Rock Hudson, el seductor trágico (última parte)
En simultáneo con la operación a corazón abierto que afrontó Rock Hudson, se desató en Estados Unidos una enfermedad cuyo notable índice de mortalidad afectó en gran medida a la comunidad gay. Si bien la propagación del SIDA (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida) se había achacado originalmente a la promiscuidad supuestamente propia de los homosexuales, pronto se registraron casos en
personas normales -así se denominaba a los heterosexuales- y en adictos a las drogas.
Por entonces, Rock ya no amaba a Tom Clark, a quien lo ligaba una relación de casi una década. Por el contrario, lo fastidiaba su mera presencia en El Castillo. Inclusive, Hudson ya se había rendido a los encantos de Marc Christian McGuins, 28 años menor que él, instructor en musculación a tiempo parcial.
Desde ya, su apuesto vecino se correspondía fielmente con el tipo por el que el actor se desvivía: alto, rubio, de ojos azules y de físico tallado. Rock terminó por desarmarse cuando el Beef Cake (1) le confió que era bisexual y que acababa de salir de un romance con una experimentada mujer. Es que para el maduro galán su compañero de ocasión le resultaba aún más viril si, a la vez, intimaba activamente con el sexo opuesto.
Con todo, Tom había resuelto pelear por el amor de Rock. Siempre anidó en su corazón la esperanza de la reconciliación. En contraste, el artista sentía que ya lo había soltado. Lo único que imposilitaba la oficialización de la ruptura era la incapacidad de Hudson para enfrentar el final de una relación, ya fuese noviazgo, amistad o en la faz profesional. En cambio, apelaba a la dolorosa indiferencia -a veces, al hostigamiento- para que el otro cayera en que no le quedaba más alternativa que marcharse.
Claro que no fue el caso del perseverante Tom. Por ello, la incómoda situación que se generó al coexistir Tom y Marc en El Castillo durante unos meses.
Harto de que Clark no descifrara sus particulares códigos de (in)comunicación, Rock, quien decidió interrumpir un viaje a Nueva York que habían realizado en conjunto, propició una acalorada discusión que le brindó el pretexto ideal para echar a golpes de la lujosa mansión a su ya expareja.
Perpetrada la golpiza, Hudson se apuró en corregir su testamento. Relegó de la cuantiosa herencia a Tom y designó como principal beneficiario a George Nader, secundado por Mark Miller, quien desde hacía un tiempo se desempeñaba como secretario y administrador de Rock producto del forzoso retiro de la actuación de su eterno prometido, al perder la visión de un ojo en un infortunado accidente que truncó definitivamente su carrera.
A Rock, librarse por completo de Tom -quien pese a su obligada retirada continuaba con la idea de retomar el enlace en un futuro cercano- no le valió una una venturosa convivencia con Marc Christian.
Aunque en un comienzo abundaran las demostraciones mutuas de cariño, pronto acabó por revelarse la verdadera identidad del apuesto blondo.
Según supo el entorno de Rock, Marc era por demás conocido en el subterráneo ambiente gay de Beverly Hills. Al decir de Mark Miller, fueron criteriosamente unánimes los testimonios que al respecto recabó en una fiesta afín.
Peor aun, a poco de alojarse en El Castillo, Christian se convirtió en un auténtico vividor: se despertaba recién al mediodía -lo que motivó que Rock lo apodara El Príncipe Durmiente-, usufructuaba la colección de automóviles de su pareja, pasaba puntualmente por la administración de Mark para que le fuese entregado SU dinero...Incluso, incurrió en deslealtad afectiva para con Rock. Así como se ausentaba subrepticiamente por las noches, fue sorprendido -aunque sin percatarse- por personal subordinado a Hudson de sus clandestinos flirteos en la mismísima habitación de la estrella de cine.
Por fin, Christian le confesó a Rock no sólo que era cierto que había mantenido relaciones sexuales con otros hombres por dinero, sino que asimismo había pergeñado una calculada táctica de cacería en los Brooks Baths a los que Hudson concurría asiduamente para disfrutar del sauna. A sabiendas de que el encumbrado actor era un incondicional del lugar, Christian entendió que para seducirlo bastaría con pavonearse en los vestuarios.
Desde ya, a Rock lo envolvió la desazón, pero no tomó una decisión inmediata porque pronto habría de focalizarse en su salud, a la que ya no le otorgaba la prioridad de la época en que le fuera colocado el quíntuple bypass.