Tangalanga, el (re)inventor del llamado telefónico
Fue en la enseñanza primaria que el mozalbete pelirrojo, nacido el viernes 10 de noviembre de 1916 en las cercanías de la Plaza del Congreso, forjó sus dotes de ácido bromista. Una de las majaderías preferidas del travieso niño consistía en escribir en el pizarrón la lista de sus compañeros ausentes, entre los que intercalaba improperios supuestamente ajenos a un establecimiento educativo. Y no fallaba: invariablemente, los desprevenidos maestros leían: "Rodríguez, Falsoni, Antoni....PUTO". A lo que pretendía significar una severa reprimenda, el osado gurrumín solía responder: "Señor, es la última...por hoy".
El teléfono vendría después, mucho después. Era un consumado cincuentón cuando realizó su primer llamado, que no respondió a una mera autosatisfacción de incordiar al prójimo sino a mitigar el durísimo trance que debía afrontar su querido Sixto, a quien una compleja intervención en su cabeza lo había confinado a la postración. Eso sí, el delicado paciente gozaba de llamativa lucidez, lo que hasta le permitía quejarse ante su solícito confidente de la impunidad con que lo estafaba el veterinario que atendía a su perrito, que "cobra que parece (René) Favaloro". De ese modo, se produjo en 1962 el debut absoluto del anónimo justiciero telefónico, quien no vaciló en amenazar con "romperle el alma" al desaprensivo especialista -un "talabartero podrido", según su propia (des)calificación-, si algo le sucedía al Puchi, alias del tan infortunado como ficticio can. Al llevarle la grabación (1), las sonoras risotadas del desahuciado enfermo parecieron revitalizarle cuerpo y alma, no obstante el cuadro irreversible que ya se había obstinado con instalarse en derredor suyo.
Enteramente devastado por la muerte de su entrañable amigo, en 1964, Julio Victorio de Rissio, infinitamente más conocido como el Doctor Tangalanga, Raúl Tarufetti o Licenciado Varela (2), decidió colgar el tubo de manera indeclinable. Si bien a lo largo de dos años había efectuado alrededor de 30 llamados -de los que se conservan contados registros, joyas como "Tintorería" o "Carro atmosférico"-, por lo que su círculo áulico llegó a sugerirle que podría dedicarse en paralelo a la comicidad, de Rissio optó por abocarse exclusivamente a su función de gerente de compras en Colgate-Palmolive. En esa compañía, en la que en principio revalidó sus estudios de taquigrafía y dactilografía, resultó crucial para el despuntar artístico de Susana Giménez, a quien la ligaba el estrecho vínculo que desde joven mantenía con los padres de la diva.
Luego de 34 temporadas ininterrumpidas de intachable desempeño en la empresa en cuestión, a de Rissio le fue ofrecido idéntico rol por el presidente de una de las firmas competidoras líderes. "Si los norteamericanos te aguantaron tanto tiempo, seguro que boludo no sos", le garantizó un tal Mauricio Borensztein (3), amigo en común con Sixto, al dubitativo Julio. En efecto, el consejo del inmenso Tato Bores contribuyó en gran medida a su ingreso en las filas de Odol, en la que se desenvolvió desde 1972 hasta 1995, al ser aquella curiosamente absorbida por...Colgate Palmolive.
¿Cuánto más habría de durar el impasse comprendido entre las conversaciones telefónicas de la década de 1960 y las que habrían de sucederlas? El disparador fue una impiadosa hepatitis que en 1980 lo tumbó por espacio de ¡¡¡70!!! días. En las primeras semanas en las que lo aquejaba la persistente afección, de Rissio se sentía "muerto, muy tirado", de acuerdo con su propio testimonio. Una vez sobrevenido el estado de convalecencia, sus amistades -Tato Bores incluido- comenzaron a acercarle anuncios de diarios y revistas para que retomara los antiguos llamados con los que se habían deleitado al igual que el infortunado Sixto. Así, al tiempo que paliaba el tan obligado como interminable reposo, imprescindible para recobrar su óptima salud, Julio, rebautizado definitivamente como Tangalanga, Tarufetti y afines, iniciaba, puteadas a Blanca Curi mediante, una trayectoria de humorista que lo encumbraría progresivamente en la cima de la idolatría, venerado por fanáticos de a pie y por otros tantos notables.