lunes, 24 de julio de 2017

                     Minguito: cuando un gomía se
                     va...el 20 de julio (última parte)
      
                                                               
    "Mingo es ese dulce amigo, llega Mingo el ascrito del canal, en su Santa Milonguita, 
desbordando sonrisas y ternura", versaba la pegadiza cortina musical del programa con el que Juan Carlos Altavista retornó a la televisión con su más popular personaje después de un intervalo de tres años, una vez finalizada definitivamente su participación en Polémica en el bar.
    Hasta entonces, las apariciones en cámara del ilustre artista habían sido esporádicas, lo que sin embargo no lo privó de atestiguar preferencialmente una instancia culminante de la historia del espectáculo argentino invitado por su colega y compinche Alberto Olmedo, con quien coincidió en emisiones televisivas como el ciclo original de Operación Ja-Já y compartió cartel en películas de la talla de Villa Cariño está que arde, Flor de piolas y El Andador.
    Sucedió en el estreno de la quinta temporada de No toca botón, envío transmitido por el antiguo canal 11, hoy Telefe. Allí, Olmedo irrumpió en escena por última vez en su vida vestido de Rucucu, el mago ucraniano, una de interpretaciones más emblemáticas. En presencia de Altavista -que no de Minguito-, Enrique Pinti, Luis Brandoni y Susana Traverso, el Negro se quitó una a una sus prendas hasta quedar en paños menores para inmediatamente incinerar el traje de su ya expersonaje, al que consideraba quemado -valga la redundancia- por la imitación que del mismo solía realizar en su exitoso programa Mario Sapag, contemporáneo de Mingo en "Polémica..." y compañero de reparto del cómico rosarino en Los caballeros de la cama redonda y Los fierecillos indomables, entre otros.
    Como si no hubiera bastado con la ceremonia incendiaria, el Negro parodió a su plagiador en su legendario ciclo con un segmento denominado Las mil  y una de Olmedo, en el que imitó a Bernardo Neustadt con Altavista como interlocutor, y a Dante Caputo, dos de las más festejadas representaciones de Sapag.

                                                     

     De allí en más, el humorista adoptó un bajo perfil en lo que a exposición mediática compete, antes de reintegrarse a la pantalla chica con el programa SuperMingo, en 1987, también por Canal 11. Pese a lo que pudiera sugerir el título autorreferencial de su nuevo emprendimiento, el actor se rodeó para la ocasión tanto de sus familiares como de su entorno dilecto de amistades a la vez que productores y libretistas de su mayor confianza. Es que, como afirmó en alguna oportunidad Juan Carlos Calabró, Minguito carecía absolutamente de "celos profesionales".
     La verdad es que SuperMingo superó con creces las expectativas que inclusive el propio capocómico había depositado en su proyecto. Tanto, que ya en el despuntar de su ciclo eclipsó al resto de sus competidores del rubro humorístico -entre los principales, No toca botón, Calabromas, el Contra y don Mateo, y Las mil y una de Sapag- con 34.2 puntos de rating -y picos de 39.1-, según las mediciones registradas por IPSA, función que en la actualidad ejerce IBOPE.
     El liderazgo en los índices de audiencia al que escaló el programa se fundamentó en la introducción de sketches como La escuela del Nalca, en la que Mingo es el único "aluno" del profesor de gramática y literato Esteban Giménez, a quien supo tildar de "maniático testual" porque su maestro había estrechado distancias para indicarle -exageradamente- la diferencia de pronunciación y modulación entre las palabras escritas con "b" y "v", como "abrazo, beso, aventura, ven... belleza"; La novia de Minguito, en el que Tinguitella renunció al anhelo de conquistar a su amor platónico, Graciela Borges -" aunque ella no sabe que soy su mino"-, para encarnar el papel de eterno pretendiente de otra "naifa", la entonces ascendente vedette y actriz Silvia Peyrou; "el robós Magnolia", de activa participación de su hija Ana Clara, quien caracterizaba a una mujer androide de origen estadounidense que bailoteaba al ritmo de una contagiosa voz en off femenina que reiteraba incansablemente la frase "soy una muñeca"; Los gladiadores romanos, en los que Marcos Zucker y Vicente Rubino remitían con sus respectivas vestimentas a los guerreros de la Antigua Roma; las secciones dedicadas a sus más disparatados monólogos -el "análisis filasófico" que impartió en honor al mejor amigo del hombre incluido- y a sus clases particulares de anatomía, en las que el cómico personaje nos enseñó que el cuerpo humano consta de músculos como los "bises" (bíceps), órganos como "los fuelles para el osígeno" (pulmones), "ginitales o virijas" (partes pudendas) y huesos como el "fermu" (fémur); y hasta un espacio a puro catch denominado Los campeones del Perejil (1), comandado por un miembro del reparto de SuperMingo: Domingo Lucciarini, el mismísimo payaso Pepino que en Titanes en el Ring descolló durante las décadas de 1960-70, secundado por una troupe de luchadores de la que sobresalían el Caballero Rojo y el mexicano Pancho Juárez, versionado por otro coloso del cuadrilátero, el Mercenario Joe.
    Con todo, fue el bloque destinado a la rediviva "redasión" el que acaparó el incuestionable favoritismo de los telespectadores, en la que -a falta del Preso, en la época de La voz del rioba- Minguito integraba un prestigioso equipo de prensa compuesto eminentemente por Julio Ernesto Vila -experto en boxeo-, Riverito y Alberto Fosforito Muney.
    A modo de labor inicial, Mingo se creyó tan impune como para entrometerse en el legendario ciclo informativo La Noticia, conducido por Enrique Landi y Nadia Cyzenko, y proceder a comunicar su interpretación del "Decálago de periodista", entre los que sobresalen el "sétimo" punto -"queda terminantemente prohibido chupar vino en horario de laburo...sin convidar a los cólegas"-, el "novoa" -"acordarse de que somo' el cuarto poder y nadie nos va a llevar por delante...y menos por atrás, porque tan pronto le podemo' levantar un manolito como hacerle un buraco así de grande, como le hicimo'a Nison en Guatergueiti"-, previo a enunciar el décimo y último -"déase a publicidad y conocimiento de locutores, periodistas y anesos...Se hará justicia, ¡sí, señó'!"-.

                                                         
     "Incrédolo", tal la acusación que Tinguitella le formuló a Julio Ernesto Vila. El especialista en pugilismo, escéptico, no podía concebir que su ignorante colega, a quien acostumbraba corregirle los barbarismos en los que aquel a menudo incurría, fuese capaz de estar manteniendo una conversación telefónica con el mejor futbolista de la historia. De hecho, le juró a Minguito que si por gestión suya el Barrilete Cósmico se presentaba en la oficina de redacción, no dudaría en acudir al desempeño de su tarea luciendo un indiscreto bisoñé que cubriera su calva cabeza. Nadie le exigió al reputado periodista que cumpliese su promesa, no obstante lo cual debiera resignarse a que la nota en exclusiva con Diego Armando Maradona la abordara su inculto compañero de trabajo, quien solía endilgarle dos motes: Vilita u Hormiga Negra.
     Visiblemente conmovido -a diferencia de su alter ego, Juan Carlos Altavista, a quien contrariamente a lo que se cree no le interesaba el fútbol- Mingo preguntó al Diez -entonces vigente capitán y campeón mundial con la Selección Argentina, a la vez que de reciente consagración con Napoli, el primer título de Liga que ese equipo obtuvo en su historia- si había sido con la mano el tanto que abrió el marcador en el duelo ante Inglaterra por los cuartos de final del ecuménico torneo de México 1986. Diego no develó el misterio, pues susurró la respuesta al oído del hombre de prensa.
     Lo que sí trascendió públicamente fue el recíproco intercambio de sueños entre las partes. Mientras que el redactor le pidió atajarle un penal a Maradona, este solicitó su sombrero y su bufanda, y se hizo de un mondadientes para vestirse de Minguito Tinguitella.
    Otra de las eminentes visitas que el periodista recibió en su despacho fue la de elenco de El Chavo del 8, en virtud de la gira que Chespirito y compañía emprendieron por Argentina, en donde abarrotaron siete veces consecutivas el Estadio Luna Park de la Ciudad de Buenos Aires. Los entrañables actores mexicanos le gastaron una broma a su entrevistador, al identificarse con alias por demás jocosos: Roberto Gómez Bolaños, "Viuda de Menotti"; Florinda Meza, "Susana Giménez", María Antonieta de las Nieves, "Moria Casán" y Rubén Aguirre, "José Marrone".
    Completan la lista de notables concurrentes: el cantante Roberto Sánchez, más conocido como Sandro o el Gitano, por más que en Polémica en el Bar el vocalista ya hubiera que tenido que tolerar un particular "mangazo" de Mingo; la tenista Gabriela Sabatini, enconada contrincante de Martina "Navratibola"; el multicampeón mundial de boxeo Carlos Monzón, meses antes de asesinar a su exesposa, la actriz y modelo uruguaya Alicia Muñiz-; el jóckey Jorge Valdivieso, quien posibilitó que el "ascrito del nalca" se paseara en "llobaca" por el set de filmación, el actor Federico "Luppe" (Luppi), de "carácter podrido" de acuerdo con la apreciación del entrevistador; y el relator José María Muñoz, entre otros.
                                 
                                                       

     Bienaventurado, Juan Carlos Altavista primaba hasta en los tribunales. A la par de su rotunda victoria en las ránkings de audencia, la Justicia se expidió en su favor respecto de la querella que Hilda Reboiras -viuda de su amigo y exlibretista Juan Carlos Chiappe, padrino de su hija Maribel- le había iniciado tanto al actor como a Roberto Peregrino y Gerardo Sofovich, por considerar que los demandados usufructuaban sin autorización el personaje Minguito Tinguitella, propiedad de su difunto esposo, sin que mediara un resarcimiento monetario para su persona.
     Según el testimonio de Reboiras, "(Altavista) todo se lo debe a mi marido y ahora no lo quiere reconocer dándome lo que corresponde. Lo que pasa es que cuando Juan Carlos (Chiappe) vivía, permitía que tanto él como Peregrino Salcedo escribieran los libretos para Minguito. Por hacerlo, le pagaban un plus (...) Yo una vez reclamé ante Argentores, pero nunca me hicieron caso. Allí está registrado el personaje a nombre de Juan Carlos Chiappe, pero el que ahora les deja ganancias es Juan Carlos Altavista". Y añadió: "Me preguntaron qué era lo que pretendía y les pedí un departamento, una pequeña cantidad de dinero, mucho menos de lo que me pertenecía. Pero él (Altavista) se negó a darme algo. Es terrible para la plata".
     Por su lado, luego de reconocer el dolor que le había causado la apelación de la sentencia en dos oportunidades, el actor -ya decretado el fallo judicial- declaró: "Estaba muy tranquilo porque sabía que esto era una injusticia y que finalmente todo se iba a arreglar como era debido". "Me saqué un gran peso de encima. Las exigencias de la viuda de Chiappe demandaban una compensación económica bastante fuerte. No podría decir ahora a cuánto podría ascender la indemnización, pero calculo que superaría el medio millón de dólares. En definitiva, es como si hubiese ganado medio millón de dólares", profundizó Altavista.
     Definitivo e inamovible, el dictamen de la Corte Suprema de Justicia desestimó el reclamo de Hilda Reboiras, que se tradujo en un pleito de siete años de duración, entre 1980 y 1987. A ese efecto, el humorista, aun pese a que tuviera que resignar el apellido de su emblemático personaje como requisito del acuerdo,  remató: "El caso queda cerrado para siempre como cosa juzgada. Minguito soy yo y yo soy de Minguito...".
     Y así fue, en televisión, radio y cine. A sus 58 abriles, su rutina profesional le exigía más de 10 horas de aplicación diaria, a excepción de los martes, en los que se relajaba navegando en su crucero Cambalache para encontrarse con sus "amigos de los astilleros" en la zona de San Fernandoaunque públicamente ocultaba su afición a la náutica por considerarla un hábito privativo de "bacanes", lo que no se consustanciaba con el esmirriado "bolsiyo" o "camisulín" -solo abundante en papeles arrugados- de Minguito. Si no, se lo pasaba en la intimidad de su hogar, largamente constituido en la localidad bonaerense de Olivos, junto con su esposa e hijos, en donde se complacía de cocinar -y degustar- uno de sus menús preferidos: ravioles con tuco.
     No obstante, sus jornadas, tan productivas como ajetreadas, derivaron en el recrudecimiento de los síntomas característicos del Mal de Wolf-Parkinson-White, ese persistente síndrome congénito que le había sido diagnosticado en 1969.
     Sus taquicardias paroxísticas, acentuadas por el dinamismo que requería su trabajo al tiempo que por exceso de tensión nerviosa, ameritaron asiduas visitas de urgencia al Hospital Municipal de Vicente López, en el que los facultativos hasta llegaron a recurrir a la terapia electroconvulsiva - más conocida como electroshock- para restablecer los latidos normales de su debilitado corazón.
     La celeridad con que el paciente recobraba su salud cardíaca no dejaba de sorprender a los especialistas; no a Minguito, quien acaso desestimó de plano la vital chance de operarse en Estados Unidos porque en el período de mayor actividad de 1987 soportó -según confesó el propio actor- ¡¡¡14!!! ataques al "boboen solo cinco meses. Solo aceptó la recomendación de sus médicos de cabecera de acortar la frecuencia, duración e intensidad de sus días laborales.
     Imprevistamente, durante el comienzo de la segunda temporada de SuperMingo -aún emitido por Canal 11-, Altavista descubrió que su cardiopatía había efectivamente deprimido la pujanza con que otrora acometía sus menesteres artísticos, lo que de todas maneras no lo abstendría de honrar la memoria del Negro Olmedo por medio de la alusiva balada de su presencial creador, Alberto Cortés, ni de filmar la última de las 57 películas de que consta su longeva trayectoria cinematográfica.
     Junto con Carlitos Balá y Tristán, el humorista protagonizó en 1988 la comedia Tres alegres fugitivos (1), dirigida por Enrique Dawi, en la que el terceto cómico se empleaba en una empresa de mudanzas y traslado de fletes a larga distancia, al Interior y a países limítrofes como "Checueslavaquia".
     Previo viaje en camión rumbo a Córdoba, los gomías se percataron de que un bebé había sido abandonado al pie de la puerta de la pensión en la que residían. Aunque en principio lo desconocían, el lactante había sido dejado allí ex profeso pues la mucama de un acaudalado empresario cuyo inescrupuloso hermano lo creía muerto en un accidente aéreo, le había ordenado que eliminara al único heredero de su fortuna, el inofensivo "bepi", para que solamente en él recayeran los incontables réditos de la sucesión. Encariñada con el nenito, la doméstica recapacitó antes de cumplir con tan desalmada directriz y, en cambio, a sabiendas de que debían partir hacia la misma provincia mediterránea en donde vivía su hermana, prefirió delegar la custodia de la criatura a los dependientes de la agencia de transportes hasta que estos lo arrimaran al domicilio de su pariente.
     Repuestos del desconcierto inicial, los compinches adoptaron gustosos a Federico, tal como llamaron al pequeñito. Después de sopesar pros y contras de alimentarlo con fideos -aunque sin pesto- Minguito acudió a la farmacia para adquirir "morfi para bebés".
     Una vez bañado, cambiado y comido, el infante se convirtió en uno de los cuatro integrantes del camión que se dirigió a territorio cordobés, en donde los fugitivos afrontaron todo tipo de vicisitudes hasta llegar a rendirle culto a su mote producto de su huida de la autoridades policiales, quienes los creían "chorros de pibes", al decir de Mingo. Recién probaron su inocencia luego de corroborarse que el potentado empresario y su esposa habían salido airosos de la catástrofe, confesión de la mucama mediante. Aunque ya era demasiado tarde: Minguito, Balá y Tristán se habían enamorado de Luis(ito), el verdadero nombre de Federico.
 
                                                         
     Finalizado su vínculo contractual con Canal 11, Juan Carlos Altavista recaló en el emergente Tevedos -actual América TV- en 1989, con objeto de afrontar la madurez de su vasta carrera profesional. Para ello, su programa fue rebautizado como Vamos, Mingo Todavía...!, a cuyo elenco se sumaron, entre otras figuras, Javier Portales, Esteban Mellino y María Rosa Fugazot.
     La mañana del jueves 20 de julio, a solo dos meses del lanzamiento de su renovado ciclo, el cómico había despertado, como siempre, a las 09.30 puntuales, aunque contrariado. Lo intranquilizaba que su adorada esposa, con quien aun después de casi tres decenios de haber contraído enlace el mutuo "te quiero" permanecía invariable, no hubiera despertado a su lado. Raquel Álvarez, oriunda de la ciudad de León (España), había tomado un avión que la llevó hasta Montevideo, para cuidar del delicado estado de salud de su madre.
     Permitido que le dicen, Altavista trocó su usual desayuno de mate y yogur por uno de sus caprichos culinarios preferidos: las medialunas, que combinó con un tazón de café con leche, acompañado por su hijo menor y asimismo actor en  "Vamos, Mingo...", Juan Gabriel.
     Más tarde se sumarían su primogénita Maribel y Ana Clara -la que le sigue en orden cronológico-, coproductora y actriz del mismo programa, respectivamente, para abordar el reluciente BMW gris de papá Juan Carlos -conducido por su propio dueño- y, juntos, llegarse hasta las estudios de Buenos Aires Color TV, puesto que en sus instalaciones se grabarían las tomas complementarias a las 3/4 partes ya registradas del ciclo emitido por Tevedos.
     Posteriormente al desarrollo sin fisuras de El bar, una especie de remake módico del Cafetín de Buenos Aires al sentarse Minguito a la mesa únicamente con Javier Portales -y el Flaco García haciendo las veces del Gallego Irízar, el Preso e incluso Mario Sapag-, Altavista retornó a su camarín y, pasadas las 14 horas, sucumbió a otro festín, al menos, para quien tiene contraindicadas las ingestas opíparas: sándwich de miga y torta de dulce de leche, combinación que regó con un frugal té con miel. La infusión no tenía una finalidad compensatoria; por el contrario, procuraba aligerar la convalecencia de una bronquitis aguda que le había provocado al artista un adelgazamiento abrupto.

                                                   
     Tanto María Rosa Fugazot como Silvia Peyrou coinciden en que el disparador -vaya paradoja- fue la detonación de un revólver de utilería que -ambas estiman- alteró el sosiego del capocómico, mientras este repasaba el libreto de La familia, segmento del programa en el que personificaba al Tío Cheto.
     Desde ya, el actor no estaba en condiciones de averiguar el porqué del desencadenamiento de su arritmia, añadidos la sensación de ahogo y el dolor en el flanco izquierdo de su pecho, que por otro lado ya había experimentado reiteradamente. Quizá por ello no se amedrentó en un principio y se ciñó a su
eficaz método de curación casero, esto es, recostarse sobre el sillón más próximo a sí mismo y ejercer presión sobre su vena yugular con la mano derecha. De esa manera, al bajar la tensión, la sangre es bombeada al corazón y el ritmo cardíaco retorna a niveles deseables. No funcionó. Peor aún, el humorista supuso inminente una descompensación más grave. Ya eran las cuatro de la tarde...
     "Calmate, Juan Carlos, pronto va a pasar", intentó tranquilizarlo su amiga y enfermera particular Ana María Galeando de Daoud, alias Cuca, ladera de Altavista desde 1982. Fue en ese mismo año que el artista, tras ser internado por una perniciosa neumonía vírica que derivó en la extracción de la base de uno de sus pulmones, permaneció al margen del ambiente del espectáculo por un período de siete meses.
     Cercano al colapso, el cómico relativizó su cuadro ante la presencia de Juan Gabriel, aunque procedió en sentido diametralmente opuesto en cuanto divisó a Ana Clara. Como su hijo menor no creyó en absoluto en la palabra de su progenitor, se determinó su traslado al centro asistencial más próximo, no sin antes Altavista ofrecer sentidas disculpas a sus compañeros de elenco por postergar la grabación del programa y, a la vez que les tiraba besos, les aseguró que prontó se reacoplaría a sus labores.
      Juan Gabriel se adueñó del volante del BMW y, mientras atravesaba a toda máquina calles y avenidas en sentido contrario al tránsito, Cuca sugirió que llevaran a Minguito al Hospital Ramos Mejía pues allí laboraba su médico particular, Mauricio Rosenbaum. Ya entonces, el pedido del actor había mutado a súplica: "¡Me ahogo, me ahogo! ¡Por favor, ayúdenme!"

      Aun sin saber el camino mediante el cual había arribado, el hijo menor de Altavista detuvo la marcha del automóvil en la puerta de entrada del nosocomio de pediatría Doctor Juan P. Garrahan. No bien descendió a su padre del vehículo con la ayuda de un oficial de policía que lo escoltó hacia la interior del establecimiento, la enfermera personal del artista, previa estéril respiración boca a boca, emitió un diagnóstico preliminar: edema de pulmón.
      Cuca había acertado: el jaqueado cuerpo del humorista comenzó a cubrirse de manchas moradas, inequívoco síntoma de que el vital órgano respiratorio estaba inundado de líquidos, lo que constató la auscultación de los doctores de guardia del sanatorio especializado en niños, quienes determinaron su imperiosa derivación al Hospital Argerich, tan representativo de la República de La Boca como el propio Mingo. En la ambulancia del CIPEC, de ensordecedor ulular e irrespeto por las indicaciones de los semáforos -sobre todo, por la luz roja-, supervisaron el estado del menguante paciente sus médicos de cabecera, Rosembaum y Alfredo Cahe.
      Eran las 17.40 cuando un equipo compuesto por 10 expertos en cardiología del sanatorio recibieron la visita del afamado artista. Si bien consiguió sortear un primitivo shock que le había producido supraventriculación, el edema de pulmón persistía: ni siquiera cedió al aplicársele inyecciones por vía endovenosa. Los medicamentos estabilizaron provisoriamente la arritmia, todo un logro en comparación con el instantáneo rechazo del organismo del capocómico al transitorio marcapasos que se intentó colocarle. El ritmo cardíaco orillaba el descontrol; los ahogos, ni hablar.
      Fue allí cuando Minguito, ferviente devoto de Dios y afecto a memorizar versículos de la Biblia -"después de leerla, no creo que haya algo de más valor", se encomendó a la plegaria con que solía venerar a su santidad predilecta: "Vengo a ponerme de rodillas, virgencita, porque precisamo' de que vos te lo chamuyes a tu hijo Jesús, que es el capo másimo de todo' nosotro', pa' hacerle un par de mangazos de laburo, salú y todo eso/  Yo pensaba que como vo' so' la mamá de él, no te va a decir que no, ¿viste?/ Y, bueno, lo que yo como hijo tuyo te pido es que vos leas en los ojos de todo nosotro' y allí solita se van a deschavar todas nuestras necesidades (...) Vos sabés que algunos de nosotros andamos precisados de salú', que otros tenemos problemas en el hogar, en el laburo y también en nuestros sentimientos/ Virgencita, vos que sos tan buena, chamuyátelo a tu hijo/ Te lo pedimo' los hombres, las mujeres y lo' niño que se arrodillamo' respetuosos adelante de vos, confiados...".

                                           
                                           
       No fue su divino redentor el que lo desamparó, sino su corazón: un último ahogo, un último suspiro, un último deseo -RESPIRAR- , la aplicación del electroshock y otras vanas maniobras de resucitación...el actor cómico Juan Carlos Altavista  murió a las 18.55 del jueves 20 de julio, a los 60 años de edad, víctima de un infarto agudo de miocardio.
      Afuera, en la sala de espera, los hijos del actor y la enfermera Cuca habían musitado, rezado, implorado, hasta que, al unísono, lloraron la noticia de la irreparable pérdida que a Juan Gabriel le fue transmitida por los eminentes galenos que en vano habían mancomunado esfuerzos por que Mingo no se las picara al otro rioba. No era cuestión de que los deudos reprimieran las lágrimas, que de todos modos irían a ganar la verticalidad de sus abatidas expresiones. Solo que aún restaba que su mismísima esposa se enterara del fallecimiento del capocómico, cuyo cuerpo inerte -colocado en un féretro cubierto con una manta tipo matelassé verde- sería conducido a las 22.05 desde la morgue del Hospital Argerich hacia la sede central de la Asociación Argentina de Actores (AAA), en Adolfo Alsina 1762, barrio porteño de Montserrat, en donde se instalaría la capilla ardiente. Urgía nominar al responsable de comunicarle la infortunada novedad a Raquel Álvarez, puesto que luego de haberse cerciorado de la mejora del aspecto de su mamá, la española encaminó sus pasos hacia la terminal aérea montevideana para abordar el vuelo que aterrizaría a las 21.30 en el Aeroparque Metropolitano Jorge Newbery.
     Minutos antes de embarcar, no obstante, la exactriz se topó con la humanidad de su hermana, quien se había enterado de la muerte de su cuñado por televisión no bien Raquel se había marchado hacia el aeropuerto, aunque finalmente desistió de transmitirle el móvil de su inesperada aparición allí.
Argumentó, en su lugar, que -ya recuperada la madre de ambas- había sentido consistentes deseos de acompañarla en su regreso a su país de residencia.
     Alertada, Álvarez no demoró en intuir que algo serio le había ocurrido a su amado Juan Carlos. La incertidumbre seguiría carcomiéndola incluso después de que su avión la depositara de este margen del Río de la Plata, en donde aguardaban por ella -y su hermana- sus tres hijos, Hugo Sofovich -libretista de "Vamos, Mingo..."-, Fernando Marín -empresario, publicista y  exgerente de Radio Mitre-, y el doctor Alfredo Cahe. Fue a este último a quien preguntó por el paradero de su marido, a lo que el facultativo replicó -falazmente- que el humorista había sufrido una crisis más severa de lo habitual, por lo que su salud revestía extremo peligro. La adicional respuesta de que se dirigían al domicilio de Marín -quien en lo sucesivo se convertiría en el primer gerenciador de Racing al ser decretada en 1999 la quiebra del club de Avellaneda y en titular del recientemente disuelto Fútbol para Todos- la tornó definitivamente inquisidora aun con el calmante que le suministrara el médico. No era precisamente la vivienda del productor radial un centro asistencial de amplia gama de recursos como para atender el endeble cuadro de su yacente esposo.
    "Juan Carlos está con Dios", tal la mística metáfora a la que apeló Fernando Marín para revelarle por fin la verdad del deceso de Altavista a Raquel Álvarez. No debiera extrañar que se hubiera conferido tan delicada misión al empresario -a quien ligaba con Minguito una dilatada afinidad profesional de 20 años- y que no fueran sus propios descendientes quienes pusieran a tono a su madre del luctoso episodio. Tanto Maribel como Ana Clara y Juan Gabriel habían agotado sus reservas anímicas en el transcurso de la convulsionada jornada cuyo corolario redundó en el fallecimiento de su papá. Su renuencia a resignarse a la partida de su estrella guía les impedía siquiera atisbar una primitiva elaboración de duelo. Ya habían padecido demasiado como para que, encima, se vieran en la penosa obligación de tener que obrar de portavoces de la desgracia. De todas formas, su preservación resultaría efímera, habida cuenta de su solícita participación en los oficios religiosos en honor a la memoria del desaparecido artista.
     Cumplida la pesarosa ceremonia del velorio en las instalaciones de la Asociación Argentina de Actores, el cortejo fúnebre con los exánimes restos del ídolo, compuesto por 15 automóviles particulares que trasladaban a sus seres más íntimos y ocho vehículos portacoronas, enfiló la mañana del 21 de julio hacia el Cementerio de la Chacarita, en donde a las 11 el cuerpo de Mingo recibiría cristiana sepultura, envuelto en los aplausos de sus admiradores así como escoltado por un nutrido operativo policial.
     Entre la multitud de insignes personalidades que se congregaron en el funeral de Altavista se
distinguieron: Tato Bores, José Pepitito Marrone -"no vengo a despedirme porque no lo voy a olvidar nunca"-, Javier Portales, Adolfo García Grau, Federico Luppi, Hugo Sofovich -"estoy destruido...era mi hermano"-, Juan Carlos Dual -entonces presidente de la AAA, quien tomó la palabra para instar a los asistentes a "recordar a Minguito como un amigo y compañero querido por todos"-, Ulises Dumont, Estela Raval, Claudio García Satur, Guillermo Brizuela Méndez -"Gris Suela", diría Minguito- y Alberto Muney. Asimismo, imposibilitados de asistir al sepelio por las exigencias de sus ocupaciones, enviaron sus ofrendas florales: Diego Armando Maradona, Mercedes Sosa, Palito Ortega y el exintendente de la ciudad de Buenos Aires, Carlos Grosso.
     Respecto de las ausencias, se había desplegado un amplio dispositivo de seguridad en virtud de la anunciada concurrencia del entonces recientemente electo primer mandatario, Carlos Saúl Menem, entrevistado por Altavista en su programa Vamos, Mingo todavía...!, en el espacio dedicado a la reposición de La voz del rioba con la colaboración de Esteban Mellino en el papel de reportero gráfico. A la imprevista deserción del oriundo de Anillaco, provincia de La Rioja, se sumaron las conscientes declinaciones a participar del entierro del más dilecto amigo del actor, Roberto González Rivero, y de Maribel, la hija mayor del capocómico -quien en contraste no se había separado ni un segundo de su padre durante la totalidad del desarrollo del velorio-, puesto que -consideraban- que con sus respectivas presencias no harían sino oficializar la despedida del ser querido que se resistían a dejar partir.
      Antes de que se procediera a la inhumación del cadáver del reconocido artista, se suscitaron dos acontecimientos de elevado tenor emotivo. Una de ellos fue protagonizado por Jorge Porcel y Juan Carlos Calabró, a quienes les bastó con mirarse directamente a los ojos para fundirse en un abrazo coronado por el espontáneo llanto en que ambos rompieron. "Se me fue (Alberto) Olmedo, Fidel (Pintos), Mingo...Me están dejando cada vez más solo", se lamentó el Gordo, mientras que su colega manifestó: "No lo puedo creer...Hace un par de días nos encontramos e hicimos planes juntos. Yo le decía que no fumara más y no me hizo caso".
     Más desgarrador aún fue contemplar a la viuda de Juan Carlos Altavista abalanzarse sobre el féretro que contenía los restos mortales de su esposo. Fueron 30 segundos en los que Raquel Álvarez pretendió evitar que se depositase el ataúd del "marido único", "padre ejemplar" y "mejor amigo" con el que el consenso de los asistentes despidió al humorista en el nicho número 357 del Panteón de Chacarita, perteneciente a la Asociación Argentina de Actores. En la actualidad, su cuerpo reposa en el cementerio de la localidad de Olivos -que a bien tuviera cobijarlo en su seno desde 1963- en la Sección 3, Tablón 44, lote 6. En su bóveda, de color blanca, se leen dos inscripciones cuya autoría corresponden tanto a su familia como a la Municipalidad de Vicente López.

                                               

     Los homenajes a la excelsa trayectoria de Altavista continuarían ofreciéndose a corto, mediano y largo plazo. Después de que exhibiera en pantalla sus más resonantes producciones fílmicas durante la jornada dominical que siguió a su funeral, Tevedos emitió el 23 de julio un programa especial de Vamos, Mingo todavía...! en el mismo día y horario que el mismo se emitía en ese canal, lunes a las 21, en el que se difundió un compacto de los momentos más trascendentes de su genio artístico.
     Fanático de Carlos Gardel que se juraba, el aclamado personaje fue asimismo agasajado por el binomio Leopoldo Federico y Roberto Grela, compositores de la sublime pieza de tango instrumental bautizada, simplemente, como Minguito Tinguitella, en 1994, a la que complementa el explícito oda folklórico con que lo tributó Hugo Cristia.  En esa línea, aunque con matices, se encolumna la unción a modo de "puema" lunfardo con que lo eternizó su exlibretista, Roberto Peregrino Salcedo, a través de la voz de Luis Alposta, titulada Oración a San Minguito.
     En otro orden, los infinitos "manolitosque en vida levantó al prójimo le fueron sumamente retribuidos a Mingo, en primera instancia, con el busto que a cinco años de su muerte descubrió la comuna de Olivos en la plaza González del Solar, a escasas cuadras de su casa de la calle Entre Ríos que todavía habita Maribel, su primogénita. "A Juan Carlos Altavista, inolvidable vecino y amigo de esta ciudad", reza la dedicatoria inscripta en el monumento que terminó de esculpirse en el año 2000 bajo el auspicio de Enrique García, exintendente de Vicente López por la Unión Cívica Radical -de ulterior militancia en el Frente Para la Victoria-, y que contó con la presencia de figuras del espectáculo de la talla de Mirtha Legrand e Isabel Sarli. Se determinó que la escultura se emplazara contigua al restaurado Cine Teatro York -a cuya sala principal se asignó nombre y apellido del capocómico- al funcionar allí en el pasado la Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos, de la que el artista era uno de sus principales benefactores.
     Llegado el tercer milenio, se celebraron dos solemnes actos evocativos a la leyenda del humorista. El primero de ellos se conmemoró el 10 de agosto de 2009 en el Salón San Martín del Palacio Legislativo por iniciativa del exdiputado por la Coalición Cívica ARI, Guillermo Smith -entonces vicepresidente tercero de la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires-, en el marco de un ciclo de proyección de películas protagonizadas por Altavista, como Minguito Tinguitella, papá o Mingo y Aníbal contra los fantasmas, coronado por la concesión de un diploma honorífico a los familiares del actor.

                                         

    El restante se ofrendó el 10 de setiembre de 2014 al inaugurar el ex jefe de Gobierno capitalino por el Pro y actual primer mandatario de la Nación, Mauricio Macri, la estatua en honor de Minguito Tinguitella erigida por el artista plástico Fernando Pugliese en la porteñísima avenida Corrientes al 1659, de cara a la entrada principal del Teatro Presidente Alvear. La obra, reproducción en tamaño real del emblemático personaje, tallada en fibra de vidrio y resina epoxi, fue descubierta en presencia de los más íntimos allegados de Altavista, entre ellos su exesposa, Raquel Álvarez, quien descorrido el velo puesto sobre la estructura previo a su estreno no dudó en posar abrazada a ella. A solo dos cuadras de allí, entre Paraná y Uruguay, La calle que nunca duerme ostenta, además, un segundo homenaje a la estampa del eximio capocómico: el retrato realizado sobre una caja de servicio eléctrico por la dibujante Gilda Filato, algo distante -aproximadamente 60 kilómetros- del mural erguido en la ciudad de La Plata en la intersección de las calles 67 y 138, en el que el pintor urbano que responde al seudónimo de Lumpen Bola  otorgó a Mingo una ubicación privilegiada (3).
    Por supuesto, el irrefrenable avance de la Era Digital no podía despojar de su sitio...web a un artista de semejante linaje. La página www.santamilonguita blogspot.com.ar es, con diferencia, el espacio más completo de la red en lo que a información de Mingo y Juan Carlos Altavista concierne, dotado de un vasto archivo audiovisual y gráfico así como de imágenes inéditas y demás rarezas aportadas por los más acérrimos fanáticos del consagrado personaje, cuyos comentarios delatan la incorporación de los típicos modismos usualmente empleados por su ídolo. Un enclave virtual sin par.

                                                         

    Fallecido el capocómico, se propagó durante años la creencia de que con él había hecho lo propio su celebérrima interpretación. A nadie podía caberle las pilchas de Mingo...hasta que un valor formado bajo su tutela se calzó saco, echarpe, funyi, pantuflas y el escarbadientes en su boca para rebatir aquella temeraria afirmación.
     Novio de su hija Maribel, Altavista inició a Miguel Ángel Rodríguez en el medio televisivo en 1981, pocos meses después de haber regresado a la TV, de la que había sido holgadamente marginado a través del veto dictatorial que le fuera impuesto durante el segundo lustro de la década de 1970.
     Luego de superar satisfactoriamente el período de examinación al que lo había sometido papá Juan Carlos, a quien no le simpatizaban los festejantes pelilargos, Rodríguez se integró al equipo de trabajo del humorista como asistente de producción, en un rol afín al de Maribel (coproductora), hasta ganarse la mayor de las aceptaciones de Altavista. No solo porque este último volvió a solicitar sus servicios detrás de cámara en oportunidad de la presentación estelar del programa SuperMingo, en 1987, sino porque ese año el actor consintió la unión matrimonial entre el candidato y su primogénita, de cuyo fruto nacerían sus nietos póstumos, Imanol y Felipe. Más aún, el yerno brindó su estoica compañía a su suegro en cuanto apremio cercara su calidad de vida, aunque no alcanzó con su admirable diligencia para que el capocómico llegara a testificar la versión del clásico personaje que su íntimo émulo ejecuta.
     Lejos de la improvisación, Miguel Ángel Rodríguez ya había probado sus destrezas como comediante en emisiones televisivas líderes en audiencia como El Show de Videomatch de Marcelo Tinelli, en donde exhibió en 1998 su primera caracterización de Minguito Tinguitella al cumplirse el noveno aniversario de la muerte de Altavista; y Los Rodríguez, programa propio en el que se lucía con las más desopilantes imitaciones de las figuras del ambiente artístico, lo que le significó al culminar aquella temporada la obtención del premio Martín Fierro en la categoría labor cómica.
     Su consolidación en ese medio se produjo a instancias de sus actuaciones en El nieto de don Mateo (4), Son Amores y Los Roldán, entre otros. De ese modo se preparó para reflotar su televisada recreación de Mingo en La noche del Diez, Gracias por venir y Showmatch así como en la versión
teatral de Los locos Grimaldi, antes de aprestarse a desempeñar la más difundida de sus performances del aclamado personaje en la enésima reedición del programa en que el capocómico brilló largamente, tanto cuando integraba uno de los principales sketches de Operación Ja-Já como en el postrero ciclo autónomo que en la misma emisión ocupó.

                                                         

    Paradójicamente, fue en el reestreno de Polémica en el Bar de 2016 (Telefe) el tributo de mayor trascendencia a nivel masivo con que Rodríguez agasajó a Minguito (5), el mismo año en que se separó de Maribel Altavista luego de 29 años ininterrumpidos de convivencia nupcial.
    Durante una temporada, el exyerno de Mingo, circundado por parroquianos como Horacio Pagani, Diego Pérez, Mariano Iúdica, Guillermo Cóppola, Rodrigo Lussich y Tristán, abordó el personaje procurando calar hondo en el televidente en pos de concientizarlo del flagelo de la drogadicción a la par que homenajeó a los héroes de la Guerra de las Islas Malvinas y a los padres en su día, aunque en esa ocasión se floreó la tercera generación Tinguitella, encarnada por Imanol, el hijo y nieto mayor de Miguel Ángel Rodríguez y Juan Carlos Altavista, respectivamente.
    El saldo final, más allá de que el Cafetín de Buenos Aires prevaleció en materia de ráting sobre su
adversario más directo, Almorzando con Mirtha Legranden su franja horaria -domingos al mediodía-, arrojó déficit. Entre el promedio de 11.4 puntos que midió la temporada pasada y los 68 que registró en la decada de los '80, en la plenitud de Juan Carlos Altavista y -por ende- de Minguito Tinguitella, media un abismo.
       Ausente en el envío de "Polémica..." del corriente año, Mingo Rodríguez -aun de notable parecido fisonómico, idiomático y de vestimenta con el personaje original- no gozó de un elenco acorde que potenciara su labor, al contrario de Altavista, cuyos contemporáneos conformaban un auténtico dream team artístico, indistintamente de la edición del programa en la que el capocómico fuera llamado a intervenir.
       Claro está, las comparaciones no tardaron en aflorar. Máxime, al entrevistar Rodríguez a Lionel Messi en el complejo que AFA (Asociación del Fútbol Argentino) posee en la localidad de Ezeiza, lo que retrotrajo instantáneamente a la audiencia a la cita cumbre en la "redasión" entre Maradona y Minguito de hace casi tres décadas atrás, o al reencontrarse Tinguitella con Carlitos Balá y con Javier Carna Portales. En determinados pasajes, más que tributo, semejó un remedo.
           
                                                     

     Nobleza obliga, lo que nadie puede negarle a Rodríguez -cuya caracterización cosechó tantos
detractores como adeptos- es su dignidad y valentía escénicas para ejercer un papel que nadie antes había podido, querido o sabido llevar a cabo, salvo el mismísimo Altavista...y con ínfimo margen de error: desde 1989 -cinco años después del alejamiento del auténtico Mingo de Polémica en el Bar, en una época en que se emitía en diferido- el programa se graba en vivo y en directo.
    Sea cual fuere el juicio que sobre su desenvolvimiento se emita, lo concreto es que la versión ejecutada por Miguel Ángel Rodríguez se constituyó en la piedra angular del redescubrimiento que del prominente personaje están gozando más de tres generaciones completas que no lo vi(vi)eron a Minguito
    Eso sí, no nos conformamos ni viejos, ni jóvenes -ni aun los admiradores por veni- rcon que su legado solo subsista en la inmortalidad del tape. A todos los que cada 20 de julio, día del "gomía",  recordamos al "Tri tri", se nos ponen los "pelos de gallina". Es que el Mingo desciende de su gira celestial a bordo de su "mionca", el Santa Milonguita, para desbordarnos con sus consabidas sonrisas y ternura. Acá dejó jirones de su corazón...y en los nuestros supo hacer un "buraco ASÍ de grande", una profunda hendidura que late de añoranza aún 28 años después.


 
    (1) Minguito Tinguitella era un dilecto hijo del rioba El Perejil. De ahí el mote del programa de lucha.

    (2) Fue, a su vez, el último largometraje del que hasta el momento participó Ana Clara Altavista, el mismo mismo año en que su hermano Juan Gabriel se despidió de la industria cinematográfica en ocasión del rodaje del filme El profesor punk...solo por ahora.
   
    (3) Fernando Pugliese es, asimismo, el autor de las esculturas de Alberto Olmedo y Javier Portales -Borges y Álvarez- así como de Jorge Porcel, Juan Carlos Calabró, Sandro y Tato Bores, levantadas en la avenida Corrientes, entre muchas otras obras que el artista dedicó a los más representativas figuras de nuestro país. Algo similar, aunque con un perfil mucho más austero, hizo la dibujante Gilda Filato. En cuanto a Lumpen Bola, su tributo trasciende nuestras fronteras pues también fueron retratados por el artista personalidades como Elvis Presley, Nelson Mandela, John Lennon, Yoko Ono, Jim Morrison, etc.

    (4) En el Nieto de don Mateo (1996-97) y 2000,  Miguel Ángel Rodríguez ofició de fígaro como antes habían hecho notables de la talla de Fidel Pintos en La peluquería de Fidel y, posteriormente, Jorge Porcel en La Peluquería de don Mateo, cuando ambos componían dos de los núcleos centrales de Operación Ja-Já, en donde asimismo se desempeñó brillantemente Juan Carlos Altavista.

    (5) Fascinado con su caracterización de Mingo, Gerardo Sofovich propuso a Rodríguez que reflotara al clásico personaje de Altavista en el sketch La voz del rioba, en compañía del periodista Germán Paoloski. Según trascendió, la idea era incluirlo en un segmento del programa de Susana Giménez e, inclusive, que ocupara su propio espacio. Al fallecer el Ruso, su hijo Gustavo -junto con el productor de Endemol Argentina, Martín Kweller, y las máximas autoridades de Telefe- posibilitaron la recreación de Minguito Tinguitella que se apreció durante la versión de Polémica en el bar 2016.
                                         



   
     

   
   
   
   
   
     


   
   
   

   
   
 
 
 
 
 
   
 

 
   

   
       
     
     
     
     
     
       
     
       
       
       
       
       

 
       
       
           

     
     
     
     

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