va...el 20 de julio (última parte)
"Mingo es ese dulce amigo, llega Mingo el ascrito del canal, en su Santa Milonguita,
desbordando sonrisas y ternura", versaba la pegadiza cortina musical del programa con el que Juan Carlos Altavista retornó a la televisión con su más popular personaje después de un intervalo de tres años, una vez finalizada definitivamente su participación en Polémica en el bar.
Hasta entonces, las apariciones en cámara del ilustre artista habían sido esporádicas, lo que sin embargo no lo privó de atestiguar preferencialmente una instancia culminante de la historia del espectáculo argentino invitado por su colega y compinche Alberto Olmedo, con quien coincidió en emisiones televisivas como el ciclo original de Operación Ja-Já y compartió cartel en películas de la talla de Villa Cariño está que arde, Flor de piolas y El Andador.
Sucedió en el estreno de la quinta temporada de No toca botón, envío transmitido por el antiguo canal 11, hoy Telefe. Allí, Olmedo irrumpió en escena por última vez en su vida vestido de Rucucu, el mago ucraniano, una de interpretaciones más emblemáticas. En presencia de Altavista -que no de Minguito-, Enrique Pinti, Luis Brandoni y Susana Traverso, el Negro se quitó una a una sus prendas hasta quedar en paños menores para inmediatamente incinerar el traje de su ya expersonaje, al que consideraba quemado -valga la redundancia- por la imitación que del mismo solía realizar en su exitoso programa Mario Sapag, contemporáneo de Mingo en "Polémica..." y compañero de reparto del cómico rosarino en Los caballeros de la cama redonda y Los fierecillos indomables, entre otros.
Como si no hubiera bastado con la ceremonia incendiaria, el Negro parodió a su plagiador en su legendario ciclo con un segmento denominado Las mil y una de Olmedo, en el que imitó a Bernardo Neustadt con Altavista como interlocutor, y a Dante Caputo, dos de las más festejadas representaciones de Sapag.
De allí en más, el humorista adoptó un bajo perfil en lo que a exposición mediática compete, antes de reintegrarse a la pantalla chica con el programa SuperMingo, en 1987, también por Canal 11. Pese a lo que pudiera sugerir el título autorreferencial de su nuevo emprendimiento, el actor se rodeó para la ocasión tanto de sus familiares como de su entorno dilecto de amistades a la vez que productores y libretistas de su mayor confianza. Es que, como afirmó en alguna oportunidad Juan Carlos Calabró, Minguito carecía absolutamente de "celos profesionales".
La verdad es que SuperMingo superó con creces las expectativas que inclusive el propio capocómico había depositado en su proyecto. Tanto, que ya en el despuntar de su ciclo eclipsó al resto de sus competidores del rubro humorístico -entre los principales, No toca botón, Calabromas, el Contra y don Mateo, y Las mil y una de Sapag- con 34.2 puntos de rating -y picos de 39.1-, según las mediciones registradas por IPSA, función que en la actualidad ejerce IBOPE.
El liderazgo en los índices de audiencia al que escaló el programa se fundamentó en la introducción de sketches como La escuela del Nalca, en la que Mingo es el único "aluno" del profesor de gramática y literato Esteban Giménez, a quien supo tildar de "maniático testual" porque su maestro había estrechado distancias para indicarle -exageradamente- la diferencia de pronunciación y modulación entre las palabras escritas con "b" y "v", como "abrazo, beso, aventura, ven... belleza"; La novia de Minguito, en el que Tinguitella renunció al anhelo de conquistar a su amor platónico, Graciela Borges -" aunque ella no sabe que soy su mino"-, para encarnar el papel de eterno pretendiente de otra "naifa", la entonces ascendente vedette y actriz Silvia Peyrou; "el robós Magnolia", de activa participación de su hija Ana Clara, quien caracterizaba a una mujer androide de origen estadounidense que bailoteaba al ritmo de una contagiosa voz en off femenina que reiteraba incansablemente la frase "soy una muñeca"; Los gladiadores romanos, en los que Marcos Zucker y Vicente Rubino remitían con sus respectivas vestimentas a los guerreros de la Antigua Roma; las secciones dedicadas a sus más disparatados monólogos -el "análisis filasófico" que impartió en honor al mejor amigo del hombre incluido- y a sus clases particulares de anatomía, en las que el cómico personaje nos enseñó que el cuerpo humano consta de músculos como los "bises" (bíceps), órganos como "los fuelles para el osígeno" (pulmones), "ginitales o virijas" (partes pudendas) y huesos como el "fermu" (fémur); y hasta un espacio a puro catch denominado Los campeones del Perejil (1), comandado por un miembro del reparto de SuperMingo: Domingo Lucciarini, el mismísimo payaso Pepino que en Titanes en el Ring descolló durante las décadas de 1960-70, secundado por una troupe de luchadores de la que sobresalían el Caballero Rojo y el mexicano Pancho Juárez, versionado por otro coloso del cuadrilátero, el Mercenario Joe.
Con todo, fue el bloque destinado a la rediviva "redasión" el que acaparó el incuestionable favoritismo de los telespectadores, en la que -a falta del Preso, en la época de La voz del rioba- Minguito integraba un prestigioso equipo de prensa compuesto eminentemente por Julio Ernesto Vila -experto en boxeo-, Riverito y Alberto Fosforito Muney.
A modo de labor inicial, Mingo se creyó tan impune como para entrometerse en el legendario ciclo informativo La Noticia, conducido por Enrique Landi y Nadia Cyzenko, y proceder a comunicar su interpretación del "Decálago de periodista", entre los que sobresalen el "sétimo" punto -"queda terminantemente prohibido chupar vino en horario de laburo...sin convidar a los cólegas"-, el "novoa" -"acordarse de que somo' el cuarto poder y nadie nos va a llevar por delante...y menos por atrás, porque tan pronto le podemo' levantar un manolito como hacerle un buraco así de grande, como le hicimo'a Nison en Guatergueiti"-, previo a enunciar el décimo y último -"déase a publicidad y conocimiento de locutores, periodistas y anesos...Se hará justicia, ¡sí, señó'!"-.
"Incrédolo", tal la acusación que Tinguitella le formuló a Julio Ernesto Vila. El especialista en pugilismo, escéptico, no podía concebir que su ignorante colega, a quien acostumbraba corregirle los barbarismos en los que aquel a menudo incurría, fuese capaz de estar manteniendo una conversación telefónica con el mejor futbolista de la historia. De hecho, le juró a Minguito que si por gestión suya el Barrilete Cósmico se presentaba en la oficina de redacción, no dudaría en acudir al desempeño de su tarea luciendo un indiscreto bisoñé que cubriera su calva cabeza. Nadie le exigió al reputado periodista que cumpliese su promesa, no obstante lo cual debiera resignarse a que la nota en exclusiva con Diego Armando Maradona la abordara su inculto compañero de trabajo, quien solía endilgarle dos motes: Vilita u Hormiga Negra.
Visiblemente conmovido -a diferencia de su alter ego, Juan Carlos Altavista, a quien contrariamente a lo que se cree no le interesaba el fútbol- Mingo preguntó al Diez -entonces vigente capitán y campeón mundial con la Selección Argentina, a la vez que de reciente consagración con Napoli, el primer título de Liga que ese equipo obtuvo en su historia- si había sido con la mano el tanto que abrió el marcador en el duelo ante Inglaterra por los cuartos de final del ecuménico torneo de México 1986. Diego no develó el misterio, pues susurró la respuesta al oído del hombre de prensa.
Lo que sí trascendió públicamente fue el recíproco intercambio de sueños entre las partes. Mientras que el redactor le pidió atajarle un penal a Maradona, este solicitó su sombrero y su bufanda, y se hizo de un mondadientes para vestirse de Minguito Tinguitella.
Otra de las eminentes visitas que el periodista recibió en su despacho fue la de elenco de El Chavo del 8, en virtud de la gira que Chespirito y compañía emprendieron por Argentina, en donde abarrotaron siete veces consecutivas el Estadio Luna Park de la Ciudad de Buenos Aires. Los entrañables actores mexicanos le gastaron una broma a su entrevistador, al identificarse con alias por demás jocosos: Roberto Gómez Bolaños, "Viuda de Menotti"; Florinda Meza, "Susana Giménez", María Antonieta de las Nieves, "Moria Casán" y Rubén Aguirre, "José Marrone".
Completan la lista de notables concurrentes: el cantante Roberto Sánchez, más conocido como Sandro o el Gitano, por más que en Polémica en el Bar el vocalista ya hubiera que tenido que tolerar un particular "mangazo" de Mingo; la tenista Gabriela Sabatini, enconada contrincante de Martina "Navratibola"; el multicampeón mundial de boxeo Carlos Monzón, meses antes de asesinar a su exesposa, la actriz y modelo uruguaya Alicia Muñiz-; el jóckey Jorge Valdivieso, quien posibilitó que el "ascrito del nalca" se paseara en "llobaca" por el set de filmación, el actor Federico "Luppe" (Luppi), de "carácter podrido" de acuerdo con la apreciación del entrevistador; y el relator José María Muñoz, entre otros.
Bienaventurado, Juan Carlos Altavista primaba hasta en los tribunales. A la par de su rotunda victoria en las ránkings de audencia, la Justicia se expidió en su favor respecto de la querella que Hilda Reboiras -viuda de su amigo y exlibretista Juan Carlos Chiappe, padrino de su hija Maribel- le había iniciado tanto al actor como a Roberto Peregrino y Gerardo Sofovich, por considerar que los demandados usufructuaban sin autorización el personaje Minguito Tinguitella, propiedad de su difunto esposo, sin que mediara un resarcimiento monetario para su persona.
Según el testimonio de Reboiras, "(Altavista) todo se lo debe a mi marido y ahora no lo quiere reconocer dándome lo que corresponde. Lo que pasa es que cuando Juan Carlos (Chiappe) vivía, permitía que tanto él como Peregrino Salcedo escribieran los libretos para Minguito. Por hacerlo, le pagaban un plus (...) Yo una vez reclamé ante Argentores, pero nunca me hicieron caso. Allí está registrado el personaje a nombre de Juan Carlos Chiappe, pero el que ahora les deja ganancias es Juan Carlos Altavista". Y añadió: "Me preguntaron qué era lo que pretendía y les pedí un departamento, una pequeña cantidad de dinero, mucho menos de lo que me pertenecía. Pero él (Altavista) se negó a darme algo. Es terrible para la plata".
Por su lado, luego de reconocer el dolor que le había causado la apelación de la sentencia en dos oportunidades, el actor -ya decretado el fallo judicial- declaró: "Estaba muy tranquilo porque sabía que esto era una injusticia y que finalmente todo se iba a arreglar como era debido". "Me saqué un gran peso de encima. Las exigencias de la viuda de Chiappe demandaban una compensación económica bastante fuerte. No podría decir ahora a cuánto podría ascender la indemnización, pero calculo que superaría el medio millón de dólares. En definitiva, es como si hubiese ganado medio millón de dólares", profundizó Altavista.
Definitivo e inamovible, el dictamen de la Corte Suprema de Justicia desestimó el reclamo de Hilda Reboiras, que se tradujo en un pleito de siete años de duración, entre 1980 y 1987. A ese efecto, el humorista, aun pese a que tuviera que resignar el apellido de su emblemático personaje como requisito del acuerdo, remató: "El caso queda cerrado para siempre como cosa juzgada. Minguito soy yo y yo soy de Minguito...".
Y así fue, en televisión, radio y cine. A sus 58 abriles, su rutina profesional le exigía más de 10 horas de aplicación diaria, a excepción de los martes, en los que se relajaba navegando en su crucero Cambalache para encontrarse con sus "amigos de los astilleros" en la zona de San Fernando, aunque públicamente ocultaba su afición a la náutica por considerarla un hábito privativo de "bacanes", lo que no se consustanciaba con el esmirriado "bolsiyo" o "camisulín" -solo abundante en papeles arrugados- de Minguito. Si no, se lo pasaba en la intimidad de su hogar, largamente constituido en la localidad bonaerense de Olivos, junto con su esposa e hijos, en donde se complacía de cocinar -y degustar- uno de sus menús preferidos: ravioles con tuco.
No obstante, sus jornadas, tan productivas como ajetreadas, derivaron en el recrudecimiento de los síntomas característicos del Mal de Wolf-Parkinson-White, ese persistente síndrome congénito que le había sido diagnosticado en 1969.
Sus taquicardias paroxísticas, acentuadas por el dinamismo que requería su trabajo al tiempo que por exceso de tensión nerviosa, ameritaron asiduas visitas de urgencia al Hospital Municipal de Vicente López, en el que los facultativos hasta llegaron a recurrir a la terapia electroconvulsiva - más conocida como electroshock- para restablecer los latidos normales de su debilitado corazón.
La celeridad con que el paciente recobraba su salud cardíaca no dejaba de sorprender a los especialistas; no a Minguito, quien acaso desestimó de plano la vital chance de operarse en Estados Unidos porque en el período de mayor actividad de 1987 soportó -según confesó el propio actor- ¡¡¡14!!! ataques al "bobo" en solo cinco meses. Solo aceptó la recomendación de sus médicos de cabecera de acortar la frecuencia, duración e intensidad de sus días laborales.
Imprevistamente, durante el comienzo de la segunda temporada de SuperMingo -aún emitido por Canal 11-, Altavista descubrió que su cardiopatía había efectivamente deprimido la pujanza con que otrora acometía sus menesteres artísticos, lo que de todas maneras no lo abstendría de honrar la memoria del Negro Olmedo por medio de la alusiva balada de su presencial creador, Alberto Cortés, ni de filmar la última de las 57 películas de que consta su longeva trayectoria cinematográfica.
Junto con Carlitos Balá y Tristán, el humorista protagonizó en 1988 la comedia Tres alegres fugitivos (1), dirigida por Enrique Dawi, en la que el terceto cómico se empleaba en una empresa de mudanzas y traslado de fletes a larga distancia, al Interior y a países limítrofes como "Checueslavaquia".
Previo viaje en camión rumbo a Córdoba, los gomías se percataron de que un bebé había sido abandonado al pie de la puerta de la pensión en la que residían. Aunque en principio lo desconocían, el lactante había sido dejado allí ex profeso pues la mucama de un acaudalado empresario cuyo inescrupuloso hermano lo creía muerto en un accidente aéreo, le había ordenado que eliminara al único heredero de su fortuna, el inofensivo "bepi", para que solamente en él recayeran los incontables réditos de la sucesión. Encariñada con el nenito, la doméstica recapacitó antes de cumplir con tan desalmada directriz y, en cambio, a sabiendas de que debían partir hacia la misma provincia mediterránea en donde vivía su hermana, prefirió delegar la custodia de la criatura a los dependientes de la agencia de transportes hasta que estos lo arrimaran al domicilio de su pariente.
Repuestos del desconcierto inicial, los compinches adoptaron gustosos a Federico, tal como llamaron al pequeñito. Después de sopesar pros y contras de alimentarlo con fideos -aunque sin pesto- Minguito acudió a la farmacia para adquirir "morfi para bebés".
Una vez bañado, cambiado y comido, el infante se convirtió en uno de los cuatro integrantes del camión que se dirigió a territorio cordobés, en donde los fugitivos afrontaron todo tipo de vicisitudes hasta llegar a rendirle culto a su mote producto de su huida de la autoridades policiales, quienes los creían "chorros de pibes", al decir de Mingo. Recién probaron su inocencia luego de corroborarse que el potentado empresario y su esposa habían salido airosos de la catástrofe, confesión de la mucama mediante. Aunque ya era demasiado tarde: Minguito, Balá y Tristán se habían enamorado de Luis(ito), el verdadero nombre de Federico.
Finalizado su vínculo contractual con Canal 11, Juan Carlos Altavista recaló en el emergente Tevedos -actual América TV- en 1989, con objeto de afrontar la madurez de su vasta carrera profesional. Para ello, su programa fue rebautizado como Vamos, Mingo Todavía...!, a cuyo elenco se sumaron, entre otras figuras, Javier Portales, Esteban Mellino y María Rosa Fugazot.
La mañana del jueves 20 de julio, a solo dos meses del lanzamiento de su renovado ciclo, el cómico había despertado, como siempre, a las 09.30 puntuales, aunque contrariado. Lo intranquilizaba que su adorada esposa, con quien aun después de casi tres decenios de haber contraído enlace el mutuo "te quiero" permanecía invariable, no hubiera despertado a su lado. Raquel Álvarez, oriunda de la ciudad de León (España), había tomado un avión que la llevó hasta Montevideo, para cuidar del delicado estado de salud de su madre.
Permitido que le dicen, Altavista trocó su usual desayuno de mate y yogur por uno de sus caprichos culinarios preferidos: las medialunas, que combinó con un tazón de café con leche, acompañado por su hijo menor y asimismo actor en "Vamos, Mingo...", Juan Gabriel.
Más tarde se sumarían su primogénita Maribel y Ana Clara -la que le sigue en orden cronológico-, coproductora y actriz del mismo programa, respectivamente, para abordar el reluciente BMW gris de papá Juan Carlos -conducido por su propio dueño- y, juntos, llegarse hasta las estudios de Buenos Aires Color TV, puesto que en sus instalaciones se grabarían las tomas complementarias a las 3/4 partes ya registradas del ciclo emitido por Tevedos.
Posteriormente al desarrollo sin fisuras de El bar, una especie de remake módico del Cafetín de Buenos Aires al sentarse Minguito a la mesa únicamente con Javier Portales -y el Flaco García haciendo las veces del Gallego Irízar, el Preso e incluso Mario Sapag-, Altavista retornó a su camarín y, pasadas las 14 horas, sucumbió a otro festín, al menos, para quien tiene contraindicadas las ingestas opíparas: sándwich de miga y torta de dulce de leche, combinación que regó con un frugal té con miel. La infusión no tenía una finalidad compensatoria; por el contrario, procuraba aligerar la convalecencia de una bronquitis aguda que le había provocado al artista un adelgazamiento abrupto.
Tanto María Rosa Fugazot como Silvia Peyrou coinciden en que el disparador -vaya paradoja- fue la detonación de un revólver de utilería que -ambas estiman- alteró el sosiego del capocómico, mientras este repasaba el libreto de La familia, segmento del programa en el que personificaba al Tío Cheto.
Desde ya, el actor no estaba en condiciones de averiguar el porqué del desencadenamiento de su arritmia, añadidos la sensación de ahogo y el dolor en el flanco izquierdo de su pecho, que por otro lado ya había experimentado reiteradamente. Quizá por ello no se amedrentó en un principio y se ciñó a su
eficaz método de curación casero, esto es, recostarse sobre el sillón más próximo a sí mismo y ejercer presión sobre su vena yugular con la mano derecha. De esa manera, al bajar la tensión, la sangre es bombeada al corazón y el ritmo cardíaco retorna a niveles deseables. No funcionó. Peor aún, el humorista supuso inminente una descompensación más grave. Ya eran las cuatro de la tarde...
"Calmate, Juan Carlos, pronto va a pasar", intentó tranquilizarlo su amiga y enfermera particular Ana María Galeando de Daoud, alias Cuca, ladera de Altavista desde 1982. Fue en ese mismo año que el artista, tras ser internado por una perniciosa neumonía vírica que derivó en la extracción de la base de uno de sus pulmones, permaneció al margen del ambiente del espectáculo por un período de siete meses.
Cercano al colapso, el cómico relativizó su cuadro ante la presencia de Juan Gabriel, aunque procedió en sentido diametralmente opuesto en cuanto divisó a Ana Clara. Como su hijo menor no creyó en absoluto en la palabra de su progenitor, se determinó su traslado al centro asistencial más próximo, no sin antes Altavista ofrecer sentidas disculpas a sus compañeros de elenco por postergar la grabación del programa y, a la vez que les tiraba besos, les aseguró que prontó se reacoplaría a sus labores.
Juan Gabriel se adueñó del volante del BMW y, mientras atravesaba a toda máquina calles y avenidas en sentido contrario al tránsito, Cuca sugirió que llevaran a Minguito al Hospital Ramos Mejía pues allí laboraba su médico particular, Mauricio Rosenbaum. Ya entonces, el pedido del actor había mutado a súplica: "¡Me ahogo, me ahogo! ¡Por favor, ayúdenme!"