miércoles, 15 de julio de 2015
Yo te vi...romper los códigos
Naciste. Enseguida nomás, te dedicaste a descifrar los trazos de información genética que te transmitió tu papá . Misión cumplida. Sos futbolero desde la cuna. Y socio de Independiente, aun sin foto en tu carnet. Vaya uno a saber el porqué del apuro de tu viejo, si tu hermano mayor le salió tan fana del Rojo como él. ¿Por qué habría de ser distinta la cosa con el recién llegado?
Ni siquiera habías aprendido a gatear, que el patriarca de la familia ya te llevaba a lo que alguna vez fuera la Doble Visera de Cemento. De visitante, también. Las entrañables Polaroids instantáneas te retrataron hasta el hartazgo con casaca y gorrito del Rojo, pese a que vos no te habían preguntado de qué cuadro querías ser. Tampoco es que había mucho para quejarse, eh. Si en esa época Independiente era el "Orgullo Nacional", tal como rezaba un antiguo hit tablonero que sus hinchas entonaban con pecho henchido.
Creciste. Ya estabas en primer grado. Hiciste de Fútbol de Primera y Todos los Goles tus programas de televisión preferidos. Y aunque apenas si sabías leer, te matabas con El Gráfico y Sólo Fútbol. Quizá entonces descubriste que el universo de la redonda no se limitaba exclusivamente a la gloriosa existencia del Club Atlético Independiente.
A la par, te avivaste de que no todos en tu casa se desvivían por la divisa roja. Tu abuela materna, por caso, que no hacía mucho se había mudado allí, era fana de River. Su primogénito, tan gallina como su madre, ya había emigrado a Australia, razón por la que a la jovata no le disgustaba sumar un nuevo millonario a la parentela. Después de todo, tu hipotética simpatía por la banda sangre no habría desentonado en absoluto, si al fin y al cabo River celebra el fútbol de galera y bastón igual que Independiente.
Por eso, te llevaron al Monumental aquella tarde de insoportable calor. Prometía ser un partidazo más de los tantos que con que deleitaran los dos cultores del paladar negro a través de la historia. Y la verdad es que el domingo 1 de marzo de 1987 resultó, resulta y resultará un día inolvidable. Y no por el cuaterno que se comió el Rojo, sino porque cuando sonó el pitazo final ya le habías hundido la trapera daga a tu papito. Tan solo seis años te había durado el ¿amor? por el Rojo...
Te vendiste.. Una vez más: no habría sido tan trágico que te hicieras de River. Es más, hasta hay quienes juran que no te habrían desheredado si hubieras suscrito el celeste y blanco de la vecina Academia de Avellaneda. Pero No. Vos estabas decidido a complicarla del todo.
Nadie se explica hasta el día de hoy cómo no lo mataste de un bobazo a tu viejo cuando le dijiste lo más campante que te habías hecho hincha de ¡¡¡Boca!!! con el asco que toda su vida le tuvo al azul y amarillo. Según vos, tu otro tío, el formoseño que paraba en La 12, no influyó para nada en tu conversión. Entonces, ¿quién? ¿O qué? Ni vos sabés la respuesta.
Al principio, tu papá creía que era un capricho pasajero. No por nada te seguía llevando a la cancha del Rojo, así como a ver los sábados los partidos de las Divisiones Inferiores. Se engañaba a sí mismo el pobre, queriendo autoconvencerse de que la cosa no iba a ser tan fulera . Después de todo, Independiente lo tenía de hijo mal a Boca y, al mismo tiempo, lo paseaba en copas internacionales.
Es cierto, quedó en orsai tu querido padre. No solo rompiste definitivamente uno de los códigos más sagrados, sino que le saliste de esos bosteros recalcitrantes que sienten debilidad por el "huevo', huevo', huevo'"; hincha de la hinchada, de los que con un ojo miraban el partido y con el otro se fijaban si la tribuna estaban llena o no ; y que, encima, no titubeaba en gritar con el alma un gol xeneize en la Visera, rodeado de hinchas del Rojo. Eso sí, te concedo la de la Supercopa '89. Era tu primer título con Boca, que no ganaba nada desde hacía ocho años, pero te quedaste mosca, aunque por dentro fueras un hervidero. Sabías que esa vez no te iban a perdonar. Bah, vos, siendo pendejo, seguro zafabas; a tu viejo, en cambio, seguro le habrían hecho saltar la chocolata.
Ojo que él también se la jugó por vos. Ok, nadie niega que cuando ya eras grandecito -y tu hermano ya le había tomado el gustito a la noche-, vos seguías acompañándolo a ver al Rojo, pero no por eso podés olvidarte de que gracias a tu viejo fuiste testigo en vivo y en directo de la vuelta al Xeneize de tu adorado Diego Armando (sí, el mismo que se mandó una jugada muy parecida a la tuya). Si ese año hasta terminó yendo más seguido a la Bombonera que a ver a su equipo favorito, que hasta ahí venía dulce.. No como tu Boquita, que ni con el mejor de todos pudo salir campeón.
Mientras tanto, vos, agazapado, esperabas tu oportunidad. Y llegó nomás. Con el nuevo siglo, te empachaste de vueltas olímpicas. En las chicanas familiares, podías por fin cerrarles el quetejedi a tu viejo y a tu hermano. Bostero, no solo los habías pasado en el historial, sino que, poco después, le afanaste el trono al Rey de Copas.
Faltaba más. Al descenso gallináceo, se sumó el del Rojo. Entonces, sí: todos tus rivales habían caído en desgracia. En ese preciso instante, sin embargo, te salió del alma reconstruir los códigos que habías hecho añicos y lloraste su pena junto a tu viejo. No era que le tenías lástima; por el contrario, estabas bascando a
futbolero de ley en la peor de las malas.
Al final, hay que reconocer que terminaste siendo un bostero derecho. Si bien no cambiarías por nada ni nadie tu amor por Boquita, tampoco le embarrás la cancha a tu viejo, quien -mirándote de refilón- transpiró la casaca como un condenado para que su nieta le saliera de Independiente.
De todas maneras, en algún momento tendrás que pagar por tu jugarreta. Así lo dicta el mandato divino del hincha de fóbal. Puede que sea demasiado castigo, eso sí, que el día de mañana tu pibe naciera de Boca y después se vendiera a River....Pero de ahí para abajo, Rojo de Avellaneda inclusive, bancátela.
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Buena nota Pablo, una verguenza pero desconocia la historia de Anderson, gracias por la info.
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