El Negro Suárez: a 40 años de la gira de la muerte
La que en la actualidad se denomina República Democrática del Congo fue (es) una de las naciones africanas que más padeció la opresión del colonialismo, los devastadores efectos de las sucesivas guerras que en su seno se produjeron, la exposición a las distintas epidemias que diezmaron considerablemente su población, la inclemencia de las extremas temperaturas que en la zona se suscitan e inclusive el sadismo de los distintos gobiernos dictatoriales que, con la complicidad de las potencias extranjeras, sumieron al país en la pobreza extrema y crónica.
Uno de los principales culpables de que históricamente Congo se haya debatido en un auténtico calvario es Mobutu Sese Seko (1), que detentara ilegalmente el mando en la que él mismo rebautizara como República de Zaire entre 1965 y 1997, año este último en el que, luego de haber sido destituido de su cargo, a instancias del estallido del conflicto bélico conocido como Primera Guerra del Congo, fallecería como consecuencia de un cáncer de próstata contra el que había batallado larga y vanamente.
Durante su extensa cuan ilegítima gestión, su insaciable ambición de poder motivó a Mobutu, amén de autoproclamarse como el "Padre de la Nación", a ejercer en simultáneo los cargos de Primer Magistrado, Comandante en Jefe de de las Fuerzas Armadas y de la Policía, así como en su persona recayó la facultad de designar a los miembros de la Suprema Corte -integrantes del Gabinete y gobernadores de las provincias incluidos- y de atender los asuntos relacionados con la política exterior. A este último respecto, estrechó lazos carnales con Bélgica, Francia y -muy especialmente- con Estados Unidos (Zaire era uno de sus aliados en el marco de la Guerra Fría) , lo que en la práctica contradecía la supuesta campaña proafricana y antieuropea con la que el tirano, dotado de infame demagogia, pretendió embaucar a ¿su? pueblo.
De hecho, a la par que se denunciaban públicamente innumerables vejámenes a los derechos humanos y el país incrementaba su deuda progresivamente, Mobutu promovió en 1974 el llamado Combate del Siglo o Rugido de la Jungla, que involucró a dos de los mejores boxeadores de la historia,
afroamericanos ellos, como Muhammad Ali -acérrimo defensor de los derechos de la raza negra, entonces manifiestamente segregada- y George Foreman, con victoria del primero. La encarnizada contienda, celebrada en el Estadio Nacional de Kinshasa, capital zaireña, fue presenciada por 60.000 enfervorizados espectadores, cuya mayoría se decantó por Cassius Clay al grito de "Ali bumaye" ("Ali, matalo"), pues no bien arribado al país, The Greatest -a diferencia de Frazier- se entregó al calor de los nativos, que lo idolatraban hasta lo indecible. ¿Mobutu? De ninguna manera concurrió al evento. En cambio, prefirió seguir las alternativas de la pelea desde su fastuoso palacio. Sabia decisión, la suya: su integridad habría sufrido la merecida represalia de una población abocada a la miseria y el hambre si la misma se hubiera enterado de que el tirano había desembolsado 10.000.000 de dólares por que su feudo fuera sede del combate.
Por supuesto, la injerencia de Mobutu no podía permanecer ajena al deporte más popular del planeta. Si bien autorizó el debut absoluto de la Selección Nacional de Zaire -reciente campeona de la Copa Africana de Naciones (2)- en un Mundial de fútbol, a medida que la performance del principiante equipo en Alemania '74 decrecía ostensiblemente, máxime a partir de la demoledora goleada que por ¡¡¡9 a 0!!! le infligiera Yugoslavia (3), el déspota instruyó a la guardia presidencial -estratégicamente apostada en derredor de la concentración de la delegación zaireña- para que le advirtiera a los jugadores que en caso de perder por más de tres goles ante Brasil (4), ni se les ocurriera tan siquiera la remota idea de intentar el retorno a su país de origen. De allí que Mwepu Ilunga protagonizara lo que se considera uno de los episodios más jocosos que en su haber ostenta el historial mundialista, que en realidad no fue tal...No era que el defensor del representativo africano ignorara por completo el reglamento futbolístico; por lo contrario, con su arrebatado shot de rumbo incierto quiso no solo simbolizar el descontento del plantel después de anoticiarse de que no percibirían los premios que habían convenido en abonarle, sino asimismo exteriorizar -a título personal- su visceral repudio hacia el régimen de Mobutu.
Así las cosas, en un contexto insoslayablemente hostil, dos instituciones argentinas fueron invitadas a comienzos de 1976 a realizar una gira por la República de Zaire gobernada por Mobutu Sese Seko, tal como hiciera el Santos en 1967, año en que el propio dictador le entregara a Pelé la llave de la ciudad de Kinshasa. No, no se trataba precisamente de gigantes como Boca y River, sino de Talleres de Córdoba y Temperley, equipos de vertiginoso ascenso en el ámbito local.
Si bien beneficiado por la reestructuración implementada en la temporada 1967, que redundó en la creación de los campeonatos Metropolitano y Nacional -este último permitía acceder a la máxima categoría a los equipos no directamente afiliados a la AFA-, el Matador se consolidó como animador permanente de los torneos en lo que hasta ese momento había intervenido, por no mencionar que se aprestaba a erigirse como una de las revelaciones del año '76 (5). De las filas del conjunto de Barrio Jardín destacaban valores como José Daniel Valencia, Luis Adolfo Galván y Miguel Angel Oviedo (6), integrantes del plantel argentino que en calidad de anfitrión se adjudicara por primera vez la Copa del Mundo, en 1978; el talentoso volante ofensivo Luis Antonio Ludueña, el Hacha original; y Humberto Rafael Bravo, segundo goleador histórico del club que, a su vez, ostenta un envidiable récord: es el único en anotar en cuatro oportunidades -en un mismo partido- en el clásico cordobés, en ocasión de una goleada como visitante sobre Belgrano (4-0), el 25 de mayo de 1976.
Por su parte, el Celeste de Turdera había promocionado a Primera División en 1975 luego de militar ininterrumpidamente en el ascenso por 43 años. No obstante, su paupérrima producción en el Metropolitano, en el que ocupó la última colocación, le habría significado la pérdida automática de su plaza en la elite si el órgano rector del fútbol argentino no hubiera suprimido los descensos que le cabían a los dos cuadros colistas en la tabla de posiciones. Con todo, el Gasolero mejoró con creces su campaña en el Nacional, en el que obtuvo la Zona "D" justamente con Talleres, al que derrotó por
3 a 1 como local previo empate en Córdoba (1-1). Pese a que en la Ronda Final fuera relegado al último lugar, sobresalió en la alineación titular de Temperley un joven atacante proveniente de Estudiantes, natural de San Juan, que se había sumado -a préstamo- en la víspera del certamen: Oscar Jorge Suárez, cuyas auspiciosas actuaciones, como la de la jornada en la que
anotara dos tantos en la caída de su equipo (3-2) ante el River de Angelito Labruna -que se coronaría bicampeón de la temporada-, le valieron el uso de la opción del pase, tasado en 45.000.000 de pesos antiguos.
A modo de pacto de confraternidad, ambos clubes decidieron emprender en conjunto el extenso periplo aéreo que comprendió la ruta Buenos Aires-Río de Janeiro-Madrid, para depositarlos en Kinshasa, ciudad cabecera de la nación del África subsahariana inmersa en una feroz dictadura. Nobleza obliga, apenas arribadas a la República de Zaire, las comitivas de Talleres y Temperley gozaron de una cálida recepción: así como los alojaron en el lujoso hotel capitalino La Rigole, disfrutaron de la exquisita cocina al estilo francés (7), en la que abundaban carnes magras, y verduras y frutas de lo más exóticas. Incluso, fueron puestos sobre aviso del peligro que conllevaba consumir agua corriente, la que debieron reemplazar por gaseosas y un híbrido entre cerveza rubia y negra, que en esas latitudes solía beberse a temperatura ambiente.
Al tiempo que intentaban familiarizarse con el modus vivendi zaireño -aunque, por caso, nunca dejaron de extrañarse con la costumbre de las madres nativas de acarrear a sus hijos dormidos en sus espaldas-, los ilustres visitantes sudamericanos inauguraron oficialmente la gira de dos semanas por la que habían sido contratados, lo que les significó percibir un oneroso cachet que revitalizó las magras arcas de dos equipos que no escapaban a la crisis generalizada del fútbol argentino, a la vez jaqueado por la grave situación económica entonces imperante en nuestro país. Tanto, que en ese sentido el Torneo Metropolitano '76 amenazó con no iniciarse.
Fue Talleres, el que -con diferencia- prevaleció en su estadía en el mal llamado Continente Negro, al culminar invicto su campaña de cuatro partidos. En principio, enfrentó a CS Imana -hoy DC Motemba P- y al As Vita Club, a los que se impuso, respectivamente, por 1 a 0 para posteriormente acreditarse la Copa República de Zaire, al superar a su coterráneo Temperley (3-2) y nuevamente a Cs Imana, aunque en esta ocasión por idéntico score que ante el Celeste.
Los medios especializados locales elogiaron "la técnica remarcable y la exhibición de alto vuelo futbolístico" ofrecida por los de La Docta, a la par que aseveraron: "Después de la visita del Santos de Pelé, nunca habíamos visto tan buen fútbol como el de Talleres". Más aún, el Jefe de Deportes del Diario Elima, Ntukani Nzuzi Musenda, maravillado con las destrezas enseñadas por el Hacha Ludueña, le suplicó al traductor que lo acompañaba que le transmitiera al futbolista el siguiente mensaje: "Dígale al hombre de los cabellos largos y negros que él es el Dios del fútbol, que nos ha deslumbrado tanto como Pelé. Repito, que es el Dios del fútbol". Enterado que fue de las loas que le había dedicado el periodista, el mediocampista tallarín ni se mosqueó. Es más, hasta se permitió una devolución por demás graciosa: ¿Que yo soy Dios? ¡Por Favor! Ni de Diablo me he recibido".
En contraste, la magra tarea tanto en la faz individual como colectiva de la alineación de Temperley, que apenas si logró rescatar una agónica igualdad ante el As Vita Club en su último encuentro (2-2). Anteriormente, los del Sur del Gran Buenos Aires, además de haber caído contra Talleres y el SC Imana, habían sido vapuleados por la Selección de Zaire (1-4).
Lamentablemente, en lo que sí coincidieron una y otra delegación poco después de haber regresado el 6 de febrero de 1976 a nuestro país, tras un agotador vuelo de escalas similares al del viaje de ida, fue en el repentino deterioro del estado de salud de algunos de sus componentes.
Debilidad, mareos, nauseas, picos de fiebre de más de 40 grados...la aguda sintomatología se replicó en la totalidad de los damnificados. Benito José Valencia, wing derecho de Temperley, fue el primero en resultar internado, en la Clínica Luisa Cravenna de Gandulfo de Lomas de Zamora. Casi en simultáneo, ingresaron en el Hospital Privado Centro Médico de la ciudad de Córdoba al utilero de Talleres, Adán Honores, y a una de sus máximas figuras, el delantero mundialista Miguel Angel Oviedo, al que en plena confusión le atribuyeran la muerte de un basquetbolista cordobés del mismo apellido.
El crítico diagnóstico afín culminó por confirmarse en virtud de la hospitalización del más comprometido de los afectados. Luego de haber vacacionado fugazmente en Mar del Plata, el Negro Suárez pretendió reacoplarse a los entrenamientos en la inminencia del debut del cuadro de Turdera en el Metropolitano, el 15 de febrero. Sin embargo, su crítico estado se lo impidió:el delantero oriundo de San Juan no integró el primer equipo que en la primera fecha cayó como local
ante Gimnasia por 3 a 2. Recién esa misma jornada -previos infructuosos llamados al club- la familia de Suárez logró localizar en el estadio Alfredo Beranger al facultativo del plantel, Guillermo Beccari, quien al auscultar al juvenil futbolista en su domicilio de Quilmes adujo que el paciente padecía una hepatitis virósica, no obstante lo cual se requería efectuarle una serie de análisis tendientes a ratificar el pronóstico antes de autorizar su ingreso a un nosocomio.
Finalmente, al igual que sucediera con Valencia -quien en sintonía con Honores y Oviedo se reestablecería por completo-, Suárez fue internado -merced a las gestiones de sus inclaudicables parientes- en el Hospital Gandulfo, dos días después de la fallida presentación oficial de Temperley, al adosarse a los síntomas originales, coagulación sanguínea, deficiencia renal y hepática, además de colapso de su sistema nervioso. Allí, los exhaustivos exámenes que le fueron realizados confirmaron que el Negro padecía paludismo (o malaria), enfermedad que había contraído en la gira por África, por la que mueren anualmente en ese continente entre 700.000 y 2.700.000 de personas, producida por el parásito Plasmodium a través de la picadura de la hembra del mosquito del género Anopheles. En plena agonía, el sanjuanino adjudicó fundamentalmente su delicada patología a la falta de aire acondicionado en el hotel de Kinshasa que le había sido asignado a los equipos argentinos. No era descabellada su teoría, pues el tipo de insecto que provocó su tormento suele huir de las temperaturas inferiores a los 17 grados. Mientras tanto, sus esperanzados familiares se desgañitaban por conseguir dos medicamentos concebidos para contrarrestar el implacable avance de la malaria. Uno de ellos, el inhallable Resochín ; el otro, el Paludrine. Si bien esta última droga estaba disponible en el mercado, su poderío resultó nulo habida cuenta de la extrema gravedad del caso. Oscar Jorge Suárez falleció a las 18.30 del jueves 16 de febrero de 1976, 24 horas después del traspié del Gasolero como visitante ante Unión por 2 a 0. Tenía tan sólo 23 años... y tanto como siete hermanos y una madre a los que siempre había soñado con rescatarlos de la (digna) pobreza a instancias de sus probas condiciones como jugador de fútbol.
Acto seguido de haber sido inhumados los restos de Suárez en el Cementerio Municipal de Lomas de Zamora, los inconsolables familiares del Negro, que no permitieron se practicara la autopsia a su ser querido, acusaron de "desidia" tanto a las autoridades del club Temperley como a su cuerpo médico. En contrapartida, el doctor Beccari aseguró: "Los futbolistas (en ocasión del viaje a Zaire) fueron vacunados contra la malaria, el cólera y el tifus (8). Se les hizo también un tratamiento con quinina contra el paludismo". Y añadió: "En el caso específico de Suárez, cuando se sintió mal, hablé con el laboratorio del hospital donde estaba de guardia para poder hacerle los análisis correspondientes(...) Lo vi de nuevo el martes (16 de febrero), antes de viajar con el equipo a Santa Fe. Le realizaron los exámenes y tuvo inmediatamente una atención especial, con el tratamiento correspondiente desde que se comprobó la enfermedad".
En tanto, el testimonio de Raúl Haselbalg, Jefe del Servicio Médico del Hospital Gandulfo en el que se produjera el deceso del Negro Suárez, pareció eximir de culpa y cargo a Beccari al esgrimir que "no puede considerarse el paludismo como una enfermedad profesional" puesto que la legislación argentina "no lo entiende así. En todo caso, lo sucedido puede encuadrarse como un accidente de trabajo".
El hondo pozo anímico en el que se sumergieron los compañeros del sanjuanino producto de la irreparable pérdida determinó la última ubicación que le correspondió a Temperley en la ronda inicial del Metropolitano. En la transición hacia la Ronda final de Descenso, los futbolistas del cuadro de Turdera se juramentaron rectificarse de lo que semejaba con devenir en un inexorable regreso a Primera B. Vaya si lograron su cometido: el equipo se constituyó como el líder absoluto de su Sección, apoyado en una sólida campaña que constó de seis victorias -cuatro de ellas consecutivas, de las que sobresalen una goleada ante Argentinos (4-0) y un triunfo ante Racing, por la mínima diferencia-, tres empates y apenas una derrota (ante Atlanta, por 2 a 1).
Así, solo así, sintieron los futbolistas celestes que habían honrado la memoria del sanjuanino. Fue en ese instante que consideraron más vigente, más coherente, más fidedigna aquella frase que, desde su fallecimiento, se dejaba leer en un pizarrón del vestuario local del Beranger: "Negro, el triunfo de hoy es tuyo. Tus amigos". Es que para los jugadores gasoleros el punzante delantero era mucho más que colega, que un simple compañero. A Oscar Suárez lo querían todos. Sin excepción.
Cuando Roa se atajó la vida...
Si bien había insinuado largamente sus cualidades en su trayectoria por las Divisiones Inferiores, el debut absoluto de Carlos Ángel Roa en la máxima categoría se aceleró inesperadamente. En la edición del clásico más añejo del fútbol argentino, correspondiente a la rueda inicial del Campeonato 1988/1989, en la que Racing venció en el Cilindro de Avellaneda a River por 2 a 1, se desencadenó una gresca entre los protagonistas de uno y otro equipo que redundó en la expulsión de cuatro jugadores. Entre ellos, el legendario arquero de la Academia, Ubaldo Matildo Fillol, por lo que Alfio Basile le confió la custodia de la valla a Lechuga -tal su apodo por su severo apego al vegetarianismo-, de plausible labor aun pese a que a él le fuera convertido el único tanto millonario, a través de Abel Eduardo Balbo.
El traspaso del Pato Fillol a Vélez en la temporada siguiente -en el que se retiraría de la práctica activa- no le otorgó automáticamente la titularidad a Roa. De hecho, el santafesino debió pelear el puesto con dos guardametas experimentados, ambos fallecidos prematuramente: el uruguayo nacionalizado peruano, Julio César Balerio, que se desempeñara, principalmente, en Boca, Sporting Cristal y en el mismísimo representativo incaico; y Alberto Pedro Vivalda, de pasado en Racing (1979-82), River -club en el que realizó su presentación oficial- y Millonarios de Bogotá, entre otros. Finalmente, la puja tripartita favoreció al juvenil Lechuga, en parte a instancias de la confianza que en él depositó su entrenador de entonces, Pedro Jorge Marchetta, aunque a la vez por su creciente rendimiento.
En la víspera del comienzo del Torneo Apertura 1990, Racing fue invitado a participar de una gira de 17 días de duración por diversos países de África, más extensa que la que había emprendido el año anterior, en cuya única intervención, en Zimbabwe, lo superara el PSV Eindhoven por 1 a 0. En su segundo tour por idéntico continente, el conjunto de Avellaneda estrenó su campaña con una victoria por 3 a 0 sobre la anfitriona Selección de Benín, para después igualar en sus respectivos países con los combinados nacionales de Costa de Marfil y Togo (1 a 1 en ambas oportunidades) y frente a Burkina Faso (0-0). Eso sí, el cuadro celeste y blanco sufrió una olvidable derrota por 3 a 0 ante el ASEC Mimosas
Previa vuelta a Sudamérica, resultados aparte, el estado de ánimo -y principalmente- de salud de los jugadores de Racing se presuponía inmejorable. Inclusive, el Pichi Osvaldo Salvador Escudero fue agasajado en Costa de Marfil al recordar los fanáticos futboleros de aquella nación su descollante producción durante la gira del Boca de Diego Armando Maradona, a fines de 1981. A manera de retribución, la Academia regresó al país con la promesa de probar en el equipo al marfileño Sékou Bamba de Karamoko, quien al cabo fue rechazado por los dos cuadros de Avellaneda, pues tampoco interesó en Independiente.
¿La única excepción al clima dicharachero que reinaba en la delegación racinguista? ¡Carlos Ángel Roa! El golero rumiaba bronca por dos motivos esenciales: 1) La incorporación de Sergio Javier Goycochea, quien por entonces acababa de ser sindicado como el héroe del subcampeonato de la Selección Argentina en el mundial de Italia, lo que con seguridad lo confinaría al banco de suplentes; 2) la disputa que mantenía con la cúpula directiva por la renovación de su contrato, que hasta lo empujó a amenazar con rehusarse a viajar a África si no le abonaban los 60.000 dólares que Lechuga creía le correspondían.
Peor -muchísimo peor- que su manifiesto enojo se tornó su estado de salud en la vigilia de la primera jornada del Apertura '90. No obstante ocupó el marco en el empate por 2 a 2 ante Unión, jugado en el Presidente Perón -en el que la parcialidad académica le tributó una calurosa ovación- su compañero, coprovinciano y vecino del Barrio santafesino de Las Flores II, Víctor Hugo Andrada, al percatarse de lo mal que se sentía el guardavallas, lo acercó hasta su domicilio particular, en donde su madre, María Estela de Roa, intentó practicarle las curaciones preliminares. La mujer, dotada de conocimientos primarios de enfermería, recurrió al tratamiento denominado
hidroterapia, cuyo objetivo se focaliza en provocar el descenso de la temperatura corporal evitando la ingesta de medicamentos. Seguidamente, le indicó un orden alimentario circunscripto pura y exclusivamente al consumo de verduras hervidas, con lo que el estreñido Lechuga consiguió evacuar luego de casi una semana.
Pocos días después, sin embargo, los cuidados paliativos efectuados por la progenitora de Roa dejaron de funcionar. Resultó imperioso, por tanto, el viaje de urgencia a Santa Fe del médico del plantel, Carlos Torresel, quien tras examinar al menguante paciente determinó su inmediato traslado a Buenos Aires para ser ingresado en el Sanatorio AMTA de Ciudadela. Allí, entre desvaríos, vómitos y fiebre galopante, el arquero perdió ¡¡¡15 kilogramos!!! de peso en solo cuatro días.
Por mucho que el galeno del club de Avellaneda se esforzara en principio por descartar cualquier tipo de vinculación con lo luctuosamente acaecido en virtud de la gira conjunta de Talleres y Temperley por el continente africano en 1976 -inclusive, el facultativo en cuestión había diagnosticado originalmente un síndrome febril con trastorno gastrointestinal-, prontó se corroboró que Roa estaba enfermo de malaria, por lo que su vida corría auténtico peligro.
A partir de entonces, se repitieron los mismos cruces de acusaciones, denuncias y declaraciones encontradas entre familiares, cuerpo médico y directivos que 14 años atrás mancillaran la memoria del Negro Oscar Jorge Suárez. Es más, hasta se llegó a endilgarle erróneamente una cuota importante de culpabilidad en el agravamiento de su cuadro al propio portero santafesino, al extenderse sin fundamento alguno el mito de que el credo adventista que profesaba no contemplaba la ingesta de fármacos, lo que lo habría llevado a deshacerse de la quinina, sustancia utilizada para prevenir o mitigar los perniciosos efectos del paludismo. Esto fue desmentido categóricamente por Lechuga, al igual que la especie que afirmaba que su negativa a comer carne exacerbaba los síntomas adversos.
Afortunadamente, el protocolo profesional con el que procedieron los especialistas del sanatorio AMTA posibilitó que Roa fuese dado de alta en apenas un mes, una nimiedad en comparación con la duradera estadía que se descontaba que el nacido en Santa Fe iría a transcurrir internado no bien se agudizó su estado. Eso sí, los progenitores del arquero hubieron de esmerarse denodadamente en conseguir Vibromizina, Sulfadizina y Piflosín, medicamentos imprescindibles para el óptimo cumplimiento del tratamiento; de hecho, debieron importarlos desde Brasil.
Tras casi un año de inactividad, Roa retornó a los entrenamientos de Racing en junio de 1991, poco antes de recuperar la titularidad a instancias de la venta del Vasco Goycochea al Stade Brestois de Francia. En la Academia de Avellaneda permanecería hasta 1994, a lo que siguió una transferencia a Lanús, que obró para Lechuga de plataforma de lanzamiento no solo al fútbol europeo, en el que se desenvolvió en Mallorca y Albacete, sino asimismo a la titularidad en la Selección Argentina en la Copa del Mundo de 1998, en la que se reveló como baluarte del triunfo en la tanda de penales gracias al que el conjunto albiceleste eliminó en octavos de final a Inglaterra.
Un año después, aun a sabiendas de haber alcanzado el mejor rendimiento de su carrera, Roa decidió colgar los guantes, en favor de sus menesteres en la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Enseguida nomás, se arrepintió de haber largado. Desde ya, la cúpula directiva del Mallorca se las hizo padecer producto del incumplimiento de su contrato. Por ello, su traspaso al Albacete, del que no tuvo más opción que desligarse en el despuntar de 2004 al serle detectado un cáncer de testículos. En una nueva prueba de inestimable fortaleza física, moral y espiritual, el santafesino se recuperó de los devastadores efectos residuales de la quimioterapia para a posteriori desenvolverse en Club Deportivo Constancia y el Atlético Baleares, con destino final Olimpo de Bahía Blanca ( 2005-2006). Entre sus principales logros destacan la Supercopa de 1988 que obtuvo con Racing (9); la Copa Conmebol de 1996, como titular indiscutido del equipo de Lanús que logró su primer título internacional; y la Supercopa española con Mallorca, en 1998. En la actualidad, luego de haber integrado distintos cuerpos técnicos, como el del River que regresara a Primera División en 2012, oficia de entrenador de arqueros en Banfield.
(1) El nombre completo del dictador era Mobutu Sese Seko Nkuku Ngbendu Wa Za Banga, que de acuerdo con las versiones más difundidas, significa "El guerrero todopoderoso que, debido a su resistencia y voluntad inflexible, va a ir de conquista en conquista, dejando el fuego a su paso". Al momento de su nacimiento, el 14 de octubre de 1930, la actual República Democrática del Congo se conocía, comúnmente, como Congo belga.
(2) Curiosamente, las únicas dos Copas Africanas conquistadas por Congo (1968 y 1974) coincidieron con el ilegítimo mandato de Mobutu.
(3) Junto con la que sufriera Corea del Sur ante Hungría en el Mundial de Suiza 1954, la holgada derrota que el combinado congoleño afrontó vs Yugoslavia se convirtió en la goleada más abultada de la historia de la más importante celebración del fútbol, hasta que en España 1982 se produjo el aplastante triunfo protagonizado nuevamente por el seleccionado húngaro. Fue 10 a 1 sobre El Salvador por el Grupo 3, que los magiares conformaron con Argentina y Bélgica.
(4) El equipo de Congo cayó solamente por 3-0 frente a Brasil, con lo que se evitó el probable derramamiento de sangre no bien los jugadores del país africano arribaron a su pago natal.
(5) En el Campeonato Nacional de 1976, Talleres realizó una campaña formidable al arribar a las semifinales en la que resultó eliminado al ser ajustadamente superado por River (1-0), en partido único, jugado en La Bombonera.
(6) Si bien integró la lista de buena fe del campeón mundial de 1978, Miguel Angel Oviedo no gozó de la titularidad en el primer equipo albiceleste como Luis Galván y Valencia. Eso sí, al menos se dio el gusto de jugar cinco minutos en el holgado y controvertido triunfo de la escuadra de César Luis Menotti ante Peru por 6 a 0, jugado en El Gigante de Arroyito, por la jornada de cierre del Grupo B, tras lo que Argentina accedió a disputar la final ante Holanda.
(7) El francés es la lengua madre de la República Democrática del Congo. Sin embargo, también se consideran de carácter oficial los siguientes idiomas nacionales: el kikongo, el lingala, el suajili y el tshiluba.
(8) Justamente en 1976, había estallado, asimismo, en Zaire una inmisericorde epidemia del virus del ébola, en la que evidentemente no reparó Beccari ni el cuerpo médico de Talleres. Milagrosamente, no hubo que lamentar más víctimas fatales.
(9) Aunque integró la lista de buena fe, no sumó minutos en el campo de juego.
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