentaron redirigirse a uno de los helicópteros.
Sin que lo hubiese notado, el trayecto efectuado por Tuffif Afif le asignó al francotirador número tres, situado en la torre de control, la oportunidad de abrir fuego contra su persona, aunque el fallido tiro de gracia se alojó en una pierna de Tony Nazzal. Así, a partir de las 10.30 PM, sobrevino el primer
enfrentamiento de la noche, que se extendería durante media hora. ¿El saldo? Dos terroristas, identificados como Ahmed Chic Thaa y Afif Ahmed Amid, y un agente policial -Anton Fliegerbauer-, muertos; al tiempo que los medios de comunicación, exultantes, difundían que los israelíes cautivos habían salido indemnes de la refriega, a la que estimaban definitivamente concluida.
Lejos de haberse concertado el cese de fuego cruzado, la efímera tregua sólo fue posible por el retraso en su intervención al estilo tropa de asalto de los camiones blindados de la policía muniqués, que arribaron a Furstenfeldbruck ya en los primeros minutos del miércoles 6, al no poder abrirse camino en la congestionada ruta que desembocaba en la base aérea, cuyo límite exterior rebasaba de curiosos, espectadores y periodistas.
Entonces, sí, recrudeció el intercambio de hostilidades, el acto final de la jornada conocida como La Masacre de Múnich u Operación Ikrit y Biraam (4). Hostigado, asediado, aterrado, Issa no perdonó: puntualmente a las 00.04, subió al helicóptero oriental y empuñó su fusil AK-47 para disparar a mansalva contra cuatro de los israelíes secuestrados quienes, en vano, se habían empeñado en deshacerse de las ataduras que obstaculizaban su libertad, Yakob Springer, Eliezer Halfin, Ze'ev Friedman y David Berger. Este último, si bien subsistió a la impiadosa balacera, murió carbonizado luego de perder la conciencia por inhalación de humo, al detonar la granada de mano que el líder de Setiembre Negro arrojara a la cabina de la aeronave.
La réplica del personal bajo la dirección de Schrieber no tardó en materializarse. Issa, en estado de enajenación, la emprendió a tiro limpio contra el grueso de los efectivos dispuestos, con lo que resultó abatido en la pista de aterrizaje, al igual que Khalid Jawad, alcanzado por un milimétrico shot de uno de los francotiradores.
¿Misión cumplida? ¡Ni hablar! A diferencia de lo que le había hecho creer el intendente de la villa olímpica, Walther Trogher, el Alguacil se desayunó con que no eran cinco, sino ocho, los componentes de Septiembre Negro. De otra manera, no habría tenido cabida el asesinato de los cinco cautivos restantes, Jossef Gutfreund, Amitzur Shapira, Mark Slavin, Moshé Weinberg y André Spitzer, ametrallados a quemarropa por Adnan Al Gashey -quien gatilló un promedio de cuatro veces a cada una de sus víctimas- en el helicóptero occidental, antes de intentar la misma estéril huida que su compañero extremista, Mohammed Safady, aprehendido por las fuerzas policiales tras recibir un disparo en una de sus piernas. El corolario del ya largamente frustrado operativo de rescate lo constituyó la encerrona que a fuerza de gases lacrimógenos se le realizara al octavo fedayín, Yusuf Nazzal, ultimado a la 01.30 AM después de un fugaz tiroteo.
Ignorante del auténtico desastre que se había producido, la prensaespecializada, fundamentalmentela agencia de noticia británica Reuters, no hacía sino emitir partes por demás optimistas respecto de la
suerte que habían corrido los nueve israelíes tomados como rehenes, en sintonía con la proclama del vocero del gobierno de Alemania Occidental, Conrad Ahlers, quien no escatimaba loas para el dispositivo montado por Schieber. Inclusive, la Primera Ministro del Estado de Israel, Golda Meir,
amén de celebrar la buena nueva con su gabinete, se comunicó telefónicamente con los familiares de los cautivos para ofrendarles sus plácemes. Recién sobre las 03.17 de la madrugada, los medios se atuvieron a la infausta realidad, a través del periodista estadounidense James McManus, por el que el mundo obtuvo la primicia de que habían muerto la totalidad de los secuestrados, cinco terroristas y un agente policial.
Enteramente devastada por la desaparición de su amado, Ankie Spizter, esposa del difunto referee de esgrima, viajó a Alemania el día posterior a la matanza. Una vez se personara en el departamento número 1 de la Manzana 31 de la villa olímpica, en el que su cónyuge transcurriera el último de su vida, se juramentó honrar la memoria de su compañero contribuyendo irrenunciablemente al esclarecimiento de la tragedia. Sobre todo, producto de la desidia de las autoridades germanas, que durante más de dos decadas refutaran sistemáticamente la especie que rezaba acerca de la existencia de una investigación oficial acerca de la Masacre de Múnich.
Fruto de su admirable perseverancia, la viuda de Spizter obtuvo su gratificación. Si bien nunca trascendió el paradero de la fuente anónima -aunque de estrecho lazo con las esferas
gubernamentales- que en la primavera de 1992 (exactamente a 20 años del monstruoso crimen) le hiciera llegar el informe completo, que constaba de 3800 páginas, Ankie Spitzer contó con la asistencia del exoficial del Ejército de Estados Unidos, Leroy Thompson, encargado de la custodia de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, a la par que escritor de más de 30 libros en materia de seguridad, a fines de interpretar la valiosísima documentación de la que se había hecho acreedora.
Lapidario en su exhaustivo análisis, Thompson halló, más que errores, horrores en el operativo pergeñado por Manfred Schreiber. Como primera medida, pese a admitir que se presupusiera improbable detectar la intrusión de dos terroristas contratados para obrar en la construcción, lo que les permitió elucubrar pormenorizadamente el golpe, no lograba comprender que ninguno de los 2000 efectivos afectados a la vigilancia de la villa olímpica, aun desarmados, no percibiera la más mínima anomalía, al margen de que al comando palestino le facilitara su ingreso los trasnochados deportistas de USA. No dudó, a su vez, en calificar de excesivo el armonioso clima que se pretendiera imprimirle a los JJ.OO, lo que incidió negativamente en el protocolo de custodia.
Poco le importó al exmilitar norteamericano que Manfred Schreiber declinara aportar su testimonio para la investigación o que la práctica mayoría de los testigos hubiera fallecido e, incluso, confabulado para silenciar las irregularidades cometidas en el dispositivo. Más pronto que tarde, Thompson descubrió que no podía sino resultar fracasada la operación si el Comité de Crisis convocado para lidiar con el trágico episodio estaba compuesto por sólo un funcionario policial, o sea, el Alguacil, y dos políticos, Hans-Dietrich Genser y Bruno Merck, ministros del Interior de Alemania Occidental y del Estado de Baviera, respectivamente, así como por el intendente de la Villa Olímpica, Walther Troger, absolutamente legos en cuestión de seguridad.
Más: en todo dispositivo de rescate que se precie, tanto los civiles como el periodismo deben ser desalojados de la zona de conflicto. En contraste, Schreiber ordenó el procedimiento con 80.000 personas rodeando el perímetro del predio, hoy devenido en complejo habitacional.
Otra de las garrafales equivocaciones en que incurrió el ex Jefe de Policía muniqués residió en su desconocimiento del accionar del enemigo, de vital importancia para el éxito de la empresa. Jamás notó que los integrantes de Setiembre Negro se habían enfundado en pintorescos disfraces porque, llegado el caso, estaban dispuestos a entablar negociaciones proclives a salvar sus vidas. Si hubieran emprendido una misión eminentemente suicida, habrían actuado a cara lavada.
Huelga decir que, en ese sentido, tampoco tenía la menor idea del tipo de arma con que contaba la célula extremista natural de Palestina. Los extremistas portaban fusiles AK- 47, concebidos para mantener su seguro siempre activado. De ese modo, se requieren al menos dos segundos para preparar el disparo, lo que obliga a utilizar indefectiblemente el dedo habitualmente empleado para gatillar. Ese lapso, en apariencia imperceptible, le habría posibilitado a los hombres de Schreiber eliminar con celeridad al adversario. O no...
Fuera de haberse sorprendido al confesarle Heinz Hohensinn, uno de los 13 agentes dispuestos en el techo del edificio principal de la Connollystrasse 31, que ninguno de ellos era un tirador experimentado, desconcertó a Leroy Thompson dar con el auténtico motivo por el que el propio gestor del malogrado Operativo Sonnenschein ordenó la inesperada retirada. Es cierto que pesó el hecho de que los fedayines advirtieran los movimientos de los efectivos a instancias de la transmisión in situ de los canales de TV, pero más aun, un sonado procedimiento que en 1971 protagonizara Shcreiber. Entonces, como responsable de una toma de rehenes en un banco de la ciudad de Múnich, el Alguacil instó a sus subordinados a abrir fuego contra los malvivientes, cuya contraofensiva derivó en la muerte de una mujer inocente. Por tanto, Schreiber fue acusado de homicidio culposo. Aunque a posteriori le fueran retirados los cargos, el experto en seguridad estadounidense aseveró que el episodio alteró la capacidad del alemán para adoptar resoluciones en situaciones extremas.
Focalizado por fin en la estrategia implementada por Schreiber proclive a liberar con vida a los miembros de la delegación israelí en Fürstenfeldbruck, Thompson certificó que el desastre que siguió a la intervención policial no le cabía únicamente a la impericia del Alguacil. De ninguna manera se podría culparlo de que los agentes encubiertos a los que se les había consignado la tarea de disparar contra los terroristas en el avión, decidieran a bordo, sin consultar a su superior, que por mayoría de votos se rehusaran a proceder, ni de que los pilotos de los helicópteros aterrizaran de modo tal que le obstruyeran el ángulo de tiro idóneo a los francotiradores posicionados en la pista.
Desde ya, también excedía a Schreiber que, de resultar sobrepasado el cuerpo policial, una ley que se remonta a la culminación de la Segunda Guerra Mundial impidiera a las fuerzas armadas alemanas intervenir en conflictos internos, cuyo equipo de francotiradores gozaba de una reputación inmejorable. Sin embargo, el Alguacil, a sabiendas de tal factor limitante, jamás se encomendó a la labor de crear un comando, cuanto menos, semejante, apto para cumplir decorosamente en una misión tan delicada. Ya de movida, los cinco francotiradores estaban en desventaja numérica frente al enemigo, pues aun pese a la afirmación de Troger -creída a pies juntillas por el Jefe de Policía muniqués-, eran ocho los terroristas. Además, los francotiradores apostados en la torre de control no sólo disponían de una iluminación insuficiente para desempeñarse en sus funciones, sino que a su vez estaban provistos con armamento de rendimiento inferior al que usualmente empleaba la policía local. Increíble.
Fehacientemente expuestas las falencias del operativo diagramado por Manfred Schreiber, Ankie Spitzer, a quien se plegó Ilana, la esposa del mutilado halterófilo Yossef Romano, inició una infatigable cruzada en procura de que el gobierno alemán reconociese su incompetencia. A regañadientes, las autoridades apenas permitieron a las viudas de los israelíes acceder a una escueta sección de la investigación oficial, de la que sobresalen las fotografías de los restos mortales de Romano -"Hasta ese día (el del secuestro y posterior asesinato), recordaba a Yossef como un joven con una gran sonrisa. Hasta ese momento, me acordaba de los hoyuelos de sus mejillas. En aquel momento, se me borró completamente el Yossi que conocía", declaró en diciembre de 2015 su exesposa al periódico New York Times- y de Spitzer. Por lo demás, transcurrirían tanto como 12 años para que los popes gubernamentales ofrecieran un resarcimiento -económico- a las inclaudicables damnificadas, a las que de ningún modo contentó.
Hasta entonces, la única medida en apariencia atinada que promulgaran las esferas superiores germanas fue, como consecuencia de la Masacre de Múnich, la formación del comando de elite antiterrorista GSG 9 der Bundespolizei, bajo la órbita de Hans-Dietrich Genser. Perpetrada, no obstante, la toma de un avión perteneciente a la compañía aérea Lufthansa, el 29 de octubre de 1972 -, el gobierno de Alemania vaciló ante la petición de los captores y otorgó su libertad a los tres fedayines encarcelados en ese país desde el frustrado operativo de rescate de la madrugada del 6 de setiembre, sin atisbar siquiera a consultar al Estado de Israel al respecto.
Desde el mismísimo 5 de setiembre de 1972, jornada en que se iniciara la catástrofe, Golda Meir se obcecó en vengar las muertes de sus once compatriotas. Luego de exhortar al resto del mundo a censurar el criminal atentado, a lo que suscribieron inclusive países de habla árabe, como Jordania, la Primera Ministro israelí sólo tardó tres días en ordenar el bombardeo aéreo a las bases de operaciones de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), emplazadas en Siria -allí fueron inhumados con honores militares los cinco secuestradores caídos en la Masacre de Múnich- y Líbano, que trajo aparejada la muerte de 200 personas, entre civiles y terroristas fedayines.
Habida cuenta del lanzamiento encubierto de la misión conocida como Operación Cólera de Dios u Operación Bayoneta (5), encomendada al servicio de inteligencia Mossad a través de Meir y el Comité de Defensa israelí, a efectos de liquidar a los integrantes de Setiembre Negro y del OLP, se logró localizar y ultimar a los extremistas a Wael 'Aadel Zwaiter y a Mohammad Hamshiri, en Italia y Francia, respectivamente, a fines de aquel año.
Durante el trascurso del mes de abril de 1973, asimismo, la tenaz Jefa de Gobierno promovió el operativo Primavera de Juventud, en el que luego de un paciente trabajo de incógnito, las Fuerzas de Defensa de Israel allanaron la residencia en Líbano en la que moraban tres ilustres dirigentes del OLP: Muhammad Youssef Al-Najjar, Kamal Adwan y Kamal Nasser. En el ulterior enfrentamiento en las costas de Beirut, no sólo perecieron los elementos terroristas, sino también integrantes de las tropas israelitas y libanesas, así como pacíficos turistas que sólo se habían predispuesto a disfrutar de un plácido día de playa. Completaron el dispositivo las voladuras del cuartel general del Frente Popular Para la Liberación Palestina (FPLP) y una fábrica de explosivos de la agrupación político-militar Al Fatah, otrora comandada por Yassir Arafat.
Posteriormente a haber abatido a uno de los autores intelectuales de los golpes perpetrados por Septiembre Negro, Mohammad Boudi, oriundo de Argelia, un episodio acaecido el 21 de julio de 1973, en Lillehammer (Noruega), redundó en la muerte del marroquí Ahmed Bouchiki. Hermano de Chiko Bouchikhi, uno de los fundadores del legendario grupo hispanofrancés Gipsy Kings, la víctima fue inclementemente asesinada al confundirlo el Mossad con Ali Hasan Salameh, exponente de Setiembre Negro. Si bien en principio el irreparable error les costó a los miembros del servicio de inteligencia israelí ser puestos en custodia, idearon después de su deportación una estrategia de largo alcance que les posibilitó individualizar a Salameh, a quien eliminaron el 22 de enero de 1979 al provocar la detonación de un coche bomba. La sed de desquite del Estado de Israel ni siquiera mermó con la muerte de uno de los últimos de los secuestradores sobrevivientes de la Masacre de Múnich, Mohammed Daoud Oudeh -apodado Abu Daoud-, el 3 de julio de 2010 a causa de una disfunción renal.
Respecto del discontinuado desarrollo de los Juegos Olímpicos, el torneo sólo se interrumpió durante la jornada en que se desataron los fatales acontecimientos, en coincidencia con el enfrentamiento futbolístico entre la Selección anftriona y Hungría, por lo que, en compensación, se resolvió que en lugar del 10 de setiembre, culminara al día siguiente.
El oficio en conmemoración de los fallecidos en el atentado, ofrecido el 6/9 en el Estadio Olímpico de Múnich, al que asistieron 80.000 espectadores y 3.000 atletas, estuvo signado por una serie de sucesos que mancillaron la memoria de los difuntos. Después de haber emitido Avery Brundage, entonces presidente del COI, un mezquino discurso en el que omitió mencionar a los israelíes masacrados, se dictaminó se izara a media asta la bandera olímpica, junto con las insignias de los equipos participantes en el certamen, lo que rechazó el grueso de las naciones árabes, pues consideraban que de ese modo se sometían a merced del Estado de Israel, cuya disminuida delegación se retiraría de la competencia 24 horas más tarde. Ni siquiera a la nutrida concurrencia se le permitió expresarse libremente: los efectivos policiales les quitaron a sus dueños un cartel en el que se leía la siguiente frase, elocuente : "17 muertos, ¿ya olvidados?", tras lo cual los intimaron a abandonar el recinto.
Con todo, los deportistas lograron abstraerse de la trágica atmósfera que los circundaba para conseguir resultados sorprendentes. Más allá de la encomiable performance de Mark Spitz, el fondista finlandés Lasse Virén continuó el legado de Hannes Kolehmainen y Emil Zátopek -la Locomotora Humana- para adjudicarse en su debut olímpico las pruebas de 5.000 y 10.000 metros (6). Por su parte, el soviético Vasily Alekseyev, considerado uno de los mejores halterófilos de todos los tiempos, se adjudicó en su presentación absoluta la categoría de + 110 kilogramos de peso corporal, al totalizar 645 kgs en la sumatoria de los tres movimientos de los que entonces constaba la disciplina (7). A su vez, el luchador de USA, Dan Gable, se acreditó la competición de estilo libre (+ 68 kgs) sin puntuación en su contra, aun pese a padecer una lesión en su rodilla derecha y siete puntos de sutura en su cabeza desde la fase preliminar de confrontaciones, así como la nadadora australiana Shane Gould cosechó tres medallas de oro con tan sólo quince años de edad. Por último, el que dio en llamarse el "Partido más controvertido de la historia del básquet internacional". En el marco de la Guerra Fría, el equipo de URSS superó agónicamente a Estados Unidos por 51 a 50 luego de que el tanteador, cuando restaban tres segundos para el epílogo del cotejo, le concediera la victoria a los norteamericanos (50-49), lo que movió al conjunto estadounidense a negarse a subir al podio en la entrega de premios.
Tamañas proezas, tantos récords batidos se erigieron como el mejor tributo que los atletas rindieron a sus colegas israelíes; inclusive, el único. Es que durante las ediciones que prosiguieron a los JJ.OO de Múnich, los directivos del Comité Olímpico jamás se pronunciaron en homenaje a las víctimas del despiadado atentado. Ni siquiera, en Londres 2012, al cumplirse el cuatrigésimo aniversario del secuestro y asesinato masivos. Sin embargo, se confirmó que el próximo 14 de agosto, ya en plena celebración del certamen de Río de Janeiro -el primero en la historia en disputarse en América del Sur-, se brindará un acto en conmemoración de los 11 caídos en la masacre perpetrada por los extremistas palestinos. El actual titular del COI, el alemán Thomas Bach, comprendió que aun pese a que transcurrieran 44 años desde el catastrófico acontecimiento, nunca es demasiado tarde para evocar el honor de los mártires. Será justicia.
(1) La medalla de oro correspondió al equipo de la ex Yugoslavia, que se adjudicó la primera colocación en el cuadrangular final. El handball femenino recién sería presentado como disciplina olímpica en Montreal 1976.
(2) Su récord individual de siete medallas de oro en Múnich '72 sería superado por su coterráneo Michael Phelps, quien en los JJ.OO de Pekín 2008 sumaría ocho. Spitz ya se había acreditado dos medallas de oro, una de plata y otra de bronce en México 1968.
(3) Comité Olímpico Internacional
(4) Ikrim y Biraat eran dos aldeas palestinas cuyos habitantes fueron despojados de sus viviendas y posteriormente expulsados por el escuadrón paramilitar israelí conocido como Haganá, en 1948.
(5) El operativo inspiró a Steven Spielberg, de credo judío, a concebir el filme Múnich (2005), con actuación estelar de Eric Bana y Daniel Craig. A su vez, cimientan su argumento en el criminal atentado las siguientes obras : 21 horas en Múnich (1976) y Un día en septiembre, estrenada en 1999, en el que a través de entrevistas y material periodístico de archivo se reconstruyen las alternativas de las 21 horas que mantuvieron el vilo al mundo entero. Inclusive, se logró acceder al testimonio del último fedayín con vida en participar activamente del trágico secuestro, Jamal Al-Gashey. Este largometraje fue galardonado en 2000 con el premio Oscar al mejor largometraje.
(6) Lasse Virén emularía tal proeza en la edición subsiguiente, Montreal 1976.
(7) Los JJ.OO de Múnich fueron los últimos en los que se incluyó el clean y press en la prueba de halterofilia. De allí en adelante, el levantamiento de pesas sólo contempla dos movimientos: arrancada y dos tiempos o envión.
(8) Menos de una década después de los Juegos Olímpicos de 1972, un nuevo atentado -en rigor, el más importante desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial- volvió a sacudir los cimientos de la ciudad de Múnich. Durante la fiesta del Oktorberfest -la más popular de Alemania-, el 26 de setiembre de 1980, el estallido de una bomba en una de las puertas de acceso a la celebración mató a 13 personas e hirió a más de 200. Entre los fallecidos, Gundolf Kohler, estudiante germano vinculado al grupo de extrema derecha Wehrsportgruppe Hoffmann, el único terrorista al que se le adjudicara el brutal crimen. No obstante, Andreas Kramer, hijo de Johannes Kramer, quien se desempeñara en el Servicio Federal de Inteligencia alemán BND, prestó juramento en un Tribunal de Luxemburgo, en el que aseveró que su padre, amén de estar ligado a agrupaciones extremistas y anticomunistas, como Gladio-Stay Behind, fue el responsable de la tragedia del Oktorberfest, así como de no menos de 20 atentados perpetrados en su zona de influencia entre 1984 y 1985.
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