Virus y su fin de semana de Locura
Corrientes y Suipacha, tradicional esquina del centro porteño. El escenario que albergará el evento musical es el mismo de hace 30 años. La convocatoria, también: la capacidad del Teatro Opera Allianz rebasará de espectadores en breves instantes. De ahí el bullicio que rebota en el hall principal en la víspera de la función, en el que conviven los fanáticos que descubrieron a la legendaria banda de La Plata ya en el siglo XXI y los que atestiguaron el levitar sensual del inmortal Federico Moura sobre las tablas. De pronto, unos y otros son llamados a ocupar sus respectivas ubicaciones. La fiesta es inminente. Virus se apresta a inaugurar la anunciada celebración del trigésimo aniversario de su quinto disco, Locura, el más taquillero de su prolífica historia, que desde su concepción vendiera más de 350.000 unidades.
A medida que se colma la capacidad del recinto, los expectantes concurrentes se abocan a inflar globos amarillos, azules, naranjas y verdes, que piensan soltar apenas se produzca la aparición de su grupo favorito. Enseguida, interrumpen su tarea de ocasión , pues a las 21.45 sube el telón. Se oyen los primeros acordes. "Recordando tu expresión...", entona Marcelo Moura, vocalista del sexteto platense desde 1989. Es toda una hazaña para los fans permanecer sentados cuando suena Pronta Entrega, uno de los máximos hits de Virus, que habitualmente suele incluirse en el clímax de los shows ofrecidos por la banda. Claro que -al menos en un comienzo- la solemnidad que irradia el remozado Teatro Opera tampoco invita al libre movimiento del cuerpo. No extraña, por tanto, que los asistentes deban asimismo conformarse con recitar las estrofas del pegadizo Destino circular desde la quietud de sus butacas.
No obstante, cuando llega el momento de ese ingenioso canto a la masturbación titulado Una luna de miel en la mano, el tema más exitoso de los hermanos Moura, los de la primera fila se olvidan de las formalidades y arengan al resto de la multitud no solo a emular sus pasos de baile sino también a que procedan al inamovible viejo ritual de lanzar caramelos de miel al escenario.
Acto seguido, se impone el machacante synthpop de Sin disfraz, que revela una aventura prohibida con un taxi boy de "piel morena y sensual...perfumada". Entonces, sí, se torna imposible volver a los asientos. Hotel Savoy -tal como acostumbran llamarle los miembros de la banda- constituye el corolario del segmento inicial del espectáculo, que se caracterizó por un íntegro repaso de los ocho temas que componen Locura.
Tras el intervalo, a los estelares protagonistas se suma un cuarteto de jóvenes cuan eximios músicos, representado por dos violines, una viola y un violonchelo. El desconcierto se apodera de la sala: "¿Nos sentamos o nos quedamos parados?", se preguntan los que se agolparon en el umbral del escenario. "¡Abajo!", gritan con decisión los de las hileras inmediatamente posteriores, a quienes se le dificulta la mejor visión del espectáculo.