domingo, 15 de mayo de 2016

     
                     Malvinas y el rock: cuando la música desafina 

                                                    

          La repugnancia que a los hombres de verde siempre les despertó su obra constituía un muro infranqueable, proclive a perpetuarse. No obstante, la onda expansiva del estallido de la Guerra de las Islas Malvinas les otorgó la chance de enseñar lo suyo como nunca antes. Las solemnidades que abrazaban la gesta patriótica se sucedían una tras otra. Por caso, la prohibición de difundir música en inglés ordenada por los jerarcas del Proceso de Reorganización Nacional. Esta controvertida decisión favoreció, por consiguiente, la divulgación de las propuestas de los artistas de habla hispana y, fundamentalmente, del llamado Rock Nacional, cuyos referentes habían sufrido la persecución dictatorial desde perspectivas diversas.
         Algunas de las canciones de Luis Alberto Spinetta y León Gieco, por ejemplo, integraban la lista de 242 temas prohibidos que circulaba por los medios; Miguel Cantilo, en tanto, fue conminado a exiliarse en Europa en la década de 1970, para retornar al país a comienzos de 1980, y reflotar la afamada dupla Pedro y Pablo, a la par que oficiaba de vocalista en el moderno grupo Punch; y como no podía ser de otra manera, la intolerancia y el prejuicio imperantes condujeron a los rockeros, tildados entre otros improperios de melenudos, hippies, marxistas y subversivos, a la práctica totalidad de los calabozos de la Ciudad de Buenos Aires y su periferia.
         Pese a que militares y músicos se juraban en las antípodas, la enrarecida atmósfera que propiciaba el conflicto bélico en las australes islas fue la que posibilitó la ¿feliz? coincidencia entre ambos bandos: cooperar con las tropas argentinas destinadas al combate.
         Aunque el inicio de las tratativas correspondió al ambiente artístico, a instancias de las figuras de Spinetta, Javier Martínez -que por aquellos años encabezó el resurgimiento de Manal- y Norberto Pappo Napolitano, a un mes del inicio de las hostilidades entre Argentina y Gran Bretaña, pocos días después del traicionero hundimiento del Crucero ARA General Belgrano, las autoridades del gobierno de facto encomendaron la organización de un multitudinario concierto a Daniel Grinbank, Alberto Ohanián, Oscar López y Pity Yñurrigarro, productores líderes de la industria del rock, cuyo pujante público consideraban fundamental para el éxito de la empresa. Motivos no les faltaban, habida cuenta de la escasa repercusión que entonces acababa de obtener un show ofrecido en el Stadium Luna Park, que adhería a la causa Malvinas, al que habían asistido, a excepción de los rockeros, los emblemas de la mayoría de los géneros musicales más populares.
         Eso sí, mientras los gestores del megaconcierto fijado para el domingo 16 de mayo de 1982 continuaban deliberando acerca del sitio más adecuado para montar el espectáculo -la intención de los autoridades castrenses consistía en celebrar el evento en la riverplatense avenida Udaondo- a menos de una semana de su apertura, las entradas ya estaban a la venta. ¿El precio? La donación de ropa de abrigo, alimentos no perecederos, cigarrillos y similares que serían recolectados por camiones del Ejército especialmente designados para la ocasión.
          Cuando por fin se resolvió que la cancha de rugby del Club Atlético Obras Sanitarias fuera el escenario que albergara el trascendental acontecimiento, afloraron cuestiones inherentes a la seguridad que conspiraban contra su iniciación. Amén de la carencia de bomberos y ambulancias indispensables para convocatorias de tamaña magnitud, las esferas superiores de la Policía Federal determinaron que sólo 20 de sus hombres bastarían para garantizar las condiciones y el orden necesarios a los casi 70.000 concurrentes que rebasaron la capacidad del recinto, lo que obligó a otros 40.000 a permanecer al margen del anunciado show.
          Finalmente, las voces que abogaban por la suspensión del espectáculo resultaron acalladas y aquéllos que no lograron acceder al estadio de Obras asimilaron el mal trago sin promover incidente alguno.
 

                                               
                                                   El des-concierto


                                 
       "Mucho de rock, algo de paz", rezaba el slogan del denominado Festival de la Solidaridad Latinoamericana, transmitido en vivo y en directo por Canal 9 (1), y las Radios Del Plata y Rivadavia, en Frecuencia Modulada (FM).
           Después de que los imponentes parlantes incitasen a los entusiastas espectadores a entonar al unísono las estrofas del Himno Nacional, el Dúo Fantasía emergió en escena a las cinco de la tarde con la misión de inaugurar el recital, en ocasión de un clima desfavorable: al otoñal frescor característico del mes de mayo se plegó una torrencial lluvia que parecía especialmente ensañada con la metrópoli porteña.
           Sin embargo, el público adhirió con fervor a temas como Corrientes esquina tango, lo que le permitió a Gabriel Maccioco y Luis Viola elevar las sensaciones térmicas a punto tal que en virtud de la presentación de Ricardo Soulé la cancha de rugby de Obras Sanitarias mutara en abigarrada discoteca al aire libre.
           El fundador de la legendaria banda Vox Dei se destacó con temas de dos de sus discos solistas: 
Vuelta a casa y Romances de gesta, que pusieron de manifiesto no sólo sus dotes de compositor, sino también la aceptación del receptivo gentío, que le tributó un sentido aplauso.
           Acto seguido, irrumpió en las tablas uno de los artistas más esperados de la jornada: Miguel Cantilo, quien en tándem con Jorge Durietz resucitó a Pedro y Pablo del averno de la proscripción (2).
            No obstante el nuevo repertorio ofrecido por el dueto, fue La gente del futuro, consumado hit de Punch el que provocó el éxtasis y la emoción del monstruo de 70.000 cabezas, acaso porque su llamamiento a "edificar un mañana total" constituía un mensaje esperanzador como ninguno para la Argentina de aquella época, sumida en el abismo de una lacerante guerra.
            En contrapartida con las gratas actuaciones de Rubén Rada y la yunta Oscar Moro/Beto Satragni -apuntalada en guitarra eléctrica por un semidesconocido Ricardo Mollo, a posteriori pieza vital de Sumo-, la opaca performance de Litto Nebbia, cuya vibra apenas se apreció con nitidez en Sólo se trata de vivir, un auténtico clásico con el que en 1982 el rosarino recién se aprestaba a deleitar a quien quisiera oírlo.
            Al tiempo que las inclementes precipitaciones, ocurrió el momento tan esperado por los amantes del rock crudo y visceral, puesto que los ascendentes Dulces 16, con Pappo como invitado de lujo, se predispusieron a estremecer a la muchedumbre con canciones como Para tocar rock and roll o Fiesta Cervezal, propiedad esta última del Carpo.
            Tantor, terceto conformado por Rodolfo García, Machi Rufino y Héctor Starc, fue el encargado de manter viva la llama de calentura que le habían legado sus precedesores con interpretaciones del que sería su único álbum, homónimo, como Oreja y vuelta al ruedo, aunque sin conseguir que la multitud
entrase en temperatura de ebullición. Es que había de templar las almas de modo tal que el sinfín de cuerpos que las contenían se rindiesen ante la poesía del inigualable Flaco Spinetta.
             Acompañado por los tecladistas Leonardo Sujatovich y Diego Rapoport, Luis Alberto se lució con un set símil unplugged, compuesto de joyas como Barro tal vez -que con el tiempo se convertiría en uno de los mayores éxitos spinetteanos, versionado por artistas de la talla de Mercedes Sosa- y Ella también, incluidos en Kamikaze, la placa que el ex Almendra, Invisible y Pescado Rabioso editó ese año.
            Posteriormente, apareció en el escenario Nito Mestre, otro baluarte de la década del '70, aunque procurara desligarse del glorioso pasado que le había deparado Sui Generis. De ahí que se remitiera a 20/10, el larga duración con que en 1981 había iniciado su carrera solista, del cual destacó, fundamentalmente, Ayer tiré viejas hojas.
            Nobleza obliga, la correcta labor de Mestre se potenció en el preciso instante en que a él se acopló León Gieco y juntos tocaron La colina de la vida, lo que redundó en una estruendosa sucesión de vítores por parte del público.

                                                         

            Consigo,el santafesino se había traído a Antonio Tarragó Ros, quien le imprimió a un festival eminentemente rockero la dosis precisa del mejor chamamé con objeto de que los concurrentes se apartasen de los rótulos y se contagiaran de las pegadizas melodías litoraleñas, con lo que el correntino se ganó holgadamente el voto de la multitud.
            Conforme a la camaradería reinante entre los músicos, Gieco, previo a abandonar el escenario en pos de un breve intervalo, convocó a Raúl Porchetto para ejecutar a dúo una magnífica versión de En el fondo del cielo, un homenaje del autor de Bailando en las veredas a su entonces pequeña hija.
             De inmediato, Porchetto ofició de maestro de ceremonias al invitar a Charly García, David Lebón y Alfredo Toth (3), para deslumbrar con una verdadera gema: Sentado en el umbral de Dios, inmejorable como para dedicársela a los culpables del desencadenamiento de la guerra ("¿Quién fue el que quitó el sol de sus cabezas? ¿Quién fue que les quitó su amor? ¿Cómo podría parar las lluvias de sus frentes? ¿Cómo hacerlos que vuelvan a este umbral?").
              Luego de ser aclamados hasta lo indecible, el susodicho cuarteto se partió por la mitad. García y Lebón -creadores del enorme Serú Girán, cuya disolución se había producido sólo dos meses antes del histórico evento- acapararon íntegramente la atención de los espectadores tanto para ofrendar una exquisita pieza perteneciente al conjunto alguna vez bautizado como los Beatles Argentinos: San Francisco y el lobo, como para descollar con Música del alma, del repertorio de la efímera aunque talentosa agrupación Porsuigieco.
               El contraste con la gélida y tormentosa noche lo supuso el abrasador calor del instante cúlmine de la jornada. Miles y miles de corazones trepidaron en cuanto Charly, Lebón, Gieco, Mestre y -por supuesto- Porchetto, su autor, recitaron los versos de Algo de paz, el tema que (in)intencionalmente más se emparentaba con el lema del festival.
               La embelesada congregación, de pie y blandiendo encendedores, se rehusaba a abandonar el estadio, pues intuía una yapa, un plus, un bis, como mínimo. Vaya si acertaron: García y Nito Mestre, finalmente, sucumbieron a la tentación de revivir Sui Generis y se florecieron con una remozada versión de Rasguña las piedras.
               Tal como había sido pautado de antemano, el último número de la prolongada función culminó su presentación puntualmente, a las 21. Mientras la desconcentración del público transcurría pacíficamente, hicieron falta no 20, sino ¡50! camiones para depositar los viveres donados y enviarlos a sus destinatarios originales: las huestes argentinas que batallaban contra la guarnición británica en las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur. Al fin y al cabo, ¿no era ésa la finalidad primordial? Evidentemente, no...

                               
                             ¿Colaboración o colaboracionismo?          

               En el backstage, ni bien hubo concluido el multitudinario recital, todo era vasos y besos, tal como el título del tema y segundo disco de Los Abuelos de la nada, ilustres ausentes aun pese a la aceptación masiva que en 1982, producto de la edición de la placa debut de su segunda formación, empezaban a usufructuar.
               Los músicos en pleno coincidieron en que el festival había sido "impresionante por la espectacular convocatoria de público", al tiempo que aseveraron que el rock era (es) "una fuerza popular y nacional como ninguna otra".
               Desde ya, la buena fe de los encumbrados artistas no había resultado capaz de descubrir el vil engaño al que los habían sometido los capitostes del Proceso, mucho antes incluso del megaconcierto del 16 de mayo de 1982. No era de extrañar: al igual que el resto de los habitantes del suelo patrio, habían sido anestesiados por el chauvinismo y falso patriotismo que destilaban ciertos medios gráficos y televisivos, como la revista Gente y los encabezados de sus tapas -"Vamos Ganando"- o los partes supuestamente triunfales provenientes del foco de conflicto belicista, difundidos por el canal estatal ATC (hoy TV Pública),
fundamentalmente, a través del periodista José Gómez Fuentes ("La guerra va a terminar...triunfante").
              De repente, el lunes 14 de junio, tan sólo 48 horas después de que el papa Juan Pablo II hubiera abandonado el país tras su primera visita, en la que vanamente bregó por el fin del enfrentamiento armado, la nación celeste y blanca se desayunó con la inesperada capitulación de las fuerzas argentina en las islas australes. Por ello, el progresivo desmoronamiento del Proceso, que redundó en la revelación de los sistemáticos fraudes en los que sus altos mandos habían incurrido.
               La mayor colecta solidaria que registra nuestra historia, denominada Fondo Patriótico Malvinas Argentinas, se implementó el 15/04/1982, con objeto de recaudar fondos y solventar las operaciones de las fuerzas desplegadas en el Atlántico Sur. En ese sentido, mediante la transmisión del programa ómnibus 24 horas por Malvinas (ATC), conducido por Lidia Pinky Satragno y Norberto Palese -más conocido como Cacho Fontana-, se recaudaron 54.000.000 de dólares, entre las donaciones realizadas por celebridades como Diego Armando Maradona, Juan Manuel Fangio, Daniel Alberto Passarella, Mirtha Legrand, Jorge Porcel, Alberto OlmedoAstor Piazzolla y Susana Giménez, y las de los ciudadanos de a pie, en concepto de cheques, acciones, televisores, automóviles, departamentos y hasta lingotes de oro, entre otros, a los que en su inmensa mayoría no se los empleó para su propósito original.

                                             
              Otro tanto sucedió con el controvertido Festival de Solidaridad Latinoamericana. Según declaró el vicecomodoro Juan Carlos Rogani, Gerente de Planeamiento y Control de Gestión de ATC (1976-1983), "los elementos sin valor comercial (N.d la R: ciertas prendas de vestir, bufandas, cuadros o cartas) terminaron en la basura porque era muy caro y peligroso enviarlos a destino; sobre todo, con la interrupción del puente aéreo con el continente por las acciones amigas".
               El testimonio del responsable de las finanzas del enfrentamiento armado, Manuel Solanet, Secretario de Hacienda (1981-1982) y segundo del entonces Ministro de Economía, Roberto Alemann, reforzó los conceptos vertidos por Rogani. "Ese tipo de esfuerzos ciudadanos constituía todo un problema para las Fuerzas Armadas. No había forma de hacer llegar a las tropas la inmensa cantidad de bufandas, comestibles y otros productos que el impulso patriótico generó en todo el país (4). Era extremadamente delicado no responder a los donantes cumpliendo con su deseo", afirmó el funcionario del gobierno de facto.
               Producto de la inexorable retirada de la junta militar, no sólo arreciaba el repudio hacia la persona de Leopoldo Fortunato Galtieri -y compañía-, sino asimismo contra todo aquél al que se lo sindicara como cómplice o colaboracionista de la dictadura, como le ocurrió a los músicos que participaron en el sumamente concurrido recital del 16 de mayo. Peor aun, las críticas más mordaces provenían de sus propios colegas.
                A ese respecto, Pil Trafa, cantante de Los Violadores, uno de los pocos grupos que se negó a actuar en el evento, aseguró: "Si el rock es rebelde, ahí nadie se rebeló; levantaron la alfombra y metieron la basura abajo. Salvo Spinetta, que se sintió usado, ninguno fue capaz de una autocrítica".
                 Por su parte, Marcelo Moura, que reemplazó a su fallecido hermano Federico como frontman de Virus,  fue más contemplativo en su argumento que el vocalista del mítico conjunto punk: "Siempre hago la salvedad de que toda la gente que intervino lo hizo con la creencia de que se iba a juntar dinero para enviar a los soldados. Sé que lo hicieron de corazón".
                 No obstante, fue más enfático al explicitar la razón de fuste por las que el conjunto platense desechó la oferta de asistir al polémico festival: "Nosotros tuvimos la desgracia de que el 8 de marzo de 1977, viene un grupo de tareas a mi casa a buscar a mi hermano, de cerca de 100 personas (5). Jorge no estaba. Estuvimos detenidos nosotros, seis o siete horas, a la espera de él. Cuando llegan, se lo llevan". Y añadió: "Conocíamos una realidad que mucha gente no. Por eso mismo, cuando nos citaron para ese recital dijimos '¡NO! Esto no va a ir a parar en absoluto a los soldados. Fue una decisión difícil, nos trajo como consecuencia borrarnos del mapa y de todos los cosas que organizaba el gobierno y todos los medios que ellos controlaban. Había que estar en ese momento diciendo que no. Ahora es más fácil, sencillo".
                 A propósito, Virus, cuyos detractores tachaban de frívolo y pasatista fue, paradójicamente, el grupo que, con la edición de su segunda LP, Recrudece, reprodujo con mayor fidelidad la convulsionada coyuntura que atravesaba el país a mediados de 1982 como consecuencia de la guerra. No tanto por El banquete, tema que -a diferencia de lo que suele creerse- no alude específicamente al conflicto armado, sino por ¡Ay, qué mambo!, que refiere en exclusiva a la resolución de la dictadura de vetar la difusión de música en inglés -y el consecuente auge de las bandas locales- y la arenga belicista de Galtieri en Plaza de Mayo, previas al Festival de Solidaridad Latinoamericana. "...Hay todo un cambio: ahora el rock vendió el stock. Nuestra canción salió al balcón. ¿Hasta cuándo será este encanto? ¡Sólo rock, rock, rock; rock nacional!...en las radios...en los estadios...¡Rock, rock nacional!", versa esta joya cantada por Federico Moura con su inconfundible voz abaritonada.

                                         

             
              Si bien nunca rebatieron públicamente  los cuestionamientos de sus pares, los protagonistas estelares del mentado concierto, principalmente Raúl Porchetto y León Gieco, se replantearon su participación en el mismo con el trascurso de los años, aunque lejos de ensayar el mea culpa que les exigía Pil Trafa de Los Violadores.
              De acuerdo con su exposición, Porchetto padeció amenazas y presiones de un militar de alto rango en la inminencia del recital. "A mí, antes de subir, un coronel, con un (revólver calibre) 45 me dice: 'Che, Raúl, hoy no es para cantar Algo de Paz. No sé si entendés o no querés entender'. Yo subí con un miedo bárbaro, pero al final la terminé cantando y esa imagen dio la vuelta al mundo. Por eso, cuando alguien me dice que el Festival de la Solidaridad fue una colaboración, yo pienso: la ignorancia es atrevida", relató el oriundo de la localidad bonaerense de Mercedes.
               Gieco, a su vez, brindó una enérgica explicación acerca del único motivo que lo había llevado a intervenir en el evento: "Me llamaron para cantar Sólo le pido a Dios, un tema que los colimbas cantaban en Malvinas y solamente por eso fui. Lo único en que pensaba mientras lo cantaba era en los pibes que estaban pasando hambre y frío sin posibilidades de hacer nada. Seguidamente, agregó"Por lo demás, siempre me importó un carajo el tema del nacionalismo planteado en estos términos o la preocupación por dos islitas de mierda perdidas en el mar. No me acuerdo de los detalles ni de los otros músicos ni de la gente que fue (al festival)".
                Por más que suene a exabrupto, los repetidos atropellos cometidos por el Proceso acabaron por resultar altamente beneficiosos para nuestro país. Es cierto que, en medio, se desató una cruel guerra y con ella, se produjo la muerte de 649 compatriotas, que en comparación reduce al mínimo el debate en referencia a la implicación como colaboradores o colaboracionistas de la dictadura de los artistas que participaron del Festival de la Solidaridad Latinoamericana. Sin embargo, la paulatina exposición de sus fraudes -cruentos o no- significó el final de la junta militar, lo que posibilitó, a tono con la temática abordada en este artículo, que se fueran con su música a otra parte.



              (1) La conducción del espectáculo por Canal 9 correspondió a Juan Alberto Badía y Graciela Mancuso. A modo de preámbulo del mega concierto, Badía expresó: "La música progresiva nacional, que es parte de un lenguaje universal de amor y comunicación, se hace presente en este momento histórico para ratificar la voluntad constructiva de un pueblo en paz".
       
              (2) Durante el período en que ilegítimamente gobernó el Proceso de Reorganización Nacional, el dúo Pedro y Pablo se anunciaba como Cantilo-Durietz.

              (3) En ese entonces, Alfredo Toth era miembro estable de la banda que secundaba a Charly García al igual que Pablo Guyot y Willy Iturri, con quienes a posteriori fundaría GIT.

              (4) Las investigaciones referentes al fraude del Fondo Patriótico arrojaron que la cantidad de alimentos donados por el solidario pueblo argentino equivalía a medio millón de raciones de comida.

               (5) Jorge Horacio Moura fue el mayor de los hermanos varones -y el tercero de los hijos en orden cronólogico- concebidos  por la unión de Pico Moura y Velia Oliva. Si bien sentía atracción hacia la música, a diferencia de Federico, Julio y Marcelo, nunca llegó a dedicarse profesionalmente al mencionado rubro. Jorge es, hasta el día de hoy, uno de los miles de desaparecidos como consecuencia de la instauración del Terrorismo de Estado. No alcanzó siquiera a presenciar un recital de Virus, el emblemático grupo compuesto por tres de sus familiares por los que se desvelaba como un segundo padre.                                              
     




             
           
           
   

             
              
       
     
   
     

No hay comentarios.:

Publicar un comentario